23 de marzo de 2023

El poder de la crisis

 No es extraño decir que los seres humanos reaccionan frente a los riesgos y los peligros extrayendo lo mejor de sí mismos. Resulta más sorprendente que lo hagan siempre, frente a crisis sucesivas y que sean las instituciones –organizaciones humanas complejas– y no los individuos quienes alcancen este grado de superación frente a la adversidad. 

Es sin duda el caso de la Unión Europea. Si echamos la vista atrás, solo a los últimos quince años, es fácil recordar la sucesión de crisis sufridas por Europa, en una cadena de acontecimientos adversos que nos llevaron a lo que Junker llamó «policrisis existencial». Primero fue la crisis financiera de 2009 a 2014, que afectó a las deudas soberanas y al sistema bancario y nos puso al borde del despeñadero ante el temor de la caída del euro. Luego vinieron el Brexit, la crisis migratoria, los movimientos políticos antieuropeos y finalmente la pandemia y la guerra por la invasión rusa de Ucrania. 

Pues bien, a cada uno de esos negativos acontecimientos la Unión ha respondido dando significativos saltos adelante en su integración y en la fortaleza de su sistema institucional. Tan es así que, si imagináramos el desenlace de todos estos años sin la policrisis descrita, bien podríamos decir que tendríamos una Unión más parecida a la de diciembre de 2009, cuando entró en vigor el Tratado de Lisboa, que a la que tenemos afortunadamente ahora mismo. 

Es verdad que la respuesta dada a la crisis financiera fue errónea y procíclica; muy diferente, por cierto, a la que se ha producido estos últimos años con la pandemia y la guerra. Pero, con todo, el esfuerzo producido en la gobernanza del euro y las instituciones creadas para sostener la crisis fueron extraordinarios. Desde el famoso ‘six pack’ al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Desde la unión bancaria al Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Todos ellos son ahora la base de la gobernanza del euro y de las futuras instituciones económicas pendientes de desarrollo: el Tesoro Europeo y la unión de mercados de capitales. 

El Brexit produjo un temor comprensible a que en otros países se instalara la idea de que «fuera de la Unión Europea se está mejor», algo opuesto a lo que había sido una constante histórica de todos los países empeñados en entrar para progresar. Recordemos las propuestas electorales en Francia o en Italia de la extrema derecha, que prometían referendos semejantes al británico. Pues bien, una negociación bien hecha ha permitido a la Unión salir fortalecida de la pérdida de uno de sus principales Estados miembros y dejar bien sentado el principio contrario al temor inicial: ‘El que abandona el barco se ahoga’. 

La pandemia ha reforzado el sentimiento de pertenencia y el valor de la ciudadanía europea. El papel jugado por la Comisión en la investigación de las vacunas y en el reparto de las mismas por igual a sus ciudadanos compensó los problemas iniciales en la provisión de materiales sanitarios. El conjunto de instrumentos económicos puestos a disposición de los Estados miembros –MEDE, Sure, BEI...– por valor de casi 600.000 millones para ayudar a los Estados miembros en función de los daños producidos, y especialmente el Next Generation UE (750.000 millones), han sido pasos gigantescos que han convertido a la Unión en nuestro gran paraguas federal. Se dijo, con razón, que fue un momento hamiltoniano, aludiendo a la absorción de las deudas de los Estados Confederados después de la Guerra Civil norteamericana. Fue, sin duda, algo así como el mayor instrumento federal puesto en marcha por una Unión que no responde todavía a esa calificación política. 

Incluso la guerra nos ha llevado a aprobar por unanimidad diez paquetes de sanciones a Rusia, a comprar armas como Unión Europea y a construir un embrión de unión política: la Comunidad Política Europea, con los países vecinos, desde Reino Unido a los Balcanes.

Es más, de todas estas crisis han surgido demandas de avances en temas que han emergido con una poderosa urgencia: la defensa europea, la autonomía energética, los liderazgos industriales, la Agenda Digital, nuestro papel internacional... exigiéndonos respuestas nucleares para nuestra supervivencia, todas ellas en clave de más integración y más poder internacional. 

Solo encuentro una excepción a esta tesis de avance europeo frente a las crisis: la respuesta a los problemas migratorios. Fallamos en 2015 ante la crisis siria y seguimos siendo incapaces de acordar una política migratoria común. El Mediterráneo golpea nuestra conciencia y somos incapaces de dar una solución razonable a una emigración que necesitamos como el respirar para enfrentar una demografía letal (nunca mejor dicho).

Publicado en El Correo, el 23/03/2023

16 de marzo de 2023

Entrevista Spotify Talento Ephos

 


Fernando Abadía entrevista a Ramón Jáuregui, ingeniero, abogado y político español sobre diferentes temas como la sostenibilidad o la reputación empresarial.

Enlace:

Entrevista a Ramón Jáuregui - con Ramón Jáuregui - El Diván | Pódcast en Spotify



8 de marzo de 2023

Tribuna de Talento-Ephos: Entrevista.



Hoy entrevistamos a Ramón Jáuregui. Es ingeniero técnico y abogado, entre los muchos cargos
que ha desempeñado, quiero destacar que fue Ministro de la Presidencia, Vicelehendakari y también, Eurodiputado. Además, es experto en Responsabilidad Social Corporativa y fue uno de los impulsores, allá por 2005, de la subcomisión parlamentaria en el Congreso sobre Responsabilidad Social Corporativa.

 Ramón, la reputación es su valor intangible de la empresa, se dice que, cada día es más importante. ¿Por qué? Y, sobre todo, me interesa especialmente saber, ¿Qué es reputación empresarial y que no lo es?

Bueno, reputación, todo el mundo sabe lo que es. Es reconocimiento, es que tu marca sea
reconocida y que tenga un cierto prestigio social. Tener un crédito público en tu sector y entre tus
clientes y yo diría en tú círculo corporativo, esto es reputación y todo el mundo lo sabe. Y
ciertamente, como bien decías, es un valor intangible fundamental en este momento, en este siglo XXI de las comunicaciones. 
Para la empresa de hoy, tener reputación es un factor necesario para muchas cosas, por ejemplo, para atraer talento. 
Es decir que, muchas personas se incorporan a compañías que tienen reputación tecnológica o que tienen reputación medioambiental. La reputación es imprescindible para mejorar tus resultados, para atraer clientela, para mejorar tus ventas. Ahora bien, hay una reputación, que puede ser puntual, sectorial, ¿no? Una empresa puede tener, por ejemplo, una gran reputación en sus condiciones de trabajo, puede tenerla en su inversión en investigación y desarrollo, en su valor tecnológico, en su compromiso medioambiental, pero puede al mismo tiempo, no serlo en otras muchas cosas.
De hecho, conocemos muchas experiencias de empresas que tienen una práctica extraordinariamente valorada, reconocida, excelente, diría yo, por ejemplo, en la inserción de la discapacidad, y al mismo tiempo tener unas prácticas medioambientales o de recursos humanos deplorables. Esto es lo que yo creo que no cabe, por eso, cuando hablamos de reputación, hablamos de reputación integral, de una compañía que tenga la capacidad de ser excelente en todos los planos de su actividad empresarial. A eso llamamos sostenibilidad. Ser una empresa sostenible, es tenerlo todo, para tener la máxima reputación. O, dicho de otra manera, no hay reputación sin sostenibilidad.

Ramón, me quedo esta última frase: ‘no hay reputación sin sostenibilidad’. Es una afirmación rotunda. Pero entonces, ¿a qué podemos llamar sostenibilidad?

 Bueno, yo diría que sostenibilidad es el término que culmina una larga trayectoria, una larguísima experiencia en torno a lo que en su día llamamos responsabilidad social de las empresas, o responsabilidad social corporativa. 

Como bien decías en tu presentación Fernando, mi relación con todo este plano, con este mundo tan interesante, procede de que ya en el 2004, iniciamos en el Parlamento Español toda una serie de debates que dieron lugar a un libro blanco, y que, luego ha dado lugar a prácticamente 20 años de desarrollo de esta cultura, a la que llamamos, la cultura sostenible.

Y hoy, efectivamente, ya disponemos de lo que llamaríamos una teoría y una práctica acumulada,
que establece conceptualmente qué es sostenibilidad y que, sobre todo, mide en conceptos que
permiten su comparación internacional estas cualidades. Desgraciadamente, durante muchos
años, a lo largo de los prácticamente 10-12 años iniciales de esta cultura, no había manera de
medir. Hablábamos de muchas cosas y colocábamos etiquetas, había mucho marketing social,
digámoslo así, pero no había una manera de comparar, medir y premiar, o en su caso, castigar,
los comportamientos sostenibles o insostenibles, respectivamente. Yo creo que hoy tenemos ya,
las herramientas para que internacionalmente podamos hablar de tres grandes conceptos que
integran la sostenibilidad y son 3 palabras, de hecho, ya se ha resumido en la ESG toda la cultura
de la sostenibilidad. La E habla de medio ambiente, la S habla de la dimensión social y la G de la
gobernanza.

¿Qué es la E? La E es la dimensión medioambiental que examina y mide tu estrategia de
descarbonización, tu progreso en la reducción de las emisiones, tus objetivos y tus contribuciones
en la lucha contra el cambio climático, la taxonomía europea en la medición de tu contribución a
esta lucha, tu contribución a la economía circular... esto es la E, el compromiso medioambiental
medible.
¿Qué es la S? La S mide la dimensión social que examina condiciones laborales, la salud y la
seguridad en el trabajo, la conciliación con los intereses familiares o personales de los
trabajadores, la igualdad en sus diversos planos, la acción social de la compañía, lo que
llamaríamos la cultura corporativa en la calidad del empleo.

¿Qué es la G? La G habla de Gobernanza Corporativa, habla de transparencia, de reportes, de
cómo informas tú, a todos los agentes que circulan en torno a la empresa desde fondos
financieros a bancos, desde observadores a medios de comunicación, de tu cultura de la
sostenibilidad, de tus compromisos en esta materia, obviamente examina la diligencia de vida en
la cadena de subcontratación de la empresa, el control interno de la información no financiera, la
financiación sostenible, la manera en la que participan en los consejos de administración, los
criterios retributivos, la manera de participación de los accionistas, todo lo que llamaríamos el
Gobierno de la sostenibilidad. En estas tres palabras está contemplada hoy la concepción y la
medición de la sostenibilidad empresarial.

Ramón, ¿y por qué estas exigencias? Qué está ocurriendo en nuestro mundo para que
las empresas tengan que incorporar la sostenibilidad o la responsabilidad social como
base de su reputación corporativa.

Es muy evidente que el mundo en el que estamos, en el mundo del 2023, no es el del siglo
pasado. Vivimos múltiples disrupciones en nuestra vida y también en la vida de las empresas: las
tecnológicas, las geopolíticas, las medioambientales, inclusive las ideológicas. 
Hay un crecimiento de sentimientos de protesta frente a la desigualdad, a la incertidumbre, a los riesgos que contempla el futuro... 
Y hacia todo eso, la empresa no puede ser insensible o pensar que eso no existe, ese mundo que rodea la empresa es un mundo que le afecta.

La empresa ya no es un simple triángulo integrado por: propietarios, clientes y trabajadores,
es un espacio compartido. Es un espacio público porque, en gran parte, las redes sociales, lo que
significa la conciencia medioambiental de la ciudadanía, las protestas que se han producido en las crisis anteriores (pongamos la crisis financiera del 2008 al 2014) ...

Todo esto ha ido generando una ciudadanía más sensible con el tema medioambiental, con la 
responsabilidad de las empresas y del mundo financiero en la crisis que sufrimos todos. 
Hoy lo hay con relación al tema energético, a las extracciones de mineral, al sector del hidrocarburo... De manera que, la empresa no puede ser ajena a todas esas demandas y esto es lo que va haciendo cada vez más fuerte el sentimiento, la concepción de que la empresa está insertada en un entorno social y que tiene una responsabilidad con ese entorno, y que, si no la cumples, no vas a tener reputación.
Casi cabe decir que hay una función social para la empresa, porque la sociedad impregna tanto el sentido de la empresa, el propio negocio de la compañía, que no puede alejarse de esa responsabilidad.

Y eso ha roto con toda la cultura neoliberal, de la escuela de Chicago, de considerar que solo  beneficios integran el mundo de la empresa, eso ya no lo contempla nadie. Todos los desarrollos teóricos de esta idea han ido produciendo, por otra parte, una creciente conciencia en el mundo empresarial más avanzado y progresista, de esta responsabilidad. 
No lo digo pensando solamente en empresarios, cómo, por ejemplo, españoles que llevan tanto en el sector financiero, como el Sr. Fainer en el mundo bancario; como el Sr. Entrecanales en el mundo de la energía o de las obras públicas; Sr. Galán en tema eléctrico; sino incluso, el gran consorcio de las empresas norteamericanas, el que se llama el Business Rometable ya estableció en 2019 su gran compromiso con estas áreas.

Entonces, ¿Dónde estamos? Estamos en un mundo en que la empresa tiene que concebirse y
crear su propia estrategia desde una perspectiva de cumplimiento integral con sus
responsabilidades. Las practicas más notables que se están produciendo en las grandes
compañías en el mundo entero nos van ya, señalando un camino, sobre el que se crean
departamentos de responsabilidad social o de sostenibilidad, como las llamamos ahora, que
elaboran el reporte anual, hay una ley que exige esa información a las compañías grandes en
Europa y por supuesto también en España, y todo esto ha ido creando departamentos cada vez
más notables, más importantes en el seno de las empresas que gestionan horizontalmente la
cultura de la sostenibilidad. Yo lo resumiría, finalmente, en una sola frase: El camino a la
excelencia, en todos los planos, ese el único camino de la sostenibilidad.

Muy bien. ¿Cuáles son los parámetros fundamentales de la sostenibilidad? O, dicho de
otro modo, ¿Cuáles son las tendencias, corrientes de fondo, o las exigencias sociales que
definen la sostenibilidad de las empresas de hoy?

Bueno, en parte las hemos citado ya anteriormente. Pero yo diría que, en el momento en que nos
encontramos hoy, hay siete grandes planos en los cuales se sitúa el deber de las empresas en
materia de sostenibilidad. Y creo que, con citarlos, ya prácticamente estamos desarrollando la
idea.

El primero, sin duda, seguramente por la conciencia medioambiental que la propia pandemia ha
generado, la sensación de que estamos en una biodiversidad atacada por nuestra propia acción y
que otras formas si son posibles. Hay un crecimiento notabilísimo de la ciudadanía con relación al tema medioambiental. La gente exige a las empresas que contribuyan a lo que es la lucha contra el cambio climático y los efectos que ese cambio está produciendo en la vida de la gente. Y esto, como he comentado antes, implica que las empresas hagan su propio cálculo de su huella digital, que establezcan una estrategia de descarbonización hacia ser neutros en un determinado plazo en sus emisiones y que reporten e informen sobre esos compromisos. Esa sería la primera gran tendencia que en este momento existe.

La segunda que señalaría es la transparencia. La empresa está cada vez más sometida al control, a la lupa de bancos, fondos de inversión, medios de comunicación... De lo que podemos llamar, el entorno corporativo que rodea una empresa, que puede ser mayor o menor en función de cuál sea su objeto de negocio. Accionistas, fondos, inversores, trabajadores, medios de comunicación... 

Todos ellos tienen una demanda de que la empresa establezca con claridad y sea transparente a
la hora de decir, no solamente cuantos beneficios obtiene, ni siquiera cómo los distribuye, sino,
cómo los obtiene. Es decir, que incluso sea capaz de transparentarse hasta explicar cuáles son
sus riesgos, porque eso lo quiere saber el inversor y eso también implica un esfuerzo de
transparencia cada vez más importante.

La tercera es la fiscalidad. Hay una alarma social en el mundo entero sobre la fiscalidad a las
empresas que se está reduciendo en el Impuesto de sociedades y hay, sobre todo, muchos
escándalos que se están produciendo en una globalización financiera que permite demasiadas
fórmulas para la elusión fiscal, esto implica que la ciudadanía tiene también una demanda de
saber cómo las empresas cumplen con el fisco, porque, sin duda son uno de los agentes
fundamentales que sostiene la cultura de la cohesión social y del estado del bienestar en los
países desarrollados.

El cuarto yo señalaría la creciente importancia de la debida diligencia en materia de derechos
humanos. Muchas compañías operan en el ámbito internacional, en muchos países donde los
marcos jurídicos son demasiado limitados, hay una demanda general y, de hecho, la Unión
Europea está trabajando en una directiva que camina en esta dirección para que, todas las
empresas, tengan en cuenta que en las empresas con las que cooperan o que trabajan para ellas
en su cadena de subcontratación, se cumplen derechos humanos: que no hay trabajo infantil, que
la madera no procede de bosques deforestados, que los minerales que no procedan de regiones
en conflicto, que para su extracción no vulneren leyes medioambientales internacionales...
Entonces, todo esto forma parte también de una cuarta línea de reflexión sobre la sostenibilidad
en el siglo XXI, en el momento en el que estamos.

El quinto es la igualdad. En todos los planos, hombres y mujeres, diversidad racial, igualdad en
las brechas tecnológicas, jóvenes y mayores, fijos y eventuales... La igualdad es un valor, y eso
también hay que cuidarlo.

El sexto es lo que llamamos una empresa inclusiva. Que vaya incluyendo modelos de
participación en gestión o en capital, que vaya mejorando su formación continua y la atracción de
talento en las compañías, que trabaje por la fidelización... Yo lo llamaría, el elemento de
innovación en la economía digital.

Y, por último, compromiso país; ¿esto qué quiere decir? Que las empresas son capaces de hacer
alianzas público-privadas con los gobiernos para atender demandas que los gobiernos tienen, y,
por otra parte, para aumentar su propia presencia económica o para aumentar su cartera de
servicios o su propia clientela.

Y hoy día, por ejemplo, que muchos países latinoamericanos tienen ofertas para avanzar en la
digitalización, en el cambio climático... Con la colaboración público-privada imprescindible. Estos serían los siete planos en las que situar una concepción moderna de la sostenibilidad.

Ramón, ha sido un lujo y un placer entrevistarte. Toda una masterclass, resumida en
unos minutos. Cómo decía, un auténtico placer. Gracias.

También para mí lo ha sido. Muchas gracias y hasta pronto.


 Entrevista realizada por Fernando Abadía, CEO de Talento-EPHOS.