"Múgica anticipó que la memoria histórica, una izquierda moderada y una transición ordenada favorecerían al PSOE"
Mucho de lo que tenemos se lo debemos. Enrique fue siempre un precursor, un hombre que veía lejos, que anticipaba escenarios, que intuía futuro. Es una de las cualidades que más admiro en política y que menos adorna a los líderes.
En 1977, en las primeras elecciones democráticas había una docena de partidos en la izquierda. Nadie daba un duro por nosotros. Enrique, cabeza de lista por Guipúzcoa me dijo: Ganaremos. Parecía una locura, simplemente un eslogan. El vio que la memoria histórica, el cambio, la izquierda moderada, la transición ordenada, serían premiadas. Y ganamos en San Sebastián. ¡Quién lo iba a decir!
Años antes, cuando estaba en la cárcel, penado por su lucha antifranquista en el Partido Comunista, vio claro que el futuro de la izquierda en España era el PSOE y rompió con Carrillo y su partido. No era fácil ver tan lejos. Aquí en Euskadi, la colaboración con el nacionalista PNV no empezó en los gobiernos de coalición que yo encabecé. No, mucho antes, en 1977, Enrique entendió que el PNV era clave en la transición democrática que él preconizaba. La primera coalición electoral con el Partido Nacionalista Vasco se firmó en esas elecciones de 1977, se llamaba “Frente Autonómico” y arrasó en las elecciones al Senado. Enrique estaba detrás.
Detrás y delante estuvo Enrique en la construcción de la “Platajunta”, una alianza de partidos democráticos que diseñó para salir del conflicto que se creó cuando dos alternativas democráticas se enfrentaron: La Plataforma democrática y la Junta democrática, ambas compuestas por partidos diferentes, pero coincidentes en la aspiración a una España democrática.
Enrique estuvo en el pensamiento, en la reflexión, en la construcción del PSOE moderno, el de “Isidoro” y el “Pacto del Betis”, entre el socialismo vasco, obrero, sindicalista, tradicional, como el asturiano y el socialismo andaluz del “grupo de la tortilla”, integrado por unos jóvenes andaluces, tan brillantes como entusiastas.
Mucho de lo que tenemos se lo debemos. Enrique fue siempre un precursor, un hombre que veía lejos, que anticipaba escenarios, que intuía futuro. Es una de las cualidades que más admiro en política y que menos adorna a los líderes.
En 1977, en las primeras elecciones democráticas había una docena de partidos en la izquierda. Nadie daba un duro por nosotros. Enrique, cabeza de lista por Guipúzcoa me dijo: Ganaremos. Parecía una locura, simplemente un eslogan. El vio que la memoria histórica, el cambio, la izquierda moderada, la transición ordenada, serían premiadas. Y ganamos en San Sebastián. ¡Quién lo iba a decir!
Años antes, cuando estaba en la cárcel, penado por su lucha antifranquista en el Partido Comunista, vio claro que el futuro de la izquierda en España era el PSOE y rompió con Carrillo y su partido. No era fácil ver tan lejos. Aquí en Euskadi, la colaboración con el nacionalista PNV no empezó en los gobiernos de coalición que yo encabecé. No, mucho antes, en 1977, Enrique entendió que el PNV era clave en la transición democrática que él preconizaba. La primera coalición electoral con el Partido Nacionalista Vasco se firmó en esas elecciones de 1977, se llamaba “Frente Autonómico” y arrasó en las elecciones al Senado. Enrique estaba detrás.
Detrás y delante estuvo Enrique en la construcción de la “Platajunta”, una alianza de partidos democráticos que diseñó para salir del conflicto que se creó cuando dos alternativas democráticas se enfrentaron: La Plataforma democrática y la Junta democrática, ambas compuestas por partidos diferentes, pero coincidentes en la aspiración a una España democrática.
Enrique estuvo en el pensamiento, en la reflexión, en la construcción del PSOE moderno, el de “Isidoro” y el “Pacto del Betis”, entre el socialismo vasco, obrero, sindicalista, tradicional, como el asturiano y el socialismo andaluz del “grupo de la tortilla”, integrado por unos jóvenes andaluces, tan brillantes como entusiastas.
Aquel pacto, en el que se fraguó la ruptura con el PSOE histórico, anclado en el exilio y alejado de la España real de los setenta, apostó por un socialismo del interior renovado y liderado por Felipe, lo gestionó Enrique, lo intuyó él. Fue un pacto generoso porque el socialismo vasco renunció a Nicolás Redondo para ofrecer al joven abogado sevillano un liderazgo que resultó genial. Yo estuve allí, en Suresnes y puedo contarlo.
El PSOE moderno, socialdemócrata europeo, moderado, culto, cosmopolita interclasista, que se creó a finales de los setenta y primeros años de los años ochenta, es deudor de Enrique. Él era eso. Fue generoso y sabio. Yo lo sé. Y puedo decirlo, orgulloso de su amistad.
Publicado en La Vanguardia, 12/04/2020