Comparto plenamente la clarificación preelectoral del PSE-EE rechazando la coalición de gobierno con Bildu. Interpreto que el candidato socialista cree necesario dejar clara esa firme determinación y la considero por ello irreversible. Las razones son conocidas. Nos separa un mundo en relación con su violencia del pasado, cuyas barreras éticas están muy presentes todavía, y un universo no menor en relación con su proyecto independentista para Euskadi. Ambas diferencias confirman las preferencias por la coalición con el PNV, con el que acabamos de hacer el pacto foral y municipal en julio de 2023 y con el que gobernamos en el actual Ejecutivo vasco.
Estos pactos vienen de lejos. Personalmente, tengo una amarga experiencia de nuestros resultados electorales después de nuestras coaliciones de gobierno con el PNV y, sin embargo, mantengo una positiva opinión sobre sus efectos políticos y económicos en nuestro país. Pocos recuerdan ya que los socialistas hicimos lehendakari a Ardanza en 1987, aun teniendo dos diputados más que el PNV, y que aquel pacto (con el de Ajuria Enea posterior) fue el inicio de la victoria democrática sobre ETA .Y que aquel Gobierno puso las bases de la gran modernización del Gran Bilbao y de la profunda transformación industrial del País Vasco.
Efectivamente, fue el Partido Socialista de Euskadi el que, desde finales de los 70 del siglo pasado, reclamó una y otra vez al nacionalismo vasco «unidad democrática frente al terrorismo». Estuvimos muy solos en una demanda, demasiado tiempo despreciada, que exigía un frente unido de los demócratas ante los violentos. Fue el Partido Socialista el que antepuso a sus intereses partidistas el logro de un acuerdo con el nacionalismo vasco en el que el lehendakari asumió un liderazgo social imprescindible para deslegitimar la violencia, estableciendo así una estrategia democrática unitaria contra ella. Aquel acuerdo y el Pacto de Ajuria Enea (1988) fueron el comienzo de la larga marcha para la derrota de la violencia.
Fuimos los socialistas vascos los que asumimos los costes económicos y sociales de una reconversión industrial imprescindible. Recordar la conflictividad social de aquellos años y comprobar la evolución económica debería permitirnos reconocer ahora la necesidad perentoria de aquella reconversión, la enorme cantidad de recursos económicos empleados en amortiguar sus costes y los extraordinarios efectos conseguidos en la diversificación y en la modernización tecnológica de la economía vasca de hoy. Basta mirar nuestras ciudades, nuestros parques tecnológicos y nuestros activos industriales, culturales y turísticos para poder confirmar lo que digo.
Fue durante el Gobierno de Patxi López como lehendakari cuando acabó ETA y resulta muy difícil imaginar un final mejor para aquella violencia que sufrimos tantos años. También en esta delicada fase de nuestra historia reciente los socialistas vascos jugaron un papel arriesgado y muchas veces incomprendido para hacer posible la paz que hoy disfrutamos.
La Euskadi de hoy se explica por el acierto de esta coalición y por sus logros. Quizás su mayor mérito es que expresa mejor que nada y que nadie la pluralidad social e identitaria de nuestra ciudadanía. La clave de su estabilidad fue la seriedad y la moderación de ambos partidos, pero también la distinta naturaleza política de nuestros respectivos electorados. Siempre tuvo una doble tensión dialéctica interna. En el ámbito ideológico, el PNV se acomodó a las aspiraciones izquierdistas del PSE (vivienda pública, sanidad, protección social…) y el PSE se adaptó a las exigencias nacionalistas (identidad, autogobierno, Cupo) sobre la base de que estas se sometían al Estatuto y a la Constitución. Las cuestiones doctrinales en las que el PNV expresaba posiciones nacionalistas propias quedaban formalmente expresadas en discrepancias pactadas. El reciente acuerdo suscrito por el PSOE y el PNV para la legislatura confirma esta orientación, porque la autodeterminación, santo y seña de Bildu para su proyecto independentista, ha desaparecido de ese acuerdo y el PNV ha situado su proyecto político en la actualización del régimen foral, con base en los derechos históricos de los territorios forales. Si tenemos en cuenta que el apoyo del PNV a la legislatura de Sánchez se basa en la aprobación de un nuevo Estatuto sobre esas bases, es fácil deducir la lógica continuidad de la actual coalición, aunque el candidato socialista, como es normal, busque la máxima fuerza electoral para mejorar sus posiciones y su poder en ella.
Dejo para otra ocasión comentar las dificultades políticas derivadas de esa actualización de los derechos históricos para el modelo autonómico-constitucional. Muchos creemos que la actualización de los derechos históricos es precisamente el autogobierno que tenemos y pretendemos modernizar nuestro Estatuto mejorando el autogobierno en una perspectiva federal. No oculto una seria preocupación respecto al germen confederal que puede derivarse de la bilateralidad (enigmática expresión de soberanías iguales) que, en mi opinión, no cabe en nuestra Constitución. Pero eso queda para más adelante.
Publicado en El correo, 4/2/2024