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7 de septiembre de 2025

Hubo un tiempo

 Hubo un tiempo en el que los países dialogaban en foros internacionales para combatir riesgos para la humanidad y establecían así grandes acuerdos multilaterales para evitarlos. Ordenar la pesca y salvar los océanos, luchar contra el cambio climático, son algunos ejemplos.

Hubo un tiempo en el que Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad tenían capacidad para aprobar o prohibir intervenciones militares en determinados países .No eran posibles las viejas guerras en medio de Europa, ni los genocidios televisados.

Hubo un tiempo en el que las agencias de las Naciones Unidas regulaban y gestionaban aspectos fundamentales de las actividades humanas: el comercio (OMC), la Salud (OMS) y otras.

Hubo un tiempo en el que la comunidad internacional creó un poderoso y universal procedimiento (ODS), para alcanzar objetivos en materias de comunes aspiraciones: erradicar la pobreza, avanzar en la igualdad, asegurar la sostenibilidad del desarrollo, etcétera, fijando 17 grandes metas en una agenda universal 2030 para el desarrollo sostenible.

Hubo un tiempo en el que las principales potencias nucleares establecían acuerdos y compromisos de desarme nuclear y control mutuo de ese armamento, letal para la humanidad.

Hubo un tiempo en el que los derechos humanos, un código universal de respeto y dignidad del ser humano, se desarrollaban y se aplicaban progresivamente en el mundo entero, como una especie de suelo básico, de moral mínima, aplicable a toda actividad política y económica en todos los lugares de la Tierra.

Hubo un tiempo en el que el derecho internacional, sus reglas y las instituciones que lo aplicaban, eran respetados y aplicados rigurosamente en las contiendas internacionales. Los conflictos territoriales o de otra índole entre vecinos se resolvían apelando a tribunales trasnacionales o con la mediación de organismos internacionales.

Hubo un tiempo en el que el comercio internacional avanzaba hacia grandes acuerdos entre países y bloques económicos, sometidos a arbitrajes y normas internacionales que garantizaban los derechos y los intereses de las partes y facilitaban el comercio sin peajes normativos ni aranceles, para hacer libre e igual el comercio internacional.

Hubo un tiempo en el que la cooperación internacional de los países desarrollados con los países que no lo estaban era una obligación moral e histórica, asumida por las opiniones públicas y legalmente soportada por los presupuestos nacionales de los países ricos, en una progresión –nunca alcanzada– de lograr el 0,7% del PIB de cada país.

Hubo un tiempo en el que las necesidades militares de Defensa se reducían en función de un clima general de paz, consecuencia de la desaparición de las amenazas bélicas, que acentuaba la conciencia general de que la guerra ya no sería posible en el horizonte de nuestras vidas.

Hubo un tiempo en el que las democracias se extendían por el mundo, hasta el punto de creer que era el único régimen político posible y que tarde o temprano, todos los países –incluso China o Rusia– acabarían asumiendo las reivindicaciones ciudadanas de la libertad y sus consecuencias.

Hubo un tiempo en que las aspiraciones políticas de la mayoría estaban vertebradas en torno a proyectos políticos y partidos que articulaban un debate y una deliberación pública ordenada y constructiva. El Estado del Bienestar era el eje de esa dialéctica y los valores y las reglas de la misma regían para todos.

Ese tiempo y ese mundo han desaparecido o están camino de ello. No hace tanto de ese tiempo. De hecho, ese era el mundo de ayer. De ayer mismo.
Esta descripción, un poco simplificada quizás, pero real como la vida misma, evoca aquellas memorias inolvidables (‘El mundo de ayer’, 1942), en las que el genial Stefan Zweig describía con pluma brillante la vida apacible y despreocupada de Viena y buena parte de Europa a finales del siglo XIX y principios del XX, antes de las dos grandes guerras y la llegada del nazismo.

 La evocación es más literaria que real, porque las diferencias políticas, sociales y económicas con aquella época son enormes, pero viene a cuento como elemento reactivo frente al desastre. Porque, como entonces, nos invade una especie de impotencia ideológica ante lo que algunos consideran tendencias irremediables y se percibe un abatimiento universal ante un mundo en decadencia inevitable. Como si la aparición de estos nuevos ‘hombres fuertes’, estos nuevos líderes imperialistas, estuviera modelando un mundo salvaje e inapelable. Por eso es necesaria esta descripción provocativa, para convocar a todos a la recuperación de unos valores y unos principios sobre los que construir un mundo habitable y en paz, con justicia, libertad y dignidad humana. En definitiva, para construir nuestro propio futuro.


Publicado para El Correo, 7-9-2025

 

20 de julio de 2025

Certezas, razones e intuiciones.

La desmesura de la oposición fortalece al Gobierno. Pero si no hay Presupuestos en 2026 ni los socios moderan sus exigencias, llegará lo que todos sabemos.

Una certeza es que no habrá moción de censura porque no hay mayoría en la oposición para construirla. Otra es que tampoco habrá moción de confianza porque los socios no la desean y prefieren mantener al Ejecutivo sin una declaración tan expresa de apoyo. Certeza, por último, es que parecemos condenados a un enfrentamiento terminal hasta las próximas elecciones generales, sean estas cuando sean. La estrategia del PP no deja lugar a la esperanza de acuerdos transversales y la del Gobierno y sus socios camina en la misma y antagónica dirección.

Hay tres razones que explican la voluntad del PSOE de superar los últimos acontecimientos sin caer en la tragedia. Frente a demandas de dimisión del presidente, convocatoria electoral o congreso extraordinario, todas ellas cargadas de legitimidad democrática y de una cierta moralidad ejemplarizante, hay una razón pragmática, otra de orden interno y una tercera de carácter moral y colectiva.

Empezando por esta última, digamos que el conjunto de los actuales dirigentes del PSOE (los cuatrocientos reunidos en el Comité Federal) creen que las causas del escándalo están perimetradas a conductas individuales y que nada ni nadie probará lo contrario. Es algo así como un grito colectivo que reivindica a un partido y su acción política por encima de las causas judiciales abiertas a dos de sus dirigentes, por importantes y graves que sean estas.

La segunda responde a la realidad orgánica. El actual PSOE es un partido más vertical y jerarquizado que nunca, sin disidencias internas y sin segundos niveles alternativos. La dependencia ministerial de algunos de sus principales líderes territoriales es buena muestra de ello. El liderazgo orgánico de Sánchez es tan rígido como sólido. El partido depende de él y resulta difícil contemplar su futuro sobre otro liderazgo. De hecho, cuando se contempla esta hipótesis no hay nombres de alternancia.

La tercera razón es más pragmática todavía. Admitidas las exigencias de responsabilidad política del secretario general del PSOE por estos nombramientos, su respuesta se ha planteado en un doble plano: reconocerlas y pedir perdón por una parte y, por otra, proponer medidas internas (en su partido) y externas (en el Gobierno y en las leyes) contra estos hechos. El tiempo dirá si los ciudadanos las consideran suficientes.

Pero asumir esta responsabilidad dimitiendo y convocando elecciones equivaldría a una autoinculpación política que habría determinado toda su vida política y la del partido que lidera. Es difícil hacerse el harakiri de esta manera. Se ha dicho que en otros países esas dimisiones son moneda corriente en casos semejantes. Por ejemplo en Portugal, cuando António Costa renunció por mucho menos. ¡Cierto! El resultado es que el Partido Socialista de Portugal perdió el Gobierno, luego las elecciones y hoy es la tercera fuerza política, superada por la extrema derecha de ese país, cuando judicialmente la denuncia quedó en nada.

Entre las intuiciones, destaca una: esa nueva polarización surgida entre PP y Vox por disputarse un creciente electorado extremo puede acabar fortaleciendo el espacio de apoyo social al Gobierno. Es tal la exageración de la oposición y la desmesura de los insultos, que provocan un justificado temor a su acceso al poder. Todas las líneas rojas de esa dialéctica (desde encarcelar al presidente a expulsar a 8 millones de inmigrantes) se han sobrepasado grave y reiteradamente estos últimos días. Todo ello en un contexto internacional en el que la extrema derecha de Trump está destruyendo los valores más esenciales de la dignidad humana: la solidaridad, la cooperación, el derecho y la paz. Curiosamente, factores exógenos están justificando y fortaleciendo la coalición.

Se intuye, por último, que el Gobierno pasará el verano, si las responsabilidades penales del escándalo no superan el perímetro individual de los imputados. Pero su prueba del nueve serán los Presupuestos de 2026. Su proyecto político no podrá sostenerse hasta 2027 sin ellos.

El PSOE hará bien en reivindicar las medidas sociales que caracterizan su acción de gobierno, pero no debe olvidar que algunas y quizás nuevas exigencias de la heterogénea mayoría que lidera pueden destruir su gestión. En el fondo, su proyecto de una España conciliada con sus nacionalismos, construida sobre la base de una política plurinacional y progresista se examinará también en las próximas elecciones y solo se salvará si los socios moderan sus exigencias a la ortodoxia de las cuentas públicas, a los compromisos internacionales y europeos del país y a los límites de la España constitucional. Si se pasan, en un sentido o en otro, darán paso a lo que todos sabemos.

Publicado en El Correo, 20-7-2025

10 de abril de 2025

¿Campeones nacionales?

Hay guerras más trascendentes que la de los aranceles. En la batalla de las tasas a las exportaciones a EE UU en la que nos ha metido Trump no nos jugamos el futuro. Es grave, por supuesto, altera bruscamente el comercio internacional basado en reglas y seguramente elevará precios y nos empobrece a todos. Pero de este conflicto, con más o menos daños, se sale.Lo que verdaderamente fija nuestro lugar en el mundo y el grado de riqueza y bienestar social de nuestras sociedades es la guerra tecnológica. Cuál es nuestro grado de desarrollo tecnológico, en qué nos especializamos, cuál es el nivel de digitalización, de Inteligencia Artificial o de tecnología cuántica que incorporamos a nuestros procesos productivos, esos son los parámetros que determinarán la productividad y nuestro nivel de desarrollo económico en el futuro, en este siglo de innovaciones trepidantes.

En Europa hay talento, hay cientos de centros de investigación de alto nivel, hay recursos públicos importantes, tanto europeos como nacionales y regionales, y hay base tecnológica suficiente para estar en el triángulo de cabecera del mundo, junto a Estados Unidos y China. ¿Qué falla? La dimensión y la fractura nacional de todo ese espacio de I+D+i. Los objetivos, la especialización tecnológica y otros muchos factores de esa planificación están definidos por planes nacionales y muchas veces incluso regionales. No hay economía de escala, no hay coordinación suficiente y perdemos las carreras de la innovación y la investigación frente a gigantes tecnológicos, amparados en sistemas financieros más flexibles (EE UU) y más comprometidos con esos objetivos (China). Lo grave, además, es que los avances y las transformaciones tecnológicas se están produciendo a velocidades inimaginables hace solo unos pocos años.

Cuando Mario Draghi nos advirtió de que las principales empresas del mundo en computación cuántica son norteamericanas y chinas, o cuando nos alertó sobre el hecho de que solo cinco de las cincuenta empresas tecnológicas más importantes del mundo son europeas, y cuando nos expuso otras preocupantes estadísticas de parecido tenor, lo que nos estaba diciendo es que no podemos ganar estas carreras siendo tan pequeños y estando tan desunidos y descoordinados. Esa era la esencia de su mensaje.

Pasa lo mismo con el tamaño de nuestras empresas. Todos los países europeos tenemos nuestros respectivos campeones nacionales en banca, 'telecos', energía, constructores ferroviarios, motores, obra pública, seguros, etcétera, pero no tenemos campeones europeos, capaces de competir con el resto del mundo. Solo hay un sector económico en el que tenemos un verdadero y único campeón europeo y por ello competidor mundial: la aeronáutica.

La dimensión de nuestras grandes empresas es minúscula en comparación con los grandes líderes empresariales chinos o estadounidenses y eso nos hace inferiores frente a ellos en capacidad de innovar y en financiación y nos elimina en grandes concursos públicos internacionales. Pero cuando hablamos de unificar bancos, constructores o 'telecos' surgen, como un resorte imparable, los intereses nacionales y seguimos cómodos en nuestras pequeñas ligas nacionales.

Traslademos ahora este debate a la defensa o a la seguridad, como le gusta llamarla a nuestro Gobierno. Toda la inmensa tarea que nos imponen las dramáticas circunstancias que vivimos en Europa pasará por armonizar nuestros sistemas militares y por reestructurar nuestra industria bélica para abastecer con autonomía estratégica y soberanía tecnológica a nuestro futuro ejército europeo. Costará dinero y años, muchos años, y costará hacerlo y hacerlo bien. Pero ¿seremos capaces de unificar nuestras factorías militares y nuestros armamentos y coordinar la investigación tecnológica que, indefectiblemente, habrá que lograr para ser mínimamente eficaces? De no hacerlo, no seremos tenidos en cuenta, ni siquiera para disuadir a nuestros enemigos.

La clave para todos nuestros retos es la integración. Más integración quiere decir más delegación de competencias de la nación a Europa, menos soberanía nacional, menos intereses nacionales y más decisiones europeas pensadas por y para veintisiete, al igual que lo hacen Estados Unidos o China.En el comercio decide Europa, porque es la Unión la que tiene la competencia, pero en la investigación, en la defensa, en la unión y fusión de grandes compañías (en la búsqueda por tanto de campeones europeos en todos los sectores económicos), en la energía, en el mercado de capitales, en la unión bancaria, en muchas cosas de las que dependemos y cuya competencia es nacional, solo una Europa integrada podrá ganar las batallas del futuro.

No es casualidad por eso que en Europa se diga con tanta frecuencia una frase que expresa bien la síntesis de este artículo: «En Europa solo hay dos tipos de países, los que saben que son pequeños y los que no lo saben».

Publicado en El Correo 10/04/2025

12 de marzo de 2025

Contradicción insalvable.

La abrumadora mayoría política del nacionalismo (PNV+Bildu) que expresa la ciudadanía vasca en las elecciones autonómicas refleja una voluntad identitaria incuestionable. Es verdad que las elecciones generales dibujan un escenario más atenuado, lo que relativiza mucho esa pulsión nacionalista. Recordemos: la suma de PNV y Bildu ocupa 54 escaños de 75 en el Parlamento vasco y un 68% de los votos escrutados en las elecciones autonómicas de 2024, pero esos mismos partidos totalizaron sin embargo un 48% de los votos en las generales de 2023, con el PSOE como primera fuerza con el 25%.

 Vienen estas referencias a cuento de nuestro eterno debate sobre el ‘estatus’ vasco y las pretensiones, directas o solapadas, de independencia del País Vasco en el mundo que se está dibujando con el señor Trump al mando. Puede parecer oportunista esta conexión, pero me parece totalmente legítimo y necesario abordarla, teniendo en cuenta que tanto el PNV como Bildu tienen fijados sus objetivos estratégicos de esta legislatura en la negociación de un nuevo estatuto que contemple caminos hacia esa independencia, aunque sean graduales o procedimentales. 

Dejo para otros análisis la gravedad de las quiebras que se están produciendo en nuestros parámetros morales y éticos, democráticos y humanitarios, con la irrupción trumpiana, y me centraré simplemente en lo que está sucediendo en el marco geopolítico, no solo por la influencia del nuevo presidente estadounidense, sino por los efectos que generó la pandemia años antes, haciendo saltar por los aires las bases de una globalización desordenada y desgobernada. 

Basta seguir las informaciones diarias para comprobar que lo internacional ha penetrado en nuestros análisis y que todo, absolutamente todo, depende de acontecimientos que vienen de fuera de nuestra pequeña aldea. Afortunadamente, la centralidad informativa que fuimos en tiempos trágicos ha desaparecido. Nuestro debate político interno, incluido el que surge de nuestro Parlamento vasco, palidece ante la dimensión no solo de la política nacional española, sino que resulta anecdótico y banal ante la gravedad de los retos europeos, en un mundo cada vez más hostil y cada vez más competitivo con nuestros intereses. 
Todos los días comprobamos que las grandes decisiones empresariales dependen de centros de poder y de intereses económicos y tecnológicos que son ajenos a los nuestros. En nuestras familias se producen exilios laborales forzosos, porque los salarios, las posibilidades profesionales y las aspiraciones de nuestros licenciados les llevan hacia capitales (no solo Madrid) que atraen el talento y concentran las sedes directivas de las compañías. Las decisiones que determinan el horizonte estratégico de las empresas –la financiación, el coste de la energía, la normativa del mercado interior– sitúan nuestro entramado económico bajo dependencias nacionales o europeas como mínimo. Todo el debate sobre la autonomía estratégica, el que afecta a las cadenas de suministro, al transporte internacional, a los materiales críticos, al suministro de bienes esenciales, a las condiciones del mercado internacional (tasas y gravámenes de exportación) tan de actualidad desgraciadamente, todo eso y mucho más depende de nuestro lugar en el mundo.

¿Y cuál es nuestro lugar? Es Europa. Estamos en el mapa con España y en Europa. No hay otro lugar y somos muy poco. Europa es pequeña en el mundo de los nuevos imperios que se reparten minerales, energía, comercio, tecnología, y que quieren convertirnos en vasallos y siervos de los poderosos, ya lo sean por su población, por su extensión, por sus riquezas, por su economía, su liderazgo tecnológico o su poder militar y nuclear. 
Trump ha roto el tablero de nuestro viejo mundo, nuestra seguridad, nuestras alianzas, y nos impone un campo de juego salvaje, con amenazas bélicas, sanciones comerciales, ‘gaps’ tecnológicos y competencia normativa e ideológica. Estados Unidos, que alentó y ayudó a la construcción de Europa, se ha convertido en nuestro competidor y bien podríamos decir que en nuestro enemigo, si todo sigue así. Puede parecer fuerte este adjetivo, pero su estrategia con Rusia y Ucrania lo acredita. 
Vuelvo al principio. ¿Es razonable pensar en la independencia teniendo en cuenta estos parámetros de nuestra realidad? ¿Tiene algún sentido que el partido en ascenso electoral en Euskadi, el que aspira, legítimamente, a la mayoría y a gobernar nuestro país, tenga un proyecto tan anacrónico como irracional, tan absurdo como perjudicial, en esta Europa de 2025? ¿Seremos capaces de superar esta contradicción insalvable?
Publicado en El correo.

14 de febrero de 2025

Ahora, ¿qué?

Provocativamente, la ponencia de los socialistas vascos, que su militancia discutirá en su X Congreso, desde hoy en San Sebastián, se pregunta qué es lo que corresponde hacer ahora, en este mundo raro y hostil, en el que se sitúa Euskadi a comienzos de 2025. 

Esa mirada realista al entorno se hace desde una reivindicación orgullosa de un partido que ha prestado a Euskadi servicios muy estimables en su historia, desde finales del siglo XIX, y que ha sido protagonista fundamental en estos últimos casi 50 años de democracia y autogobierno. Es, claro, una mirada subjetiva y partidista, pero refleja realidades tan incuestionables como nuestro compromiso con el autogobierno y la Constitución, nuestro sacrificio por la paz y nuestra contribución a la Euskadi social y a su modernidad económica y competitiva, junto a la notable dotación de sus bienes públicos.

El PSE-EE destaca su plataforma de poder institucional actual en ayuntamientos, diputaciones y Gobierno vasco y se atribuye una especial responsabilidad en la mejora de la vida de los vascos y en la lucha por la igualdad, la justicia social y la democracia. 
Para eso, su ponencia política da por superada la etapa de lucha contra el terrorismo y de confrontación con el nacionalismo, para abordar así «un nuevo comienzo generacional y político», centrado en el sistema sanitario, el modelo de cuidados, la autonomía estratégica, el Estado del Bienestar, el feminismo y Europa. Ese intento superador de una etapa pasada lleva a los actuales dirigentes del socialismo vasco a plantear a su militancia una especie de programa político muy pegado a las necesidades reales de la ciudadanía vasca, con especial detenimiento en tres áreas: el empleo y la calidad laboral, la vivienda y todo el ámbito sanitario y de cuidados de una sociedad envejecida. 

Como corresponde a una socialdemocracia moderna, que responde por otra parte a la sociología vasca,el PSE-EE defiende con especial sensibilidad las políticas de integración e inclusión de las personas en situación de pobreza y marginación social, en un contexto de esfuerzo fiscal general y progresivo. Por cierto, reclamando para el Parlamento vasco, muy oportuna y acertadamente en mi opinión, esa facultad regulatoria y armonizadora de nuestro viejo sistema foral. Todo ello al tiempo que se apuesta por un tejido productivo competitivo, en el que la investigación, la innovación, la formación y la internacionalización dirijan las políticas de lo que ahora llamamos autonomía estratégica. 

En el ámbito sanitario, se observa una comprensible radicalidad. La mención de Lluch, Freire y Bengoa justifica sus críticas al estado actual de este servicio público esencial, para reclamar una transformación integral de Osakidetza, con más recursos, más profesionales y otro modelo de gestión.

Por último, en el ámbito sectorial, los socialistas vascos sitúan la política de vivienda bajo el ambicioso título de convertirla «en el quinto pilar del Estado del Bienestar». Pero, más allá de la ambición del título, esta necesidad vital de nuestros jóvenes es objeto de un pormenorizado plan cuya mejor garantía la ofrece el propio consejero Denis Itxaso. 

Hace la ponencia, finalmente, una firme apuesta por actualizar nuestro autogobierno «para mejorar la vida de la gente y reforzar nuestra cohesión social. No tengo nada claro aquí, en este espinoso tema, que nuestra confrontación con el nacionalismo vasco esté superada, como pretende la ponencia en sus inicios. Es cierto que en la XI Legislatura, la ponencia de autogobierno recibió de los expertos convocados al efecto un texto articulado con un nivel de consenso superior al 95%, y que ese texto sería una buena base para avanzar. Pero no es menos cierto, que el PNV y Bildu están aproximando sus posiciones en torno a dos temas imposibles para el socialismo vasco: la bilateralidad, que algunos llaman confederación con el Estado o «soberanismo gradual», y el reconocimiento de un derecho o de un procedimiento hacia la autodeterminación, bajo la eufemística fórmula del ‘derecho a decidir’. No veo ninguna razón para sumarnos a ese consenso nacionalista. Nada en la sociedad vasca lo reclama.Nada de lo que ocurre en Europa y en el mundo lo aconseja. Nunca hemos estado ahí y nuestra disposición al acuerdo con los nacionalistas no puede llevarnos a destruir nuestro ideario y a traicionar lo que con tanto esfuerzo hemos defendido toda nuestra vida. No queremos irnos de España, ni que España se vaya del País Vasco. Queremos compartir nuestras identidades y un autogobierno profundo en el Estado y en Europa. 

Como bien dice la ponencia, los nacionalistas deben decidir si quieren renovar nuestro autogobierno con una mayoría de parte o con una mayoría transversal, contando para ello con el PSE-EE.

Publicado el 14/2/2025, en El Correo

5 de enero de 2025

Tirano y tramposo.

Para evitar sanciones, Maduro estará de acuerdo con las dos urgencias de Trump: energía barata para bajar la inflación y expulsión de inmigrantes.

El próximo día 10, Maduro tomará posesión de la presidencia de Venezuela para un nuevo período, hasta la misma fecha de 2030. Es posible que en las dos anteriores elecciones presidenciales, en 2013 contra Henrique Capriles y en 2018, con ausencia de la oposición, también hubiera fraude, aunque no fuera tan flagrante como el que se produjo el pasado 28 de julio. Ese día, el ganador fue Edmundo González Urrutia, por una diferencia aproximada del 65% frente al 35%, según la oposición (que presentó las actas de las mesas) y los pocos observadores internacionales (el Centro Carter) que pudieron acudir a esa jornada electoral. He tenido la oportunidad de hablar con cualificados y muy diversos sectores políticos y sociales venezolanos y todos me confirman esas estimaciones.

De manera que, sí, el perdedor claro de las elecciones venezolanas se pasará por el arco del triunfo las protestas interiores y exteriores contra su atropello y tomará posesión rodeado de la parafernalia chavista y el boicot de la comunidad internacional, a excepción, claro está, de los países interesados en su apoyo: Rusia, por razones geopolíticas, y China, por la deuda acumulada que tiene pendiente de cobro y que solo puede recuperar por envíos, más o menos clandestinos, de petróleo.

El 23 de diciembre, el presidente electo Edmundo González Urrutia anunció solemnemente que acudiría a su toma de posesión y describió un pormenorizado programa de gobierno en uno de esos desayunos que tienen lugar en lujosos hoteles de la capital de España. A reiteradas preguntas de los periodistas sobre cómo y de qué manera haría posible su entrada en el país, cómo tomaría el poder y cómo podría implementar sus proyectos, la respuesta fue el vacío. Evasivas comprensibles por el obligado secretismo de su viaje y silencios demasiado expresivos de sus ingenuas pretensiones. Salí del desayuno pensando, con enorme tristeza, que todo era pura fantasía.


La democracia venezolana ya estaba herida de muerte desde hace una década.

Su decisión de volver, si lo hace, me parece valiente y honesta, pero el chavismo lo detendrá a su llegada y exhibirá el documento que le obligó a firmar antes de su humillante abandono del país para refugiarse en España. Si entra clandestinamente, su acto de toma de posesión también será clandestino y en consecuencia testimonial. La posibilidad de provocar grandes movilizaciones contra el régimen es muy débil. La gente esta cansada y la represión hace el resto. Las disidencias internas, tanto en el aparato político como, sobre todo, en el ejército son demasiado especulativas y, por tanto, improbables.

La democracia venezolana ya estaba herida de muerte desde hace una década, cuando la oposición arrasó en las elecciones legislativas de 2015, obteniendo dos tercios de la Cámara, pero Maduro eliminó por decreto el poder legislativo y lo vacío de competencias y de su función legislativa. Hoy, usurpando la presidencia al ganador, concentrando todo el poder en sus manos y persiguiendo y encarcelando a la oposición, se ha convertido en un tirano tramposo. Hay tiranos que lo son después de ganar elecciones. Este las ha perdido y además por goleada.

¿Qué hará la comunidad internacional? Como en otros temas, todo el mundo mira a Washington y espera a conocer la estrategia de Trump, recordando que fue quien ideó la 'estrategia Guaidó' y fracasó con ella, a pesar de arrastrar a gran parte del mundo. Ahora, quienes mejor conocen los planes del presidente electo de EE UU especulan con que su Administración buscará dos cosas urgentes en sus primeros cien días: bajar la inflación mediante el precio de la energía más barato del planeta y expulsar a inmigrantes irregulares en aviones con destino a su país de origen. Lo primero reclama que el petróleo venezolano (1 millón de barriles al día aproximadamente) entre en el mercado y para eso necesita permitir a la petrolera americana Chevron seguir importando crudo de Maracaibo. Lo segundo exige que el país de procedencia de los irregulares los acepte.

Maduro estará de acuerdo con ambas cosas y evitará así las sanciones económicas contra su país. El resto de las medidas punitivas, las personales contra los líderes chavistas, como son las sanciones europeas, al régimen le importan poco.
Es un pronóstico especulativo pero me temo que es probable. Lamento no ver alternativas diferentes porque las sanciones a su petróleo arruinan, más todavía, a su pueblo.

Desgraciadamente, no es la primera vez que la voluntad popular resulta pisoteada por la realidad. Solo nos queda la esperanza de que algún día, ¡ojalá que pronto!, caiga esa tiranía como han caído otras y la democracia vuelva a restaurarse en ese país tan querido por tantos y tan importante para todos.

Publicado en El correo y El Diario Vasco 5/01/2025

15 de diciembre de 2024

El peligro de los "hombres fuertes".

La mayoría de los analistas de la crisis democrática que sufre el mundo de hoy llaman ‘hombres fuertes’ a los líderes políticos que sacrifican los principios liberales de las democracias –libertades, separación de poderes, respeto a las minorías, oposición política– para imponer autocracias manipulando los sistemas electorales o cuestionando abiertamente los resultados de las urnas; naturalmente, en su beneficio. El mundo está lleno de ellos. A finales del siglo pasado, después de la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, creíamos que el único horizonte del mundo era la democracia. Hoy sabemos que el 70% de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios y en las democracias del resto abundan las erosiones a las instituciones que cuestionan seriamente su calidad.

Las tentaciones autoritarias de los llamados ‘hombres fuertes’ son conocidas. Sus pretensiones autocráticas, también. Pero lo verdaderamente peligroso es la voluntad ciudadana que las impulsa y el apoyo político que concitan estos personajes en muchas de las experiencias contemporáneas a las que estamos asistiendo. Lo que tenemos que reconocer, para entender y combatir estas tendencias, es que surgen en un contexto de fuerte descrédito de las instituciones políticas democráticas en muchos países y de una preocupante pérdida de confianza en la eficacia de muchos de los gobiernos democráticos.

Bukele devuelve la seguridad a los ciudadanos de El Salvador mediante una eficaz acción represiva de las bandas juveniles y su ciudadanía le premia con una mayoría política abrumadora. Poco importa a sus votantes que esa eficacia haya vulnerado derechos humanos básicos y todo el garantismo procesal penal que habíamos construido en el último siglo. Tampoco importa, al parecer, que Bukele y su familia se estén haciendo inmensamente ricos durante su mandato. 

Trump nombra a Elon Musk jefe de una agencia encargada de reducir los gastos de la Administración estadounidense, sin que este organismo esté sometido a las garantías parlamentarias y a las exigencias legales de una oficina pública. Lo que importa es que despida a funcionarios y reduzca –cuanto más, mejor– la burocracia. Todo vale en el altar de la eficacia. Más graves serán todavía los acuerdos desregulatorios que decidirán ambos dirigentes en ámbitos tecnológicos muy importantes para la Humanidad. 

Milei, al grito de «¡¡es la libertad, carajo!!», polariza la sociedad argentina, destruye sindicatos, insulta a diestro y siniestro y recorta gastos del Estado, eliminando subvenciones, ayudas y prestaciones, lo que empobrece, más todavía, a la mitad larga de su país a cambio de salvar supuestamente su macroeconomía. 
Nuestra Europa no es ajena a estas tendencias. Muchas políticas contra los inmigrantes son contrarias al Derecho Internacional y a los derechos humanos, pero vienen avaladas por una opinión pública asustada y manipulada en las redes. A Calin Georgescu, candidato independiente a la presidencia rumana, nadie le conocía, pero de pronto, y desde la red china TikTok, se ha convertido en unos pocos meses, en el ganador de la primera vuelta de unos comicios que la Justicia ha ordenado repetir. Se trata de un aspirante prorruso y contrario a las ayudas europeas a Ucrania. Como Orbán en Hungría.

Ante los enormes desafíos que Draghi ha señalado para Europa en su famoso informe, he llegado a leer que algunos añoran un Elon Musk europeo para llevar a cabo las complejas decisiones que debemos adoptar. Parece como si la democracia y sus reglas y la gobernanza multinivel, que inexorablemente debe respetar la Unión, fueran un obstáculo insalvable para la eficacia. Putin es el prototipo de ‘hombre fuerte’, una mezcla de populismo nacionalista y autoritarismo; pero lo son también Orbán en Hungría, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Maduro en Venezuela, Erdogan en Turquía, Modi en India... Son líderes elegidos por sus ciudadanos que destruyen sus contrapoderes, colonizando las instituciones y falsificando los resultados electorales, si fuera necesario, para perpetuarse en el poder en regímenes semidemocráticos o abiertamente autoritarios. 

Es una reflexión que también me surgió cuando conocí la elección de un militar, que se manifiesta «independiente» de la política, como si de la peste se tratara, para la reconstrucción de Valencia. Parecería que el presidente valenciano hubiera querido sortear las críticas a su gestión de la catástrofe nombrando a un teniente general como garantía incuestionable de la eficacia para esa tarea. Lo grave no me parece solo el nombramiento, sino la aquiescencia con la que ha sido recibido tanto en la opinión pública como en la opinión publicada. ¿Un ‘hombre fuerte’ para la reconstrucción valenciana?

Publicado en El Correo, 15/12/2024

1 de octubre de 2024

Nuevo estatus, viejo debate.

"Si la negociación gira en torno al derecho a decidir no será fácil para los socialistas vascos encontrar un acuerdo con el nacionalismo."

La aprobación en las Juntas Generales de Gipuzkoa de una moción en la que se aboga por que el nuevo estatuto recoja el llamado 'derecho a decidir' coloca las negociaciones para la renovación del Estatuto de Gernika en un terreno muy difícil para el PSE. Andueza ya lo viene advirtiendo, pero desde el PNV se le recuerda el pacto firmado con el PSOE para la investidura de Sánchez. ¿Hay contradicciones entre las posiciones tradicionalmente defendidas por los socialistas vascos y el compromiso de legislatura que asumió el PSOE con los jeltzales? Buena pregunta. 
Los socialistas vascos nos hemos opuesto siempre al llamado derecho a la autodeterminación, que consideramos una grave quiebra del consenso autonomista, una vía a la independencia y una perturbadora fractura de la sociedad vasca. El derecho a decidir, por muy abstracta que sea su definición, pretende en el final de su desarrollo una hipotética consulta para conformar una Euskadi independiente.

La pretensión independentista está muy amortiguada, esa es la verdad. Ni siquiera Bildu la formula abiertamente, después de que la paz –¡trece extraordinarios años ya con ella!– relajara esas aspiraciones en el conjunto de la sociedad. Mucho menos el PNV, que necesita desmarcarse de su gran oponente nacionalista pero sin renunciar a una confusa soberanía, propia de su ideario sentimental nacionalista.
Por eso, lo que el PNV exigió al PSOE y así consta en el acuerdo es «aprobar tanto en Euskadi como con el Estado el autogobierno futuro empleando las potencialidades de la disposición adicional primera de la Constitución (la que reconoce los derechos históricos). «El reconocimiento nacional de Euskadi, la salvaguarda de las competencias vascas y un sistema de garantías basado en la bilateralidad y la foralidad serán ámbitos a dialogar y negociar entre ambos partidos». No hay mayor compromiso, pero tampoco menos.
Se vislumbra en esas dos frases esenciales del acuerdo una concreta apuesta del PNV por un estatuto de naturaleza confederal. No tanto por el reconocimiento nacional de Euskadi (algo perfectamente simbólico), como por la «bilateralidad» como sistema de garantías a las competencias vascas y por la «foralidad» de su autogobierno, que habrá que acordar empleando las potencialidades de los derechos históricos.
Si la negociación del nuevo estatus gira en torno al reconocimiento del derecho a decidir por exigencia de Bildu, o por deseo de la mayoría nacionalista, como se ha hecho en Gipuzkoa, no creo que sea posible el acuerdo con el PSE.

La «bilateralidad», unida al reconocimiento nacional, puede significar varias cosas. Dos de ellas, entre otras muchas, me parecen inasumibles para un Estado moderno de naturaleza federal: El establecimiento de un sistema judicial al margen del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial y la capacidad para declarar «no aplicable» en la Comunidad Autónoma Vasca determinadas legislaciones, planes o disposiciones estatales, en virtud de la competencia propia. Por muy histórica que pueda ser la fórmula del «se acata, pero no se cumple», eso no cabe en un Estado digno de tal nombre.
Por otra parte, me pregunto, como lo hace la doctrina desde siempre, qué nuevas actualizaciones necesitan nuestros derechos históricos. ¿Es razonable seguir con esa oscura apelación –por muy constitucional que sea, y lo es– que nos remite a un modelo del Antiguo Régimen muy poco compatible con un Estado moderno del siglo XXI? ¿Hay alguna competencia del modelo competencial multinivel en el que vivimos o alguna relación con la Europa del siglo XXI que puedan desprenderse de aquel tracto histórico?

No será fácil para el PSE encontrar un acuerdo con el nacionalismo vasco sobre una renovación de nuestro Estatuto si los parámetros planteados van en esas direcciones. Perderemos así la ocasión de encontrarnos todos los partidos, incluido, claro está, Bildu, en una negociación para una renovación moderna de nuestro Estatuto y de nuestro autogobierno, en una concepción federal de nuestro modelo territorial, mejorando y ampliando nuestras competencias, consolidando la singularidad de nuestro modelo financiero, reconociendo en nuestra Constitución nuestros hechos diferenciales, avanzando en nuestro reconocimiento europeo y superando incluso la trágica historia de la violencia, con un relato consensuado del pasado. Somos muchos los vascos que creemos en el autogobierno, pero también queremos un Estado español moderno y federal en una Europa del mismo signo.
Una revisión de este calado exigirá una reforma constitucional previa para incorporar a ella nuestros avances federales que hoy no son posibles. La fórmula sería paralela y los vascos votaríamos en sendos y simultáneos referendos nuestro Estatuto y la reforma constitucional. Estaríamos así dando un salto gigantesco de legitimación social y política a nuestras dos leyes fundamentales y otorgando un clima de estabilidad y consenso para las próximas generaciones que no participaron en los acuerdos de la Transición. Una pena que no lo hagamos así.

Publicado en El Correo, 01/10/2024

9 de julio de 2024

Soberanismo papanatas.

Muchos interpretan que la evolución pragmática de los partidos ultras, de Meloni o Le Pen, salva a Europa de riesgos sistémicos. Lamento no coincidir.

El domingo, Francia evitó un gobierno de Le Pen. Pero, ¿pasó el peligro de las fuerzas de ultraderecha para Europa? Tomo prestado el título de este artículo de una entrevista con Pascal Lamy, antiguo director de la OMC, europeísta de la época de Jacques Delors , quien destaca el movimiento «gramsciano» de la extrema derecha europea, que ha pasado de gritar 'salir de Europa' y 'viva la nación' a participar en el poder europeo y al 'Make Europe Great Again', con el que Orbán ha titulado cínicamente su presidencia de turno este semestre.

No es el único analista que se congratula de esta transformación del antieuropeísmo de los partidos ultras en la década pasada, inspirados en el Brexit, hacia la progresiva aceptación del marco europeo y de sus consecuencias, que estos partidos, Meloni y Le Pen especialmente, están haciendo en su gestión gubernamental, la primera, y en su programa político, la segunda. Son muchos los que interpretan que esta evolución pragmática salva a Europa de riesgos sistémicos, como lo eran el abandono francés del euro o la posible convocatoria de consultas antieuropeas.

Lamento no coincidir con tan benévolo pronóstico. Europa enfrenta desafíos monumentales, quizás los más graves de la historia comunitaria. La pandemia, las guerras, las tensiones comerciales y tecnológicas, el fin del dominio estadounidense y la multipolaridad desordenada del mundo, la autonomía energética, la seguridad económica… están poniendo en evidencia nuestra pequeñez demográfica,el envejecimiento de nuestra población, nuestros retrasos digitales y tecnológicos, la levedad de nuestras grandes compañías, la lentitud y contradicciones de nuestra política exterior y comercial y tantas otras cosas, dibujando un panorama inquietante para nuestro futuro.

No me detengo en la lista de nuestros desafíos, pero todos los buenos conocedores de Europa lo dicen una y otra vez: no tenemos una Unión suficientemente integrada como para tomar decisiones colectivas, urgentes y extremadamente costosas y conflictivas. La defensa europea reclamará armonizar nuestros sistemas militares nacionales y construir una auténtica industria militar comunitaria. Nuestro mercado único exigirá unificar la educación, la investigación, concentrar el sistema financiero y crear un mercado de capitales (Informe Letta). La batalla de la competitividad europea precisará revisar la política de competencia y la creación de campeones europeos en múltiples sectores económicos (Informe Draghi). La seguridad económica y la autonomía energética y estratégica nos demandarán un proceso de relocalizaciones y de recuperación industrial -después de la desordenada deslocalización productiva de los últimos veinte años-, que será, en todo caso, muy delicado y con intereses nacionales enfrentados. Nuestro liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático está en cuestión por la resistencia interna de agricultores, mundo rural e industria automovilística. La lista es enorme.

Como decía recientemente Wolfgang Munchau, en un artículo significativamente titulado 'Armas, árboles o fábricas', no hay dinero para todo esto y no hay consenso social para abordar tan complejos y conflictivos procesos y transiciones. Todo ello sin contar con las negativas consecuencias para Europa de un gobierno estadounidense en manos de Trump, desgraciadamente, muy probable.

Pues bien, vuelvo al principio.¿Cuál será el comportamiento de los partidos nacionalistas, de los que quieren 'una Europa de naciones libres', ante estos desafíos? No hablo del Parlamento Europeo, donde, si nada se complica, la mayoría PP+PS+Liberales y Verdes es suficiente para la defensa europeísta. Hablo de la Comisión Europea, en la que se integrarán comisarios procedentes de gobiernos ultras. Hablo del Consejo, donde hay varios ejecutivos importantes en manos de ese soberanismo papanatas (Italia, Países Bajos, Hungría, Eslovaquia) que se negará a aportar más dinero al Presupuesto de la Unión, que no querrá sacrificar sus intereses nacionales en beneficio de la Europa unida, que cerrará sus fronteras a una inmigración que necesitamos tanto como respirar, que reivindicará su soberanía nacional ante la unificación del mercado financiero y de capitales o ante la coordinación militar, o tantas otras cosas semejantes.

Sin comprender que su soberanía solo la pueden ejercer al compartirla con sus socios europeos. La suya, la soberanía nacional, es tan retórica como ridícula, porque nadie en Europa es suficientemente grande para decidir nada. Solo seremos soberanos de verdad, en un mundo hostil y adverso, si vamos y decidimos juntos. No, el soberanismo nacional de la ultraderecha europea no es un mal superado. Lo siento, es, más bien, un monumental problema europeo.

Publicado en El Correo, 9/07/2024

14 de junio de 2024

Consejos para la mejor coalición.


"Renovar nuestro Estatuto supone una extraordinaria oportunidad y puede ser una trampa mortal si no incorpora a la izquierda abertzale de hoy."


La coalición que van a formar PNV y PSE es el mejor Gobierno posible para la Euskadi de hoy. El entendimiento entre estas dos fuerzas políticas ha sido clave en nuestra ya larga historia democrática y autonómica. Muchos de los grandes logros en este periodo son fruto de este pacto, y el clima sereno y estable de la sociedad vasca de hoy es consecuencia de una filosofía que los hace posibles: el respeto y la aceptación del diferente en una sociedad con un abierto abanico identitario. 

Un nuevo lehendakari y una nueva composición de su Gobierno iniciarán la próxima legislatura en un clima político general enrarecido por el populismo, la polarización y la crisis democrática en general y sometido a formidables retos socioeconómicos en un escenario geopolítico hostil. 

Hay tres consejos, cargados de buena intención, que se me ocurren para nuestro próximo Gobierno. El primero tiene que ver con el compromiso más ambiguo y delicado de las bases de su acuerdo: renovar nuestro Estatuto de Autonomía. Se trata, al mismo tiempo, de una extraordinaria oportunidad y puede ser, también, una trampa mortal. El objetivo debe ser lograr un consenso que incluya a EH Bildu sin que su coste sea perder al PSE y al PP. Si PNV y EH Bildu imponen su mayoría y se decantan por un procedimiento ilegal (consulta vasca antes del trámite en las Cortes) y por un contenido soberanista (el derecho a decidir y la bilateralidad confederal), perderemos toda la base social del autonomismo constitucional. A su vez, aprobar un nuevo Estatuto sin incorporar a la izquierda abertzale de hoy sería democráticamente inaceptable y configuraría un marco jurídico político inestable y divisivo, con la segunda fuerza política (o la primera, según se mire) contra el régimen político del país. 

Siempre he pensado que un nuevo Estatuto nos permitiría hacer una exposición de motivos consensuada sobre nuestra historia reciente, una actualización de los derechos y deberes de los vascos en la sociedad actual (inexistente en el Estatuto de Gernika) y una actualización-modernización de nuestro régimen competencial, en una concepción federalista de nuestro autogobierno. No es poca cosa. No será fácil cuadrar ese círculo, pero si no encontramos la fórmula, mejor dejarlo estar y esperar ocasiones más propicias. Al fin y al cabo, en nuestro marco autonómico actual todos convivimos y, de hecho, todos lo asumimos. No hay urgencias que justifiquen un mal peor. 

El segundo consejo llama a las cosas. Los servicios públicos –en particular, la sanidad, la vivienda para los jóvenes y los cuidados a los mayores– reclaman concentrar la acción del Gobierno y priorizar el gasto en ellos. Me habría gustado que los socialistas hubiéramos planteado la gestión de la sanidad como requisito de la coalición. El fracaso reciente del PNV y el éxito de los socialistas en este campo en tiempos pasados (Freire y Bengoa) merecía ese esfuerzo de continuidad, pero supongo que los negociadores saben lo que hacen. En cualquier caso, el nuevo Gobierno vasco tiene ante sí un enorme desafío para dar un impulso a estas tres importantes áreas de la acción política. La campaña electoral ya puso de manifiesto el enorme descontento de la ciudadanía vasca con algunos servicios de Osakidetza, especialmente la Atención Primaria y las consultas de especialistas, que este Gobierno tendrá que abordar con urgencia . 

En el mismo sentido, el problema de la vivienda para los jóvenes en nuestras ciudades, a excepción quizás de Vitoria, se ha convertido en existencial para muchos de ellos. Respecto a los servicios de cuidados a los mayores, es opinión unánime que las residencias deben quedar como red de recursos solo para las personas sin autonomía y que debemos, por el contrario, fortalecer una red de cuidados domiciliaria mucho más extensa e integral. Todas estas prioridades exigirán una revisión presupuestaria profunda. Los gobiernos tienen tendencias inerciales hacia gastos y partidas reiteradas que conviene revisar en profundidad. En este caso, esta revisión parece más que necesaria. 

Por último, un consejo sobre el funcionamiento interno. Muchos gobiernos de coalición funcionan con una autonomía total de las carteras y una falta de cohesión y de consenso en la acción general del Ejecutivo y en la vida parlamentaria. La forma de evitar estos compartimentos estancos no es solo la jerarquía del lehendakari, sino un comité interno en el Gabinete que negocie permanentemente las acciones de todos. Se trata de crear un equipo técnico y político en el interior del Gobierno (no fuera de él) muy discreto y dirigido por personas de confianza de los dos líderes que desbrocen y pacten todos los temas y trasladen, en su caso, a los partidos las diferencias insalvables. 

Quiero pensar que el pacto PNV-PSE será consecuente con su tradición y con su buen hacer. Solo espero que el éxito les acompañe.

Publicado en el Correo, 14 junio 2024

14 de mayo de 2024

Resistir.

Sacrificar al PSC y a su líder por asegurar la legislatura española sería un error monumental que arruinaría el futuro de los socialistas en Cataluña

La estrategia de Pedro Sánchez con Cataluña ha estado y está sometida a críticas feroces porque sus gestos y sus iniciativas son objetivamente discutibles y han provocado una apasionada fractura de nuestra opinión pública. Los indultos en su día, la reforma del Código Penal atenuando los tipos delictivos asociados al 'procés' y finalmente la amnistía, negociada a la par que la investidura, ni fueron ni son actos banales. Por el contrario, están cargados de significados políticos muy controvertidos y excepcionales y no han contado con los consensos exigibles para ese tipo de medidas. El presidente y su Gobierno los justificaron como necesarios para abordar el diálogo en Cataluña sobre bases menos crispadas y menos agraviadas.

Las elecciones del domingo fueron un plebiscito en cuanto a la opinión de los catalanes sobre esas medidas y son un buen observatorio sobre su idoneidad en relación con nuestro problema catalán. De ellas se extraen tres importantes conclusiones:

Primera: El PSC y el PSOE ven ratificada su estrategia en Cataluña con una victoria electoral no por esperada menos importante y significativa. Los catalanes querían esos gestos y esas iniciativas y han premiado con un respaldo electoral crecido a quienes las han protagonizado.

Segunda: La suma de los diputados independentistas ha perdido la mayoría absoluta por primera vez (61 diputados) y el voto nacionalista no supera el 43%.

Tercera: La vía de la unilateralidad y de la radicalidad independentista está derrotada.Todo hace presumir que se iniciará una nueva fase de diálogo y pacto en el seno de la sociedad catalana, para plantear, después, sus propuestas, a partir de una negociación seria y colaborativa entre Cataluña y el Estado.

La pregunta que surge, pues, para quienes creemos que el tema catalán es el más serio e importante problema de España, es: ¿qué habría sucedido si la política aplicada durante estos últimos años hubiera sido otra? ¿Habríamos obtenido estas tres conclusiones si no hubiéramos hecho estas concesiones en términos de serenar y amortiguar la efervescencia sentimental de Cataluña? No es difícil concluir, por tanto, en el éxito político en Cataluña de una estrategia arriesgada y controvertida, que ha situado el tema catalán en otra fase y que presenta, por ello, nuevas perspectivas.

Pero la vida sigue. Que se inicie un tiempo nuevo no significa que el contencioso catalán esté resuelto, sino que ahora hay que aplicarse en las consecuencias de este nuevo mapa electoral. Me cuentan fuentes próximas a Puigdemont que él reitera, a quien le quiere oír, que Sánchez no ganó las elecciones del 23 de junio de 2023 y, sin embargo, es presidente. Igualmente repite que Collboni no ganó las elecciones municipales de Barcelona y, sin embargo, es alcalde. ¿Por qué no puedo ser yo entonces president,aunque Junts no sea primera fuerza? Obviamente pretenderá decirle a Sánchez que su legislatura depende de que sacrifique a Illa y haga presidente a Puigdemont. Ese será el nuevo precio de sus siete votos para sostener el Ejecutivo de Sánchez. De hecho, sus declaraciones en la noche electoral fueron muy elocuentes hablando en este sentido al recordar cómo gobierna Sánchez y al reclamar la unidad con Esquerra para que sean 15 (siete de Junts y ocho de ERC) los diputados en el Congreso que amenacen a Sánchez con retirarle su apoyo si no facilita su investidura.

Esquerra se negará a un Gobierno de izquierdas en Cataluña presidido por Illa y así se manifestó Aragonès al anunciar su pase a la oposición. Tentados por Puigdemont para presionar a Sánchez, puede que ambos reiteren sus condiciones maximalistas: referéndum y concierto económico (ahora lo llaman financiación singular) para Cataluña.

Es muy pronto para pronunciarse y es muy fácil hacerlo desde esta ventana, pero creo que debemos negarnos a estas exigencias. Sacrificar al PSC y a su líder por asegurar la legislatura española sería un error monumental y arruinaría las expectativas socialistas en Cataluña por mucho tiempo. Materializar las exigencias inconstitucionales del nacionalismo catalán (referéndum y concierto) a cambio de estabilizar la gobernación española sería suicida para el socialismo español y llevaría al país a un escenario político y territorial insostenible.

Al presidente del Gobierno le acompaña, con todo merecimiento, la aureola de ser un líder resistente frente a presiones y poderes supuestamente superiores. El desenlace de su pausa personal también responde a esas cualidades. Pues bien, es hora de resistir y no ceder a las pretensiones de los perdedores electorales y a sus exigencias inconstitucionales. Si el desenlace de este pulso son nuevas elecciones en Cataluña, con más razón las volverá a ganar el vencedor del domingo. Y si ese mismo pulso cuestiona la legislatura española, con las mismas razones saldremos reforzados de unas nuevas elecciones generales.

Publicado en el Correo, 14-5-2024

12 de marzo de 2024

Francia, tan cerca, tan lejos.

"El partido de Marine Le Pen recoge el cabreo social y, de cara a las elecciones europeas, engaña con una falsa e inaplicable propuesta contra la inmigración."

Francia ha sido, para muchos de nosotros, refugio de libertad, en su tiempo, y fuente de inspiración ideológica, casi siempre. En los primeros años 70 pasábamos ‘al otro lado’ para comprar libros, ver películas y algunas cosas más. El dinero que recibíamos de nuestros partidos hermanos de Alemania y Suecia estaba depositado en un pequeño banco al otro lado del puente sobre el Bidasoa y mi tarea era recogerlo y trasladarlo a Madrid en el tren nocturno que unía San Sebastián con la capital.

Durante los años 80 y 90 tuvimos fuertes lazos orgánicos con el Partido Socialista Francés de Aquitania y con cargos locales de los pueblos fronterizos. Al principio, tratábamos de explicarles nuestra democracia constitucional y la realidad de nuestro modelo autonómico, especialmente la dimensión del autogobierno vasco, que desgraciadamente desconocían bien entrados los años 80. Pero más tarde los debates ideológicos de la izquierda francesa estuvieron muy cerca y nos resultaron siempre muy próximos.

Recuerdo, con especial afecto, la ola de reformas sociales en la Francia de Mitterrand (la elevación del salario mínimo, la reducción de la jornada laboral a 39 horas, la regularización de inmigrantes, las ayudas a la familia...), el europeísmo social de Jacques Delors, el debate sobre el reparto del tiempo de trabajo de su hija, Martine Aubry, y tantos otros.
Incluso estos mismos días, con la incorporación del derecho al aborto a la Constitución francesa, con una amplia mayoría y esa solemnidad que solo ellos son capaces de establecer para las grandes decisiones.

La tensión ideológica democrática de Francia ha estado siempre en la primera línea política europea y la fuerza de algunos de sus líderes políticos ha influido poderosamente tanto en la derecha como en la izquierda políticas de nuestro país. El proyecto europeo nació de sus grandes hombres (Jean Monnet, Robert Schumann) y hoy recibe los impulsos de un euro- peísta extraordinario, su presidente Macron. Desde la Revolución Francesa, Francia ha sido vanguardia progresista del mundo.

Por eso resulta tan sorprendente como lamentable observar el debate previo a las elecciones europeas y encontrar a la ciudadanía francesa tan atrapada por los viejos demonios nacionalistas, que lidera un partido de ultraderecha que puede ser la primera fuerza política del país, amenazando seriamente la presidencia de la República en los próximos comicios presidenciales.

Jordan Bardella, 28 años y líder de Reagrupación Nacional en las próximas elecciones a la Eurocámara, representa, y esto asusta todavía más, una masa electoral en la que abundan los jóvenes patriotas, henchidos de orgullo nacional y convencidos del viejo proteccionismo antieuropeo. El grito ultra es, como siempre, antimigratorio –«On est chez nous» (estamos en nuestra casa)– y la propuesta, un referéndum contra la inmigración (se supone que para decidir que no entren más). Por cierto, en las presidenciales de 2017, su jefa, la señora Le Pen, también propuso otro para salir del euro, siguiendo la estela del Bre- xit. Son técnicas populistas , recoger el cabreo social y engañar con una respuesta falsa e inaplicable (las fronteras no se cierran con leyes). Abanderar una supuesta soberanía popu- lar mediante el referéndum es también muy socorrido por estas ideologías ultras.

Ver a Francia tan lejos de la encrucijada europea produce pena y enorme preocupación. Cuando toda Europa vive angustiada por la guerra, cuando todos los analistas nos advierten de que tenemos que reforzar nuestra defensa europea, más si gana Trump. Cuando la revo- lución tecnológica, la crisis energética, la competitividad, el cambio climático, la justicia fiscal reclaman más y mejor integración europea. Cuando la defensa de nuestro modelo de vida y de nuestros valores de convivencia depende de nuestra capacidad de influencia en un mundo tan hostil al multilateralismo. Cuando todas estas amenazas son tan evidentes como próximas… la gran Francia se deja seducir por ese nacionalismo anacrónico que rei- vindica la «Francia de los 1.000 años, frente a los 60 años de Europa». ¡Que triste!

Ahora resulta que lo que une a los franceses es el amor por Francia y por sus tradiciones. Bruselas es la burocracia, la que oprime a los agricultores, la que desprotege a la industria y a los productos franceses, la que acelera las medidas ecológicas perjudicando a los productores nacionales… Quiero creer que los franceses no se dejarán seducir por tantas mentiras y por semejante manipulación y que el europeísmo progresista de Francia seguirá liderando una integración y una ampliación europeas más necesarias que nunca.

Publicado en El correo, 12/03/2024



4 de febrero de 2024

Pactos y coaliciones.

Comparto plenamente la clarificación preelectoral del PSE-EE rechazando la coalición de gobierno con Bildu. Interpreto que el candidato socialista cree necesario dejar clara esa firme determinación y la considero por ello irreversible. Las razones son conocidas. Nos separa un mundo en relación con su violencia del pasado, cuyas barreras éticas están muy presentes todavía, y un universo no menor en relación con su proyecto independentista para Euskadi. Ambas diferencias confirman las preferencias por la coalición con el PNV, con el que acabamos de hacer el pacto foral y municipal en julio de 2023 y con el que gobernamos en el actual Ejecutivo vasco. 

Estos pactos vienen de lejos. Personalmente, tengo una amarga experiencia de nuestros resultados electorales después de nuestras coaliciones de gobierno con el PNV y, sin embargo, mantengo una positiva opinión sobre sus efectos políticos y económicos en nuestro país. Pocos recuerdan ya que los socialistas hicimos lehendakari a Ardanza en 1987, aun teniendo dos diputados más que el PNV, y que aquel pacto (con el de Ajuria Enea posterior) fue el inicio de la victoria democrática sobre ETA .Y que aquel Gobierno puso las bases de la gran modernización del Gran Bilbao y de la profunda transformación industrial del País Vasco. 

Efectivamente, fue el Partido Socialista de Euskadi el que, desde finales de los 70 del siglo pasado, reclamó una y otra vez al nacionalismo vasco «unidad democrática frente al terrorismo». Estuvimos muy solos en una demanda, demasiado tiempo despreciada, que exigía un frente unido de los demócratas ante los violentos. Fue el Partido Socialista el que antepuso a sus intereses partidistas el logro de un acuerdo con el nacionalismo vasco en el que el lehendakari asumió un liderazgo social imprescindible para deslegitimar la violencia, estableciendo así una estrategia democrática unitaria contra ella. Aquel acuerdo y el Pacto de Ajuria Enea (1988) fueron el comienzo de la larga marcha para la derrota de la violencia. 

Fuimos los socialistas vascos los que asumimos los costes económicos y sociales de una reconversión industrial imprescindible. Recordar la conflictividad social de aquellos años y comprobar la evolución económica debería permitirnos reconocer ahora la necesidad perentoria de aquella reconversión, la enorme cantidad de recursos económicos empleados en amortiguar sus costes y los extraordinarios efectos conseguidos en la diversificación y en la modernización tecnológica de la economía vasca de hoy. Basta mirar nuestras ciudades, nuestros parques tecnológicos y nuestros activos industriales, culturales y turísticos para poder confirmar lo que digo. 

Fue durante el Gobierno de Patxi López como lehendakari cuando acabó ETA y resulta muy difícil imaginar un final mejor para aquella violencia que sufrimos tantos años. También en esta delicada fase de nuestra historia reciente los socialistas vascos jugaron un papel arriesgado y muchas veces incomprendido para hacer posible la paz que hoy disfrutamos. 

La Euskadi de hoy se explica por el acierto de esta coalición y por sus logros. Quizás su mayor mérito es que expresa mejor que nada y que nadie la pluralidad social e identitaria de nuestra ciudadanía. La clave de su estabilidad fue la seriedad y la moderación de ambos partidos, pero también la distinta naturaleza política de nuestros respectivos electorados. Siempre tuvo una doble tensión dialéctica interna. En el ámbito ideológico, el PNV se acomodó a las aspiraciones izquierdistas del PSE (vivienda pública, sanidad, protección social…) y el PSE se adaptó a las exigencias nacionalistas (identidad, autogobierno, Cupo) sobre la base de que estas se sometían al Estatuto y a la Constitución. Las cuestiones doctrinales en las que el PNV expresaba posiciones nacionalistas propias quedaban formalmente expresadas en discrepancias pactadas. El reciente acuerdo suscrito por el PSOE y el PNV para la legislatura confirma esta orientación, porque la autodeterminación, santo y seña de Bildu para su proyecto independentista, ha desaparecido de ese acuerdo y el PNV ha situado su proyecto político en la actualización del régimen foral, con base en los derechos históricos de los territorios forales. Si tenemos en cuenta que el apoyo del PNV a la legislatura de Sánchez se basa en la aprobación de un nuevo Estatuto sobre esas bases, es fácil deducir la lógica continuidad de la actual coalición, aunque el candidato socialista, como es normal, busque la máxima fuerza electoral para mejorar sus posiciones y su poder en ella. 

Dejo para otra ocasión comentar las dificultades políticas derivadas de esa actualización de los derechos históricos para el modelo autonómico-constitucional. Muchos creemos que la actualización de los derechos históricos es precisamente el autogobierno que tenemos y pretendemos modernizar nuestro Estatuto mejorando el autogobierno en una perspectiva federal. No oculto una seria preocupación respecto al germen confederal que puede derivarse de la bilateralidad (enigmática expresión de soberanías iguales) que, en mi opinión, no cabe en nuestra Constitución. Pero eso queda para más adelante.

Publicado en El correo, 4/2/2024

23 de noviembre de 2023

"Somos nación", ¿...Y?

El año que viene habrá elecciones autonómicas y previsiblemente las dos fuerzas nacionalistas se disputarán el liderazgo político del país. Una de ellas acaba de protagonizar una manifestación en Bilbao bajo el eslogan de ‘Somos nación’. La otra ha centrado su negociación de la investidura con el PSOE en «el reconocimiento nacional de Euskadi». De ambos eslóganes no podemos deducir gran cosa. Somos nación, ¿y qué?, podríamos añadir. Porque la plurinacionalidad de España ya se contempla en la Constitución cuando se establece que el Estado está integrado por naciones (nacionalidades dice la Constitución) y por regiones. Eso significa que se acepta a Euskadi como nación, que España también lo es, constituyendo su Estado como una nación ‘con’ naciones y no ‘de’ naciones. No somos una confederación de pueblos originarios y soberanos que se agrupan voluntariamente, sino una nación construida desde hace siglos, en la que existen pueblos con una identidad nacional propia.

Para atender a esas identidades construimos un modelo de autogobierno que nos permite asegurar la pervivencia de las señas culturales, históricas y políticas de nuestra identidad y nos garantiza un autogobierno más amplio que el que tiene cualquier Estado federal del mundo. Es más, un autogobierno financiado con un Concierto que permite la recaudación de todos los impuestos, pagando un Cupo al Estado por las competencias estatales, generosamente calculado a nuestro favor. Los problemas surgen cuando a la nación le atribuimos inexorablemente la creación de un Estado y para conseguirlo establecemos el camino de la autodeterminación a través de un referéndum. Hay miles de pueblos originarios con identidad nacional. Si la ecuación identidad y lengua propia es nación y a cada nación le corresponde un Estado, el mundo se fragmenta sin remedio. Basta mirar al viejo Imperio Austrohúngaro para comprobarlo.

Es bueno exponer las razones de quienes nos oponemos a este proyecto para clarificar posiciones preelectorales. Primero, con total sinceridad: esa independencia no es posible. Europa nunca admitirá un país escindido de un Estado miembro y fuera de Europa no es posible ser ni estar. Segundo, la independencia de Euskadi sería inmensamente peor para sus ciudadanos que el autogobierno actual. Los costes de un Estado propio serían enormes, lo que elevaría nuestras contribuciones fiscales. Las repercusiones económicas en nuestro tejido empresarial serían muy negativas. Nuestro sistema de pensiones sería insostenible (recaudamos 4.000 millones menos que lo que ingresamos por cuotas de la Seguridad Social). Y nuestra capacidad de defender nuestros intereses en las mesas globales (es decir, casi todas) sería nula.
Entonces, me dirán algunos, ¿por qué no votamos? Porque no podemos votar solos lo que corresponde decidir a todos (somos parte de un Estado en el que el resto de ciudadanos y sus instituciones también tienen derecho a decidir). Porque el referéndum nos obliga a una opción binaria independencia sí o no, y creemos que la política debe encontrar otras soluciones más complejas a nuestro acomodo o encaje territorial y que el referéndum queda para que el pueblo acepte o no esa solución. Porque la fractura social producida por un proceso de esa naturaleza arruina la convivencia interior por mucho tiempo. Porque la experiencia nos demuestra que los referendos decisorios son fácilmente instrumentados por razones de coyuntura y frecuentemente falseados por ‘fakes’ que mueven potencias ajenas. Los resultados del Brexit para Reino Unido están a la vista de todos.

Miremos la experiencia internacional reciente. El Tribunal Supremo de Reino Unido negó a Escocia la convocatoria unilateral de un nuevo referéndum, alegando que su pertenencia al reino no les permite decidir a ellos solos lo que afecta al conjunto del Estado. Por otra parte, las experiencias de Quebec y de Escocia, que votaron en su día y donde perdieron las opciones de independencia, nos demuestran que el daño económico y social de esos procesos en esas regiones es irreversible. Toronto se ha llevado gran parte de la economía de Quebec y Escocia siente esos mismos efectos, mucho más después del Brexit.

 De manera que el reconocimiento nacional de Euskadi puede y debe proyectarse en una nación autogobernada dentro de un Estado que reconoce para ello su identidad cultural y política. Esa es la mejor forma de ser nación. De hecho, no hay otra, por mucho que les pese a muchos conciudadanos a los que me gustaría convencer de que sus sentimientos tienen que adaptarse a la realidad y a la conveniencia de todos. El consenso interior de un pueblo importa mucho más que la victoria de unos sobre otros.

Publicado en El correo, 23/11/2023

7 de octubre de 2023

La comunidad política europea.

La cumbre celebrada en Granada, la tercera después de Budapest y Moldavia, configura una especie de círculo concéntrico a la Unión Europea, en el que sea posible articular políticas comunes a Europa y a sus países vecinos no miembros, para afrontar retos comunes. Esta idea, surgida de la capacidad propositiva del presidente francés en 4044, ha cobrado fuerza en el marco de otra reflexión, surgida también con gran intensidad, sobre la ampliación de la Unión a nueve países más, entre los que se incluyen los de los Balcanes occidentales, Ucrania, Moldavia y Georgia. 

Curiosamente, fue el Brexit lo que impulsó la creación de una alianza supranacional europea para compensar las enormes ausencias que nos creó la marcha de Reino Unido. En el fondo, se buscaban sinergias a una vecindad que nos demanda inexorablemente acuerdos en múltiples planos de nuestra realidad: en el ámbito comercial, en el de las grandes infraestructuras tecnológicas, aéreas y espaciales, en las políticas climáticas, entre otras. Estamos obligados a cooperar y a consensuar políticas públicas en defensa de intereses comunes. 

A eso se añaden riesgos estratégicos cada vez más importantes en materia de suministros energéticos, materiales esenciales, cadenas logísticas, incluso combate de catástrofes climáticas o geológicas. Por último, la defensa: Reino Unido es la segunda potencia naval y la tercera potencia militar del mundo y sus contribuciones a la seguridad europea no son solo historia, sino también presente. Que se lo pregunten a los ucranianos.

Todo ello ha impulsado la creación de esta comunidad política que integra junto a la UE a Reino Unido, Noruega, Suiza y todos los países de la vecindad europea hasta un número cercano al medio centenar. La denominada Comunidad Política Europea tiene también otra misión no explícita, pero de máximo interés. Se trata de una especie de ‘sala de espera’ para los países que están en fase de adhesión a la Unión, pero no cumplen las condiciones democráticas y económicas para poder conseguirlo. De pronto, la ampliación de la UE hasta 58 miembros se ha abierto con un horizonte plausible (2030-2035).

¿Por qué? Porque la pandemia y la guerra de Rusia han cambiado drásticamente nuestra ubicación geoestratégica. Europa, que ha sido capaz de reaccionar ante estas dos catástrofes con un grado de unidad y de integración inusitadas (vacunas, fondos Next Generation, el instrumento de apoyo al empleo SURE, sanciones a Rusia, solidaridad con Ucrania), ha descubierto sus dependencias e inseguridades en múltiples planos: energía, defensa, relocalizaciones industriales, minerales básicos... lo que se ha dado en llamar la seguridad económica de amplio espectro. A su vez, el riesgo de ser abducido por el duopolio EE UU-China en los planos tecnológicos, militares, comerciales y económicos nos puede privar de un rol en el tablero internacional imprescindible para defender nuestros valores e intereses. Europa necesita hacerse grande, hacerse más fuerte, aumentar su mercado interior, asegurar la estabilidad de su vecindad y convertirse en un tercer polo en el mundo geopolítico que viene. Y eso nos obliga a incorporar a nuestros vecinos, a los que quieren ser europeos, aunque ello haga más compleja y más difícil nuestra gobernanza. Es verdad que se trata de una ampliación difícil, pero si no lo hacemos nosotros, otros ocuparán ese espacio: Rusia en Serbia y China en todos ellos. 

En los últimos veinte años, Europa ha digerido la ampliación del Este. Se han dicho y se dicen muchas tonterías sobre la incorporación de estos países, aludiendo a las dificultades que sufrimos para gestionar una unión intergubernamental de 47 Estados. Fue difícil, sí, y lo sigue siendo con las tentaciones iliberales de Hungría y Polonia. Pero ¿alguien cree posible una Europa sin Praga o sin Varsovia o sin los países bálticos? 

La gran ecuación es la ampliación y la integración; es decir, avanzar en dos direcciones que objetivamente se contraponen, porque ocultar que la gobernanza de una Unión a 58 es más difícil que a 47 es cerrar los ojos para negar la luz. La Unión de hoy necesita ya reformas para mejorar su funcionamiento. Sustituir la unanimidad por mayorías reforzadas, facilitar la gobernanza económica completando la unión bancaria y la de capitales o avanzar en la unidad monetaria incorporando al euro a los seis países que lo tienen comprometido, excepto Dinamarca, son algunos ejemplos de pasos necesarios que tendremos que abordar antes de la ampliación. Es más, la ampliación demandará otros no menos importantes: reducir las carteras de la Comisión, aumentar los poderes del Parlamento sin incrementar su composición, flexibilizar algunas condiciones de entrada, establecer mecanismos de control democrático más fuertes, entre otros. 

Enormes retos, es verdad, pero quedarnos quietos es condenarnos a la irrelevancia y a las dependencias de otros, y eso en el siglo XXI es condenarnos a dejar a nuestros hijos un parque temático en vez de un país para vivir.

Publicado en El Correo y Diario Vasco, 7-10-2023

2 de septiembre de 2023

Podemos decir "no".

Todo parece indicar que solo habrá Gobierno si el PSOE y los nacionalistas se ponen de acuerdo en que lo haya y en el programa que lo sostenga. El PP no conseguirá la abstención de ninguna de las fuerzas nacionalistas y su fracaso en la investidura será el colofón de su fracaso electoral. Apostó por sumar con Vox como único aliado y se equivocó, perdiendo cualquier posibilidad de diálogo con el resto de fuerzas del arco parlamentario. Lo ha hecho fatal y su líder es el principal responsable. 

A pesar de que Junts y ERC han perdido siete escaños y solo suman 14 de los 48 diputados elegidos en Cataluña, tienen más poder negociador que nunca. Ellos cuentan con la llave de la gobernabilidad de España, un Estado que quieren abandonar. La suma de votantes no nacionalistas en Cataluña dobla la suma de votantes de Junts y ERC, pero la agenda de la negociación será la que imponga esa minoría. Se dice que se trata de una coalición progresista, pero no se habla de vivienda, o de empleo o de protección social, sino de amnistía y autodeterminación. Son solo algunas de las muchas paradojas a las que nos ha condenado este tablero maldito surgido del 23 -J.

Hay quienes ven en un nuevo Gobierno PSOE-Sumar, con apoyo de los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, una enmienda al régimen surgido del 78 y, con ella, la oportunidad de construir una especie de pacto plurinacional superador del Estado autonómico, en el que el reconocimiento de esas naciones lleve aparejado un derecho a decidir en determinadas circunstancias y condiciones. Se trataría de cambiar la naturaleza federal de nuestro modelo autonómico, tal como lo concibe el título VIII de la Constitución, por un modelo confederal en el que la pertenencia al Estado se sostiene en la voluntariedad previa de esas naciones. 

Es fácil prever la coincidencia de todos los grupos nacionalistas en esa pretensión, aunque su materialización se posponga o se condicione en el tiempo. Bastaría reconocer el eufemístico derecho a decidir en base a una consulta jurídicamente no vinculante –cuyo poder político sería insoslayable– o simplemente considerar legal todo lo producido en el ‘procés’ catalán, incluido el referéndum convocado en su día. También es previsible que Sumar avance en esa dirección, conocida la posición de los comunes en Cataluña , dada su influencia en esa coalición y vistas las prisas de la señora Yolanda Díaz por materializar cuanto antes y al precio que sea un nuevo Gobierno de coalición PSOE-Sumar. 

La inteligente calma de Bildu en este escenario es suficientemente indicativa de su coincidencia con este planteamiento. Todos sabemos que ese derecho de autodeterminación encubierto responde a su reivindicación histórica y ellos saben bien que no conviene recordar en estos momentos que otros mataron por eso. 

La propuesta del PNV y de Urkullu sobre un nuevo «estatus», aunque más suave en las formas, tampoco se distancia mucho de esta filosofía confederal. La «unión voluntaria» o la «bilateralidad efectiva» y la «capacidad de decidir pactada» responden a un modelo de Estado en el que quienes deciden su desintegración son los ciudadanos de sus nacionalidades, no los del conjunto del país.

 Yo creo que el diálogo con los nacionalistas es necesario. También creo que el Estado autonómico necesita desarrollo y reformas, incluso constitucionales. Pero creo que el PSOE no puede negociar sobre la agenda soberanista de la autodeterminación o sobre reformas confederales de nuestro modelo autonómico, a riesgo de producir un quebranto nacional irreversible y a riesgo de fracturar seriamente nuestra cohesión interna. La pretensión de la consulta autodeterminista esconde una espada de Damocles letal sobre la unidad de nuestro país. Los nacionalistas la necesitan para alimentar y estimular su proyecto independentista ofreciendo a sus electores ese horizonte político. Ahora no cabe, lo saben, pero esperarán el momento adecuado para intentarlo. Por eso reiteran: «Ho tornarem a fer».

Podemos y debemos ofrecer un marco de diálogo en el desarrollo de nuestro Estado compuesto. Hay márgenes para mejorar el autogobierno, para negociar la financiación, para hacer compartida la gobernación con las comunidades autónomas en España y Europa, para reformar los estatutos, incluso para reformar la Constitución en sentido federal. Hay que intentar integrar al PP en esa tarea porque gobierna muchas comunidades autónomas, porque su contribución es necesaria en estas reformas y porque el propio Partido Popular necesitará recuperar el diálogo con los nacionalistas si quiere gobernar España. 

Esa debe ser nuestra agenda. Si la minoría nacionalista exige lo imposible, digamos ‘no’. Un PSOE que se mantenga firme en la defensa de la España autonómica y constitucional no debe temer la repetición electoral. Muy al contrario, el desenlace de los próximos meses bajo este escenario reforzará nuestras opciones y nuestra vocación de mayoría.

Publicado en El Correo, 3/09/2023

11 de julio de 2023

Sin seguridad no hay democracia.

"O plata o plomo" En esta frase lapidaria se concentra el dilema mortal con el que operan las mafias del narcotráfico. Lo hemos visto o leído en cientos de películas y libros que nos han relatado hasta la saciedad múltiples escenas de esa tragedia que vemos lejana y ajena. No debiéramos situarla tan lejos. El comercio de las drogas y las organizaciones criminales que lo gestionan se están expandiendo por el mundo entero, también aquí en Europa, representa un peligro mortal para las democracias latinoamericanas y destruye la vida de millones de sus ciudadanos.

Latinoamérica, esa realidad tan próxima para muchos de nosotros que cooperamos con tantos pueblos fraternos, se desangra en la violencia del 'narco' y en la de las bandas juveniles.Unas y otras se apoderan de ciudades y pueblos estableciendo una ley salvaje ante la ausencia del Estado. Millones de salvadoreños, hondureños, guatemaltecos huyen hacia Estados Unidos, expulsados por esa combinación fatal de ausencia de expectativa laboral y de violencia mortal. Se unen así a otros millones de refugiados que vienen de Haití, de Cuba, de Venezuela... en la misma búsqueda: trabajar y vivir en paz.

No es preciso describir con más detalle este drama. Solo recordar algunos datos: cuarenta y tres de las cincuenta urbes más violentas del mundo están en América Latina. Cerca de cien homicidios por cada 100.000 habitantes es la escalofriante estadística que señala a algunas de sus ciudades. El periodismo libre está herido de muerte por las amenazas de los traficantes. Algunos países tienen penetrados por el tráfico de drogas sus sistemas políticos y judiciales. Esta actividad ha superado las líneas clásicas de producción y transporte (Colombia hacia EE UU) y hoy está presente en Venezuela , Ecuador, Chile y hasta Argentina. El 80% del territorio mexicano está afectado por problemas de seguridad personal o familiar. La extorsión y el crimen alcanzan a toda su población: empresarios, comerciantes, jóvenes, niños... La frontera de Estados Unidos con México tiene aproximadamente 3.000 kilómetros y en el lado estadounidense hay 9.000 armerías; es decir, tres por cada kilómetro. Deduzcan ustedes a quién venden su mortífera mercancía.

Dos reflexiones nos afectan. La primera tiene que ver con la respuesta de la comunidad internacional al problema del narcotráfico. No hay respuesta. Solo perplejidad, impotencia, desinterés. Todos conocemos el diagnóstico del problema pero nadie se atreve a plantear caminos alternativos a una situación que se extiende peligrosamente hacia los confines 'occidentales' del mundo.

Una salida fácil y un poco demagógica propone la legalización, pero todos sabemos los riesgos comunitarios y de salud pública que eso supone , además de la imposibilidad material para un acuerdo universal de esa naturaleza. Pero de alguna manera habría que intentar controlar y regular la producción y el consumo desde autoridades públicas delegadas por Naciones Unidas o por alguna organización creada al efecto por la comunidad internacional. Quitarles el negocio a las bandas criminales es fundamental y eso es lo que persiguen todas las iniciativas que se están planteando en este vidrioso y complejo tema. Una veintena de expresidentes latinoamericanos presentó ante la comisión global de política de drogas de Naciones Unidas su informe anual 2022, reclamando precisamente «un camino hacia una regulación justa». En dicho informe se constata el fracaso de la guerra contra las drogas, que aumenta los cultivos de coca cada año y tiene cada vez más altos costes económicos, humanos y democráticos.

El otro gran debate, no menos complejo que el anterior, es el que nos ha planteado a todos la respuesta de Bukele, el presidente de El Salvador, frente a la violencia juvenil de las bandas en su país. Su apuesta de seguridad, que se carga de un plumazo todo el garantismo penal y procesal, todos los derechos ciudadanos frente a los abusos del Estado, ha producido unos efectos extraordinarios. En poco menos de un año, esta suspensión general de garantías ha hecho bajar la tasa de 108 homicidios por cada 100.000 habitantes a 2,1. Llevan doscientos días con cero homicidios. Hace dos años, había 40.000 presos. Hoy hay 95.000. La popularidad de Bukele roza el 90%. Honduras, con un Gobierno de izquierdas, anuncia una acción semejante. En toda América Latina el fenómeno Bukele genera peligrosas imitaciones.

No me cabe duda de que esta respuesta es inadmisible desde una perspectiva democrática. Creo, además, que su éxito es provisional y efímero. No podrá retener a esa enorme masa juvenil encerrada eternamente. La cárcel no les sanará, sino al contrario.

Finalmente, es el Estado el que tiene que proporcionar seguridad y libertad y esa ecuación exige soluciones más sostenibles, más equilibradas y con una perspectiva socioeconómica que genere cohesión social y bienestar. Esta es la gran demanda de las nuevas clases sociales (jóvenes formados) latinoamericanas y la gran asignatura pendiente de sus Estados.


El Correo, 11/07/2023

12 de junio de 2023

Bildu y el voto nacionalista.

El éxito electoral de Bildu el 28-M merece algunas reflexiones. De entrada, es preciso destacar que de todos los partidos socios de la coalición de Gobierno en España es el único que ha salido fortalecido. Las razones de esta excepción hay que buscarlas en la peculiar mirada del electorado vasco a su propia realidad política.

El escándalo provocado por sus listas y la utilización masiva de este hecho en la campaña nacional han sido el primer factor en su favor. La presencia de exterroristas en sus candidaturas no provoca la misma indignación moral y política en el País Vasco que en el resto de España porque la sociedad vasca tiene una voluntad de olvido y de superación, quizás por la autocrítica que suscita su propio comportamiento, incompatible con el uso electoralista de esa circunstancia. Cabe, pues, interpretar que este hecho no ha provocado rechazo electoral a Bildu porque una parte de la sociedad vasca no solo no recrimina su pasado, sino que premia su apuesta política por la paz y las vías democráticas. Esto es particularmente así en la población joven, que o bien no sabe mucho de nuestra vieja tragedia o simplemente no la valora de manera tan crítica y censurable como lo hacemos las personas de más edad.

La segunda circunstancia explicativa de sus resultados es que ha jugado muy bien sus cartas ideológicas de izquierda en sus apoyos al Gobierno de coalición. Tan es así que ha superado al PNV en su papel de ‘conseguidor’ en Madrid, dada la composición y el discurso del Gobierno central en esta legislatura. Sus apoyos han sido muy puntuales, pero decisivos en momentos y materias muy significativas: pensiones, Presupuestos... Y eso les ha proporcionado un protagonismo en el espacio de la izquierda que explica, en parte, su clara penetración en el electorado de Podemos.

Hay tambien un cierto desgaste del PNV, fruto de su larga hegemonía histórica en las instituciones locales vascas y consecuencia en parte también de la incomodidad manifiesta en la que se ha movido en la política estatal, apoyando a un Gobierno con el que no siempre coincidía, especialmente en las áreas de Podemos, y con el que, por primera vez en su historia, veía ensombrecido su protagonismo en la gobernación española por la competencia antes señalada de su principal rival nacionalista. Tampoco es descartable un reproche electoral por el estado del servicio público de salud (Osakidetza). La pandemia desnudó múltiples carencias que no se han corregido, muy significativamente en el servicio de Atención Primaria y en las largas listas de espera para consultas de especialistas . Hay áreas en las que el Gobierno vasco tiene acreditada una gestión eficaz (industria, infraestructuras, servicios sociales...); pero es poco comprensible que, con más recursos públicos que otras comunidades autónomas, hayamos dejado en situación tan precaria la prestación social más importante.

Bildu, a su vez, ha modernizado y suavizado sus perfiles (incluso los estéticos), ajustándose al ‘statu quo’ político y asumiendo un pragmatismo propositivo evidente .Ninguna de sus propuestas programáticas ‘tocaba’ los intereses económicos de la ciudadanía vía impuestos y han desaparecido de sus discursos extremismos ideológicos u ocurrencias ecológicas. No han aparecido elementos identitarios de su proyecto nacional. El euskera, la Ertzaintza, el Estatuto, la independencia... no han tenido significación alguna en la campaña ni en sus medidas programáticas. Todo ello ha hecho que el voto a Bildu haya sido un voto cómodo, fácil, casi guay, provocando el efecto de una mayoría nacionalista abrumaduramente mayoritaria si la sumamos a la del PNV.

Dicen los dirigentes de Bildu que ellos son una fuerza nítidamente independentista, pero lo cierto es que esconden este perfil como señal de su proyecto porque saben que, si esa fuera su bandera política real, muchos de los votos que reciben no se sostendrían. La experiencia de Cataluña aconseja mucha prudencia al nacionalismo en general. No solo por el fracaso de las estrategias unilaterales y radicales, sino también porque una parte importante del acomodado voto nacionalista en Euskadi abandonaría ambas formaciones si la tensión identitaria vasca fracturara nuestra sociedad.

Este es un tema que merece un análisis más sosegado porque los dirigentes nacionalistas más abiertamente independentistas (tanto en Bildu como en el PNV) aplazan tácticamente esa reivindicación hasta contar con una mayoría social de apoyo a su proyecto, esperando que su mayoría electoral refleje esa aspiración. Pero olvidan que su pragmatismo táctico adormece ese señuelo y acomoda crecientemente a la sociedad vasca con el marco autonómico estatal. A los hechos me remito: en los tiempos en los que la suma electoral de las dos fuerzas nacionalistas casi alcanza los dos tercios de los votantes, la voluntad independentista ronda el 20% de los ciudadanos vascos.

Publicado en el Correo, 12/6/2023