12 de junio de 2023

Bildu y el voto nacionalista.

El éxito electoral de Bildu el 28-M merece algunas reflexiones. De entrada, es preciso destacar que de todos los partidos socios de la coalición de Gobierno en España es el único que ha salido fortalecido. Las razones de esta excepción hay que buscarlas en la peculiar mirada del electorado vasco a su propia realidad política.

El escándalo provocado por sus listas y la utilización masiva de este hecho en la campaña nacional han sido el primer factor en su favor. La presencia de exterroristas en sus candidaturas no provoca la misma indignación moral y política en el País Vasco que en el resto de España porque la sociedad vasca tiene una voluntad de olvido y de superación, quizás por la autocrítica que suscita su propio comportamiento, incompatible con el uso electoralista de esa circunstancia. Cabe, pues, interpretar que este hecho no ha provocado rechazo electoral a Bildu porque una parte de la sociedad vasca no solo no recrimina su pasado, sino que premia su apuesta política por la paz y las vías democráticas. Esto es particularmente así en la población joven, que o bien no sabe mucho de nuestra vieja tragedia o simplemente no la valora de manera tan crítica y censurable como lo hacemos las personas de más edad.

La segunda circunstancia explicativa de sus resultados es que ha jugado muy bien sus cartas ideológicas de izquierda en sus apoyos al Gobierno de coalición. Tan es así que ha superado al PNV en su papel de ‘conseguidor’ en Madrid, dada la composición y el discurso del Gobierno central en esta legislatura. Sus apoyos han sido muy puntuales, pero decisivos en momentos y materias muy significativas: pensiones, Presupuestos... Y eso les ha proporcionado un protagonismo en el espacio de la izquierda que explica, en parte, su clara penetración en el electorado de Podemos.

Hay tambien un cierto desgaste del PNV, fruto de su larga hegemonía histórica en las instituciones locales vascas y consecuencia en parte también de la incomodidad manifiesta en la que se ha movido en la política estatal, apoyando a un Gobierno con el que no siempre coincidía, especialmente en las áreas de Podemos, y con el que, por primera vez en su historia, veía ensombrecido su protagonismo en la gobernación española por la competencia antes señalada de su principal rival nacionalista. Tampoco es descartable un reproche electoral por el estado del servicio público de salud (Osakidetza). La pandemia desnudó múltiples carencias que no se han corregido, muy significativamente en el servicio de Atención Primaria y en las largas listas de espera para consultas de especialistas . Hay áreas en las que el Gobierno vasco tiene acreditada una gestión eficaz (industria, infraestructuras, servicios sociales...); pero es poco comprensible que, con más recursos públicos que otras comunidades autónomas, hayamos dejado en situación tan precaria la prestación social más importante.

Bildu, a su vez, ha modernizado y suavizado sus perfiles (incluso los estéticos), ajustándose al ‘statu quo’ político y asumiendo un pragmatismo propositivo evidente .Ninguna de sus propuestas programáticas ‘tocaba’ los intereses económicos de la ciudadanía vía impuestos y han desaparecido de sus discursos extremismos ideológicos u ocurrencias ecológicas. No han aparecido elementos identitarios de su proyecto nacional. El euskera, la Ertzaintza, el Estatuto, la independencia... no han tenido significación alguna en la campaña ni en sus medidas programáticas. Todo ello ha hecho que el voto a Bildu haya sido un voto cómodo, fácil, casi guay, provocando el efecto de una mayoría nacionalista abrumaduramente mayoritaria si la sumamos a la del PNV.

Dicen los dirigentes de Bildu que ellos son una fuerza nítidamente independentista, pero lo cierto es que esconden este perfil como señal de su proyecto porque saben que, si esa fuera su bandera política real, muchos de los votos que reciben no se sostendrían. La experiencia de Cataluña aconseja mucha prudencia al nacionalismo en general. No solo por el fracaso de las estrategias unilaterales y radicales, sino también porque una parte importante del acomodado voto nacionalista en Euskadi abandonaría ambas formaciones si la tensión identitaria vasca fracturara nuestra sociedad.

Este es un tema que merece un análisis más sosegado porque los dirigentes nacionalistas más abiertamente independentistas (tanto en Bildu como en el PNV) aplazan tácticamente esa reivindicación hasta contar con una mayoría social de apoyo a su proyecto, esperando que su mayoría electoral refleje esa aspiración. Pero olvidan que su pragmatismo táctico adormece ese señuelo y acomoda crecientemente a la sociedad vasca con el marco autonómico estatal. A los hechos me remito: en los tiempos en los que la suma electoral de las dos fuerzas nacionalistas casi alcanza los dos tercios de los votantes, la voluntad independentista ronda el 20% de los ciudadanos vascos.

Publicado en el Correo, 12/6/2023