25 de julio de 2021

¿Para qué un nuevo estatus?

" Las preocupaciones de los vascos no son identitarias, son sociales, medioambientales, de salud, de pensiones, de futuro real, no ilusorio"

Más allá de las diferencias surgidas en la tramitación del nuevo estatus de Euskadi entre PNV y Bildu, ambas fuerzas políticas mantienen una expectativa común sobre los resultados de las negociaciones del Gobierno con la Generalitat, por si de ellas surge algún indicio de avance en ese artilugio jurídico político llamado derecho a decidir.

En el fondo, una bilateralidad con una especie de soberanía propia, que permita a Euskadi pactar su forma de estar en España en un régimen confederal es lo que pretende el PNV. Sería –como ellos mismos dicen– un ‘Concierto Político’ semejante al Concierto Económico en el que el derecho a decidir de los vascos sería siempre respetado en un régimen de pacto permanente. La consulta previa a los vascos es la forma ingeniosa de privar a los españoles y a las Cortes de su opinión sobre ese estatus. Abiertamente inconstitucional y políticamente inviable, en mi opinión. 

La propuesta auto determinista de Bildu es más simple y se orienta, como en Cataluña, a un referéndum de independencia –sí o no– con negociación posterior del proceso en caso de triunfo del sí. Aunque el nuevo estatus que propone el PNV es más sofisticado y quiere ser más respetuoso con el marco legal actual, contiene igualmente elementos potencialmente explosivos para el proyecto unitario de España.

 Me pregunto qué necesidad tenemos los vascos de cambiar nuestro estatus y meternos en esta incierta andadura. Porque si se tratara de mejorar nuestro autogobierno, creo sinceramente que hay un margen interesante de negociación. Es más, habría una gran oportunidad de consolidar el consenso estatutario, incluyendo una compleja pero necesaria explicación de nuestro tiempo pasado en su exposición de motivos que satisficiera los conceptos simbólicos e históricos de nuestra diversidad identitaria. Serviría también para poner un cierre solemne a nuestra tragedia violenta de los últimos cuenta años. Difícil, sí, pero conveniente para nuestra convivencia interior y necesaria para superar la fractura social que todo este drama nos dejó.
 Esa reforma mejoraría además sensiblemente nuestro autogobierno con una carta de derechos y deberes mucho más actual y explícita que el actual Estatuto y por supuesto podría avanzar en materia de autogobierno, si la reforma se vincula a una reforma constitucional, a todas luces necesaria en nuestro país. 
A cambio de tan esperanzador y razonable horizonte, nuestros nacionalistas quieren reabrir nuestro eterno e irresoluble debate para llevarnos –otra vez– al debate identitario, al horizonte independentista, aunque ese sea un camino de fracturas internas irresolubles y de presagios más que preocupantes en todos las órdenes. 

¿Qué necesidad tenemos de meternos en ese lío? La mayoría de los vascos se siente cómoda en este estatus del autogobierno. Lo dicen los estudios sociológicos de todo signo. Diez años después de la paz, el porcentaje que desearía la independencia es del 20%, lo que demuestra que la violencia favorecía un artificioso y miedoso apoyo a las tesis más extremistas del nacionalismo. Basta ver y vivir la sociedad vasca de hoy para comprobar esta evidencia. Las preocupaciones de los vascos no son identitarias, son sociales, medioambientales, de salud, de pensiones, de futuro real, no ilusorio. 

Comprendo que PNV y Bildu tienen que alimentar la llama sagrada de su sentimental proyecto, pero a quienes no somos nacionalistas nos corresponde decir alto y claro que no queremos cambiar de estatus; que no queremos irnos de España a ninguna parte; que es mentira que la independencia equivalga a soberanía y que la verdad es que aumentan nuestras dependencias; que nuestra economía irá a peor; que no somos sostenibles en pensiones, ni en gasto social; que Europa no quiere más fracturas interiores de sus Estados; que ninguna independencia puede garantizar las ventajosas condiciones actuales del Concierto y que, por el contrario, será muy cara para los vascos; que es falsa por imposible la configuración de marcos sociolaborales independientes en el contexto de la economía europea; que nunca estaremos mejor que como estamos con el autogobierno vasco. Podríamos dar mil razones más y es conveniente que se digan y se oigan. 

PNV y Bildu están en su derecho de alimentar esta vía, de una u otra forma, y Podemos puede hacer seguidismo nacionalista. Pero el PSOE está en la obligación de negarse por convicciones políticas propias y por exigencias de nuestra Constitución. Mejorar el Estatuto, sí; cambiar de estatus, no. Ese fue el mensaje claro de Idoia Mendía en estas mismas páginas, para que el PSOE sea el partido en el que confían una mayoría de españoles no solo como el partido de izquierda sensato sino también como el partido más armónico y razonable en un modelo territorial autonómico-federal para España. 
Perder esa confianza es condenar al PSOE y a España. 

Publicado en el Correo, 25/07/2021

17 de julio de 2021

Europa ante el mundo post covid.



1.- ¿QUÉ MUNDO?

Muchas de nuestras miradas a Europa tienen como referencia el pasado. El nacimiento mismo de la Comunidad Europea era una respuesta antagónica al pasado salvaje y cruel de las dos grandes guerras. Fue una reacción civilizatoria y pacífica a las pulsiones hegemónicas que habían atravesado Europa durante siglos. Así, todos los grandes avances de la integración fueron consecuencia de retos que planteaban su evolución económica o política y de respuestas inaplazables a crisis sucesivas que surgían en la construcción de una compleja estructura supranacional. La necesidad de abordar el futuro mirando con prospectiva, es decir, calculando y previendo los cambios y las transformaciones que se estaban produciendo a nuestro alrededor, surge a finales del siglo pasado. La Unión Monetaria es quizás, la decisión más evidente en esta línea de análisis, al comprobar la acelerada globalización de las economías y, sobre todo, el enorme peso de las finanzas en el mundo económico, además, claro está de las necesidades propias de nuestro Mercado Interior Común.

A lo largo de este siglo XXI, la Unión ha seguido creciendo a golpe de crisis, impelidos a actuar, unas veces mejor y otras no tanto, por circunstancias inesperadas o sobrevenidas, que asaltaban la maquinaria europea con impactos serios a su andadura. La crisis económico-financiera de 2008/2014, el Brexit, el fenómeno migratorio en el Mediterráneo, las tensiones populistas anti europeas… etc. Ahora, en el comienzo de una nueva Comisión (Von der Leyen) y de un nuevo marco financiero plurianual (2021-2027), la Unión se ha enfrentado a la Pandemia y afronta, de inmediato, los retos de un mundo en cambio acelerado. De un cambio de época, que ya venía produciéndose antes de la COVID, pero que se acelera y se complica en el contexto de otras transformaciones que se están incorporando a nuestras vidas como consecuencia de la pandemia.

Por eso, antes de reflexionar sobre nuestros principales desafíos, es necesario examinar esos cambios que se dibujan en el mundo post-COVID.

1.El primero es la constatación de que las pandemias han venido para quedarse. Crecen en un ecosistema enfermo, en el que se han destruido ciclos naturales y, por tanto, otras zoonosis no solo son posibles sino probables. Lo fueron los diferentes SARS, el Ébola y el SIDA y lo ha sido la COVID-19. De manera que, hemos de asumir que existe una conexión entre pandemias y naturaleza. La lucha contra el cambio climático, en defensa de una naturaleza sana y robusta es pues una de las primeras prioridades.

2.Sin embargo, es falso creer que estas u otras pandemias destruirán la tierra. De hecho, una de las consecuencias más notables de la COVID ha sido que la ciencia ha vencido al patógeno. Nunca, en la historia de las pandemias, mirando siglos atrás, la ciencia había sido tan superior al virus. De hecho, lo ha gestionado y derrotado en muy poco tiempo. A los dos meses de su aparición, su ADN y su genoma, estaba en los laboratorios del mundo y la investigación de las vacunas se ha realizado en un tiempo impensable, hace solo unos años, gracias –entre otro méritos- a la Inteligencia Artificial y a los super computadores. Dicho lo cual, una segunda enseñanza es la necesidad de crear un sistema global de monitoreo y prevención de pandemias.

3.- He aquí otra de las novedades. La ciencia se ha globalizado y la cooperación entre científicos y laboratorios (salvando los intereses comerciales), ha sido planetaria. Las revistas científicas divulgaban los avances, la necesaria coordinación de estudios e investigaciones, han hecho imprescindible la comunicación y los resultados están a la vista. La ciencia y el conocimiento se globalizan y la humanidad se beneficia. La pregunta que surge de inmediato es evidente: ¿Y la Política? La política ha mostrado su fragmentación. Cada país ha aplicado políticas diferentes a pesar de tratarse del mismo virus. Nuestra capacidad de coordinar la fabricación de vacunas se enfrenta a los intereses privados y es incapaz de extender las patentes para que la producción se universalice. Nuestros egoísmos nacionales están impidiendo un reparto más justo a los países pobres. Para qué seguir. Esto ha puesto de manifiesto el fracaso de la gobernanza global. Instituciones “altamente competentes” (OMS, Naciones Unidas, etc.) han mostrado su incapacidad para la gestión global y han estado sometidas a la dependencia de políticas nacionales contradictorias y divisivas.

4.- Otra de las tendencias post-Covid es la que ha puesto en cuestión la tendencia hacia la globalización económica. La culpabilización de la pandemia a la globalización carece de argumentos sólidos. Es verdad que nuestra forma de vida anterior ha favorecido la más rápida expresión en términos históricos de una pandemia, pero no es menos cierto que las vacunas son fruto precisamente de una ciencia globalizada y nada asegura que menos globalización garantice menos riesgos. Hay, sin embargo, un debate pertinente sobre la necesidad de recuperar “autonomía estratégica”, en la provisión de materiales y productos sensibles para la seguridad y para el aprovisionamiento nacionales. De hecho, Europa y muchos Estados discuten sobre la necesidad de asegurar la producción propia en ámbitos esenciales: farmacia, agricultura, defensa, sectores estratégicos, etc. y ya están en estudio esas previsiones que enlazan con la tendencia a relocalizaciones en nuestros suelos de muchas actividades deslocalizadas en su día por razones de costes. Hoy esas razones ya no son tan evidentes y la proximidad productiva aconseja devolver muchas instalaciones a nuestros suelos. Unida a la necesidad de dotar de autonomía en el suministro de productos esenciales, esta tendencia se hará más intensa en todo el mundo, los próximos años.

Pero creer que la pandemia paralizará la globalización es un error. Es posible que viajemos menos, trabajemos más online, que se frenen las deslocalizaciones etc, pero todo indica que la revolución digital ampliará Mercados y geografía y que las finanzas, los productos los servicios y las personas seguirán moviéndose por el planeta, en un proceso irreversible. Por otra parte, una paralización de la globalización tendría unos costes económicos y de empleo de tal dimensión, que nadie podría asumirlos.

5.- Sería también un error trasladar las numerosas incertidumbres y miedos que genera el futuro hacia la Nación, hacia el Estado, como si éste fuera el último y el único refugio. El reforzamiento de la tentación nacionalista como antídoto a la globalización desgobernada, nos conduce por el camino equivocado. Las seguridades nacionales son falsas ante la dimensión de los retos que amenazan a la humanidad. El futuro no es nacionalista, es global, es cosmopolita. El reto es gobernar lo desgobernado porque la mayoría de los problemas que enfrentamos reclaman soluciones supranacionales. El futuro no es de los patriotas -como decía Trump- sino de los globalistas exigentes con la gobernanza planetaria.

Otra cosa es que la ciudadanía esté reclamando del Estado y de sus organizaciones democráticas, el fortalecimiento de las instituciones llamadas a proporcionar seguridad, salud, libertad, igualdad y todos aquellos bienes públicos que configuran su contrato social. Aquí tenemos un espacio nacional ineludible para afrontar la calidad de nuestros sistemas democráticos. Renovar el contrato social, el que vincula la ciudadanía con sus instituciones, reclama de la izquierda política, especialmente de la socialdemocracia, de sus mejores ideas y oficios para restablecer la igualdad, para fortalecer los servicios públicos del Estado del Bienestar, principalmente la sanidad, y enriquecer la democracia y sus manifestaciones más genuinas. Esta es otra de las asignaturas que nos deja el COVID, aunque, los ataques populistas a las democracias y las tentaciones nacionalistas ya se venían produciendo años antes. Solo que las consecuencias de la pandemia han agudizado grave y peligrosamente muchas de ellas.

6.- Otra de las grandes innovaciones vividas en la pandemia tiene que ver con la tecnología. La digitalización nos ha salvado. Las infraestructuras de la interconectividad han funcionado. Gran parte de nuestro éxito ante la pandemia es que la gente ha trasladado su mundo físico al mundo virtual en el que estábamos protegidos del virus. Nuestra actividad social y laboral se ha mantenido porque las infraestructuras digitales han resistido la enorme demanda de uso que han sufrido este año. Hemos pasado horas y horas trabajando, entreteniéndonos, manteniendo reuniones familiares, conversaciones amigables, etcétera a través de una red extraordinaria que nos ha permitido conexiones con cualquier país del mundo. Lo que nos lleva a preguntarnos si no será eso, Internet, y las redes tecnológicas, lo que constituye nuestra principal preocupación. Dicho de otra forma, necesitamos asegurar nuestra infraestructura digital si no queremos que sus fallos sean nuestra más grave preocupación de futuro.

Pero, este tiempo nos ha mostrado también los peligros de esta dependencia tecnológica. En la esencia misma de la democracia, porque está creciendo la argumentación antidemocrática derivada de las virtudes tecnológicas para conocer hasta los más íntimos pensamientos de los ciudadanos a través de sus usos tecnológicos, lo que lleva a las autocracias tecnológicas (China para no ir más lejos) a interpretar una especie de superioridad moral sobre las democracias, que solo permiten expresarse cada cuatro años al conjunto de la ciudadanía. Este cinismo argumental no es despreciable. Mucho menos si va acompañado de una cierta eficiencia en la gestión de los riesgos pandémicos y en la solución de sus efectos.

Tampoco podemos despreciar otros riesgos, del dominio tecnológico digital, mucho más cercanos a nuestro hábitat democrático. Hasta que la regulación democrática nos garantice límites al uso de los datos y asegure nuestros derechos, hay dos riesgos que se están produciendo a diario en nuestras vidas: La concentración de información sobre nuestra vida y nuestro cuerpo, no puede ni debe ser manipulado ni usado comercialmente. A su vez, son necesarios mecanismos de control sobre las grandes tecnológicas y los gobiernos, para equilibrar sus poderes y evitar las dictaduras digitales. Existen riesgos reales para la libertad y para las democracias, en el aumento del poder de grandes monopolios privados, detentadores de una cantidad tal de información que les convierte en dueños de nuestras vidas.

7.- La política se ha hecho más compleja. La ciencia acompaña muchas deliberaciones. Las alternativas combinan disciplinas heterogéneas. Siempre es necesario tener en cuenta, y valorar, factores exógenos, que están fuera de nuestro ámbito de gobierno y que influyen decisivamente en nuestras decisiones. No podemos gobernar sin la ciencia. Hay que consultar, evaluar, analizar y decidir junto a los técnicos y a los expertos. Pero ¡atención! la ciencia y la técnica, no pueden reemplazar a la política. Los políticos no solo tienen la legitimidad de origen para decidir. Además, manejan y gestionan la evaluación completa de una decisión. Combinan y consideran factores médicos, económicos, sociales, presentes siempre en la toma de decisiones. La política maneja y gestiona intereses públicos en contextos sociales determinados y se mueve en lógicas democráticas sometidas al escrutinio y a la evaluación ciudadana. Nada ni nadie puede sustituirla.

Pero la crisis pandémica también ha introducido enseñanzas que debemos incorporar a la gestión política. Además de necesitar a los expertos y a la ciencia a nuestro lado, se ha revaluado el pacto, el acuerdo en la gestión de situaciones tan graves. El acuerdo entre las instancias territoriales en la que se reparte el poder. El acuerdo y la visión transversal de las medidas para combatir la pandemia. El acuerdo con los sectores económicos y sociales para sostener empresas y tejido productivo y para reactivar la economía después de la pandemia. El acuerdo entre fuerzas políticas para todo eso y para soportar su coste económico teniendo en cuenta que afectará a mucho más de una legislatura y condicionará la macroeconomía del país para futuras generaciones.

8.- Hablando de macroeconomía, no olvidemos el volumen extraordinario de endeudamiento público en el que se situarán la mayoría de los países, después de la pandemia. El volumen de deuda pública en el mundo ha crecido exponencialmente estos años y aunque cada país debe ser examinado individualmente, el análisis universal que estamos haciendo nos exige comentar una evidencia. No hay dinero público suficiente para mejorar nuestros servicios públicos de sanidad y salud en un contexto de sobreendeudamiento y crisis fiscal. De la pandemia estamos saliendo con un reconocimiento general al personal sanitario, a nuestros sistemas hospitalarios y de salud pública y con un consenso, también muy extendido en la necesidad de invertir más para tener sistemas sanitarios robustos, modernizados y suficientes. Hacer frente a esta realidad y a otros gastos públicos en la mejora de nuestra protección social, exigirá una revisión de nuestro sistema fiscal y de nuestras contribuciones al gasto público. Afortunadamente, las iniciativas de los EEUU, de Biden y de su secretaria del Tesoro Janet Yellen, en materia fiscal son alentadoras y van en buena dirección.

9.- Por último, pandemia y desigualdad. Pandemia y pobreza. Desgraciadamente, como pasa con todas las catástrofes, la pandemia ha afectado más a países pobres, a gente pobre y ha aumentado las desigualdades porque la protección social se ha reducido. Es verdad que el virus no distingue clases sociales, pero en el metro y en los autobuses, en los pisos de 50 metros cuadrados, en los trabajos más peligrosos, en los barrios más sucios, el virus se extiende más fácilmente. Es verdad que el virus no conoce las fronteras, pero América Latina tiene el 8% de la población mundial y el 30% de los contagiados y de los fallecidos en el planeta. Los índices de pobreza han crecido hasta niveles de 1990, es decir, se han perdido treinta años de avances y de lucha contra la pobreza extrema en ese subcontinente.

En fin, nuestro mundo se mueve hacia unas transformaciones que todavía no podemos determinar en todas sus dimensiones. Es probable que nos hagamos un poco más individualistas, que nuestros hábitos sociales nos hagan más distantes, con menos contacto físico, quizás un poco más desconfiados en una textura social qué es difícil de predecir. Es seguro que la vida virtual, en la red, en el ciberespacio, ganará mucho terreno: En el teletrabajo, en la educación online, en el entretenimiento, en muchos de nuestros contactos sociales. Aumentará la importancia de algunos sectores económicos: medicina y salud, plataformas digitales, telecomunicaciones, logística, software... pero disminuirán su peso económico, otros como la aviación o el turismo. Hay países perdedores y países ganadores en la geopolítica de la pandemia, como las hay en la geopolítica de las vacunas. Un mundo, en parte nuevo, se presenta ante nosotros, los europeos.

2.- EUROPA ANTE ESE MUNDO EN CAMBIO

Por eso, al enfrentar ese futuro incierto que dibuja la pandemia, es obligado recordar dónde estamos, cuál es el contexto geopolítico y geoeconómico en el que nos movemos los europeos.

Empecemos por reconocer que desde hace ya mucho tiempo hemos dejado de ser el centro del mundo. El desplazamiento poblacional, productivo y comercial a Asia es imparable y el centro de gravedad geoeconómico del planeta está ya ubicado irreversiblemente en esa zona del mundo. El ascenso de China como potencia económica está siendo más rápido de lo esperado y superará a EEUU en pocos años. Su fuerza militar está creciendo en progresión geométrica y su influencia en el mundo entero, la convertirán en el nuevo gran rival de una bipolarización con Estados Unidos que amenaza el multilateralismo.

Más allá de los intereses económicos con China, Europa está ubicada en el bloque occidental-democrático de esa bipolaridad. Las batallas tecnológicas (5-G, IA, microprocesadores, etcétera), las defensivas, las comerciales y sobre todo las políticas que surjan de la cúspide de esa nueva guerra fría, nos comprometen junto a los Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia etcétera. No hay elección posible frente al otro bloque chino-ruso, si tal aleje se configura, lo que no es todavía seguro. Nuestros valores democráticos, nuestras libertades, nuestros sistemas políticos, no son negociables. No es una posición fácil para Europa, claramente partidaria de un multilateralismo del pacto, de una globalización gobernada, de unas organizaciones internacionales fuertes, arbitrales, cooperantes y pacificadoras en un mundo más sostenible y más equilibrado en su desarrollo. Ese es nuestro difícil equilibrio en un papel que nos obliga a fortalecer nuestra política internacional.

Quizás, una de las debilidades más notables de la Europa de hoy es precisamente su política exterior y de defensa, algo que se pone de manifiesto día a día por la creciente importancia del escenario global en el destino de los pueblos. Todo lo que ocurre nos afecta, todo está concatenado, todo es veloz y sucede inmediata y simultáneamente.

La velocidad es uno de los cambios que caracterizan la globalización. La viruela tardó tres siglos en extenderse por todo el planeta. El SIDA tres décadas. La Covid-19 ha tardado tres meses y un virus informático, quizás tres horas para infectar el mundo cibernético. Todo nos afecta. Los piratas somalíes que asaltan barcos pesqueros en el cuerno de África, nos obligan a enviar a nuestra armada a aquellos confines a protegerlos o enviar guardias privados fuertemente armados junto a los pescadores de atún de nuestros barcos. Francia combate con tropas en el Sahel porque algunos de los actos terroristas que ha sufrido, vienen de allí. La Primavera Árabe comenzó cuando un joven tunecino se quemó a lo bonzo en diciembre de 2010 y las protestas sociales consecuentes en el norte de África dieron lugar a unas revueltas democráticas que nos llenaron de esperanzas democráticas. Hoy, sin embargo, todo el Mediterráneo llora las desgracias producidas en una escalada de violencia desordenada y destructiva cabalgando sobre aquellas esperanzas.

Esa misma velocidad dificulta la gestión de los acontecimientos. A pesar de los innumerables centros de investigación, análisis y prospectivas de las Cancillerías y de los Centros de documentación de todo el mundo, casi nadie previó la crisis económica financiera de 2008-2012 o la caída del muro de Berlín una noche de noviembre de 1989 y, sobre todo, el zapatazo consecuente de aquel derribo, en un tablero internacional que permanecía bastante estable desde cuarenta años antes. Todo nos afecta. La previsible Alemania había establecido una fiscalidad especial para la prolongación de la vida de sus centrales nucleares. La razón, al final de la primera década de este siglo, era clara. Técnicamente era posible y seguro mantener en funcionamiento las centrales más allá de los 30 años previstos inicialmente. Por eso, la señora Merkel consideró que la autorización de la prórroga debía llevar aparejada una alta fiscalidad. Así se acordó en 2010. Pero, solo unos meses después, en marzo de 2011 se produjo la catástrofe de Fukushima y Alemania decidió a finales de ese año, vistos los efectos del tsunami en la central japonesa, cambiar radicalmente su política energética nuclear. Acordaron un plan de cierre escalonado de todas las centrales nucleares.

Vivimos pues un mundo en el que la velocidad, la relación entre los acontecimientos, la falta de previsión y la dimensión supranacional de todo ello, generan objetivas dificultades de gestión, dado el iniciático estado de su gobernanza.

Este es el mundo de nuestro siglo. Y Europa tiene que ser una potencia en él. Necesitamos ser un player del mundo, un socio fiable, influyente, para defender nuestros valores y nuestros intereses y eso requiere algunas reformas institucionales y algunas decisiones políticas importantes. Entre las primeras, la aprobación de nuestra política exterior sin el requisito de la unanimidad. Es un Derecho de veto inadmisible, una rémora burocrática que ralentiza la operatividad exterior de una potencia. Esperar quince días a que se reúnan los 27 ministros de exteriores y acuerden -por unanimidad- las posiciones europeas en temas que suceden y se resuelven -o no- en días o en horas, es absolutamente frustrante para el Servicio de Acción Exterior europeo.

En el terreno de las decisiones políticas, mencionaré solo dos, que constituyen elementos nucleares de nuestra integración. La primera es la creación de un sistema operativo de Defensa europeo que sea embrión de un ejército europeo y favorezca la creación de una industria europea de la defensa. La tensión interna que produce esta idea, se entiende bien, aunque no justifica la parálisis. En efecto, una defensa europea compromete nuestras relaciones con la OTAN y muchos países europeos (especialmente los del Norte y los bálticos) no quieren reducir su dependencia de la OTAN, que, ellos consideran, constituye la única y verdadera garantía frente a Rusia. La tensión interna europea, está servida y encontrar ese equilibrio entre OTAN y Defensa europea, no es fácil.

Algo semejante ocurre con la ratificación de los Acuerdos Comerciales, de Asociación y Cooperación de la Unión Europea con otros países del mundo. Laboriosas y complejísimas negociaciones de Acuerdos de Europa con el resto del mundo (Mercosur, Canadá, etcétera) quedan pendientes de una ratificación parlamentaria, no ya en el Parlamento Europeo, ni siquiera en los 27 parlamentos nacionales, sino en determinados parlamentos regionales cuyos Estados tienen transferida esa facultad a sus regiones (Bélgica es el caso).

Ocurre así, que un Acuerdo firmado con otro u otros países, necesitan dos o tres años para su entrada en vigor en el mejor de los casos, porque basta cualquier negativa de un parlamento nacional (o regional) para hacerlo inviable. Europa está perdiendo credibilidad negociadora, en uno de los planos de la actividad internacional en la que es más fuerte, dada su capacidad negociadora en nombre de 500 millones de consumidores de alta capacidad económica.

Europa quiere liderar el cambio climático en el mundo y por eso ha asumido compromisos de descarbonización más fuertes que nadie. (0 emisiones de CO2 en 2050). Por eso está al frente de los países que hacen del Acuerdo de París la hoja de ruta para el mundo y por eso está elaborando los más ambiciosos programas económicos en esta materia, como es el caso del New Green Deal. Quiere mantener un alto nivel de digitalización en su industria y en las infraestructuras tecnológicas. Quizás hemos perdido ya algunas batallas en el campo de la innovación, como son las telecomunicaciones, 5-G, Big Data o la inteligencia artificial, o los microprocesadores, pero, estamos en la carrera de las grandes transformaciones tecnológicas: nuevos materiales, baterías para vehículos, aeronáutica, nanotecnología, etcétera. No perder pie en estas materias y adaptarnos a las grandes revoluciones con la poderosa industria europea es vital en la esencial batalla de la competitividad internacional.

A este doble objetivo: liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático y una ambiciosa Agenda Digital responde al Plan para la recuperación económica que han lanzado la Comisión, el Parlamento y el Consejo europeos (julio 2020). Ha sido una reacción esperanzada de una Unión que ha configurado el Plan de Reactivación post-pandemia más ambicioso de su historia. Es verdad que no fue así al principio de la pandemia. La descoordinación en los cierres de las fronteras, decididas por los Estados Miembros unilateralmente, la ausencia de medidas de prevención y de material sanitario en los primeros días, y la perplejidad que mostraba Bruselas esos días, nos devolvió a los peores momentos de la crisis financiera 2009-2010. Los aviones chinos en los aeropuertos europeos vendiendo al mejor postor mascarillas y equipos de protección para los sanitarios, eran la mejor muestra de nuestro desconcierto. Pero la foto más humillante para Europa fueron los camiones rusos entrando en Bérgamo con ayuda sanitaria. El debate sobre la ausencia de Europa se hizo, una vez más, catastrofista y destructivo.

Pero la reacción económica de Europa ha sido formidable. El Banco Central Europeo (BCE) desplegó todo su potencial comprando deuda pública de los Estados y facilitando así liquidez financiera a Bancos y Estados. La Comisión aprobó diferentes programas para ayudar a los gastos sanitarios de los Estados (37.000 millones de Euros) y al desempleo provocado por el parón económico (Support to Mitigate Unemployment Risks in an Emergency , SURE 100.000 millones de Euros); suspendió el Pacto de Estabilidad para que sus rígidas normas sobre Déficit no impidieran la expansión presupuestaria y ordenó al, Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) creado en la crisis de 2010, pusiera 240.000 millones de euros al servicio de los Estados y ofreciera préstamos sin condicionalidad.

El gran impulso a la recuperación socioeconómica de Europa, lo dieron la Comisión, el Consejo Europeo y el Parlamento, aprobando un plan de 750.000 millones de Euros para ayudar a las economías europeas y dar además un salto en dos ejes claves para el futuro: El Green Deal en materia de lucha contra el cambio climático y la digitalización. El plan, llamado acertadamente Next Generation UE, ha llenado de entusiasmo europeísta a la población y ha despertado notable admiración en todo el mundo. Al mismo tiempo, esa misma Unión Europea está comprando más de mil millones de vacunas y las reparte equitativamente entre la población europea.

Estas respuestas han significado un avance extraordinario en la integración europea, refuerza enormemente el europeísmo ciudadano al ver, esta vez sí, una Europa unida, fuerte, solidaria, que ayuda a sus Estados y a sus ciudadanos y que aprovecha la crisis para lanzarse hacia el liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático y hacia la digitalización de su economía, manteniendo la cohesión social.

Es la primera vez en la historia que la Unión Europea se endeuda en nombre de la Unión y mutualiza la deuda ante los mercados. Es la primera vez que crea figuras fiscales nuevas para amortizar esa deuda (Digitales, plásticos y compensación del CO2 en Frontera). Es la primera vez que se lanza un plan dotado con casi un billón de euros en una política anticíclica (no procíclica como en 2010) a repartir solidariamente. Es la primera vez que se da un paso tan federalizante en una Unión supranacional como es hoy la Unión Europea.

Se ha dicho que este gran logro constituye un momento hamiltoniano de la Unión, aludiendo a la mutualización de la deuda de los Estados Confederados de América. Sin duda lo ha sido, aunque estamos muy lejos de forjar los Estados Unidos de Europa. Y aunque es cierto que ha habido otros momentos semejantes en la historia reciente de la Unión, este no es menos importante que aquellos históricos acuerdos sobre la Unión Monetaria, la Unión bancaria o los fondos de cohesión. Entre otras razones porque este será la base del Pilar Fiscal y de un posible Tesoro Europeo, condiciones fundamentales ambas, de la Unión Monetaria y de su Gobernanza.

Hay finalmente dos grandes retos pendientes en esta Europa que sigue haciéndose día a día, a golpe de crisis. El primero es el tema migratorio. La crisis de 2016 con las columnas de refugiados sirios queriendo llegar a Europa, dividió nuestra Unión entre países del Este y del Oeste. Una nueva línea divisoria, como lo fue en los años de la crisis económica 2008-2014, la división Norte/Sur, se introdujo en la maquinaria política de la Unión Europea hasta el punto de los cierres unilaterales de fronteras y la puesta en cuestión del Mercado Único con Schengen. Desgraciadamente el problema político sigue latente al negarse varios países (Visegrado) a acoger cuotas de reparto de las migraciones que presionan nuestras fronteras exteriores, especialmente la del Mediterráneo. La solución es tan sencilla de exponer como difícil de implementar. Se trata de acordar una política migratoria común con los países de origen de las migraciones, desviando así la emigración irregular hacia los consulados europeos que organizan la llegada ordenada de migrantes y su reparto en los países europeos en función de sus circunstancias económicas y necesidades. Debería realizar después la formación profesional, y su integración laboral y social en los países de acogida. Obviamente, el tema es más complejo, pero se articula sobre estás bases. Mientras no seamos capaces de organizar una ingeniería social semejante, el tema migratorio será un conflicto permanente entre nosotros, con graves riesgos para la integración europea.

La otra gran materia en la que Europa tiene que avanzar inexorablemente es la culminación de la gobernanza económica de la Unión Monetaria y progresiva armonización del Mercado Interior. El Euro ya es una moneda fuerte, sólida, representante de un espacio económico competitivo, universal. Pero su gobernanza adolece todavía de importantes carencias. La primera es finalizar su recorrido natural como moneda de la totalidad de la Unión, a excepción de Dinamarca que excluyó desde el principio su inclusión en ella. El resto de países tienen comprometida su adhesión y es bueno que eso se haga cuanto antes. Hay demasiadas distorsiones en la gestión de los intereses económicos de la Unión Europea con dos espacios monetarios diferentes. El EUROGRUPO está limitando el poder de la Comisión en política económica y debería ser sustituido por el ECOFIN (una vez se incorporen al Euro el resto de los países). Ello permitiría, además, que el Comisario de Economía y Finanzas, ejerciera el liderazgo en la política económica y financiera de toda la Unión. El Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) debería convertirse en el Fondo Monetario Europeo (FME), mucho más después del acuerdo para la recuperación económica post COVID (Next Generation UE). A su vez, hay que culminar la Unión Bancaria con la creación del Fondo de Garantía de Depósitos y completar una Unión de los Mercados de Capitales.

Respecto al Mercado Interior, es preciso reconocer que se trata de un proceso inacabado, que reclama sucesivas armonizaciones en las regulaciones nacionales y que entraña dificultades añadidas en la medida en que esas armonizaciones muchas veces implican cesiones de soberanía regulatoria de la Unión Europea y generan intereses encontrados entre los Estados Miembros. Conforme más avanzamos en la integración europea, más materias nos reclaman esa profundización en el funcionamiento armónico de nuestro mercado interior.

Así ocurre, por ejemplo, con la fiscalidad en la que los sucesivos escándalos han puesto de manifiesto la competencia desleal existente entre los Estados Miembros, absolutamente incompatible con la equidad en la competencia. Fue, en su momento, el caso Lux-leaks (atracción de sedes centrales y fiscales a Luxemburgo a cambio de ventajas fiscales en el impuesto de sociedades y en otras figuras fiscales) y lo siguen siendo sucesivas normativas en varios impuestos en Irlanda, Holanda, Malta, etc. Una Unión Fiscal es cada vez más necesaria para evitar daños enormes e injustos a las recaudaciones nacionales y para evitar competencias desleales en el seno de la Unión.

Cabe extender esa reflexión a otros campos del Mercado Interior Europeo. El desarrollo de la Agenda Digital está demandando una progresiva armonización en el desarrollo y regulación de los mercados de telecomunicaciones, en las exigencias de protección de Derechos en Internet, en la explotación de los Datos etc. La Unión Energética, en plena descarbonización y desarrollo de las energías renovables, exige conectar nuestras redes, hacer transportable la energía por encima de fronteras físicas, y de regulaciones nacionales cada vez más antieconómicas.

La Unión Social, que reclama condiciones sociolaborales semejantes, reclama igualmente un largo proceso de armonización al alza, de las condiciones laborales mínimas en los sectores económicos. Salario Mínimo (ajustado a cada país a la media salarial), principios de igualdad en los Mercados Laborales, Protección Social semejante, configuran todo un mundo por conquistar en este importante plano de la vida ciudadana europea.

Son solo algunos ejemplos de esta compleja tarea que da buena muestra de las verdaderas dificultades que entraña la integración europea. Podríamos citar muchos más, en áreas de Ayudas de Estado, apertura de mercados internos a la libre competencia europea, etc. Por eso, no conviene olvidar que el MERCADO ÚNICO es una de las grandes fortalezas económicas y geopolíticas de Europa.

En definitiva, Europa ha sido clave ante la pandemia, tanto en el combate al virus, como en la Recuperación de sus efectos socioeconómicos. No hay que dejarse llevar por ese pesimismo europeísta tan conocido y repetido. Pero, para que la crisis sea una oportunidad, Europa tiene que enfrentar nuevos desafíos, liderar temas del futuro y reordenar su maquinaria institucional para ser e influir en el mundo y para gobernar la globalización con nuestros valores y desde el multilateralismo y la cooperación.


Publicado para la Revista "Grand Place", Julio 2021





16 de julio de 2021

De la Revolución a la Tiranía.

He tenido la suerte de conocer muchos jóvenes europeos que lucharon por el triunfo de la Revolución Sandinista a finales de los setenta del siglo pasado. Su entrega a una causa tan lejana como justa, me recordaba a la de tantos jóvenes del mundo entero que vinieron a España a defender la República en la Guerra Civil Española (1936-1939) integrando las conocidas “Brigadas Internacionales”. Eran jóvenes, unos y otros, movidos por un impulso de justicia y solidaridad con una causa elemental de libertad y democracia frente a la dictadura y el fascismo. A algunos de aquellos jóvenes que lucharon contra Somoza los he visto después en organizaciones de cooperación con Nicaragua radicadas en Alemania, Holanda, España. Uno de ellos, Javier Nart, me acompañó a Managua como parlamentario en la misión del Parlamento Europeo en enero de 2019. Todos ellos lamentaban la deriva actual de aquel movimiento que triunfó en 1979.

Me cuesta reconocer a algunos de aquellos revolucionarios de los ochenta como dictadores hoy. Me apena que los ideales de su lucha se hayan transformado en viles ansias de poder. Me entristece que la izquierda política protagonice la represión, olvidando que la democracia tiene reglas infranqueables y que la Constitución y el Estado de Derecho no son un medio instrumental para fines ideológicos, pretendidamente superiores. Olvidando que no hay socialismo sin libertad, que socialismo es libertad.

Los acontecimientos de abril de 2018 mostraron la imagen más repulsiva de un Gobierno incapaz de entender las razones de las protestas, las ansias de libertad, las exigencias democráticas y sociales de la sociedad nicaragüense. El recurso a la represión fue una reacción un tanto asustadiza, sorprendida, de un Gobierno incapaz de entender siquiera que una parte de su pueblo expresaba quejas y demandaba cambios. En estos tres años, hemos vivido pendientes de un proceso que unas veces se hundía en las tinieblas de la represión, y otras, alumbraba esperanzas de diálogo y de elecciones libres. A comienzos de este año vivíamos con esta ilusión.

En múltiples conversaciones con líderes nicaragüenses les he mostrado mi opinión. Favorable a la participación electoral como única forma de transformar las quejas y las aspiraciones de la Nicaragua de 2018 en poder político y en representación democrática. Mi criterio era que el boicot como estrategia conduce a la inacción, a la desaparición, a la división interna, a la frustración de tantos anhelos de tantos ciudadanos que esperaban -y esperan- las elecciones democráticas como la oportunidad de recuperar un país en libertad y de construir sobre la democracia un futuro en paz y en progreso.

Creía que Ortega confiaba en su victoria tras la falta de unidad de la oposición y permitiría así la participación electoral de sus rivales para demostrar que cuenta con la mayoría de apoyo popular. Suponía que aceptaría unas elecciones en condiciones muy favorables a su candidatura y a su partido, pero que trataría de obtener un cierto reconocimiento internacional, al menos para no ver cuestionada abiertamente su legitimidad política.

Me equivoqué. Fui un ingenuo al creer que Ortega estaba dispuesto a asumir un mínimo riesgo de derrota. Las detenciones de todos los candidatos de la oposición —incluso los más próximos al Gobierno—, la apertura de causas penales totalmente artificiosas y falsas, la ilegalización de varios partidos políticos, la negativa a dialogar sobre la Ley Electoral, la imposición de un Consejo Electoral totalmente afín al Gobierno, el acoso y la persecución de los medios de comunicación críticos al Gobierno, la negativa a admitir misiones internacionales y organizaciones de derechos humanos, configuran un país sin libertades, un Gobierno autoritario y totalitario que elimina a la oposición, que niega el pluralismo, que coarta la libertad y el pluralismo.

¿Qué hacer, entonces?

Ortega no nos deja salida. Si no hay elecciones libres, la comunidad internacional, no podrá reconocerle. La exigencia de unas elecciones auténticamente democráticas deberá pesar, como espada de Damocles, sobre su Gobierno desde el primer día de su nuevo mandato. Será la primera exigencia del mundo entero al día siguiente de su amañado triunfo electoral.

Las sanciones internacionales deberán incrementar su potencia y un marco acordado entre Unión Europea, OEA y Estados Unidos debería buscar la máxima eficacia en su implementación.


La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Oficina Regional para Centroamérica del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos deberían iniciar los trámites para elevar al Tribunal Penal Internacional acusaciones contra los responsables nicaragüenses de esta represión que ambos organismos han denunciado.

Todavía estamos a tiempo de parar esta locura que hunde Nicaragua en un pozo negro de represión y miseria. Pero si el Gobierno no permite elecciones libres, la comunidad internacional debe sancionar severamente a Ortega y a su Gobierno.

*Exparlamentario del Partido Socialista Obrero Español en la Unión Europea. Presidió la comisión del Parlamento Europeo que visitó Nicaragua en enero 2019

Publicado en Confidencial Nicaragua. 16/07/2021

12 de julio de 2021

Entrevista "El adelantado de Segovia" 12/07/2021

El clima seco favorecía los problemas asmáticos de sus hijos. Pero este no fue el único motivo por el que el político Ramón Jáuregui escogió hace ya 30 años Riaza como sitio para veranear. Nació en San Sebastián. Al menos en verano, sentía la necesidad de huir del lugar que le quitaba la paz que tanto anhelaba durante “unos años terribles” en los que debía lidiar con ETA. El que fuera vicelehendakari entre 1987 y 1991, consejero de justicia y trabajo (1995-1998) y ministro de Presidencia del Gobierno de Zapatero entre 2010 y 2011 (entre otros muchos cargos), tiene ahora otras preocupaciones. ¿La principal? El estado de crispación de la política actual.

— ¿De qué forma valora el estado de la política actual?

Preocupado. Desde 2015, cuando se establece el multipartidismo en España, no hemos sido capaces de encontrar estabilidad política. El país ha vivido con un bipartidismo imperfecto durante más de 30 años. Pero ahora, en el multipartidismo, no tenemos reglas para asegurar la estabilidad. Esto nos obliga a una revisión de nuestro modelo electoral o de nuestra ley de Gobierno para la investidura. Creo que hay que asegurar que el partido que gana las elecciones sea el que gobierne. Hay que facilitar su investidura.

— ¿Qué retos cree que tiene ahora España?

Casi todas las grandes cosas que tiene España como retos es el tema catalán, pero también la transformación de su sistema económico, porque estamos viviendo dos grandes disrupciones: la ecológica y la digital. Eso implica que tiene que hacer frente a esa realidad para ser un país de primera en los próximos 20 años. Los temas que tiene el país por delante, como la revisión de su fiscalidad, de su Seguridad Social, de sus leyes laborales… requieren grandes acuerdos y el país está fracturado. Esta es mi mayor preocupación.

— ¿Le parece que hay demasiada crispación entre los partidos políticos?

Sí, y esto es consecuencia de las decisiones que se han ido tomando en los últimos tiempos, que han condicionado en gran parte a la política. España necesita recuperar el gusto por el pacto. Esto antes premiaba, hoy no. Afrontar los grandes retos que tenemos por delante, van a reclamar recuperar pactos de Estado. Los tuvimos durante mucho tiempo: había cinco o seis grandes bloques de materias en la política española que eran intocables desde el punto de vista de la acción de Gobierno y oposición, sobre terrorismo, por ejemplo.

España está necesitada de que esas cosas funcionen más engrasadamente, pero desgraciadamente todo está muy bloqueado y fracturado. No caminamos en los sentidos adecuados.

— ¿Qué requeriría ese trabajo conjunto?

El ejemplo más clave es el uso de los fondos europeos, que va a requerir que todo el engranaje institucional, público y privado del país funcione como una maquinaria bien engrasada, para que se utilicen bien esos fondos y, al mismo tiempo, España se convierta en un país situado entre los 15 primeros del mundo por su sistema productivo. Todo esto tiene que hacerse en base a una ingeniería en gran parte pactada.

— Como ha comentado, uno de los grandes retos que tiene España es el asunto catalán. ¿Qué opina sobre los indultos que ha concedido el Gobierno a los presos independentistas?

Era un paso necesario para desinflamar un conflicto que sigue reclamando una política inteligente de España en relación con Cataluña. Creo que son inevitables. Es imprescindible para plantearse seriamente si hay o no una oportunidad de diálogo, aunque también sea muy difícil. Yo lo veo más como un gesto a favor de una serenización del tema catalán. Es un gesto de concordia inteligente por parte de la política española. No obstante, soy muy escéptico con una solución a corto plazo, porque desgraciadamente el independentismo no da margen.

— Habla de la concordia. Usted, que coincidió con los años de mayor violencia de ETA. ¿Cómo era la vida de un político en esos años en el País Vasco?

Fue muy dura, prácticamente desde 1977, desde que los socialistas y los comunistas vascos empezamos a defender la Constitución en solitario en un lugar y en un espacio político, con una etiqueta nada fácil y agradable.

— ¿Por aquel entonces sí había la unidad política que hoy reclama?

Costó mucho alcanzar la unidad de los partidos frente a la violencia. Hasta 1987 no se pudo producir un pacto democrático. Fueron 10 años horribles. Hay datos que marcan mi vida en ese sentido. He asistido a más de 300 funerales de policías y guardias civiles y he acompañado centenares de veces a sus familiares.

Tuve escolta desde 1983 hasta 2012. También lo tuvo mi mujer, que era juez. He sufrido un intento de asesinato en una sociedad gastronómica donde mi familia celebraba la Nochevieja. No me gusta enorgullecerme de ser una víctima, porque esto no tiene ningún mérito. Pero mi vida ha estado marcada por eso, me han matado a amigos que eran como hermanos, tengo familia que ha sufrido la represión solo por ser mi familia…

— A pesar del miedo que imagino que tendría, ¿qué le hacía seguir en política?

La convicción de que defendía lo justo, de que nuestra lucha respondía a una razón democrática y pacífica. Suelo decir que vivíamos una cierta épica en aquellos años, porque durante los años en los que hemos combatido al terrorismo y hemos sufrido su amenaza, nos sentíamos al mismo tiempo emocionados por todo lo que proporcionaba esa tragedia. Todo esto era un impulso a seguir luchando, a vencer ese fanatismo y esa locura.

— Si lo mira con retrospectiva, ¿la democracia española fue un ejemplo para el mundo?

Me siento muy feliz de que la democracia española venciera al terrorismo de una manera rotunda. Ha sido un final muy feliz. Si uno mira otros episodios terroristas en el mundo, el nuestro ha sido extraordinario, una victoria limpia y rotunda de la democracia.

— ¿Qué le parece que Sánchez haya culminado el acercamiento de presos de ETA?

No mantengo ningún sentimiento vengativo ni nada semejante. No me parece mal que se acerque a los presos, no tengo odio contra nadie. Me parece maravilloso que todos los que hemos ido articulando una estrategia contra este fanatismo hemos vencido.

— Esto le ha supuesto muchas críticas al Gobierno. El ejecutivo de Zapatero, del que formó parte, también fue muy criticado, especialmente por la llegada de la crisis económica.

Era inevitable. Los últimos dos años del gobierno de Zapatero fueron muy difíciles. Intentamos evitar el rescate de la economía española y lo conseguimos, pero a cambio tuvimos que hacer cosas que no fueron precisamente populares, porque la economía se había caído. Los mercados no nos prestaban dinero, había una prima de riesgo altísima para los préstamos. Suelo decir, medio en serio medio en broma que, aunque era el Ministro del BOE, realmente estaba más pendiente de la prima de riesgo cada mañana, que del BOE que publicaba las leyes del Gobierno.

— A pesar de ello, logró labrarse una buena imagen.

He sido bastante coherente con todo lo que he hecho en mi vida. He mantenido siempre una actitud de compromiso con la democracia, algo que aprendí cuando hicimos la Constitución.

Publicado el 12/07/2021

9 de julio de 2021

Entrevista a Ramón Jáuregui | Pensament Socialista | Partit dels Socialistes de Catalunya

¿Qué cree que define sustantivamente el socialismo democrático? ¿Cuáles cree que son sus valores y propuestas esenciales?

El socialismo es un proyecto de igualdad y de lucha contra la injusticia, que busca la dignidad del ser humano en todas las esferas de su vida. Nacemos en circunstancias distintas. Con oportunidades ante la vida muy diferentes, en función de factores económicos, educativos, físicos, territoriales, culturales, etc. El mundo al que llegamos consolida y acentúa esas diferencias, y nuestra vida transcurre con muy diferentes posibilidades de prosperar, con muy diferentes niveles de bienestar y de satisfacción personal. El socialismo combate esas circunstancias “naturales”, interviene para combatir las limitaciones de oportunidad vital, para eliminar las discriminaciones y en definitiva para abrir horizontes de igualdad y dignidad a todos los seres humanos. Así hemos construido, a lo largo del siglo XX, las grandes instituciones de la igualdad y la protección social: el Estado del Bienestar.

El socialismo es también un proyecto democrático de libertad, porque se basa en el ejercicio de los grandes derechos liberales y en la democracia, como sistema político. Esas son sus herramientas de acción para alcanzar sus ideales.

Es un proyecto de virtudes ciudadanas y de responsabilidad social individual, que cree en una organización social basada en el Derecho y por eso en las instituciones democráticas, y defiende la solidaridad estableciendo el Bien Común como base del interés personal. Virtudes ciudadanas y principios solidarios que defienden: la laicidad frente a la intromisión religiosa en la organización social; el cosmopolitismo ciudadano frente a la etnicidad; la interculturalidad y la pluralidad identitaria frente al multiculturalismo y el nacionalismo; la igualdad de los seres humanos por encima de sexos, razas, religiones, orígenes, etc. Y los Derechos Humanos como suelo universal de dignidad en cualquier lugar, en cualquier circunstancia.

Es, claro, un proyecto que cree en la política, en la acción pública, en el Estado, como instrumentos y terreno de juego básicos en los que situar su proyecto y sus aspiraciones.

- ¿Cómo entiende la relación entre marxismo y socialismo? ¿Qué lectura hace de la historia del socialismo?

El socialismo nace de las factorías que surgen en la primera revolución industrial. Es el capitalismo y su explotación laboral descarnada en los telares de Manchester, el que hace brotar los sentimientos más primarios del socialismo en aquella lucha de clases por la dignidad en las condiciones de trabajo. Como en las minas de carbón y del hierro de la margen izquierda de Bilbao a finales del siglo XIX y como en los talleres y en las obras en construcción de la Barcelona de principios del siglo XX.

El socialismo nace en esas explotaciones humanas y se inspira en el humus civilizatorio de la Europa nacida en la Revolución Francesa un siglo antes. Se organiza políticamente porque los sindicatos reclaman ese instrumento en su lucha sindical. La aparición de los partidos socialistas es la consecuencia lógica del juego democrático que se está iniciando y el corolario natural de las reivindicaciones sindicales.

El marxismo es un método explicativo de esa explotación y una interpretación histórica de las fuerzas en conflicto. El marxismo consigue dar argamasa ideológica a la lucha de clases, a la organización económica de aquella sociedad. No es más, pero tampoco menos.

El problema del marxismo es su aplicación comunista. La revolución soviética implementa la victoria del proletariado sobre el capital, estableciendo la dictadura de la vanguardia comunista y las consecuencias de esa experiencia las conocemos bien.

Hoy, treinta años después de la caída del muro, no podemos seguir prisioneros de aquella retórica que escondía una represión cruel e intolerable a la disidencia y un fracaso socioeconómico incuestionable.

Todas las expresiones socialistas europeas han vivido sometidas a la perniciosa influencia de la revolución rusa. Basta recordar las tensiones sociales de Alemania, Francia, Italia y España en los años 20 y 30 del siglo pasado para descubrir la enorme influencia que ejerció la Internacional Comunista en el devenir histórico de esos y otros países, bajo el señuelo de una Revolución que nunca lo fue o que de serlo, acabó en un desastre.

Afortunadamente, los socialistas españoles mantuvimos nuestra fe democrática y no nos dejamos seducir por aquellos cantos de sirena. La famosa pregunta de Fernando de los Ríos en Moscú: ¿y la libertad? Y la respuesta de Lenin: “Libertad ¿para qué?” quedó grabada en el acervo ideológico de los socialistas españoles.

Más tarde, ya en plena recuperación de las libertades democráticas después de cuarenta años de dictadura franquista, nuestro primer Congreso, en los albores democráticos, tuvo como eslogan, no por casualidad, un titular inolvidable: “Socialismo es libertad”. Pues eso, socialismo es libertad en la lucha por la igualdad.

- ¿Cuál piensa que ha sido y cuál debería ser el vínculo entre pensamiento y praxis política en el socialismo?

El socialismo tiene ideales, aspiraciones, sueños, si se quiere. Pero su praxis viene exigida por las circunstancias que te impone la realidad, por las demandas más urgentes, por las limitaciones de tus decisiones en el respeto a las reglas democráticas. Cuando sobrepones tus fines a las reglas democráticas, acabas con la democracia. Cuando crees que tus ideales están por encima de la voluntad electoral o de las libertades de otros, sean estos medios de comunicación o partidos o poderes diversos, te conviertes en dictadura y en tiranía. Hay ejemplos bien conocidos de lo que digo y desgraciadamente son presentes todavía.

En 1982, el PSOE ganó las elecciones con una mayoría abrumadora. El eslogan fue “Por el cambio” pero Felipe se cansó de repetir en campaña un eslogan distinto: “Que España funcione”. Consolidar la democracia, modernizar la economía, hacer la reconversión industrial, entrar en Europa, acabar el mapa autonómico..., esas eran las necesidades de España. ¿Hicimos socialismo? No. Pusimos a España en funcionamiento. Socialismo hicimos después, universalizando la sanidad y la educación, modernizando la seguridad social... No era posible hacerlo en el 83. Pero fue posible después porque hicimos un país económicamente moderno, europeo y con una fiscalidad propia de un Estado del Bienestar. Creo que con este ejemplo se entiende bien el vínculo entre pensamiento y praxis política del socialismo

Podríamos extender esta referencia histórica a los tiempos actuales. España tiene casi un 17 % de paro después de la pandemia. Un paro del 40 % entre los jóvenes. ¿Qué es más socialista, subir el SMI a 1200 euros, o mantenerlo como está para que la contratación laboral no se contraiga? Lo verdaderamente socialista es poner al país en la senda de las grandes disrupciones ecológica y digital para que nuestro aparato productivo sea competitivo y genere empleo para absorber ese paro. Eso es socialismo hoy y aquí. Quizás no emocione, pero es que a veces, lo emocionante un día, puede acabar en tragedia otro.

El socialismo del siglo XXI debe tener claro que debe ser un proyecto de mayoría electoral, es decir, que tiene que obtener la confianza ciudadana y ejercer el gobierno para el conjunto del país, con vocación de centralidad. Centralidad, no entendida como centro político sino como búsqueda del interés general, de los intereses del país, de lo necesario para la mayoría, eso sí, desde los principios socialistas antes descritos. Tenemos que ser capaces de encontrar ese equilibrio entre aspiraciones y praxis huyendo de retóricas vacías, de propuestas del siglo pasado y adaptándonos a un mundo en plena transformación, en múltiples disrupciones.

- ¿Cuáles son, según su criterio, los retos de nuestro mundo actual en los que el pensamiento socialista necesita centrar sus esfuerzos de reflexión y/o actualizar sus postulados (desigualdades, medio ambiente, migraciones, digitalización, ciencia, globalización, representación social y política, otros)?

Decía Rocard, el socialista francés, que es imposible transformar el mundo sin conocerlo. En línea con lo dicho antes, el socialismo debe situar su proyecto en un marco de transformaciones económicas, sociales y tecnológicas que tienen poco que ver con el siglo XX. Son conocidas: globalización económica y financiera, feminización, envejecimiento, concentración urbana, digitalización, cambio climático, etc. Nuestras aspiraciones son las mismas, pero nuestras soluciones, nuestras propuestas, tienen que ser distintas. Se oyen muchas alternativas supuestamente de izquierdas, que son antiguas, que no sirven, que se dan de bruces con realidades inexorables.

El socialismo hoy debe empezar por fijar una agenda progresista de la globalización. Es en las mesas internacionales donde se juegan muchas de nuestras aspiraciones. Repartir vacunas COVID depende de Covax, la organización internacional de NN.UU. Acordar la lucha contra el cambio climático es materia del multilateralismo, como lo fue el Acuerdo de París y lo será el de Glasgow. La lucha contra el fraude fiscal, los paraísos y el secreto bancario depende de la OCDE y del G-20. Así podríamos seguir con mil cosas tan importantes como la paz, la cooperación al desarrollo, los ODS y otros graves asuntos dependientes de la gobernanza de la globalización.

La desigualdad socioeconómica ha vuelto. El socialismo no debe seguir hablando de cuánto ha crecido la desigualdad, sino proponer fórmulas que la combatan. Nuevas fórmulas en la predistribución (salario mínimo, abanico salarial, etc.), nueva fiscalidad y revisar nuestras viejas fórmulas universales de redistribución para favorecer más a los que tiene menos. Esto no es fácil, ni popular, pero esas son las tareas de un socialismo renovado.

Tenemos que modernizar nuestra propuesta federal para hacer compatible la identidad con la solidaridad. Nuestro espacio público se estructura en cuatro círculos concéntricos bajo los principios de la subsidiariedad y la cosoberanía. La Ciudad, la Autonomía, el Estado y Europa, son nuestros ámbitos democráticos de poder, y defenderlos como un todo articulado y eficiente debiera ser una tarea primordial.

Europa como proyecto de integración nacional y como plataforma para hacernos visibles en el mundo e influir en él, con arreglo a nuestro modelo social y democrático, es otra de nuestras señas de identidad.

Liderar la lucha por la igualdad de mujeres y hombres y continuar la revolución feminista, probablemente la revolución más exitosa en este vierteaguas histórico que vivimos, es también tarea clave del socialismo de hoy. Como lo es nuestro compromiso ecológico y nuestra voluntad de acabar con las emisiones que provocan el calentamiento, en el 2050.

Tenemos que ser valientes en la defensa de los derechos de la inmigración y en las políticas de ordenación de los flujos migratorios. Hay derechos humanos en juego. Les necesitamos. En el siglo de la interconectividad, no hay fronteras capaces de frenar la esperanza de vivir. Debemos defender acuerdos internacionales para regular el Derecho de asilo y refugio con arreglo a nuevas realidades y extender los acuerdos con los países de origen para ordenar la llegada, formar e insertar a los inmigrantes.

La Democracia, el Estado de Derecho, la Constitución, nuestros ordenamientos jurídicos, nuestras instituciones, deben mejorarse en el marco de la renovación de nuestro contrato social. Renovarlos no es demolerlos, como pretenden algunos insensatos. Renovarlos es fortalecerlos, comprometerse con los consensos que sostienen nuestra convivencia y modernizarlos adaptándolos a las nuevas necesidades.

Es preciso pensar y reflexionar sobre la relación entre tecnología y redes sociales con nuestra democracia. El socialismo europeo debería propugnar una carta de Derechos y Deberes en el mundo nuevo de la Red. Europa es líder regulatorio y el socialismo debería liderar la enorme complejidad regulatoria de los Datos, los monopolios tecnológicos, su fiscalidad, los Derechos de los usuarios, la relación con la autoría de la información, etc. Estamos en el comienzo de esta tarea y el socialismo debería liderar esta reflexión.

Viene un mundo nuevo en el ámbito laboral con la economía digital. El socialismo debería liderar también este mundo a caballo de dos realidades que ya conviven:

El mundo de las fábricas y de las relaciones laborales clásicas y el mundo de la red, del teletrabajo, de las plataformas, de los emprendedores, de los autónomos..., la economía digital al fin y al cabo. Ya no basta pedir que se derogue la reforma laboral del anterior gobierno, es preciso proponer nuestro modelo de protección laboral y de dignidad laboral al nuevo mundo.

Por último, hay que revisar nuestra relación con la empresa. El socialismo debe incorporar una dialéctica con la empresa en términos de su contribución a las grandes causas progresistas: ecología, relaciones sociales, fiscalidad, transparencia, igualdad, etc. La empresa crea hábitats, impacta socialmente y la ley marca mínimos de exigencia que pueden y deben ser superados por la cultura de la responsabilidad y del compromiso con los stakeholders.

En fin, si queremos que el socialismo siga siendo la fuerza motriz que fue en el siglo pasado, tenemos que dar una fuerte sacudida a nuestras soluciones porque las que tuvimos entonces, ya no valen.

- ¿Considera la forma partido como el entorno adecuado para mantener, desarrollar y difundir el pensamiento socialista? ¿Es posible o necesario el pensamiento de partido y la figura del intelectual orgánico?

En el año 2012, después de nuestra severa derrota electoral, Alfredo Pérez Rubalcaba me encargó pilotar la conferencia política. Fue un ejercicio de aggiornamento y renovación de nuestro discurso político. Todavía vivimos de aquellas propuestas y de aquella reflexión. ¿Cómo la hicimos? Llamando a los mejores pensadores, investigadores, juristas, sociólogos, politólogos, economistas, de nuestras universidades.

Por supuesto, cada vez es más necesario enriquecer el pensamiento socialista. Los políticos en ejercicio no tienen tiempo de hacerlo. Recurrir a expertos es imprescindible en los tiempos que vivimos. Véase la pandemia, pero podríamos aplicarlo a mil debates claves: la energía, las telecomunicaciones, lo digital, ...
El partido es necesario. Por imperfecta que sea su estructura, no tiene sustituto conocido. Es como la democracia.

La adhesión al partido debería multiplicarse, facilitando otras muchas formas de estar en él y de participar en sus debates.

Me preocupan los resultados de nuestra apuesta por las primarias. Las defendí en su día, pero no oculto que están eliminando las instancias internas de debate y deliberación. La relación entre el líder elegido y las bases que lo han votado destruyen el edificio deliberativo interno. Esto es grave y no sé cómo se soluciona.

También me preocupa el sectarismo contra la disidencia o el férreo control de la dirección política a las opiniones discrepantes. No hago acusaciones a nadie, solo señaló realidades.

Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1 de septiembre de 1948), ingeniero técnico en construcción de maquinaria y licenciado en Derecho.

Entre 1977 y 1982 fue secretario general de la UGT en Guipúzcoa y en Euskadi. Fue presidente del PSE-PSOE desde 1985 hasta 1988 y secretario general del PSE-PSOE en años posteriores, siendo reelegido en cuatro ocasiones consecutivas.

En 1978 fue presidente de la gestora del Ayuntamiento de San Sebastián.

En 1980 fue elegido diputado al Parlamento Vasco por Guipúzcoa por el PSE. Delegado del Gobierno en el País Vasco entre 1983 y 1987. Vicelehendakari del Gobierno Vasco entre 1987 y 1991. Diputado al Parlamento Vasco por Álava (1990) y Vizcaya (1994). Consejero de Justicia, Economía, Trabajo y Seguridad Social del Gobierno Vasco entre 1995 y 1997.

Diputado a Cortes Generales en la VII Legislatura, donde desempeñó el cargo de secretario general del Grupo Parlamentario Socialista.

Diputado al Parlamento Europeo en 2009 y 2010, y de 2014 a 2019. Fue secretario general de la delegación socialista española en el Parlamento Europeo.

Fue ministro de la Presidencia del Gobierno de España desde octubre 2010 a 2011. Diputado nacional 2011-2014.

Publicado en PENSAMENT SOCIALISTA, 9/07/2021