La mayoría de los analistas de la crisis democrática que sufre el mundo de hoy llaman ‘hombres fuertes’ a los líderes políticos que sacrifican los principios liberales de las democracias –libertades, separación de poderes, respeto a las minorías, oposición política– para imponer autocracias manipulando los sistemas electorales o cuestionando abiertamente los resultados de las urnas; naturalmente, en su beneficio. El mundo está lleno de ellos. A finales del siglo pasado, después de la caída del Muro y el fin de la Guerra Fría, creíamos que el único horizonte del mundo era la democracia. Hoy sabemos que el 70% de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios y en las democracias del resto abundan las erosiones a las instituciones que cuestionan seriamente su calidad.
Las tentaciones autoritarias de los llamados ‘hombres fuertes’ son conocidas. Sus pretensiones autocráticas, también. Pero lo verdaderamente peligroso es la voluntad ciudadana que las impulsa y el apoyo político que concitan estos personajes en muchas de las experiencias contemporáneas a las que estamos asistiendo. Lo que tenemos que reconocer, para entender y combatir estas tendencias, es que surgen en un contexto de fuerte descrédito de las instituciones políticas democráticas en muchos países y de una preocupante pérdida de confianza en la eficacia de muchos de los gobiernos democráticos.
Bukele devuelve la seguridad a los ciudadanos de El Salvador mediante una eficaz acción represiva de las bandas juveniles y su ciudadanía le premia con una mayoría política abrumadora. Poco importa a sus votantes que esa eficacia haya vulnerado derechos humanos básicos y todo el garantismo procesal penal que habíamos construido en el último siglo. Tampoco importa, al parecer, que Bukele y su familia se estén haciendo inmensamente ricos durante su mandato.
Trump nombra a Elon Musk jefe de una agencia encargada de reducir los gastos de la Administración estadounidense, sin que este organismo esté sometido a las garantías parlamentarias y a las exigencias legales de una oficina pública. Lo que importa es que despida a funcionarios y reduzca –cuanto más, mejor– la burocracia. Todo vale en el altar de la eficacia. Más graves serán todavía los acuerdos desregulatorios que decidirán ambos dirigentes en ámbitos tecnológicos muy importantes para la Humanidad.
Milei, al grito de «¡¡es la libertad, carajo!!», polariza la sociedad argentina, destruye sindicatos, insulta a diestro y siniestro y recorta gastos del Estado, eliminando subvenciones, ayudas y prestaciones, lo que empobrece, más todavía, a la mitad larga de su país a cambio de salvar supuestamente su macroeconomía.
Nuestra Europa no es ajena a estas tendencias. Muchas políticas contra los inmigrantes son contrarias al Derecho Internacional y a los derechos humanos, pero vienen avaladas por una opinión pública asustada y manipulada en las redes. A Calin Georgescu, candidato independiente a la presidencia rumana, nadie le conocía, pero de pronto, y desde la red china TikTok, se ha convertido en unos pocos meses, en el ganador de la primera vuelta de unos comicios que la Justicia ha ordenado repetir. Se trata de un aspirante prorruso y contrario a las ayudas europeas a Ucrania. Como Orbán en Hungría.
Ante los enormes desafíos que Draghi ha señalado para Europa en su famoso informe, he llegado a leer que algunos añoran un Elon Musk europeo para llevar a cabo las complejas decisiones que debemos adoptar. Parece como si la democracia y sus reglas y la gobernanza multinivel, que inexorablemente debe respetar la Unión, fueran un obstáculo insalvable para la eficacia. Putin es el prototipo de ‘hombre fuerte’, una mezcla de populismo nacionalista y autoritarismo; pero lo son también Orbán en Hungría, Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Maduro en Venezuela, Erdogan en Turquía, Modi en India... Son líderes elegidos por sus ciudadanos que destruyen sus contrapoderes, colonizando las instituciones y falsificando los resultados electorales, si fuera necesario, para perpetuarse en el poder en regímenes semidemocráticos o abiertamente autoritarios.
Es una reflexión que también me surgió cuando conocí la elección de un militar, que se manifiesta «independiente» de la política, como si de la peste se tratara, para la reconstrucción de Valencia. Parecería que el presidente valenciano hubiera querido sortear las críticas a su gestión de la catástrofe nombrando a un teniente general como garantía incuestionable de la eficacia para esa tarea. Lo grave no me parece solo el nombramiento, sino la aquiescencia con la que ha sido recibido tanto en la opinión pública como en la opinión publicada. ¿Un ‘hombre fuerte’ para la reconstrucción valenciana?
Publicado en El Correo, 15/12/2024