22 de junio de 2008

Un aniversario desgraciado.

Se cumplen ahora diez años de la ruptura del Gobierno de coalición PNV-PSE-EE, que puso fin a doce años (1987-1998) de coaliciones políticas entre PNV y socialistas vascos en el Gobierno autonómico, diputaciones forales y ayuntamientos. La dirección de los socialistas vascos, que entonces encabezaba Nicolás Redondo, decidió retirarse de una coalición que desde comienzos de aquel año (1998) renqueaba y atravesaba mal que bien sucesivos incidentes políticos de diferente calado: ruptura del Pacto de Ajuria Enea, Ley de selecciones deportivas y algunas votaciones parlamentarias en las que a la discrepancia entre socios de gobierno se unía la simbólica y premonitoria alianza entre nacionalistas de PNV y EA con Batasuna.

¡Lo que son los tiempos! Aznar, presidente del Gobierno entonces y aliado con el PNV en la gobernación española, calificó aquella ruptura de «frívola y electoralista», dando a entender, ’sensu contrario’, que los socialistas deberíamos haber mantenido la coalición con quienes caminaban abiertamente hacia el pacto con la izquierda abertzale y ETA, que dio origen, sólo unos meses después, al pacto de Estella. Es verdad que los partidos somos tremendamente subjetivos analizando los acontecimientos políticos desde ópticas sectarias las más de las veces; pero recordando aquellos hechos y releyendo la hemeroteca de esos meses produce hasta gracia la defensa del PNV por parte del presidente Aznar, que debía conocer entonces por los servicios de información el ir y venir de algunos dirigentes del PNV a las confusas fronteras del magma batasuno y que fue literalmente traicionado por sus socios, semanas después, con un pacto hecho a sus espaldas y contra él.

En el socialismo vasco la decisión de ruptura no fue fácil. Ni unitaria. A mí me sorprendió y, como a otros compañeros que llevábamos defendiendo y sosteniendo la coalición con los nacionalistas, nos pareció precipitada. Desde la comisión ejecutiva del PSOE, en la que me encontraba desde hacía un año, se decidió apoyar a los compañeros vascos y tanto Almunia como Borrell lo avalaron. Pero quedará para la especulación histórica la duda sobre si no habría sido mejor que la ruptura la provocaran quienes realmente querían echarnos del Gobierno y no quienes siempre defendimos las bondades de una coalición necesaria. Me explico: creo que Redondo tuvo razón al denunciar a un PNV que caminaba hacia el pacto que luego se denominó de Lizarra, y que contemplaba la acumulación de fuerzas nacionalistas como alternativa al pacto plural de nacionalistas y socialistas. Pero quizás habría sido más coherente hacerlo una vez materializado dicho pacto y haberle hecho pagar al PNV el precio de una ruptura histórica que sólo él deseaba. Como muy bien se pudo comprobar semanas después de las elecciones de octubre de 1998, en las que Batasuna fue premiada electoralmente por la tregua que se derivó del pacto, Ibarretxe no quería ni vernos. Cuando el PSE le hizo ver su disposición a un nuevo gobierno de coalición, tanto el nuevo lehendakari como Egibar mostraron un desprecio absoluto hacia tal posibilidad, conscientes como eran de que el pacto abertzale les obligaba a hacer un gobierno en minoría con EA dependiendo del apoyo de los 14 diputados de Batasuna. Un apoyo, por cierto, que les resultó fatal e inasumible cuando ETA volvió a matar -y de qué manera- en enero de 2000.

Ésa es la verdadera historia de la ruptura. El PSE fue el que la materializó, pero las causas políticas son las que venían gestándose en el seno del PNV a favor de una estrategia nacionalista que ponía fin a la era Ardanza y a muchos de los fundamentos de la política jeltzade desde la transición política. Efectivamente, desde mediados de los noventa cobran fuerza las tesis de Egibar-Ollora y Arzalluz a favor de un final de la violencia gestionado por los nacionalistas a partir del reconocimiento del derecho a la autodeterminación. Esto llevó a cuestionar el Pacto de Ajuria Enea, a su vez muy debilitado por la oposición del PP a las políticas de reinserción, y arrastró al PNV a la superación de la vía estatutaria. En 1997, cuando ETA asesina a Miguel Ángel Blanco, surge el llamado ‘espíritu de Ermua’ y el Tribunal Supremo encarcela a la totalidad de la Mesa Nacional de Batasuna. Es en este momento, principios de 1998, cuando Ardanza hace un desesperado intento de salvar Ajuria Enea sobre otras bases que el PP rechaza, lo que empuja al PNV hacia el pacto de todos los nacionalistas y la tregua de octubre del mismo año. Desde entonces seguimos prisioneros de esa estrategia y deudores de aquellas coaliciones.

Este pulso sigue hoy. Ibarretxe lleva diez años intentando su fórmula. A pesar del desastre de su primer gobierno, dinamitado por las bombas que mataban a su oposición mientras él gobernaba apoyado en los amigos de los terroristas, ganó en 2001 y en 2005 y se sintió legitimado para intentarlo en la misma dirección. Todos sus planes, propuestas o consultas responden en el fondo a un mismo propósito: imponer la paz a ETA desde la negociación política de sus objetivos, e imponer a España y a la comunidad vasca no nacionalista un país que camine hacia la Euskadi mitificada por el sueño milenarista del imaginario nacionalista.

Quienes podemos mirar al pasado desde la atalaya de un tiempo tan intensamente vivido estamos obligados a transmitir la importancia política de este giro copernicano en la doctrina nacionalista. En 1998 el PNV varió el rumbo de su proyecto y hoy su nave nadie sabe adónde va. De la unidad democrática contra ETA y la deslegitimación de la violencia de Ajuria Enea, a la confusión reinante hoy expresada en la incapacidad política de presentar las elementales mociones de censura contra los que apoyan el asesinato. Del reconocimiento de la pluralidad política e identitaria de los vascos a la imposición de un proyecto nacionalista, aunque sea a través de confusas y tramposas consultas. Del acuerdo entre vascos sobre el Estatuto y su formidable desarrollo y potencialidad, a la aventura de un Estado vasco supuestamente soberano, ya veremos de qué y de quién. Del pacto con los socialistas, que aglutina a las tres cuartas partes del país, porque es la línea gruesa de la sociedad vasca, al pacto sólo de nacionalistas y para nacionalistas en el que llevamos diez años y que caracterizará a Ibarretxe cuatro años más si gana las próximas elecciones.

Ardanza estaba hospitalizado los días de la ruptura. Más tarde, me dijo que si él hubiera estado de pie no habría permitido la ruptura. Creía que la habría evitado hablando con los dirigentes socialistas. Lo dudo. Lo que se estaba gestando aquellos días era mucho más profundo que una desavenencia entre socios de un gobierno de coalición que tuvo muchas y que fue capaz, con todo, de resolverlas siempre sobre la base de un entendimiento político de fondo. Durante el tiempo que me tocó pilotar, junto al lehendakari Ardanza, aquella coalición, no hubo sólo una química personal y un compromiso político leal. Además había una certeza común en la conveniencia de ese camino, en la necesidad de ese entendimiento, en las virtudes de nuestro mutuo esfuerzo de moderación y en las bondades de una sociedad que se reconocía y se respetaba desde la pluralidad por el ejemplo que dábamos entendiéndonos en su cúspide institucional.

Pero aquello acabó: En 1998, hace ahora diez años, los nacionalistas habían iniciado otro camino, poniendo fin a una etapa fructífera y hermosa que muchos vascos recordamos todavía con nostalgia. Espero que ese sentimiento no haya perturbado mi análisis. Si así fuera, les ruego me disculpen.

El Correo, 22/06/2008

1 de junio de 2008

Falsas soluciones.

La razón principal que esgrime el Gobierno vasco para su proyecto de consulta es que resulta imprescindible ofrecer una salida, una solución al eterno conflicto vasco y a la violencia de ETA. Ésta es en esencia la razón de ser del tripartito y de los gobiernos de Ibarretxe desde 1998 y esta idea de resolución histórica late en su propuesta. Una especie de camino al futuro, de nueva vía política se nos ofrece como pócima milagrosa para superar la odiosa e interminable violencia de ETA y para hacer posibles las aspiraciones políticas mayoritarias de la población vasca. Intentaré razonar la falsedad de tales propósitos y la imposibilidad de que soluciones simples resuelvan problemas complejos.

Suponiendo que se realizara la consulta y que un sí abrumador contestara a las dos preguntas, ¿quién asegura que ETA abandonaría la violencia? Tenemos suficiente conocimiento de sus móviles y de su práctica mafiosa como para creer ingenuamente que el rechazo de los vascos sea argumento concluyente para que esta organización abandone las armas. ¿O es que no llevamos treinta años mostrando continua y masivamente el rechazo a ETA? Sabemos que el único diálogo que entienden es el que acepta sus reivindicaciones clásicas: autodeterminación y Navarra. Y sobre todo, hemos comprobado, todos y muy recientemente, que ese diálogo, aunque venga precedido del «cese inequívoco de la violencia», se produce bajo la amenaza de su reanudación. Dicho de otra manera, sabemos y el lehendakari y el PNV lo saben bien (Lizarra, Loyola, etcétera) que ETA ‘dialoga’ poniendo precio político a su definitiva desaparición. Por eso es falso que la consulta traiga la paz y es más falso todavía que el final dialogado que propugna la pregunta sea un diálogo democrático y pacificador.

Dicen Ibarretxe y los jelkides que esta formulación del final de ETA es semejante o literalmente idéntica a la que aprobó el Congreso de los Diputados en 2005. ¿Pero es que no ha cambiado nada de entonces hasta ahora? Estábamos entonces en las vísperas de una declaración de ‘alto el fuego permanente’, discreta e inteligentemente construida, y hoy estamos en plena ofensiva terrorista. Aquella declaración estaba cargada de oportunidad y probablemente respondía a un movimiento que desencadenaría la tregua posterior. ¿Qué tiene eso que ver con los asesinatos recientes de Isaías Carrasco y Juan Manuel Piñuel? ¿Pero es que no hemos aprendido nada del frustrado proceso? Todos somos conscientes de la incapacidad de la dirección de ETA para asumir la paz. Todos sabemos quién rompió y por qué, en diciembre de 2006. Lo saben especialmente bien en Sabin Etxea y lo sufrieron en sus propias carnes Urkullu y Josu Jon Imaz. Lo sufrió el lehendakari -y de qué manera- en 2000 y 2001, cuando ETA nos mataba a socialistas y populares después de haberles engañado a ellos en la tregua de 1999.

De manera que no es verdad que ETA vaya a desaparecer por el mandato popular salvo que se le esté prometiendo un diálogo político posterior a su alto el fuego. Es decir, salvo que el lehendakari contemple precisamente ese escenario y esté pensando en un diálogo político con ETA para negociar sus pretensiones. Entonces la consulta y su propuesta ya no es tan falsa. Es tramposa, porque nos conduce a lo que niega y oculta a los ciudadanos. Es decir, nos lleva a negociar el final de la violencia sobre la base de la autodeterminación del pueblo vasco planteada en la segunda pregunta y a su vez legitimada por otro abrumador ’sí’ que surge condicionado y estimulado por el deseo de paz de la ciudadanía. Es ingenioso, pero burdo y fraudulento.

Las fechas del segundo referéndum -2010- y la explicación del lehendakari de esta propuesta en el debate del Parlamento vasco de septiembre de 2007 arrojan luz sobre esta operación. El lehendakari pretende hacer y ganar la consulta. Ganar después las elecciones autonómicas, como único gestor capaz de este particular y peculiar proceso, y negociar después, desde un nuevo gobierno nacionalista, con la izquierda abertzale este programa de autodeterminación y unidad territorial con Navarra, para trasladar por fin los acuerdos al ordenamiento jurídico y político vasco y español en el referéndum de 2010. Esto es lo que hay.

Es por esto que la consulta engaña y divide a los vascos. Les engaña porque promete una paz imposible en términos democráticos y de respeto a la memoria de las víctimas, o quizás posible, pero en ese caso es la paz de los nacionalistas. Es la paz que construyen los del árbol y las nueces, metáfora que siempre me ha repugnado porque nunca he dudado de la voluntad de paz y de las convicciones democráticas de los nacionalistas, pero que sería tristemente realidad con este esquema.

Pero además divide. Esta estrategia es rotundamente rechazada por los dos grandes partidos no nacionalistas que articulan a la mitad del país. La responsabilidad del lehendakari es buscar solución a los problemas estructurales de nuestra comunidad, con el máximo consenso. Una ley de servicios sociales se puede hacer con tal o cual mayoría, pero una definición del marco jurídico-político y de las bases de convivencia de la complejidad identitaria vasca no se puede hacer imponiendo una comunidad sobre la otra. La interesada teoría del ‘empate infinito’ que propugna la necesidad de superar un equilibrio de fuerzas y de componentes sociales que paraliza y bloquea el futuro es una solemne estupidez. O peor, es una falacia argumental para acabar preconizando la imposición de una comunidad sobre la otra y conducir al país a una construcción étnica de la comunidad. Procesos asimilacionistas como éste han sido germen de horribles fracasos colectivos y nacionales.

Es completamente falso y además grave error pretender resolver los problemas vascos mediante la imposición de una de las culturas políticas existentes en el país sobre las demás. En la esencia de la estrategia del lehendakari se ubica este principio. La ‘mayoría nacionalista’ que se articuló en el Pacto de Estella lleva diez años en este intento y la propuesta de consulta es la plasmación de este objetivo: un gobierno nacionalista que gestione la larga marcha hacia la independencia de Euskadi aprovechando un final de ETA que conquista el derecho a la autodeterminación. Se trata de la vieja acumulación de fuerzas nacionalistas que inspiró el Pacto de Lizarra y que Ibarretxe y algunos nacionalistas del PNV, EA, Aralar y Ezker Batua siguen considerando clave de bóveda de un futuro vasco en el que la violencia sobra porque esa mayoría nacionalista gestiona su causa.

Pero, por Dios, todo parece un gigantesco engaño. El lehendakari sabe que este confuso y demagógico plan no saldrá adelante y ha elegido a Batasuna como compañero de viaje para colocar al Gobierno y especialmente al PSE-EE como los represores y responsables de su rechazo legal y político, para después, confortablemente instalados en el victimismo y en la maldita equidistancia, conquistar una nueva mayoría electoral para rehacer un gobierno nacionalista a tres -o quizás cuatro, con Aralar- y seguir ejerciendo el poder para la nada. Espero que el pueblo no lo permita.

El Correo, 01/06/08.