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12 de abril de 2020

Precursor

"Múgica anticipó que la memoria histórica, una izquierda moderada y una transición ordenada favorecerían al PSOE"

Mucho de lo que tenemos se lo debemos. Enrique fue siempre un precursor, un hombre que veía lejos, que anticipaba escenarios, que intuía futuro. Es una de las cualidades que más admiro en política y que menos adorna a los líderes.

En 1977, en las primeras elecciones democráticas había una docena de partidos en la izquierda. Nadie daba un duro por nosotros. Enrique, cabeza de lista por Guipúzcoa me dijo: Ganaremos. Parecía una locura, simplemente un eslogan. El vio que la memoria histórica, el cambio, la izquierda moderada, la transición ordenada, serían premiadas. Y ganamos en San Sebastián. ¡Quién lo iba a decir!

Años antes, cuando estaba en la cárcel, penado por su lucha antifranquista en el Partido Comunista, vio claro que el futuro de la izquierda en España era el PSOE y rompió con Carrillo y su partido. No era fácil ver tan lejos. Aquí en Euskadi, la colaboración con el nacionalista PNV no empezó en los gobiernos de coalición que yo encabecé. No, mucho antes, en 1977, Enrique entendió que el PNV era clave en la transición democrática que él preconizaba. La primera coalición electoral con el Partido Nacionalista Vasco se firmó en esas elecciones de 1977, se llamaba “Frente Autonómico” y arrasó en las elecciones al Senado. Enrique estaba detrás.

Detrás y delante estuvo Enrique en la construcción de la “Platajunta”, una alianza de partidos democráticos que diseñó para salir del conflicto que se creó cuando dos alternativas democráticas se enfrentaron: La Plataforma democrática y la Junta democrática, ambas compuestas por partidos diferentes, pero coincidentes en la aspiración a una España democrática.

Enrique estuvo en el pensamiento, en la reflexión, en la construcción del PSOE moderno, el de “Isidoro” y el “Pacto del Betis”, entre el socialismo vasco, obrero, sindicalista, tradicional, como el asturiano y el socialismo andaluz del “grupo de la tortilla”, integrado por unos jóvenes andaluces, tan brillantes como entusiastas.

Aquel pacto, en el que se fraguó la ruptura con el PSOE histórico, anclado en el exilio y alejado de la España real de los setenta, apostó por un socialismo del interior renovado y liderado por Felipe, lo gestionó Enrique, lo intuyó él. Fue un pacto generoso porque el socialismo vasco renunció a Nicolás Redondo para ofrecer al joven abogado sevillano un liderazgo que resultó genial. Yo estuve allí, en Suresnes y puedo contarlo.

El PSOE moderno, socialdemócrata europeo, moderado, culto, cosmopolita interclasista, que se creó a finales de los setenta y primeros años de los años ochenta, es deudor de Enrique. Él era eso. Fue generoso y sabio. Yo lo sé. Y puedo decirlo, orgulloso de su amistad.

Publicado en  La Vanguardia, 12/04/2020

31 de diciembre de 2018

El Brexit catalán.

Dos años antes del referéndum británico, de junio del 2016, La Vanguardia me publicó un artículo titulado “Primero un nuevo acuerdo; después la consulta” en el que sustancialmente defendía la necesidad de que el referéndum para decidir el estatus jurídico-político de Catalunya se produjera como consecuencia de un acuerdo institucional previo, para que, además de cumplir con la legalidad, los catalanes votaran sobre las concretas condiciones de su marco político y no sobre la expresión abstracta de un deseo.

El enorme fracaso del Brexit no ha hecho sino confirmar las razones de mi propuesta y me sorprende que el nacionalismo catalán sostenga su referéndum autodeterminista a pesar de las enseñanzas de la dramática experiencia británica.

David Cameron creyó que el histórico dilema británico en Europa se resolvería en un referéndum forzosamente binario: sí o no a Europa, remain o Brexit. Ganó el no y lo que vino después todavía está sucediendo y nadie sabe cómo acabará.

Los derechos de millones de personas y de sus familias (europeos en el Reino Unido y británicos en Europa), en el aire; su moneda, devaluada; su economía, a la baja; su potente sector financiero, en riesgo, y el único acuerdo posible para materializar su salida de la Unión, rechazado por el Parlamento y quién sabe si por el pueblo, si este fuera de nuevo consultado en un segundo referéndum. Su comunidad está fracturada; la paz de Irlanda, en peligro, y su integridad territorial, cuestionada. Quizás sólo queden Inglaterra y Gales después de semejante catástrofe.

Dejo para otro capítulo los riesgos del Brexit sin acuerdo, un verdadero caos comercial y jurídico para todos. Verdaderamente horrible. Jamás nadie hizo tanto daño a su país pretendiendo salvarlo con el famoso y falso “derecho a decidir” en un referéndum de autodeterminación de Europa.

Un referéndum convocado para expresar un “deseo”, forzosamente limitado a un sí o un no, en un cuerpo social cuyas identidades sentimentales y políticas son complejas, fractura sin remedio a la población y la condena a la división por generaciones. Más allá de la legalidad de la consulta –que no es un problema menor, como lo estamos viendo en la judicialización que sufrimos ahora–, los problemas se hacen irresolubles a la hora de implementar la respuesta ganadora en la consulta, porque ninguna de ellas resuelve la naturaleza compleja de la convivencia plural.

El no mantiene intactas las reivindicaciones culturales, políticas y económicas del conflicto, y el sí no puede materializarse porque la negociación posterior evidencia tal cantidad de problemas que la hacen imposible.

Esta es la experiencia del Brexit, y podría haber sido la de Canadá si los independentistas no hubieran perdido el referéndum en su día. Es la consecuencia lógica, evidente, de aplicar el referéndum de independencia en comunidades fracturadas al 50%, como lo es Catalunya.

Por eso, el nacionalismo catalán debe asumir que la defensa de sus reivindicaciones exige un acuerdo interior previo en Catalunya, como dice el comunicado conjunto del Gobierno y la Generalitat después de la reunión del pasado 20 de diciembre. De la misma manera, la política española tiene que asumir que necesita reformular el marco de relación con Catalu-nya en un nuevo acuerdo político para las próximas generaciones.

Una semana después de la publicación de mi artículo me escribió el expresident Pujol y me invitó a verle. A finales del 2013, le visité en su fundación y tuvimos una amable y larga charla. Al expresarme su decepción con el modelo autonómico –estábamos en los inicios del procés–, utilizó la clásica metáfora marinera diciendo algo así como: “Catalunya se va del barco, nos bajamos…”. Mi respuesta fue: “Se van a ahogar ustedes, president. No hay costa”. Su respuesta, gestual, sin palabras, arqueando las cejas y extendiendo los brazos, fue un triste “¡qué le vamos a hacer!”.

Salí de aquella conversación preocupado, pesimista. Son los mismos sentimientos que tengo hoy acrecentados. Porque, mirando la catástrofe del Reino Unido, me pregunto: ¿hemos aprendido algo del Brexit?
 
Publicado en La Vanguardia, 31/12/2018

11 de diciembre de 2016

Entrevista La Vanguardia. 11/12/2016




Exministro de la Presidencia del gobierno de España y exvicelehendakari del gobierno vasco, entre otros cargos ocupados en su dilatada trayectoria política, Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1948) preside ahora la delegación socialista española en el Parlamento Europeo. Y ha vuelto a ser llamado, en esta ocasión por la gestora de Ferraz, para redefinir el proyecto del PSOE.

Forma parte del equipo de trabajo encargado de revisar y actualizar el proyecto y la estrategia del PSOE, sobre la base de las conclusiones de la conferencia política que usted mismo coordinó en el 2013. ¿Cuáles son las prioridades, los principales asuntos a revisar?

Se trata de construir una izquierda moderna para una sociedad más justa en una democracia más fuerte. Este sería el titular del proyecto que estamos intentando construir. Eso se articulará en torno a tres grandes relatos o ponencias. Una ponencia orgánica, que trata de definir qué partido queremos ser, qué partido tenemos, cuáles son nuestros problemas de conexión social, cuáles son los mecanismos de conexión en la fase deliberativa, decisoria, cómo atraemos talento y juventud, cómo nos abrimos a la sociedad, el modelo de partido. Luego hay un debate necesario sobre la ponencia política que describe a un partido que tiene que tener un proyecto para la España del 2020 en el marco de su regeneración democrática, de su problema territorial, de sus perfiles frente al funcionamiento de los grandes servicios públicos. Tenemos que describir al partido en el marco de una legislatura en la que somos líderes de una oposición que dobla el brazo del Gobierno a veces, y le obliga por tanto a rectificar, y que pacta con él también. Y hay una tercera ponencia económica y social que describe el futuro de un país cuyo reto sigue siendo ser competitivo en la globalización, pero que tiene que abordar gravísimos problemas de desajuste social, su cohesión social, por la desigualdad, el empobrecimiento de las clases medias y la devaluación de su mercado sociolaboral.

¿Habrá propuestas nuevas respecto a las del 2013?

El proyecto político tiene que ajustarse a una nueva realidad. Ha nacido otra izquierda, que convive con nosotros, somos oposición en una legislatura compleja, España tiene grandes problemas que necesitan grandes pactos. Esto tiene que configurar una estrategia política, de qué partido somos y qué partido queremos ser para la España que deseamos. Y eso implica novedades, claro. Especialmente en el área económica y social tenemos que recuperar confianza en la gestión económica. No se puede ser alternativa a la derecha desde la izquierda sin que la izquierda genere confianza en la gestión del crecimiento. Y tenemos que ser capaces al mismo tiempo de ofrecer soluciones a problemas estructurales graves, hay un desajuste permanente de ingreso y gasto que no puede ser eterno. Hay que reducir algunos costes que nos hacen poco competitivos, ya sea en transportes, en coste energético, inversión en I+D. Todo esto es clave para una izquierda que pretende obtener la mayoría. Porque seremos un partido de mayoría o no seremos un partido útil. Y todo eso es condición necesaria para un proyecto sostenible de recuperación de la cohesión social. En ese terreno, la conferencia política quedó muy lejos de obtener propuestas concretas que sí tenemos que ser capaces de configurar ahora.


La declaración de Granada, también del 2013, fija la posición del PSOE y del PSC en el debate territorial, con la propuesta de una reforma de la Constitución en clave federal. ¿Este documento no se tocará? ¿Tres años después sigue siendo la mejor solución, en su opinión, pese a que el proceso soberanista en Catalunya ha seguido avanzando?

Estamos tan convencidos de que este camino es el único, desde nuestro punto de vista, que no lo vamos a tocar. Nuestra voluntad es mantener el documento de Granada tal como está y que sea ratificado solemnemente por el Congreso. PSC y PSOE estamos unidos en torno a este proyecto, vamos a mantenernos en él y no vamos a retocarlo.

El Gobierno y el PSOE siguen no obstante apelando a la “prudencia” ante una reforma de la Constitución, como se pudo comprobar en la última celebración del 6 de diciembre. ¿Cuál es el principal impedimento para abrir este debate? ¿Quizá la demanda de Podemos de someter a un referéndum popular cualquier cambio en la Carta Magna?

Me preocupa mucho que Podemos tenga una mirada tan crítica sobre el pacto reconciliatorio y sobre la Constitución española. Eso me parece muy peligroso porque significa olvidar los mimbres culturales de un país que sigue necesitando de ese espíritu de pacto. Inclusive de un reconocimiento orgulloso de que lo que hicimos fue útil, y lo sigue siendo, para que en ese marco quepamos todos. Esa actitud destructiva del pacto reconciliatorio y de la Constitución española me parece muy desacertada, y espero que Podemos pueda cambiar, porque queremos contar con ellos lógicamente. La revisión de la Constitución, sin embargo, se explica no solamente en el ámbito territorial sino también en otros muchos. Pero no será nada fácil si no se recupera un espíritu semejante al que tuvieron los constituyentes en aquellos años, y España está muy lejos de ese sentimiento, desgraciadamente. El Gobierno tiene que ser capaz de instalar esa cultura, y tiene que hacerlo con una generosidad grande para suscitar un clima, un ambiente, una atmósfera favorable a esa revisión del pacto. El riesgo de que no haya acuerdo lo tienen todos, no sólo el Gobierno. Aquí el Gobierno monopoliza los temores, sin comprender que el fracaso en la negociación de un acuerdo se cargará en las espaldas de todos, también de las comunidades, los nacionalistas o las izquierdas que sean incapaces de alcanzar un marco sin comprender que una Constitución es un pacto de renuncias. Las renuncias de parte son las que hacen posible el acuerdo de todos. Me parece mucho más peligroso la pasividad que ha mantenido el PP durante cuatro años y que espero que no permanezca, que el intento, por difícil que sea. Creo que hay espíritu de cambio, y que el PP y el Gobierno van a facilitar que abordemos este trabajo aunque sea en una fase técnica inicialmente. Hay que empezar cuanto antes.

Futuro del PSOE:

"No podemos subirnos a la montaña para ser los líderes del no, porque seremos un partido testimonial”

La propuesta de creación de una subcomisión en el Congreso para empezar a debatir sobre esta cuestión no se presentará, al menos por parte del PSOE, hasta el próximo período de sesiones de las Cortes, en septiembre. ¿Cree realmente que esta legislatura será la de la reforma de la Constitución?

Debiera serlo. El reto secesionista de Catalunya es histórico, y requiere una respuesta a la altura de los tiempos. Lo podemos vencer sólo con política, con pacto. Haciendo fuerte el catalanismo no separatista. Y eso sólo se puede hacer con un proyecto generoso, e implica una reforma de la Constitución que a su vez esté basada en un pacto con Catalunya. No sólo, pero también, porque la Constitución no puede fracasar en Catalunya. Esta es una condición que hace precisamente que la responsabilidad recaiga en todos, porque si en las Cortes abrimos el espacio a este debate y tendemos la mano, alguien del nacionalismo catalán tendrá que cogerla, o asumirá la responsabilidad de que su unilateralidad lleva al barranco a Catalunya. Colocar la pelota en el tejado del nacionalismo catalán es importante cuando efectivamente desde España abramos una reforma de la Constitución que permita un nuevo Estatuto en Catalunya y que permita que el derecho a decidir de los catalanes se manifieste realmente sobre el nuevo Estatuto que surge de esa Constitución. Eso es decidir juntos. Y eso es decidir en la legalidad. Y eso es decidir sobre concretas condiciones de vida, de ser Catalunya y estar en España y no sobre una supuesta consulta en la que se manifiestan deseos. No, no, no, el refrendo tiene que ser refrendatario, plebiscitario, para que el pueblo decida sobre lo que es, sobre condiciones, no sobre deseos.

¿El acuerdo entre el PNV y los socialistas vascos puede ser un buen ejemplo a seguir?

Sí. Catalunya puede mirarse en el País Vasco actualmente, porque socialistas y nacionalistas vascos están dando un ejemplo de concebir su nacionalismo, que no es el mío, en el siglo XXI. Como bien dice Urkullu, el nacionalismo que tiene una concepción decimonónica de la soberanía está condenado al fracaso. Y en el nacionalismo independentista de Catalunya hay una concepción decimonónica, que no tiene que ver con el mundo que tenemos. El ciudadano no se levanta cada mañana mirándose al espejo para saber si es independiente, tiene que saber que realmente su estatus como catalán le permite combatir el fraude fiscal o el comercio internacional, ese sí establece condiciones de vida. La gran reflexión que una parte del nacionalismo tendrá que hacer es de qué manera da respuesta a su sentimiento identitario en el siglo XXI, en el que las grandes decisiones no las toman supuestas soberanías de pequeños países, la decisión sobre dónde se instalan las sedes centrales de las empresas, dónde se establecen las líneas de comercio entre las grandes empresas, las decisiones sobre cuál es la cadena de valor de las grandes multinacionales, dónde se instalan las tecnológicas, cuál es su fiscalidad. Todo esto que afecta a los ciudadanos cuando por la mañana se miran en el espejo, no es independencia. No, lo siento. Tenemos que ser capaces de encontrar el acomodo adecuado a un sentimiento que respeto, que es un sentimiento de comunidad de Catalunya, con manifestaciones lingüísticas incuestionables, pero tenemos que hacerlo mirando al siglo XXI. El gran reto del nacionalismo es ser capaces de encontrar el ser Catalunya en España y la manera en que relacionamos la identidad catalana en España y en el mundo.

La relación entre el PSOE y el PSC está también en revisión. ¿Cree que la mejor solución será que el PSC no tenga voto en ningún órgano decisorio del PSOE, como ocurre a la inversa? ¿Por ejemplo que el PSC no tenga voto en la elección del secretario general del PSOE?

Soy partidario de que sigamos lo más unidos que podamos. Es verdad que el estatuto del PSC con el PSOE tiene algunos desajustes. Pero yo en general prefiero que los socialistas catalanes participen en el PSOE como los demás. Cuanto más unidos estemos, mejor, porque tenemos un reto tan importante que tenemos que ser capaces el PSC y el PSOE de expresar en Catalunya y en toda España un proyecto razonable. Es muy difícil, porque la negociación de este proyecto es muy complicada. Pero PSC y PSOE somos una fuerza capital para que esto sea posible, sin nosotros no veo arreglo.

Reflexión interna

Seremos un partido de mayoría o no seremos un partido útil”



¿El reconocimiento de Catalunya como una nación nunca estará en el planteamiento del PSOE?

En el Estatuto que hicimos encontramos una formulación que la Constitución española tiene que admitir, que es la declaración en el preámbulo de un reconocimiento que Catalunya hace de sí misma. El Parlament de Catalunya ha declarado que Catalunya es una nación. Punto. Es una manifestación de Catalunya. A mí me vale.

¿Cree que las conclusiones a las que llegue este nuevo equipo de trabajo se deben plasmar en una nueva conferencia política o llevarlas directamente al futuro congreso del PSOE?

Es una decisión de la gestora, me parece instrumental. Lo que decidan me parece bien. Mi criterio es hacer tres ponencias, aprobadas en un comité federal, como texto base de discurso, en el entorno de la Semana Santa, y un fuerte debate interno en el seno del partido durante dos meses. Congreso, en el entorno de junio. Soy más partidario de hacer las cosas bien que rápido. Y con esto lo digo todo.

También el presidente de la gestora, Javier Fernández, ha anunciado que propondrá celebrar el congreso del PSOE antes del próximo verano, quizá en junio. ¿Pero cree que el PSOE puede aguantar tanto tiempo sin un líder?

Junio es una fecha razonable. Coincido con lo que dice Javier Fernández en torno a la fecha del congreso. Es que antes no se pueden elaborar los proyectos, salvo que a la gente no le importe el proyecto. Hay que elegir un líder en concordancia con el proyecto del partido que queremos ser, un partido fiable, serio, que conecte con nuestro ADN histórico en España de ser un partido ligado a las grandes transformaciones, un partido reformista, solvente. Ese es el proyecto, y el líder tiene que engarzar con eso. Las prisas no son buenas consejeras en este momento, porque además, por qué no reconocerlo, determinadas heridas que ha creado el proceso en los últimos meses hay que cicatrizar, no abrir.

¿Cuál es su apuesta en el debate del liderazgo del PSOE? ¿Ha llegado el momento de Susana Díaz, se acabó definitivamente el tiempo de Pedro Sánchez o ve conveniente una tercera vía, que pueda evitar una lucha fratricida, en la que algunos dirigentes sitúan a Patxi López?

Primero, veo difícil sostener un liderazgo futuro sobre un líder que se marchó. Y después de un año tan dramático como el que hemos vivido en el 2016. No veo que eso pueda ser el futuro. Segundo: no sé si somos conscientes de que gobernar el PSOE no puede hacerse contra Andalucía, lo cual no quiere decir que me esté manifestando por nadie, puesto que Susana Díaz todavía no ha dicho una palabra de lo que va a hacer. Es conveniente introducir el argumento de que el acuerdo orgánico es imprescindible, previamente a la elección del líder. Yo quiero un acuerdo amplio, de muchas federaciones, inclusive, a poder ser, sobre un solo candidato. Esa me parece una formulación que sostiene la unidad del partido, que cierra heridas y que conforma un partido con ganas de remontada. Es decir, un partido unido. Si eso fuera posible hacerlo, sería lo mejor.

Reforma federal

Podemos vencer el reto secesionista de Catalunya sólo con política y pacto”


¿Apuesta por tanto por la candidatura única?

Me parecería lo mejor. Si las grandes federaciones del partido pactaran sobre un solo candidato, me parece mejor, porque el partido está necesitado de esa inyección de unidad, que puede ser pactada orgánicamente por los líderes territoriales y por los gobiernos socialistas de las comunidades autónomas. Algunos compañeros se olvidan de esto. Cuando el PSOE pacta el techo de gasto, pacta porque necesita tener un horizonte financiero para las comunidades que gobierna. Eso explica nuestra posición. Nosotros no podemos subirnos a la montaña para ser los líderes del no, porque seremos un partido testimonial. Nosotros no queremos ser la mayoría de una izquierda fragmentada, queremos ser el partido alternativo a la derecha. Y eso nos obliga a hacer una apuesta en este momento por la unidad interna del partido, por cerrar estos meses que han pasado, remodelar muy bien su proyecto y encontrar un liderazgo sólido y presentarnos al país como un partido fiable, que pueda ser alternancia a la derecha española. Este es el sentido de lo que queremos ser: un partido de mayorías, con vocación de mayoría, no que rivaliza con otra izquierda para acabar con dos izquierdas pequeñas.

Publicado para la Vanguardia, 11/12/2016

27 de noviembre de 2016

Europa con Cuba.

El acuerdo con la isla se firmó en marzo, pero está pendiente de que lo ratifique el Parlamento Europeo.

Hace algo más de dos años que la Unión Europea inició negociaciones con Cuba para establecer un acuerdo de diálogo político y cooperación. Meses después, Barack Obama anunció el comienzo de negociaciones entre Estados Unidos y Cuba, que culminaron con el restablecimiento de embajadas.

El acuerdo UE-Cuba se firmó el 11 de marzo del 2016 y está pendiente de ratificación en el Parlamento Europeo, lo que no será fácil porque la derecha europea, especialmente la del Este, es profundamente anticomunista y ve en Cuba la prolongación de su odiosa Unión Soviética.

El acuerdo, es cierto, no está condicionado al cambio democrático cubano ni a la recuperación de las libertades fundamentales, más allá de un etéreo diálogo abierto sobre derechos humanos, cuyo desarrollo está por ver. Cuba no admite injerencias en su sistema político. Lo defiende con orgullo y tozudez y nada ni nadie ha podido doblar ese brazo en los cincuenta años de políticas internacionales de presión sobre el régimen. No lo lograron el boicot estadounidense y las durísimas sanciones todavía en vigor de la ley Helms-Burton. No lo lograron tampoco años y años de aislamiento, como el que propuso Aznar a la UE en 1998, la mal llamada posición común. Tampoco lo hicieron las políticas más suaves, de mano tendida y apaciguamiento, de diferentes políticos europeos, desde Mitterrand hasta Hollande, desde Felipe González hasta Zapatero. 

¿Por qué ahora? Primero, porque Cuba necesita apertura económica, inversión, desarrollo tecnológico y turismo. Los rusos nunca hicieron nada bueno por Cuba, y los venezolanos no están para ayudar. Segundo, porque Estados Unidos ha decidido abrirse a Cuba, en parte como condición necesaria para recuperar presencia política y comercial en América Latina, lo que obviamente no puede hacerse sin el pasaporte cubano, que es el icono que abre las puertas cerradas para los yanquis. Tercero, porque Raúl quiere pilotar los cambios políticos y económicos de un régimen insostenible. De hecho, todo el partido comunista cubano está estos meses enfrascado en unas sesudas discusiones sobre el futuro de su modelo económico: ¿capitalismo de Estado a la china, quizá?, ¿modelo Vietnam?, ¿modelo propio? Nadie lo sabe y nadie lo puede adivinar. Lo único que sabemos es que quieren mantener el control político de un proceso, necesariamente abierto a los mercados (cuatro cruceros americanos llegan ya cada semana a La Habana y más de cincuenta compañías aéreas negocian su aterrizaje), a los inversores (ojalá que los españoles no perdamos esta conexión), a las tecnologías (internet, la red y las televisiones ya están allí) y a los millones de personas que quieren visitar una isla tan atractiva por miles de razones.

La política internacional europea ha apostado por favorecer estos cambios. Por hacernos presentes ayudando a que una transición incierta pero inevitable traiga libertades y derechos a un pueblo cuya idiosincrasia no permitirá una economía de mercado sin democracia. Por eso creo que la mayoría del Parlamento Europeo aprobará esta acuerdo Unión Europea-Cuba y seguirá reclamando, como lo ha hecho ya en varias ocasiones, incluso el mismísimo Trump, la derogación del embargo y de la brutal ley Helms-Burton, como pasos inteligentes para que los propios cubanos elijan su mejor destino. En eso estábamos cuando murió Fidel.


Publicado en "La Vanguardia" 27/11/2016

  

30 de septiembre de 2013

Primero un nuevo acuerdo, después, la consulta.

A Cataluña, con respeto y con afecto.

Me sumo a las  terceras vías Me sumo a los que piensan que las dos estrategias que tenemos sobre la mesa, conducen al desastre: la consulta a la independencia y el rechazo al enconamiento y a la retroalimentación victimista de los extremos del péndulo antiespañol y anti catalán. Un horror. Pero digo, con intención, terceras vías, porque en ese espacio un poco ambiguo y poco conocido, se esconden fórmulas o estrategias diferentes, que conviene clarificar.

Vayamos por partes. ¿Por qué no es posible una consulta auto determinista en España? La respuesta tiene una lógica jurídica  aplastante: Porque no la reconoce nuestra Constitución; porque la soberanía es de la ciudadanía española, y esa decisión nos corresponde a todos, porque luego habría que extenderla a otros territorios y, porque ningún país serio introduce en su ordenamiento jurídico una disposición tan profundamente desestabilizadora, que le condene a su demolición. ¿Hace falta más? No,no es posible un proceso de esa naturaleza en la España europea de hoy. ¿Son posibles otro tipo de consultas? Sí, claramente, sí. El Parlamento español puede aprobar otro tipo de consultas, pero todos sabemos que, a estas alturas del camino, no se trata de trasladar al pueblo de Cataluña una o varias preguntas disimuladas o sugerentes de negociaciones futuras. Seamos serios, eso no lo aceptarían, ni lo demandarán así, las fuerzas políticas catalanas que apoyan el famoso Derecho a Decidir.

Partimos pues, de esta doble hipótesis. Primera: La consulta del Derecho a Decidir se plantea única y exclusivamente en términos de obtener un Sí o un No a la independencia de Cataluña, con intención, naturalmente, de que venza el Sí porque, incluso los que reivindican el Derecho a decidir sin ser independentistas tendrán que apoyarla, para no sumarse al No que defenderán las llamadas fuerzas españolistas. Segunda: Es más que probable que ni el Gobierno ni el Parlamento del Estado acepten, aprueben y permitan la celebración de esa consulta. Conclusión: No hay espacios intermedios ni terceras vías  ni en el debate, ni en las estrategias sobre el Derecho a Decidir.

¿Cuál es para mí la tercera vía? Es aquella que parte de reconocer que en Cataluña hay un conjunto de reivindicaciones ampliamente sentidas sobre su status económico, autonómico, cultural y político, que debemos atender en una negociación seria y profunda de su marco jurídico y político de relación con el Estado. Coincide que eso se suma a diferentes problemas de funcionamiento de nuestro modelo territorial autonómico que reclaman una solución urgente e integral de nuestro Título VIII: la conversión del Senado en una cámara federal, la clarificación federal de las competencias, la institucionalización de los hechos singulares (lengua, financiación, etc.), la participación federal en los asuntos europeos, etc. etc.

¿Cuál es en concreto nuestra propuesta? Abordemos de inmediato una negociación de todos estos problemas. Hagámoslo en una ponencia para la reforma de nuestra Constitución que aborde otros ajustes de tiempo y de contexto (Europa, la crisis, Internet, la regeneración democrática, etc.), en un texto que ha servido magníficamente en este período de nuestra democracia pero, que necesita una modernización, importante, y una renovación de su legitimación social sustentada en un hecho incontrovertible: los menores de 53 años no pudieron votarla. También para mejorar nuestro modelo territorial avanzando en claves federales, para mejorar el autogobierno y el funcionamiento del Estado.

Una reforma de nuestra Constitución nos ofrece una oportunidad única para abordar, de verdad, los problemas reales de Cataluña porque, a diferencia de la frustrada experiencia con la reforma del Estatut, estamos hablando de recoger en nuestra Carta Magna, la forma de ser y estar Cataluña en el Estado. De manera que, aquél Estatut que refrendó el pueblo de Cataluña en 2006, no podría ser declarado inconstitucional. Estamos hablando de una Nueva Constitución que debería ser pactada con las fuerzas mayoritarias de Cataluña, porque su refrendo posterior lo hace imprescindible. Estamos hablando de darnos una nueva oportunidad de seguir viviendo juntos en la solución previa de los contenciosos que ahora tenemos.

El final de esta Legislatura es un tiempo propicio para este proyecto, tan ambicioso como necesario. Quedan dos años hasta las próximas elecciones generales y la disolución de las Cámaras bien podría coincidir con la aprobación del nuevo texto constitucional.

El Derecho a Decidir cobra así y aquí, pleno fundamento. Los catalanes votarían a sus representantes en las Cortes. Votarían después la nueva Constitución en un Referéndum, junto a todos los españoles y decidirían, después, ellos solos, el marco jurídico-político estatutario, su propia Constitución, resultado de este marco singular negociado paralelamente.

¿Cuáles son las diferencias de estos Derechos de Decisión que se ofrecen en esta propuesta? Primero: que lo que votan los catalanes no es una opción extrema del problema (Independencia Cataluña-Sumisión a España), sino una formulación integral, medida, razonada que excluye los perfiles radicales del problema y responde a la centralidad identitaria de Cataluña. Segundo: Que ofrece al elector catalán los resultados de una negociación que la consulta autodeterminista omite. Por eso también nos oponemos a ella quienes creemos que la democracia exige dar al ciudadano una información veraz y objetiva de las consecuencias de sus decisiones. Una consulta aquí y ahora oculta los impredecibles efectos de una negociación con España y con Europa, de consecuencias incalculables para los ciudadanos de Cataluña. Tercero: Un proceso de decisión refrendataria Como el que propongo se asienta en la ley y en la estabilidad porque, ¿quién garantiza que en los meses siguientes de la consulta autodeterminista, una parte del electorado independentista, o del que se ha abstenido, no milite abiertamente en la tesis del pacto con España?

El llamado Derecho a Decidir, si Cataluña se va o se queda, esconde una grave distorsión democrática porque no permite decidir -de verdad- las enormes consecuencias de una decisión apriorística. Por eso, el Derecho a Decidir debe ser refrendatario de lo que la política, los partidos y las instituciones, negocien y acuerden. De lo contrario no es solo ilegal, es desestabilizador porque no acaba nunca, rompe la comunidad en extremos identitarios y oculta al ciudadano la complejidad de las opciones en juego y de sus consecuencias.

¿Quiere todo esto decir que un proyecto independentista no puede materializarse nunca? ¿Estamos negando, con este razonamiento, viabilidad jurídica a una aspiración democrática? Planteo en abierto estas preguntas porque quiero ser honrado con mis argumentos y porque me constan esas inquietantes preguntas en el interlocutor nacionalista de este debate. Mi respuesta -personalísima- es que, en todo caso, un proyecto independentista no puede materializarse de manera tan traumática, coyuntural y tramposa. De un día para otro, en plena crisis económica, que ha puesto el descontento de los recortes al servicio de una campaña sectaria, maniquea y antiespañola, sin explicar objetivamente las consecuencias de una ruptura tan grave, en un clima de exaltación sentimental, hábilmente manipulado en contra de nuestra historia común. No, así, no. Pero, siempre he creído, mayorías muy sólidas, ampliamente mayoritarias, socialmente muy vertebradas, instaladas en todo el territorio, reiteradas de manera sucesiva, pacíficamente expresadas y adecuadamente negociadas, deben tener siempre, acomodo y respaldo en el ordenamiento jurídico-político de un país. Eso es decidir. Eso es democracia y ley.

Publicado en La Vanguardia, 30/09/2013