El domingo, Francia evitó un gobierno de Le Pen. Pero, ¿pasó el peligro de las fuerzas de ultraderecha para Europa? Tomo prestado el título de este artículo de una entrevista con Pascal Lamy, antiguo director de la OMC, europeísta de la época de Jacques Delors , quien destaca el movimiento «gramsciano» de la extrema derecha europea, que ha pasado de gritar 'salir de Europa' y 'viva la nación' a participar en el poder europeo y al 'Make Europe Great Again', con el que Orbán ha titulado cínicamente su presidencia de turno este semestre.
No es el único analista que se congratula de esta transformación del antieuropeísmo de los partidos ultras en la década pasada, inspirados en el Brexit, hacia la progresiva aceptación del marco europeo y de sus consecuencias, que estos partidos, Meloni y Le Pen especialmente, están haciendo en su gestión gubernamental, la primera, y en su programa político, la segunda. Son muchos los que interpretan que esta evolución pragmática salva a Europa de riesgos sistémicos, como lo eran el abandono francés del euro o la posible convocatoria de consultas antieuropeas.
Lamento no coincidir con tan benévolo pronóstico. Europa enfrenta desafíos monumentales, quizás los más graves de la historia comunitaria. La pandemia, las guerras, las tensiones comerciales y tecnológicas, el fin del dominio estadounidense y la multipolaridad desordenada del mundo, la autonomía energética, la seguridad económica… están poniendo en evidencia nuestra pequeñez demográfica,el envejecimiento de nuestra población, nuestros retrasos digitales y tecnológicos, la levedad de nuestras grandes compañías, la lentitud y contradicciones de nuestra política exterior y comercial y tantas otras cosas, dibujando un panorama inquietante para nuestro futuro.
No me detengo en la lista de nuestros desafíos, pero todos los buenos conocedores de Europa lo dicen una y otra vez: no tenemos una Unión suficientemente integrada como para tomar decisiones colectivas, urgentes y extremadamente costosas y conflictivas. La defensa europea reclamará armonizar nuestros sistemas militares nacionales y construir una auténtica industria militar comunitaria. Nuestro mercado único exigirá unificar la educación, la investigación, concentrar el sistema financiero y crear un mercado de capitales (Informe Letta). La batalla de la competitividad europea precisará revisar la política de competencia y la creación de campeones europeos en múltiples sectores económicos (Informe Draghi). La seguridad económica y la autonomía energética y estratégica nos demandarán un proceso de relocalizaciones y de recuperación industrial -después de la desordenada deslocalización productiva de los últimos veinte años-, que será, en todo caso, muy delicado y con intereses nacionales enfrentados. Nuestro liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático está en cuestión por la resistencia interna de agricultores, mundo rural e industria automovilística. La lista es enorme.
Como decía recientemente Wolfgang Munchau, en un artículo significativamente titulado 'Armas, árboles o fábricas', no hay dinero para todo esto y no hay consenso social para abordar tan complejos y conflictivos procesos y transiciones. Todo ello sin contar con las negativas consecuencias para Europa de un gobierno estadounidense en manos de Trump, desgraciadamente, muy probable.
Pues bien, vuelvo al principio.¿Cuál será el comportamiento de los partidos nacionalistas, de los que quieren 'una Europa de naciones libres', ante estos desafíos? No hablo del Parlamento Europeo, donde, si nada se complica, la mayoría PP+PS+Liberales y Verdes es suficiente para la defensa europeísta. Hablo de la Comisión Europea, en la que se integrarán comisarios procedentes de gobiernos ultras. Hablo del Consejo, donde hay varios ejecutivos importantes en manos de ese soberanismo papanatas (Italia, Países Bajos, Hungría, Eslovaquia) que se negará a aportar más dinero al Presupuesto de la Unión, que no querrá sacrificar sus intereses nacionales en beneficio de la Europa unida, que cerrará sus fronteras a una inmigración que necesitamos tanto como respirar, que reivindicará su soberanía nacional ante la unificación del mercado financiero y de capitales o ante la coordinación militar, o tantas otras cosas semejantes.
Sin comprender que su soberanía solo la pueden ejercer al compartirla con sus socios europeos. La suya, la soberanía nacional, es tan retórica como ridícula, porque nadie en Europa es suficientemente grande para decidir nada. Solo seremos soberanos de verdad, en un mundo hostil y adverso, si vamos y decidimos juntos. No, el soberanismo nacional de la ultraderecha europea no es un mal superado. Lo siento, es, más bien, un monumental problema europeo.
Publicado en El Correo, 9/07/2024