26 de diciembre de 2021

Renovar la socialdemocracia.

Desde la caída del muro en 1989, se han extendido actas de defunción a la socialdemocracia cada vez que era derrotada en alguno de los grandes países de Europa. Pero esas derrotas jamás significaron la desaparición de ese proyecto. Hoy, sin ir más lejos, la socialdemocracia gobierna en once de los veintisiete países europeos y la victoria del SPD en Alemania abre un ciclo que puede tener su continuidad en Italia y Reino Unido.

La razón de esta pervivencia es la identificación de los europeos con dos valores esenciales en su ADN cultural y político: libertad e igualdad. Dicho de otra manera, no hay en el espectro ideológico-partidario otra formación que exprese mejor las aspiraciones mayoritarias de la ciudadanía: democracia y justicia social. Con más o menos éxito en la gestión de esos ideales en cada país, la socialdemocracia europea tiene acreditado su protagonismo en la construcción del modelo social más avanzado, el Estado del Bienestar, y su compromiso con democracias sólidas, basadas en Estados de Derecho, fuertes sistemas constitucionales y un equilibrado balance de derechos y deberes. 

Pero el nuevo siglo trajo consigo nuevos fenómenos sociales y no pocas crisis que han resituado a la socialdemocracia en un horizonte político y social más complejo y han debilitado su capacidad electoral. Un cierto des‐ gaste de nuestras organizaciones políticas, unido a una pérdida de la «emoción y de la épica social», debido a la consolidación de las estructuras del Estado de Bienestar, aceptadas también por la derecha política y asumidas como un marco natural por los ciudadanos. Nuevas pulsiones identitarias de nacionalismos antiglobalizadores y antieuropeos que absorben voto obrero antimigratorio. La democracia digital que no empodera a los ciudadanos y que, sin embargo, banaliza y simplifica la política favoreciendo liderazgos fatuos o populistas y devaluando el debate complejo y contradictorio de las soluciones reales. Una globalización financiera que, unida al dominio de los valores neoliberales en estas últimas décadas, ha hecho reaparecer la desigualdad como factor social.

 Son cambios que se trasladan a un panorama político fragmentado en el que el multipartidismo se ha instalado en la mayoría de los países, haciendo necesarios los gobiernos de coalición de distinto signo. La cia debe responder a esos nuevos fenómenos actualizando sus respuestas para seguir siendo la fuerza vertebradora de las demandas mayoritarias de la sociedad. Hay –resumiendo mucho– cinco bloques de temas urgentes para esa renovación de la socialdemocracia. 

1.- Restablecer la igualdad. La participación de las rentas del trabajo en la riqueza ha disminuido. Los abanicos salariales son disparatados. Nuevas brechas formativas y tecnológicas generan empobrecimientos y precariedad en el trabajo no cualificado. Las políticas redistributivas han perdido capacidad de igualar las oportunidades ante la vida. Hay que restablecer la igualdad y hay que aplicar nuevas fórmulas predistributivas. En la educación y en la formación, en el acceso a la cultura, en los salarios mínimos y en los convenios. Hay que repensar la progresividad fiscal y combatir la elusión tributaria de sociedades y patrimonios con una fiscalidad transnacional cooperativa y transparente. Por último, hay que refortalecer los servicios públicos básicos: educación y sanidad. 

2.- Fortalecer la democracia. Las democracias están atacadas por múltiples enemigos: populismos, nacionalismos, redes sociales, derivas autoritarias... La crisis democrática es global y el combate a esos enemigos es total. Hay que fortalecer el Estado de Derecho, legitimar las instituciones, educar en virtudes ciudadanas y en la cultura del interés público y de las responsabilidades. Hay que reforzar la laicidad frente a las intromisiones religiosas. Hay que fomentar el multiculturalismo y el cosmopolitismo. Hay que recuperar la confianza en los partidos políticos y en los responsables públicos. La ejemplaridad es más necesaria que nunca. Hay que regular Internet y las redes y generar una nueva legislación digital de derechos y deberes. Las democracias no aseguran el buen gobierno, pero sin democracia no hay gobierno bueno. 

3.- Gobernar las dos grandes disrupciones: ecológica y digital. En el gobierno económico todo está sometido a contradicciones. No hay fórmulas mágicas ni soluciones perfectas. La socialdemocracia tiene que ser capaz de equilibrar las exigencias de la transición a la neutralidad de las emisiones en 2050 con el desarrollo económico y el empleo. Alemania, con su coalición rojo-verde, será una buena guía. Caminamos hacia una nueva sociedad laboral. Los cambios tecnológicos están configurando un mundo lleno de oportunidades y de retos. La socialdemocracia debe ser capaz de encontrar los equilibrios entre crecimiento y distribución, entre flexibilidad y seguridad en el trabajo, entre emprendimiento y protección social, entre tecnología y equidad. La idea esencial será pilotar, gestionar estos cambios –no negarlos–, pero regulando las importantes consecuencias sociales que generan para evitar brechas sociales injustas.

4.- Europa federal. La socialdemocracia es federalista. Asume la identidad, pero la somete a la solidaridad bajo la regla de la subsidiariedad. Nos repugnan las exclusiones identitarias y la exacerbación nacionalista. Queremos organizar nuestra esfera pública en cuatro círculos concéntricos: ciudad, región, Estado y Europa. Queremos avanzar en el federalismo europeo. Hoy Europa es una unión intergubernamental necesitada de fuertes reformas de raíz federal. La socialdemocracia europea tiene una especial responsabilidad, en tanto que fuerza mayoritaria, para avanzar en esta dirección venciendo resistencias nacionales y dotando a las instituciones euro‐ peas de mas poder y competencias para una mejor integración. 

5.- Una agenda internacional progresista. No hay gobierno de la globalización. Grandes decisiones que afectan al mundo las toman fondos financieros y grandes multinacionales sin control político alguno. 
El multilateralismo está herido de muerte después de Trump y una larga lista de cuestiones vitales para el mundo dependen de organizaciones débiles y poco democráticas. La socialdemocracia debe articular una agenda progresista y de gobernanza de la globalización. Debe concretar sus propuestas y soluciones para las grandes materias supranacionales pendientes: paz, hambre, regulación de Internet, fiscalidad, cambio climático, etcétera.

En este proyecto caben las identidades reivindicativas del siglo XXI: feminismo, ecologismo, sexualidad, diversidad, etc. Pero nos equivocamos si convertimos la socialdemocracia en una suma desordenada de esas identidades. Su reto es integrar esas reivindicaciones y esas tradiciones en un proyecto político de mayorías. Hay que defender con firmeza la democracia frente a sus múltiples enemigos.

Publicada en El correo, 26/12/2021


3 de diciembre de 2021

Memoria reconciliada.

"El éxito de la Transición tuvo su fundamento en el perdón colectivo. No comprendo que demos a entender que lo que hicimos en su día no estuviera bien hecho" 

Fui ponente de la Ley de Memoria de 2007. Creo firmemente que tenemos causas pendientes con nuestra memoria histórica, la que hace referencia a nuestra Guerra Civil y a la represión franquista posterior. Todavía en 2011, siendo ministro de Presidencia, elaboramos el Mapa de Fosas en el que aparecen señaladas, con gran precisión, casi 2.000 fosas en las que puede haber restos de fusilados durante la guerra o después de ella. Constituí una comisión de expertos para transformar el Valle de los Caídos que dictaminó la necesidad de retirar a Franco de su tumba y propuso un plan de transformación de ese lugar. Otorgamos cientos de certificados a familias de fusilados declarando la ilegitimidad de los tribunales que los condenaron y anulando por ello esas sentencias.

La democracia española, en los años 80, adoptó diversas medidas para atender a las víctimas republicanas de la guerra y de la represión posterior: se indemnizó a los republicanos que habían sufrido prisión en las cárceles franquistas, a los familiares de los republicanos fallecidos en la guerra, a los mutilados por heridas de guerra y se devolvió la condición de funcionarios a quienes fueron privados de ella por su pertenencia al lado republicano – militares y maestros, sobre todo–, incluso se ampliaron esas indemnizaciones a las víctimas de la represión policial antes de la amnistía del 77. Así, muchas otras medidas compensatorias a la España que perdió la guerra. 

Quedan causas pendientes, lo reafirmo, y por ello creo en una política de memoria. Especialmente con la exhumación y dignificación de los restos en fosas y en el Valle. Entiendo por ello que el actual Gobierno haya presentado una ley queriendo culminar esa tarea, tantos años después. Pero estoy absolutamente en contra de exigir responsabilidades penales a nadie por el pasado anterior a aquella Ley de Amnistía de 1977 que todos los demócratas del momento consideramos una gran conquista de libertad y justicia. 

Creo firmemente que debe ser una memoria reconciliada y sin afán vengativo. Que no abra esa inmensa caja de pandora sobre culpabilidades penales, aunque todos sepamos que las hubo.

El pacto reconciliatorio de España cristalizó en la Ley de Amnistía y en la Constitución. El éxito de la Transición democrática de España tuvo su fundamentación sentimental en el perdón colectivo. Que el régimen franquista se disolviera y que hubiera una autentica ruptura con la dictadura fue posible porque la amnistía inauguraba un tiempo nuevo para todos. Porque decidimos no volver a las dos Españas, porque aceptamos la existencia del otro y reconocimos sus derechos en un régimen de pluralismo político. Porque no quisimos que el pasado dañara nuestra convivencia del futuro. 

No fue una imposición de los viejos poderes, sino una convicción de los jóvenes demócratas que queríamos construir un marco de convivencia para todos. Por eso, la Constitución nunca fue un texto de unos sobre otros, sino la suma de renuncias de unos y otros, para hacer posible la alternancia de todos en un régimen de libertades y democracia No comprendo que incorporemos disposiciones a la Ley de Memoria Histórica que producen confusión jurídica dando a entender que lo que hicimos en su día no estuviera bien hecho. Pretender ahora que los crímenes del franquismo no queden impunes por la aplicación del principio de Derecho Internacional sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de genocidio, tortura, lesa humanidad y de guerra equivale a su aplicación a todos los crímenes de nuestra Guerra Civil. Y todos sabemos que hubo muchos en las dos partes. ¿Estamos pensando en perseguirlos todos? 

Me entristece que no defendamos nuestros principios y nuestras convicciones sobre aquel pacto que elogió el mundo entero. Nunca quisimos juzgar el pasado. Por eso celebramos con tanta alegría la conquista de la amnistía y que no quedara ningún preso político, ni de ETA ni del antifranquismo, en la cárcel. 
Es verdad que confundimos perdón con olvido durante demasiado tiempo, pero me pregunto si es posible recordar sin culpar ni perseguir a nadie por nuestros recuerdos. ¿Cabe una memoria reconciliada de nuestro trágico pasado? ¿Es posible una memoria sin afán vengativo? Gregorio Peces Barba, nuestro constituyente, solía decir que el gran paso que dimos los españoles en nuestra historia, con la Constitución que inauguramos en 1978, fue el reconocimiento y el respeto al otro, al diferente, al portador de otras ideas, de otros recuerdos, de otro proyecto para el país. Lo decía, recordando el bello verso de Machado: «El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve».

Publicado en El correo, 3/12/2021