22 de mayo de 2019

“Hemos construido un mundo de la RS demasiado confuso”

Fue uno de los primeros impulsores de la responsabilidad social de las empresas en España, convencido de que, desde la política, se podía hacer mucho para estimularla. Ya sea como diputado nacional, como miembro del Gobierno o posteriormente como eurodiputado, nunca ha cejado en este empeño. Este compromiso sostenido en el tiempo le permite tener una visión muy aguda y crítica sobre el mundo de la RSC.
 
 Ya en 2002, cuando apenas se hablaba en España de responsabilidad social corporativa, Ramón Jáuregui Atondo (San Sebastián, 1948) redactó una propuesta de ley que planteaba una serie de requisitos y obligaciones para las empresas cotizadas en materias como la gestión de recursos humanos, la salud, la seguridad, el medio ambiente y la relación con el entorno social. Tres años después formó parte de la subcomisión parlamentaria dedicada a la RSC.

“Desde hace más de 15 años empezamos a trabajar en esta idea de la responsabilidad social corporativa y empresarial -recuerda Jáuregui- y hemos ido aprendiendo; soñábamos con que la RS fuera una herramienta extraordinaria en favor de una sociedad más justa y de la dignidad humana”.

A punto de despedirse de la Eurocámara, Jáuregui ha echado la vista atrás para hacer un balance crítico pero a la vez optimista de la “aventura” de la RS, aprovechando su intervención en la presentación del estudio del Observatorio de RSC, 'La responsabilidad social corporativa en las memorias anuales del IBEX 35. Análisis del ejercicio 2017'.

El político socialista es capaz de percibir con gran agudeza las contradicciones que lastran el avance de la RS. Una de ellas es el eterno dilema entre rentabilidad y sostenibilidad. “Nunca hemos negado a la empresa que busque obtener beneficio, porque esta es su naturaleza, pero le hemos pedido que nos diga cómo lo obtiene”. Esta es una contradicción que, a su juicio, se ha agravado en los últimos años, porque “la economía se está financializando tanto que los fondos, que son los verdaderos titulares de las compañías, exigen rentabilidades tan altas y tan inmediatas que hacen imposible la estrategia sostenible”.

Otra contradicción es que los impulsores de la RSC ponían su esperanza en que hubiera “una sociedad capaz de conocer, premiar y castigar” lo que hacían las empresas. Sin embargo, la realidad es otra: “Hemos construido un mundo de la responsabilidad social demasiado confuso; hay tal cantidad de herramientas, de instrumentos de medición, tantas diferencias entre los sectores económicos, tantas políticas e idiosincrasias nacionales a la hora de analizar estas materias que la ciudadanía se hace un lío”.

Otro gran obstáculo es, para Jáuregui, la dificultad de trasladar las buenas prácticas a la cadena productiva en un contexto de globalización imparable y creciente. “Todo el mundo subcontrata todo. Una empresa puede tener 30 o 40 compañías subcontratadas o fabricar sus productos en 70 o 90 países en el mundo”. Por, eso, el riesgo es “que nos estemos quedando en un análisis superficial de las estrategias de RS de las compañías”.

La voluntariedad se hace ley.

Pero no todo son sombras en el análisis del político vasco: “Soy un escéptico exigente y creo que aún así no podemos tirar por la borda la herramienta que es la RS, aún a pesar de todo lo que he dicho y muchas más cosas”. Así, uno de los aspectos más positivos del recorrido de estos años es, a su modo de ver, que la voluntariedad, que es sustancial en la responsabilidad social, ha dado lugar a buenas prácticas que, con el tiempo, se han convertido en leyes de obligado cumplimiento.

Como ejemplo, Jaúregui, cita toda una batería de directivas europeas y leyes nacionales en países como Francia, Reino Unido, Países Bajos, Suiza o España que tienen por objeto el fomento de la transparencia, el respeto a los derechos humanos o el impulso a la igualdad en la actividad de las empresas. “La voluntariedad ha mostrado límites insuperables pero las prácticas han ido forjando legalidad”, resume.

Toda una ofensiva legal que debería culminar, en su opinión, con un gran tratado de comercio internacional auspiciado por el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas: “¿Será capaz la ONU de alcanzar un tratado internacional que obligue a todos los países del mundo? Es muy difícil, pero esta sería una de las herramientas más extraordinarias para el futuro”.

En definitiva, para este pionero de la RS, lo que falta es la reivindicación de un discurso político de altura “sobre el compromiso de las compañías en un mundo en cambio acelerado, con unas transformaciones brutales, desde la disrupción digital que afecta a las economías, a los derechos de las personas y a nuestro hábitat jurídico”.

Jáuregui enfatiza que la sociedad ha salido de la crisis muy lastimada y enfadada con las empresas y con el sistema bancario y es necesario canalizar esa demanda social hacia las compañías para conseguir su contribución seria a la sostenibilidad. “Esta es la ecuación que falta por resolver, este es el trabajo pendiente”, sentencia el eurodiputado.
 

14 de mayo de 2019

Entrevista Cercle d’Economía de Mallorca.


El eurodiputado y ex ministro, Ramón Jáuregui ha ofrecido una rueda de prensa , invitado por el Cercle d’Economía de Mallorca, en el hotel Valparaiso de Palma para explicar los retos a los que se van enfrentar Europa y España, tras las elecciones europeas del próximo 26 de mayo. “Los nuevos eurodiputados van a encontrarse con temas tan relevantes como son la solución al Brexit, las migraciones, la implantación de las nuevas tecnologías y la modernización de Europa”.



13 de mayo de 2019

Ser un hombre de Estado.

 Se lo pregunté varias veces, ¿Cuándo lo vas a contar? Me respondía con el silencio en su cara, alzando sus hombros y una sonrisa picarona, mitad simpatía, mitad impotencia. El significado de su expresiva gestualidad era un “no debo, no puedo”. Eso es ser un hombre de Estado.

Él no debía contar cómo lo hicieron, ni siquiera años después de que ETA declarase la renuncia a la violencia, el fin del terrorismo, aquel 20 de octubre inolvidable de 2011. Fue un final feliz, extraordinario. Nadie, en ningún lugar del mundo, ha terminado tan limpia, tan democrática y tan definitivamente con la violencia terrorista como lo hicimos en España. Miren a Irlanda o a Colombia. Recuerden a Italia o Alemania. Él y Zapatero lo hicieron muy bien. Derrotar a la banda y ofrecerle una pista de aterrizaje que les permitiera cerrar su trágica historia. Lo hicieron muy bien y no lo han contado. Son hombres de Estado. Hoy les elogian incluso quienes les llamaron traidores y ponían palos en la ruedas de la Paz.

Alfredo era inagotable. Trabajaba hasta la extenuación. Preparaba sus discursos y se aseguraba bien del rigor de lo que decía. Lo leía todo, consultaba con el mundo, conversaba sin límites. Analizaba pros y contras, calculaba consecuencias, dibujaba escenarios, intuía el futuro.

Prestó servicios memorables al país como su discreta y meritoria contribución a la sucesión de Juan Carlos I y la consecuente entronización del actual Rey. Se es hombre de Estado por muchas cosas, también por hacer y no decir. Era, por todo ello, un político de los pies a la cabeza. Vivía y bebía la política. Incluso ahora, refugiado en la Facultad de Químicas seguía viéndolo todo, sugiriendo, proponiendo, conversando… Siempre en movimiento. Rápido, como el velocista que fue.

Amaba el pacto. Era negociador y gustaba del acuerdo. En los inicios del brote catalán, alrededor de 2013, me pidió escribir la propuesta autonómica socialista. La negociamos primero con Miquel y el PSC y luego con todos los varones del PSOE hasta alumbrar el famoso documento de Granada. Yo escribía, él negociaba. Consiguió un consenso que parecía imposible. Era un político de acuerdos. ¿Quién lo es ahora? Este país ha perdido el aprecio por los pactos. Peor aún, consideran débil o cobarde al que pacta, cuando debería dársele el mérito del valor y recibir el elogio porque los acuerdos ennoblecen a la política. Alfredo era un gran negociador, un gran pragmático.

En 2012 me pidió concebir y organizar una gran conferencia política para modernizar el PSOE después de nuestra derrota electoral en 2011 y para incorporar a nuestra propuesta programática las exigencias de una nueva sociedad en un mundo en cambio acelerado. Juntos hicimos un enorme esfuerzo de aggiornamiento del PSOE, contando con los mejores expertos en todos los planos ideológicos y políticos de nuestro país. La Conferencia Política fue un éxito. Todavía hoy, el PSOE bebe de esas fuentes. Fue un hombre de nuestro tiempo. Miraba lejos y adelante.

Fue uno de los mejores parlamentarios de nuestra historia democrática. Era didáctico y claro. Buen comunicador. Cuando llegó Twitter, él ya había descubierto los 140 caracteres. Mucho antes tuvo claro que los mensajes largos no entraban en la tele y que sólo los titulares y las frases redondas entraban en los periódicos.

Antes de ser jefe, fue colaborador. Lo fue de Maravall, de Almunia, de Felipe, de Borrell. De todos se hizo imprescindible. Cuando coincidimos en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, nos reuníamos a las 8:00h de la mañana en su despacho. Ya teníamos la prensa sobre la mesa. Allí se veían los temas, los marrones y allí se decidía qué decir, quién lo hacía, en qué acto… Era un analista fino. Era muy listo, muy sagaz. Fue un líder.

Se ha ido uno de los mejores. Uno de los que más ha hecho por el país estos últimos 30 años. Se ha ido uno de los grandes.

Lo recordaremos y le reivindicamos con orgullo.
Publicado en Expansión, 13/05/2019

12 de mayo de 2019

Alfredo, uno de los mejores de los nuestros.

"Era feliz con sus clases de Química, pero vivía en política y para la política, vivía el PSOE y para el PSOE."

 Pasamos por la vida y dejamos familia, amigos, recuerdos... Sabemos que unos dejan mucho y otros poco, o nada. Alfredo es de los primeros. Deja mucho y bueno. Era grande, géneroso, bueno. Deja un cuerpo social muy grande, dolorido y orgulloso. Dolorido porque sentimos pena enorme de perderlo. Orgulloso porque le recordamos con nuestros mejores elogios y le reivindicamos como uno de los mejores de los nuestros.

De sus contribuciones a la España de hoy podríamos hablar mucho más de lo que cabe en estas líneas. De su paso por los ministerios de Educación de los gobiernos de Felipe, de su capacidad política para hablar, dialogar, trabajar hasta la extenuación, comunicar, dirigir, hacer equipos... solo podemos hablar los que le conocimos bien y, créanme, todas esas virtudes las tenía por arrobas. De su capacidad para gobernar, para gestionar, desde un ministerio de Educación a uno de Interior, a una Vicepresidencia, lo atestiguan sus frutos y sus resultados. De su liderazgo político y de su visión de Estado nos quedan sus tareas más notables, entre las que destacó su contribución fundamental al fin de ETA. Trabajé junto a él en muchas ocasiones. Apreciaba mis criterios y opiniones sobre el País Vasco y vivimos juntos momentos de tragedia y de gozo cuando en aquel octubre inolvidable de 2011 anunciaron el fin de la violencia. Se fue sin contarnos muchas cosas, pero le debemos su contribución impagable a la paz vasca.

Negocie con él el documento de Granada, la propuesta autonómica del PSOE, y nunca olvidaré la fina inteligencia y la habilidad que mostró para poner de acuerdo a todos los barones del partido.
Me encargó hacer y dirigir la conferencia política del PSOE de 2013 para modernizar nuestras propuestas y adaptarlas a un mundo en cambio acelerado y a una sociedad distinta. Fue una experiencia fantástica y fui feliz con él en esa tarea.

Cené con él hace solo unos días y fue, de nuevo, muy grato encontrarnos, hablar, recordar, especular. Era feliz con sus clases de Química, con alguna conferencia que otra por aquí o por allí. Pero vivía en política y para la política. Vivía el partido y para el partido.

Fue grande. ¡Qué pena!

"Las cuatro contradicciones de la RSE"

El eurodiputado del PSOE y experto en responsabilidad social nos expone una perspectiva analítica de la RSC y las contradicciones en las que nos movemos, “los elementos que obstaculizan la idea con la que soñamos de que la responsabilidad social fuera una herramienta extraordinaria a favor de una sociedad más justa”. Hay una quinta que se ha superado y es que "lo que antes era voluntariedad ahora es ley".
 
Tras felicitar al Observatorio de RSC y a Orencio Vázquez por su análisis y sus 15 años de trayectoria, durante la presentación del informe ‘La responsabilidad social corporativa en las memorias anuales del IBEX 35,’ Jáuregui compartió sus “contradicciones”. La primera es que si realmente el análisis de la información “sirve o no sirve, si la sociedad lo capta o no” tras lo cual Jáuregui lanzó una pregunta. “¿estamos realmente construyendo una sociedad empoderada? “ porque, en su opinión, “una de las corrientes básicas siempre ha sido nuestra esperanza de que hubiera una sociedad capaz de observar, de premiar y castigar, de conocer, y como estábamos en una sociedad multi informada, pensábamos que el ciudadano se empoderaba y que ese poder le iba a permitir una exigencia constante” pero añadió la duda de si realmente la sociedad está empoderándose “o es una sociedad líquida que recibe tal cantidad de pulsiones informativas que diluye y liquida la información”. Por eso, se plantea si todos los trabajos e informes que se presentan “están realmente creando opinión y consiguiendo que la sociedad premie o castigue”.
La segunda contradicción tiene que ver con la crisis económica que hemos pasado, “que ha sido tan fuerte, tan brutal, que ha colocado la estrategia de la responsabilidad social, de la sostenibilidad, en el último lugar de las prioridades de las compañías” lo que enlaza con “la discusión que siempre ha tenido la responsabilidad social entre rentabilidad y sostenibilidad, porque nunca hemos negado que la empresa busque obtener beneficios, es su naturaleza, pero también hemos dicho que no se trata de qué beneficios tienes sino cómo los obtienes”. A su juicio, se está poniendo en evidencia “que la rentabilidad puede estar seriamente afectada por una estrategia de sostenibilidad”. Esta cuestión es capital “no solo por la crisis sino porque la economía se está financializando tanto que los fondos, verdaderos titulares de las compañías, exigen rentabilidades tan altas y tan inmediatas que hacen imposible la estrategia sostenible”. Esto es muy importante porque, macroeconómicamente es muy claro: “hay tanto dinero, los fondos cada vez más van tomando las propiedades de las compañías”.
La tercera piedra en el camino es que hemos construido un mundo de la responsabilidad social demasiado “confuso, hay tal cantidad de herramientas, instrumentos de medición, tantas diferencias entre los sectores económicos, tantas políticas y tantas idiosincrasias que realmente la ciudadanía se hace un lío y no tenemos medidores claros que permitan políticas ordenadas y justas de favorecimiento” y de aquí vienen muchas de las dificultades de impulsar la RSE por parte de los poderes públicos. Y añadió que la gente está harta del “marketing social y de la irresponsabilidad fiscal, porque los escándalos fiscales están a la orden del día” no solo porque hay cientos de paraísos fiscales “sino porque la planificación fiscal agresiva, que es una elusión fiscal, proporciona tal cantidad de posibilidades en un mundo globalizado que es absolutamente imposible para las viejas haciendas nacionales acceder al patrimonio real”.
La cuarta y última se refiere a las dificultades de trasladar a la cadena productiva la responsabilidad social “en una globalización imparable y en crescendo, porque todo se subcontrata, lo hace todo el mundo”. Eso hace que se escape mucha información y control con lo cual el análisis puede quedarse un poco superficial.
Ramón Jáuregui también subrayó un elemento muy positivo y es que “muchas prácticas han conseguido ley, y ésa era la última contradicción. Antes, la responsabilidad social tenía su núcleo fundamental en la voluntariedad, y las buenas prácticas han acabado configurando un universo para la ley, por ejemplo, la directiva europea que a finales de 2018 ha transpuesto España sobre la ley de información no financiera”.
Por último, se refirió a los derechos humanos, a los que consideró “una gran corriente que ilumina el futuro de la responsabilidad social y que también ha configurado todo un universo legal”.


Via: Diario Responsable

10 de mayo de 2019

Vote, por Europa.

Solo una UE unida y fuerte puede afrontar los retos de un mundo desplazado económicamente hacia Asia y geopolíticamente hostil a los valores humanos y democráticos en los que creemos.

Al abandonar la política activa –la otra, la de todos y la de todos los días, no se abandona, porque es la vida misma– no se me ocurre mejor consejo a mis conciudadanos que razonar la necesidad del voto por y para Europa.
En los años cincuenta del siglo pasado el ideal europeo se sostenía en la aspiración de la paz después de las grandes guerras –más de setenta millones de muertos– y en el progreso económico y social de la reconstrucción (tres décadas de crecimiento ininterrumpido con pleno empleo y la creación del Estado de Bienestar). Hoy, ese ideal es la constatación de que solo una Europa unida y fuerte puede afrontar los grandes retos de un mundo en cambio acelerado por las revoluciones tecnológicas, desplazado económicamente hacia Asia, globalizado en la producción y en las finanzas y geopolíticamente hostil a los valores humanos y democráticos en los que creemos.

‘El futuro es un país extraño’ es el título de un libro del historiador catalán Josep Fontana que describe las enormes incertidumbres por las que discurre el porvenir, hasta el punto que ha cambiado uno de los paradigmas de la sociedad actual. Las generaciones anteriores siempre mirábamos al pasado con temor y al futuro con esperanza. Hoy para muchos es al revés. Pues bien, si los europeos miramos con seriedad y rigor informativo al futuro, descubrimos enormes retos que resultan vitales para nuestros hijos.

Demográficamente somos un continente envejecido cuya población no representará más allá del 6% de la población mundial en pocos años. Necesitamos un volumen enorme de población inmigrante para sostener nuestro sistema de seguridad social y nuestro Estado de Bienestar, pero somos incapaces de ordenar los flujos migratorios desde el origen y nos negamos a un reparto equitativo por países, única forma de evitar los flujos irregulares y las muertes en el mar.

Tecnológicamente, somos fuertes pero el dominio del 5G, del big data y de la inteligencia artificial creará una jerarquía económica enorme, y Europa camina hacia la dependencia tecnológica, dado que las empresas más avanzadas en esas materias son chinas y norteamericanas.

Nuestra vecindad es conflictiva. El norte de África es un polvorín desde las fracasadas primaveras árabes. Estamos en guerra comercial con Rusia desde que Putin invadió Crimea. En Oriente Medio no tenemos influencia, y en África el principal actor actualmente es China, seguido de EE UU, cuya presencia en todo caso se encuentra claramente en declive, mientras que Rusia intenta también abrirse paso en la región. Además, dependemos demasiado de las importaciones energéticas procedentes de países inestables o enemigos.

Y en estas llegó Trump y nos amenaza con guerras comerciales, y nos exige gastar más en defensa, pero no para construir un ejército europeo, sino para fortalecer la OTAN comprando el armamento a la poderosa industria militar norteamericana.

 Hay múltiples intereses estratégicos y vitales para Europa que se están negociando en mesas internacionales: el cambio climático, la ciberseguridad y la ordenación y regulación de la red (con enormes consecuencias políticas y económicas para las personas, las empresas y los países), los intercambios comerciales, la lucha contra el fraude (paraísos fiscales) y la elusión fiscal (planificación fiscal agresiva), los objetivos de desarrollo sostenible, la paz mundial... En todas esas negociaciones están en juego nuestro modelo de vida y nuestra concepción de la libertad, los derechos humanos y la justicia social.

Sí, lo sé, es un panorama negativo. Quizá demasiado. Pero la provocación es necesaria ante la demagogia y el populismo antieuropeo que nos ataca desde una ultraderecha reaccionaria y un nacionalismo anacrónico. Las alarmas ante estos riesgos, tan reales como ignorados en el debate político de hoy, son imprescindibles teniendo en cuenta que lo que nos proponen esos soberanismos de campanario es enfrentar todos esos retos desde la ‘nación’, sin comprender que todos somos demasiado pequeños –incluida Alemania– para enfrentar estos desafíos.

Y es particularmente necesario este alarmismo y esta provocadora reflexión teniendo en cuenta que muchos de nuestros conciudadanos son sensibles a estos cantos de sirena que, desgraciadamente, se han extendido por toda Europa. Es muy difícil que los partidos populistas de Francia, Italia, Hungría, Polonia, Holanda, Alemania, etc. se organicen en un solo grupo parlamentario, formando una especie de «internacional nacionalista», como pretende su ideólogo principal, el exasesor de Donald Trump, Steve Bannon. Sería un oxímoron como la copa de un pino. Pero no es tan improbable que todos esos grupos tengan un denominador común antieuropeo, que ponga en riesgo la construcción europea o que obstaculice seriamente los avances y los consensos internos para ser fuertes y estar unidos.

Y en ese caso, yo le pregunto, querido lector: ¿a quién beneficia una Europa dividida? ¿Quiénes están detrás de una Europa débil? Es muy fácil adivinarlo.
 
Publicado en El Correo, 10/05/2019

 

9 de mayo de 2019

Entrevista para Cercle d'Economia de Mallorca.9/05/2019




El eurodiputado y ex ministro, Ramón Jáuregui ha ofrecido una rueda de prensa esta, invitado por el Cercle d’Economía de Mallorca, en el hotel Valparaiso de Palma para explicar los retos a los que se van enfrentar Europa y España, tras las elecciones europeas del próximo 26 de mayo. “Los nuevos eurodiputados van a encontrarse con temas tan relevantes como son la solución al Brexit, las migraciones, la implantación de las nuevas tecnologías y la modernización de Europa”.
 
 
 



Via:  Cercle d’Economía de Mallorca

3 de mayo de 2019

Unión Europea, un futuro por hacer.

Europa se enfrenta a decisiones que debe tomar para recuperar la fe europeísta de la mayoría. Ya sabemos que hay antieuropeístas. Sabemos que ha rebrotado un nacionalismo soberanista reivindicativo del Estado que niega la ciudadanía europea y su democracia. Sabemos que, incluso en el seno del europeísmo, hay actitudes frías, escépticas, sobre los avances de Europa y demasiados países, por desgracia, que se niegan a dotar a la Unión de más competencias o de más recursos. Sabemos que hay fracturas muy serias entre los 28 países de la Unión en políticas muy importantes para el futuro.

Sabemos todo eso, pero recordamos a Monnet cuando aconsejaba dar un paso adelante en la construcción, cada vez que una crisis paralizaba la marcha de la obra. Conocemos las dificultades pero confiamos en el sentir muy mayoritario de una ciudadanía que, en toda Europa y en todos los países de la Unión, a pesar de todo sigue apoyando y creyendo en el proyecto europeo.

El 83% de españoles se sienten europeos

Desde Lisboa a Budapest, desde Atenas a Riga, una gran mayoría de ciudadanos europeos creen que la pertenencia de sus países a la Unión es positiva y que ha traído enormes beneficios, como ha puesto de manifiesto los resultados del Parlámetro 2018 de septiembre de 2018, el resultado más elevado obtenido desde 1983. En España, un muy mayoritario 83% afirma sentirse ciudadano de la Unión Europea, el valor más alto de toda la Unión Europea, tan solo por detrás de los luxemburgueses (89 %).

Es sobre ese optimismo en el futuro de Europa sobre el que debemos trabajar los próximos años en la construcción de este bello edificio al que todavía le faltan algunas plantas. ¿Cuáles son estas tareas pendientes, esos retos que definen el futuro de Europa?

En primer lugar, debemos abordar las tareas pendientes en la arquitectura institucional de nuestra Unión Monetaria y de nuestra Gobernanza Económica. Esa arquitectura ha mostrado enormes deficiencias en los instrumentos con los que hicimos frente a la crisis 2009-2014 y necesita ser completada y reforzada.

Así, la Unión Bancaria debe debe ir acompañada de un Fondo de Garantía de Depósitos Europeo; la Zona Euro debe contar con un presupuesto propio que alimente inversiones o que establezca un seguro de desempleo complementario a los nacionales; el Mecanismo de Estabilidad debe convertirse en un Fondo Monetario Europeo y el Ministro del Euro debe ser un Vicepresidente de la Comisión que presida también el Eurogrupo.

Estas, entre otras cosas, son urgencias de una gestión monetaria en coordinación con el Banco Central, que nos fortalezca frente a nuevas crisis financieras, bancarias o de deuda pública como las sufridas estos últimos años.

La gobernanza económica de la UE

A su vez la gobernanza económica de la Unión afronta divergencias macroeconómicas muy serias y un peligroso reto de estancamiento en el crecimiento y la competitividad. La Unión tiene que abordar un delicado proceso de convergencia económica de los Estados miembros y debe hacer un esfuerzo inmenso de acelerar nuestra competitividad a través de la I+D+i, de su política industrial y comercial, liderando la sostenibilidad climática y favoreciendo las inversiones en las grandes infraestructuras físicas y tecnológicas. Avanzar en el Mercado Único será —como siempre— una tarea tan inacabada como necesaria.

Junto a todo ello, el Pilar Social será la otra base de una estrategia integral de crecimiento sostenible y de inclusión social. Miramos a la Cumbre de Gotemburgo del pasado año y nos preguntamos cuándo y cómo desarrollará la Unión Europea sus grandes objetivos. Mucha de la desafección creada contra Europa en estos últimos años viene de la precarización laboral que ha provocado la crisis y que está extendiendo la economía digital y de la devaluación social que han sufrido las clases sociales más desfavorecidas.

Por eso necesitamos responder a tantos europeos —sobre todo del Sur— que miran a Bruselas pidiendo señales de lo que siempre fue y quiere seguir siendo Europa: un espacio público de dignidad laboral y de protección social, la economía social de mercado más avanzada del mundo. Por eso muchos creemos que Europa debe impulsar una renovación profunda de nuestro marco socio-laboral, adaptándonos con justicia y dignidad social a una economía globalizada y digitalizada, en una sociedad cohesionada.

Responder a una Europa inclusiva

El Pilar Social tiene que responder a una Europa inclusiva que camina hacia la convergencia de derechos y de protección. Una Europa que establece un salario mínimo relativo en cada Estado, que legisla para conectar nuestros sistemas de seguridad social, que enfrenta la igualdad de mujeres y hombres en todos los planos, que protege del desempleo, que conecta las oficinas de empleo nacionales y las universidades y el voluntariado. Una Europa que establece derechos iguales en las condiciones de trabajo, las políticas de familia, la protección de los mayores. No es fácil porque la política social es una competencia nacional, pero hay una demanda política de avanzar hacia un “New Deal social” en esa Europa que siempre estuvo a la vanguardia del trabajo decente y de la protección social.

En todos estos temas hay una brecha norte-sur que sigue lastrando los avances. Una serie de países desde Holanda a Finlandia, pasando por Alemania, claro, se oponen a mutualizar la política económica y la solidaridad. Desconfían del sur y frenan las medidas precisas para esa arquitectura institucional requerida en el Euro y para esa solidaridad y convergencia que necesitamos en la política económica y en la social. Superar esta brecha de desconfianza es una de nuestras mayores urgencias.

El reto de la emigración

Otro de los retos es la emigración. Aquí la brecha es este-oeste y nos ha impedido adoptar hasta la fecha una política común en el conjunto de los países de la Unión. Hemos fracasado en la acogida de los refugiados de la guerra de Oriente Medio, permitimos que mueran en el Mediterráneo los inmigrantes africanos y reñimos unos Estados con otros echándonos en cara quién recibe y quién expulsa a una migración que —en el fondo— necesitamos y no ordenamos. Este es uno de los principales retos del futuro de la Unión y de su éxito puede depender, incluso, la existencia misma del proyecto común.

Sobre el papel, la solución es simple. Abrimos consulados europeos en los países africanos de origen y los traemos en avión, los repartimos en los países, los formamos y los integramos. Así se paran los flujos ilegales y controlamos mejor nuestras fronteras exteriores. Este es el camino. Lo que falta es recorrerlo.

Desgraciadamente en el terreno de las ideas, los sentimientos de rechazo y sobre todo la manipulación insolidaria y reaccionaria de estos sentimientos, está generando un peligroso movimiento político y social polarizando a la sociedad y extremando el discurso político de la derecha.

En realidad, estamos siendo incapaces de vencer dialécticamente este combate y corremos el riesgo de encerrarnos —como Japón— sin comprender que nuestro propio progreso depende de una integración inteligente, de una inmigración que demográficamente necesitamos y que nuestros sistemas fiscales y de protección nacional demandan con urgencia. Si no llegan 20 o 30 millones de emigrantes antes del año 2050, nuestra seguridad social quebrará.

Seguridad interior y defensa europea

Otra de las plantas del edificio es la seguridad interior y la defensa europea. Los acontecimientos han puesto de manifiesto que sufrimos ataques terroristas de enorme crueldad y daños masivos en cualquiera de nuestras ciudades. La vecindad es conflictiva, sobre todo con Rusia a raíz de las crisis de Ucrania y el mundo en el que operamos, desde Irán a Oriente Medio, desde las guerras comerciales a las tecnológicas, exigen cada vez más una Europa que dé seguridad a sus ciudadanos, que pueda defenderse por sí sola y que pueda operar en la escena global con poder real, no solo con el soft power de la diplomacia.

De todo ello ha surgido una corriente de opinión unánime en todos los países de la Unión: necesitamos coordinar nuestra policía y nuestros servicios de seguridad y de inteligencia para ser eficaces y hacer una Europa segura para sus ciudadanos. Con la misma fuerza ha emergido la necesidad de tener una estrategia de seguridad y un ejército europeo que unifique tanto la industria militar europea como los cuerpos militares nacionales. Este es un camino que deberemos recorrer en coordinación con la OTAN y en él, la relación con los EEUU adquiere, de nuevo, gran importancia.

Heterogeneidad y vetos

Junto a todo ello la Unión tiene que mejorar su funcionamiento. Hay demasiada heterogeneidad y demasiados vetos. En el ámbito fiscal, por ejemplo, es vergonzoso que no hayamos podido avanzar más a pesar de la alarma social surgida contra los escándalos de LuxLeaks o los Panama Papers y ante la constatación de que el impuesto de sociedades se diluye en las oscuras cañerías de la globalización financiera, la economía digital y la planificación fiscal agresiva.

Peor aún, ante la evidencia de que algunos Estados acuerdan con algunas grandes compañías instalar sus sedes centrales en sus capitales en perjuicio de otros países de la Unión y les perdonan sus impuestos a cambio de la riqueza que les genera su presencia física en ellos. Esto en un Mercado Único e integrado es absurdo, injusto y desleal. Pero cuando la Comisión quiere corregirlo, el Consejo se encuentra con el veto de los países beneficiados.

La Unión debe abordar, por eso, cambios internos urgentes e importantes: eliminar la unanimidad para muchas decisiones, hoy vetadas o ralentizadas hasta la exasperación por los vetos de unos y otros; devolver la iniciativa a la Comisión y darle un liderazgo político que le ha arrebatado el Consejo; hacer más fuerte el peso del Parlamento Europeo y el método comunitario en la gestión de las consensos internos; avanzar en el Mercado Único y en la cooperación entre los Estados miembros; asegurar la traslación y la aplicación del derecho comunitario a todos los Estados miembros, etc.

El reto nacionalista

Pero, quizás el reto político más serio es el que surge del rebrote nacionalista que sufren muchos países de la Unión. Es un nacionalismo antibloqueo, soberanista, arcaico, nostálgico, anacrónico, reaccionario. Europa se creó para superarlos y construyó la unidad de la diversidad. Generó así los 60 años más positivos de paz y de progreso. Construyó una organización supranacional para evitar los desastres del pasado, muchos de ellos debidos precisamente a los nacionalismos (recuerden aquella contundente frase de Mitterrand en Estrasburgo: “Le nationalisme est la guerre”) y para enfrentar un mundo globalizado en el que solo una Europa unida podría defender sus valores y sus fundamentos.

Pues bien, esta internacional nacionalista que quieren crear Steve Bannon con Le Pen, Salvini, Orban, Vox, AFd, etc., es un torpedo a la piedra de bóveda de esta construcción. En sí misma es un oxímoron porque el nacionalismo no puede ser internacional, pero lo que de verdad les une es su intento de debilitar Europa. O, por qué no decirlo, de destruirla.
¿No es hora ya de advertir a nuestros conciudadanos que hay potencias muy interesadas en una Europa débil o rota? Rusia mantiene serios enfrentamientos con nosotros y por eso financia a quienes no nos quieren o nos invade con fake news estimulando todas las batallas internas de la UE.

Sentimientos manipulados contra Europa

Los Estados Unidos de Trump nos amenazan con todo: con la OTAN, con guerras comerciales o apoyando al Reino Unido con su Brexit.
Por eso hay que combatir ese mundo hostil, esos proyectos reaccionarios que vuelven a la Guerra Fría, que desprecian los derechos humanos, que destruyen el multilateralismo, que niegan la gobernanza financiera del mundo…

Hay que combatir y ganar esos sentimientos manipulados contra Europa explicándoles que les engañan y que no hay futuro con esa mirada introspectiva y ombliguista hacia sí mismos con la que nos quieren encandilar los soberanismos. Hay que explicar que todos somos demasiado pequeños para afrontar el futuro. Incluso Alemania o Francia. Todos los retos importantes de este mundo en cambio que vivimos superan a nuestros Estados y nos exigen dimensión y poder para defender nuestros valores y nuestros intereses.

Si la paz y el progreso fueron los motores de la Europa de la posguerra, hoy, en el siglo de la globalización y de las revoluciones científicas, ante una creciente hostilidad exterior con peligrosas guerras comerciales, tecnológicas, monetarias, etc., y una inseguridad creciente en una vecindad conflictiva como nunca, el motor es la necesidad de potencia y dimensión para tener peso en el mundo. Para pisar fuerte en un mundo que se desplaza hacia Asia y en el que aparecen nuevas potencias en un multilateralismo desordenado y en una competencia planetaria.

Una Europa unida y fuerte

Este es un relato imprescindible si no queremos diluirnos en la pequeñez de nuestros nacionalismos y puede y debe ser completado por la fuerza moral de nuestros valores democráticos y por la imprescindible defensa de nuestro modelo de Economía Social de Mercado en una Sociedad del Bienestar.

Hay cosas que solo una Europa unida y fuerte puede abordar: negociar acuerdos comerciales con el resto del mundo; estructurar una defensa común dotada de un ejército europeo; unificar nuestra política exterior; liderar la lucha contra el cambio climático; defender un multilateralismo ordenado y justo; expandir los derechos humanos como base social de la dignidad humana; ordenar y regular la economía digital y el internet de las cosas…

El Brexit y sus consecuencias

Por último, el Brexit y sus consecuencias. Empecemos por reconocer, a estas alturas, tres años después del referéndum que no sabemos si se van o se quedan. La pasada semana, los 27 Estados miembros aprobaron una nueva prórroga fijada hasta el 31 de octubre de 2019 para permitir la ratificación del Acuerdo de Retirada por ambas partes. Si el Reino Unido sigue siendo un Estado miembro entre el 23 y el 26 de mayo de 2019 y no ha ratificado el Acuerdo de Retirada a más tardar el 22 de mayo de 2019, estará obligado a celebrar elecciones al Parlamento Europeo.

En el momento de escribir estas líneas nadie sabe si Westminster aprobará el Acuerdo de Retirada y el Reino Unido se irá ordenadamente. Si no es así, los británicos participarán en las elecciones y nadie sabe si los 73 diputados que elijan el 23 de mayo, se quedarán sólo temporalmente o para siempre. En este caso, el Brexit habrá muerto y lo que toca es pensar en cómo asegurar la marcha y el futuro de la Unión con un socio tan raro.

En todo caso, no dejo de preguntarme una y otra vez, si estamos extrayendo las evidentes conclusiones que se derivan de este gran fiasco que fue y es el Brexit. Me pregunto si mis conciudadanos están reflexionando sobre las graves consecuencias que se derivan de ese derecho a decidir que con tanta facilidad se esgrime como una especie de derecho absoluto y se defiende como una forma superior de democracia.

Cuando ese supuesto derecho se expresa en términos de un deseo: ¿le gustaría a usted separarse de Europa? o ¿le gustaría a usted ser una república independiente? Los electores son engañados de principio a fin.

Primero, porque el debate público será inevitablemente manipulado por escenarios fantasmagóricos y tramposos (seremos más ricos, volveremos a ser un imperio, etc.) y por campañas masivas en las redes de potencias interesadas en uno o en otro destino.

Derechos en entredicho

Pero, finalmente y sobre todo, porque cuando se trata de una decisión estructural, existencial, como lo es independizarse, la materialización de ese deseo resulta imposible o está tan cargada de consecuencias, que la verdadera democracia sería volver a preguntar a ese pueblo si acepta las condiciones concretas en las que su deseo puede materializarse.

Pero lo peor son las consecuencias. En el caso del Reino Unido los derechos de millones de personas y de sus familias (europeos en UK y británicos en Europa), están el aire. Su moneda y su economía se devalúan cada vez más, su potente sector financiero está en riesgo y el único acuerdo posible para materializar su salida de la Unión ha sido rechazado hasta tres veces por el Parlamento. Lo más grave, su comunidad está cada día que pasa más fracturada, la paz de Irlanda en peligro y su integridad territorial cuestionada. Quizás solo queden Inglaterra y Gales después de semejante catástrofe.

En todo caso, la salida del Reino Unido de la Unión (¿?) nos obligará a definir un nuevo marco de Asociación política y comercial con ese país tan importante y cercano. Será la ocasión de decirles a algunos que no quieren avanzar más que tienen ese nuevo marco como salida. Es demasiado prematuro para decirlo, pero es necesario advertirlo.
Publicado en Cambio 16