21 de mayo de 2022

Una propuesta nada descabellada.

La idea sugerida por Macron en su discurso de clausura de la conferencia sobre el futuro de Europa en Estrasburgo, de crear una especie de estructura política paralela a la UE que agrupe a los países que están en fase de adhesión, puede parecer una de esas genialidades que se exhiben en un discurso, sin ninguna trascendencia, o por el contrario, puede tomarse muy en serio. Veamos.

La invasión rusa de Ucrania ha golpeado el tablero de la geopolítica internacional, eso es sabido, pero ha hecho temblar los cimientos de la UE. De la guerra, ojalá que pronto, saldrá una Ucrania Europea, cuyo único destino es la adhesión a la Unión Europea. Ucrania será Europea o no será. Aunque le demos el estatuto de país candidato, su proceso de ingreso será muy, muy largo. Decenios quizás, porque los estándares de la adhesión no podrán cumplirse antes y la Unión Europea no está en condiciones de reducir o incumplir sus propias exigencias de pertenencia. No es momento de cuestionar los valores que presiden nuestra Unión, especialmente mirando a nuestros problemas con algunos de nuestros Estados miembros en el Este y teniendo en cuenta las diferentes crisis que sufren las democracias.

Moldavia y Georgia están y estarán en el mismo proceso, aunque la carga simbólica de la bravura del pueblo ucraniano merezca especial tratamiento. Los Balcanes Occidentales están mirando a Europa desde hace años y también aquí sabemos que las condiciones de acceso tardarán en cumplirse, además de las dificultades políticas que ofrecen algunos de ellos: Bosnia, Kosovo y Serbia, especialmente.

Pero, a su vez, Europa no puede permanecer ajena al futuro de esos países porque se está jugando su vecindad y su influencia geopolítica. Si la UE no despliega su paraguas político allí, otros lo harán más pronto que tarde: China y Rusia, por ese orden o conjuntamente.

Todo el mundo se mueve después de la invasión rusa. Que se lo pregunten a finlandeses y suecos que, en pocos meses, han cambiado desde una neutralidad casi secular a su acelerada incorporación a la OTAN.

Pues bien, es evidente que Europa tiene que atender estás urgencias, estas llamadas angustiosas de tantos pueblos. Es evidente que no podemos permanecer impasibles ante la voluntad europeísta de un pueblo que lucha por ser Europa y por compartir nuestros valores y nuestro sistema democrático, como lo está haciendo el valiente pueblo ucraniano. Ellos pertenecen –solo por eso– a nuestra familia y a nuestra Unión. Pero, repito, eso no puede hacerse a costa de rebajar nuestras exigencias políticas, económicas y sociales de la integración en la UE. Tampoco podemos poner en riesgo el funcionamiento interno de nuestra Unión. Basta recordar las dificultades y las discordancias que surgieron a raíz de la integración masiva de los países del Este, después de la caída del muro, para que seamos muy prudentes con las futuras adhesiones. Si la gestión de una Europa a 27 es compleja, mucho más lo será la Europa a 35.

Por todo eso, no es descabellado, sino por el contrario, oportuno y sensato, pensar en una Comunidad Política Europea que integre a todos los países en proceso de adhesión y que manifiesten una auténtica vocación de pertenencia a este club y a estos valores. En palabras del propio Macron: “Esta nueva organización Europea permitiría a las naciones europeas democráticas adherirse a nuestro suelo de valores y encontrar un nuevo espacio de cooperación política, de seguridad, de cooperación en materia energética, de transporte, de inversiones, de infraestructuras, de circulación de personas, en particular de nuestros jóvenes”…Como él mismo terminó, ceremoniosamente su discurso, cabe decir que eso sería “reunificar nuestra Europa sobre su verdadera geografía, sobre la base de sus valores democráticos, con la voluntad de preservar la unidad de nuestro continente y conservar la fuerza y la ambición de nuestra integración”.

Esta especie de círculo concéntrico sobre la UE estaría también abierto a los países europeos con quienes mantenemos especiales relaciones estratégicas, económicas o simplemente vecinales, desde Noruega a Suiza y desde luego el Reino Unido.

Se trata de una arquitectura que debe dibujarse mucho más precisamente, pero ofrece además una solución a aquellos países que actualmente pertenecen a la UE, pero mantienen serias diferencias internas con el conjunto o quieren preservar su soberanía monetaria, sin incorporarse a la gobernanza unitaria de la UE del euro. La idea de un núcleo duro más federalista es la que permitiría a su vez atender muchas de las demandas que ha presentado la conferencia sobre el futuro de Europa, especialmente las que se refieren a las reformas de los tratados para eliminar la unanimidad en muchas decisiones, principalmente en política exterior, incorporar a la Comisión nuevas competencias comunitarias en materia de salud, educación y ciudadanía, además del derecho de iniciativa legislativa al Parlamento Europeo. En definitiva, lo que viene siendo un clamor desde hace varios años: “hacer una Europa más política, más central y más fuerte”, como dijo recientemente Antonio Tajani, antiguo presidente del Parlamento Europeo y diputado del PP europeo. La convocatoria de una Convención para abordar la reforma de los tratados, es otra de las grandes cuestiones sobre el futuro de la Unión. Pedida por el Parlamento Europeo y prometida por Macron en ese mismo discurso, dista mucho, todavía, de ser una realidad.

En cualquier caso, en mi opinión, la puesta en marcha de la Comunidad Política Europea, exigiría, a su vez, un proceso de acuerdos políticos tan serios y trascendentes que difícilmente podrían ser abordados al margen de una reforma de los tratados actuales.

Publicado en El diario.es

7 de mayo de 2022

La "tasa Putin"

Todos los analistas contemplan una guerra larga. Rusia parece decidida a conquistar el Este de Ucrania, las regiones más rusófilas de Ucrania, conectar toda la costa del mar de Azov con la Crimea reconquistada en 2014 y llegar, quizás, hasta Transnistria, en Moldavia, pasando por Odesa y dejando a Ucrania sin salida al mar Negro.

Si ese es el objetivo ruso, la guerra durará años porque Ucrania tendrá territorio y armas para combatir a los invasores. No es fácil ver una salida negociada en el corto plazo hasta que «los hechos bélicos» refiguren una situación negociable.

Las repercusiones económicas son enormes y serán todavía mucho mayores. El crecimiento económico previsto para la pospandemia está siendo absorbido rápidamente por la incertidumbre mundial. China es una incógnita preocupante porque su influencia es global y está sufriendo una nueva ola covid, quizás porque su vacuna no inmuniza suficientemente. Las tensiones en las cadenas alimentarias no han hecho más que empezar y los costes de la inflación los estamos pagando ya todos, especialmente los más vulnerables. Ya se sabe, la inflación es el peor y más gravoso impuesto para los más vulnerables: pobres, pensionistas, asalariados y clases medias.

La transición energética hacia la descarbonización se acelera. Las noticias sobre catástrofes naturales derivadas del cambio climático son constantes y planetarias. Pero a la urgencia climática se añade ahora, especialmente para los europeos, la necesidad de cortar cuanto antes la dependencia del gas y del petróleo rusos.

Alemania ya ha programado el 100% de su energía como renovable para 2035, pero Austria, Holanda y Portugal quieren hacerlo en 2030 y Dinamarca en 2027. Para Alemania eso supone duplicar la energía eólica terrestre y cuadriplicar la marina y la fotovoltaica existentes. Pero esos programas, incluidos los dirigidos a la obtención de hidrógeno verde, reclaman un volumen de inversión considerable.

Ucrania será Europa o no será. El final de esa guerra nos planteará a los europeos la necesidad de ofrecer a ese país un horizonte de incorporación estable y seguro, incluyendo la adhesión, quizás, de algún otro país de los Balcanes Occidentales. En cualquier caso, los costes de su reconstrucción también van a repercutir en los presupuestos nacionales de los Estados miembros. Presupuestos que ya están abordando las medidas de compensación a la población por las consecuencias de la guerra, que a su vez tienen derivadas en reducción de ingresos (fiscalidad a los combustibles y otros) y en aumento del gasto (subvenciones a colectivos vulnerables). Por fin, pero no por ello menos importante a estos efectos, el aumento del gasto en defensa. Alemania ya ha comprometido llegar al 2% del PIB y España también ha prometido un incremento de la inversión militar hasta el 1,2% de nuestro Producto Interior Bruto.

Reconozco que es un panorama un poco aterrador, pero es bastante realista, mal que nos pese. La pregunta es cómo abordamos estas demandas desde nuestras cuentas públicas, bastante exhaustas por la pandemia y por el incremento de la deuda pública en la última década. El riesgo de entrar en una espiral inflacionaria es grave y el del estancamiento en el crecimiento nos acercaría al fantasma de la estanflación, la peor de las hipótesis.

Hay dos medidas que deberíamos considerar. La primera es conocida: un gran pacto de rentas que permita combatir las peligrosas tendencias inflacionistas derivadas de la energía y de la cadena de suministros alimentarios. La otra es una fiscalidad especial en tiempos de guerra a los beneficios empresariales, a los rendimientos del capital y a las rentas más altas. Se trataría de una especie de ‘tasa Putin’ en referencia al autor de este desastre y por su cacofonía con la famosa ‘tasa Tobin’; aquel intento, todavía en ejecución, de gravar las transacciones financieras internacionales.

Las medidas deberían ser temporales (quizás dos años) y europeas. En cada país, con sus especificidades y adaptaciones económicas y presupuestarias. Buscando justicia social y equilibrio presupuestario. Asumiendo esfuerzos inevitables, de todos, pero de manera progresiva; es decir, mayores de quienes tienen más.

Hay momentos en la historia de los pueblos que reclaman actitudes colectivas, buen liderazgo, amplios consensos sociopolíticos y un espíritu de sacrificio asumido y compartido. A lo largo de nuestra democracia en España ha habido momentos así y parte del éxito de hoy es debido a los esfuerzos de ayer. Nuestra propia historia vasca (pienso en la reconversión industrial y el terrorismo) nos ha demandado actitudes y pactos con los que fuimos capaces de superar situaciones que parecían imposibles. Algo parecido está ocurriendo ahora. El que no lo vea es que está ciego.

Publicado en El Correo, 7/05/2022