12 de marzo de 2010

Sentimientos

De emocionados recuerdos, al leer en diagonal la impresionante e imprescindible obra recopilatoria de los atentados de ETA (1960-2009) 'Vidas rotas. Historia de los hombres, mujeres y niños víctimas de ETA'.

De pronto mil recuerdos de miles de momentos trágicos vividos durante tantos años. De nuevo, el recuerdo de la misma liturgia en la noticia horrible: « ha habido un atentado en ». La confirmación de la gravedad de los hechos, el muerto o los muertos, la familia, las noches junto a ellos, la capilla ardiente, el funeral, las declaraciones un protocolo común, con más o menos calor y siempre con mucho dolor, acompañando un drama que para los familiares resulta incomprensible al principio, inaceptable después, irreversible y brutal siempre: el asesinato de un ser querido por la organización terrorista ETA.

He leído sus nombres y recordado, en muchos casos, el lugar y la forma en que los mataron. He comprobado las fechas y he rememorado muchas escenas en iglesias, cuarteles, calles y domicilios vascos. Pocas veces he contado que he asistido a más de doscientos funerales de víctimas de ETA. Cuando he ojeado este libro, una cascada de recuerdos de aquellos trágicos días ha vuelto a mi memoria. Con ellos he revivido las emociones que aquellos hechos producían y les aseguro que la distancia del tiempo transcurrido no me ha privado de reafirmarme en dos sentimientos o reflexiones que me han acompañado en casi todos esos momentos. De una parte, la soledad, la frialdad y la falta de afectos con las que durante muchos, muchísimos años, la sociedad vasca ha despedido a estas víctimas. Iglesias vacías de pueblo y llenas de uniformes, disputas penosas con sacerdotes y hasta obispos por las banderas en los féretros, vacíos en las calles y miradas distantes desde las ventanas. Falta de caridad y un desprecio imperdonable por las víctimas a las que además, a veces, se añadía la difamación después de asesinadas. De otra, la rebeldía ante la injusticia de la muerte provocada a seres inocentes se incrementaba al comprobar la naturaleza social de las víctimas. La mayoría de las veces, personas humildes, muy humildes, procedentes de pobres pueblos de España y devueltas a sus humildes orígenes, envueltas en una bandera de honor y de gloria que nunca pretendieron obtener a cambio de su vida.
Al repasar los nombres de los asesinados, te indigna su anonimato. ¡Cuántos nombres olvidados! ¡Cuántos apellidos comunes: Fernández, Martínez, Sánchez, García, Romero… que yacen en el olvido de una historia que les maltrató. ¡Cuántos guardias y policías, carteros, marinos y obreros! ¡Cuántos muertos para nada! Por nada.

De alegría por la detención de terroristas. Ahora la noticia, el SMS del teléfono, no es el atentado, es la detención de uno tras otro diezmando sus filas, destruyendo su infraestructura, desarticulando sus comandos, descubriendo sus zulos, recuperando sus armas, sus bombas-lapa, sus explosivos. Es un sentimiento de liberación, de tranquilidad, de sosiego y de esperanza. Son noticias de paz, que hacen más verosímil el final, que nos animan a verlo y que nos hacen soñar con una Euskadi sin violencia, sin amenazas, con un país en el que la palabra y los votos, sólo eso, pero nada menos que eso, decidirán nuestro futuro. ¿Cómo ayudar a que ese final se materialice de manera ordenada y definitiva, y cómo evitar en consecuencia una violencia residual prolongada? Ésta es la cuestión que nos convoca hoy a los partidos y a la sociedad vasca, y la que reclama algunos consensos tan necesarios como renovados.
Necesario es, por ejemplo, el que se refiere a la prohibición legal (avalada por el Tribunal de Estrasburgo) de representación política al mundo de ETA. 'No hay que ahogar a la izquierda abertzale' parece ser el argumento de los bienintencionados que, a su vez, olvidan que siempre nos han engañado y que se confunden en sus propósitos, porque si algo ha quedado demostrado desde hace unos años es que la ilegalización de Batasuna nos ha acercado -objetiva y notablemente- al final de la violencia. Es la angustiosa necesidad de la izquierda abertzale de tener su espacio político en las instituciones y en la democracia vasca la que está empujando a sus dirigentes y a sus bases a unas reflexiones y propuestas nunca hechas hasta hoy. ¿Son suficientes? Evidentemente no.
El papel de esa dirección política es imponer a ETA el fin de la violencia y estamos lejos de ello, como es evidente. Por eso me preocupa enormemente que partidos políticos nacionalistas de una intachable convicción democrática estén tentados de hacerles el juego.

De indignación con Venezuela si se confirmara que ha ayudado o ayuda a ETA. Que a estas alturas de la vida y con todo lo que llevamos visto pretenda justificar su protección a ETA, aludiendo a la ruptura del proceso de paz de Argel en 1989 que motivó la expulsión de etarras a varios países amigos, es una vergonzosa manipulación de la historia que no engaña a nadie. Ofende nuestra inteligencia quien confunde a las víctimas de ETA con el imperio yanqui. Ese histórico grito de 'la historia me absolverá' arrastra a la ignominia a quien lo utiliza para justificar su ayuda a quienes amenazan la vida y la libertad de los vascos y de los españoles.

Entiendo, en todo caso, la prudencia del Gobierno español buscando la colaboración de Venezuela y no el enfrentamiento. Si ese pragmatismo que tantas veces obliga en política exterior a colocar los intereses por delante de los principios nos asegura que en ese país no se ayude a ETA, eso que habremos ganado. Pero no les oculto que escuchar determinadas intervenciones oficiales de las autoridades venezolanas resulta sencillamente insufrible.

El Correo, 12/03/2010.