12 de marzo de 2024

Francia, tan cerca, tan lejos.

"El partido de Marine Le Pen recoge el cabreo social y, de cara a las elecciones europeas, engaña con una falsa e inaplicable propuesta contra la inmigración."

Francia ha sido, para muchos de nosotros, refugio de libertad, en su tiempo, y fuente de inspiración ideológica, casi siempre. En los primeros años 70 pasábamos ‘al otro lado’ para comprar libros, ver películas y algunas cosas más. El dinero que recibíamos de nuestros partidos hermanos de Alemania y Suecia estaba depositado en un pequeño banco al otro lado del puente sobre el Bidasoa y mi tarea era recogerlo y trasladarlo a Madrid en el tren nocturno que unía San Sebastián con la capital.

Durante los años 80 y 90 tuvimos fuertes lazos orgánicos con el Partido Socialista Francés de Aquitania y con cargos locales de los pueblos fronterizos. Al principio, tratábamos de explicarles nuestra democracia constitucional y la realidad de nuestro modelo autonómico, especialmente la dimensión del autogobierno vasco, que desgraciadamente desconocían bien entrados los años 80. Pero más tarde los debates ideológicos de la izquierda francesa estuvieron muy cerca y nos resultaron siempre muy próximos.

Recuerdo, con especial afecto, la ola de reformas sociales en la Francia de Mitterrand (la elevación del salario mínimo, la reducción de la jornada laboral a 39 horas, la regularización de inmigrantes, las ayudas a la familia...), el europeísmo social de Jacques Delors, el debate sobre el reparto del tiempo de trabajo de su hija, Martine Aubry, y tantos otros.
Incluso estos mismos días, con la incorporación del derecho al aborto a la Constitución francesa, con una amplia mayoría y esa solemnidad que solo ellos son capaces de establecer para las grandes decisiones.

La tensión ideológica democrática de Francia ha estado siempre en la primera línea política europea y la fuerza de algunos de sus líderes políticos ha influido poderosamente tanto en la derecha como en la izquierda políticas de nuestro país. El proyecto europeo nació de sus grandes hombres (Jean Monnet, Robert Schumann) y hoy recibe los impulsos de un euro- peísta extraordinario, su presidente Macron. Desde la Revolución Francesa, Francia ha sido vanguardia progresista del mundo.

Por eso resulta tan sorprendente como lamentable observar el debate previo a las elecciones europeas y encontrar a la ciudadanía francesa tan atrapada por los viejos demonios nacionalistas, que lidera un partido de ultraderecha que puede ser la primera fuerza política del país, amenazando seriamente la presidencia de la República en los próximos comicios presidenciales.

Jordan Bardella, 28 años y líder de Reagrupación Nacional en las próximas elecciones a la Eurocámara, representa, y esto asusta todavía más, una masa electoral en la que abundan los jóvenes patriotas, henchidos de orgullo nacional y convencidos del viejo proteccionismo antieuropeo. El grito ultra es, como siempre, antimigratorio –«On est chez nous» (estamos en nuestra casa)– y la propuesta, un referéndum contra la inmigración (se supone que para decidir que no entren más). Por cierto, en las presidenciales de 2017, su jefa, la señora Le Pen, también propuso otro para salir del euro, siguiendo la estela del Bre- xit. Son técnicas populistas , recoger el cabreo social y engañar con una respuesta falsa e inaplicable (las fronteras no se cierran con leyes). Abanderar una supuesta soberanía popu- lar mediante el referéndum es también muy socorrido por estas ideologías ultras.

Ver a Francia tan lejos de la encrucijada europea produce pena y enorme preocupación. Cuando toda Europa vive angustiada por la guerra, cuando todos los analistas nos advierten de que tenemos que reforzar nuestra defensa europea, más si gana Trump. Cuando la revo- lución tecnológica, la crisis energética, la competitividad, el cambio climático, la justicia fiscal reclaman más y mejor integración europea. Cuando la defensa de nuestro modelo de vida y de nuestros valores de convivencia depende de nuestra capacidad de influencia en un mundo tan hostil al multilateralismo. Cuando todas estas amenazas son tan evidentes como próximas… la gran Francia se deja seducir por ese nacionalismo anacrónico que rei- vindica la «Francia de los 1.000 años, frente a los 60 años de Europa». ¡Que triste!

Ahora resulta que lo que une a los franceses es el amor por Francia y por sus tradiciones. Bruselas es la burocracia, la que oprime a los agricultores, la que desprotege a la industria y a los productos franceses, la que acelera las medidas ecológicas perjudicando a los productores nacionales… Quiero creer que los franceses no se dejarán seducir por tantas mentiras y por semejante manipulación y que el europeísmo progresista de Francia seguirá liderando una integración y una ampliación europeas más necesarias que nunca.

Publicado en El correo, 12/03/2024