21 de mayo de 2006

Navarra en el corazón.

Todos conocemos la importancia sentimental y política que los nacionalistas vascos conceden a Navarra. Son innumerables sus citas al viejo reino como el embrión de soberanía política del proyecto nacionalista. Navarra en el origen del viejo pueblo vasco y la aspiración última de integración territorial. Navarra como objeto de culto, casi religioso, a la mítica Euskal Herria. Navarra como un deseo político confeso para tener un espacio físico y económico imprescindible en un perspectiva geográfica y en unas coordenadas cuantitativas de país. Por eso, no es extraño que el nuevo tiempo abierto con el cese de la violencia haya producido una verdadera carrera especulativa sobre el futuro de Navarra en los procelosos y previsibles diálogos que se aproximan.

La cuestión Navarra fue tratada, en la configuración autonómica y constitucional, con especial delicadeza. El equilibrio final se logró mediante una modernización del régimen foral navarro que la constituyó en comunidad autónoma propia, equiparada al primer nivel del autogobierno de las comunidades mal llamadas históricas (art. 151 de la Constitución espñola). Paralelamente, a través de una disposición transitoria, se contempló la posibilidad de incorporación de Navarra a una Comunidad Autónoma Vasca ampliada, si en una consulta expresa a la ciudadanía navarra, convocada por el Gobierno foral, así se decidiera. De manera que los constituyentes contemplaron una posibilidad potencial de unión vasco-navarra, si la evolución de un proceso, desconocido entonces, lo hacía aconsejable o necesario con sujeción a unas reglas tan democráticas como excepcionales.

¿Qué ha ocurrido desde entonces? En esencia, dos grandes pulsiones antagónicas han ido configurando la realidad actual. De una parte, el nacionalismo vasco no ha ocultado su aspiración de integración de Navarra en Euskadi, con mil gestos, algunos cargados de significado simbólico -como aquella previsión de escaños en el Parlamento vasco para los futuros parlamentarios navarros-, y diferentes propuestas de relación institucional que favorecieran la integración social y cultural como adelanto de la integración política. La punta de lanza de esta estrategia la ha sostenido ETA, con una acción terrorista encaminada a conseguir ese objetivo a través del chantaje, la extorsión y el asesinato de quienes se oponían a sus pretensiones. No hace falta decir que el anexionismo nacionalista vasco ha sido respondido en Navarra con un reforzamiento navarrista, que ha ido cristalizando en una amplia mayoría ciudadana, opuesta a cualquier consideración política unitaria de ambas comunidades.

Lo cierto es que, veinticinco años después de esta experiencia, las pulsiones políticas antagónicas siguen tan vivas como siempre y la sociedad navarra sigue atravesada por esta cuestión nuclear. Esto se ha puesto de manifiesto en el cruce de declaraciones que ha suscitado el 'alto el fuego' de ETA. Quien primero ha alzado la voz ha sido el presidente navarro, Miguel Sanz, que parece decidido a liderar un navarrismo foral, tan legítimo como el vasquista, pero cargado, en esta ocasión, de oportunismo y extremismo políticos. Me explicaré.

Oportunismo político es especular, sin base alguna, sobre un supuesto acuerdo con ETA en torno a Navarra, entre las condiciones del cese de la violencia. Eso es ponerse una aparatosa venda sobre una herida inexistente. No niego que Navarra vaya a ser objeto de diálogo, porque sería ingenuo hacerlo. Pero, con la misma objetividad, aseguro que nadie ha pactado nada y afirmo que es imposible hacerlo sobre Navarra, en sentido contrario a la realidad sociopolítica Navarra. El presidente navarro y la coalición política que representa han hecho una sobreactuación política, cargada de interés partidario, para nuclear en sus siglas la opción navarrista, intentando, de paso, sembrar dudas, en terreno tan sensible, sobre su oposición socialista.

Pero hay también una tendencia extrema en esta actitud que se expresa con antinatural beligerancia hacia lo vasco en Navarra. Somos comunidades vecinas y como todas las que lo son, tenemos intereses comunes en múltiples materias: infraestructuras, medio ambiente, proyección exterior, economía, etcétera. Tenemos una historia muy próxima de recuerdos, y eventos que nos marcaron por igual. Migraciones mutuas que construyen realidades familiares cruzadas, impactos culturales mutuos, una lengua común, además del castellano y un futuro por hacer desde el respeto y el reconocimiento recíproco, pero también desde una comunidad de intereses incuestionables. Enarbolar las banderas de una Navarra negadora de esta evidencia es tan injusto como poco inteligente. Lo uno porque condena al silencio a una parte del país, aunque sea muy minoritaria, y lo segundo porque enquista la fractura sociopolítica de la comunidad.

Sin embargo, al presidente navarro le han acabado dando un poco la razón sus adversarios políticos más extremos. Efectivamente, Batasuna ha hecho pública su propuesta sobre Navarra, en un ceremonioso acto en Pamplona, el sábado 6 de mayo, situando 'la cuestión navarra' en el corazón de sus reivindicaciones. Lo mismo que hacía, por cierto, José Elorrieta -secretario general de ELA-, en una entrevista en EL CORREO ese mismo fin de semana. La pretensión de integrar a Navarra en Euskadi es legítima, pero imposible. La razón es clara, una mayoría abrumadora de los navarros (entre un 70% y 80%) quiere ser comunidad foral. Contra esto no hay razón ni negociación alguna.

Los que pretenden que el PSOE cambie su posición y recomiende esa integración, como consecuencia de no sé qué intereses ó negociación futura, no comprenden que un partido no puede hacer lo contrario de lo que demandan sus electores, a riesgo de suicidarse. Tampoco valen trucos de malabarismo político como los que proponen algunos. Hacer una única mesa de diálogo político, incluyendo la representación política de Navarra, es meter artificiosamente, como tema central del diálogo político, lo que es una reivindicación de parte, en un foro en el que las fuerzas políticas vascas no puedan decidir porque no tienen ninguna legitimidad democrática para ello. Tampoco es posible 'la consulta', como la pretenden estos malabaristas tramposos. El futuro de Navarra sólo les corresponde a los ciudadanos navarros en una consulta que sólo puede convocar el Ejecutivo foral y en la que sólo deben y pueden participar los ciudadanos de Navarra. No caben 'consultas' como consecuencia del fin de la violencia, es decir, que impregnen de un precio político a la paz, ni mucho menos, en el conjunto de la población del País Vasco y Navarra, con objeto de diluir y aplastar el 'no' navarro con el 'sí' nacionalista vasco. Aquí nadie se chupa el dedo y ya somos muy mayores como para que pretendan engañarnos con esos trucos.

Yo soy hijo de navarros, como muchos vascos. Confieso un afecto muy especial a Navarra y a los navarros. Me gustaría que la paz abriera un espacio a la colaboración y al entendimiento, desde el reconocimiento mutuo, de nuestras dos comunidades. Es más, acepto cualquier destino en el futuro y considero razonable dejar abiertas las puertas a todas las posibilidades. Pero exijo el respeto a las reglas y a la democracia. Navarra en el corazón, sí, pero respetando a los navarros, por favor.
EL Correo, 21/05/2006