El año que viene habrá elecciones autonómicas y previsiblemente las dos fuerzas nacionalistas se disputarán el liderazgo político del país. Una de ellas acaba de protagonizar una manifestación en Bilbao bajo el eslogan de ‘Somos nación’. La otra ha centrado su negociación de la investidura con el PSOE en «el reconocimiento nacional de Euskadi». De ambos eslóganes no podemos deducir gran cosa. Somos nación, ¿y qué?, podríamos añadir. Porque la plurinacionalidad de España ya se contempla en la Constitución cuando se establece que el Estado está integrado por naciones (nacionalidades dice la Constitución) y por regiones. Eso significa que se acepta a Euskadi como nación, que España también lo es, constituyendo su Estado como una nación ‘con’ naciones y no ‘de’ naciones. No somos una confederación de pueblos originarios y soberanos que se agrupan voluntariamente, sino una nación construida desde hace siglos, en la que existen pueblos con una identidad nacional propia.
Para atender a esas identidades construimos un modelo de autogobierno que nos permite asegurar la pervivencia de las señas culturales, históricas y políticas de nuestra identidad y nos garantiza un autogobierno más amplio que el que tiene cualquier Estado federal del mundo. Es más, un autogobierno financiado con un Concierto que permite la recaudación de todos los impuestos, pagando un Cupo al Estado por las competencias estatales, generosamente calculado a nuestro favor. Los problemas surgen cuando a la nación le atribuimos inexorablemente la creación de un Estado y para conseguirlo establecemos el camino de la autodeterminación a través de un referéndum. Hay miles de pueblos originarios con identidad nacional. Si la ecuación identidad y lengua propia es nación y a cada nación le corresponde un Estado, el mundo se fragmenta sin remedio. Basta mirar al viejo Imperio Austrohúngaro para comprobarlo.
Es bueno exponer las razones de quienes nos oponemos a este proyecto para clarificar posiciones preelectorales. Primero, con total sinceridad: esa independencia no es posible. Europa nunca admitirá un país escindido de un Estado miembro y fuera de Europa no es posible ser ni estar. Segundo, la independencia de Euskadi sería inmensamente peor para sus ciudadanos que el autogobierno actual. Los costes de un Estado propio serían enormes, lo que elevaría nuestras contribuciones fiscales. Las repercusiones económicas en nuestro tejido empresarial serían muy negativas. Nuestro sistema de pensiones sería insostenible (recaudamos 4.000 millones menos que lo que ingresamos por cuotas de la Seguridad Social). Y nuestra capacidad de defender nuestros intereses en las mesas globales (es decir, casi todas) sería nula.
Entonces, me dirán algunos, ¿por qué no votamos? Porque no podemos votar solos lo que corresponde decidir a todos (somos parte de un Estado en el que el resto de ciudadanos y sus instituciones también tienen derecho a decidir). Porque el referéndum nos obliga a una opción binaria independencia sí o no, y creemos que la política debe encontrar otras soluciones más complejas a nuestro acomodo o encaje territorial y que el referéndum queda para que el pueblo acepte o no esa solución. Porque la fractura social producida por un proceso de esa naturaleza arruina la convivencia interior por mucho tiempo. Porque la experiencia nos demuestra que los referendos decisorios son fácilmente instrumentados por razones de coyuntura y frecuentemente falseados por ‘fakes’ que mueven potencias ajenas. Los resultados del Brexit para Reino Unido están a la vista de todos.
Miremos la experiencia internacional reciente. El Tribunal Supremo de Reino Unido negó a Escocia la convocatoria unilateral de un nuevo referéndum, alegando que su pertenencia al reino no les permite decidir a ellos solos lo que afecta al conjunto del Estado. Por otra parte, las experiencias de Quebec y de Escocia, que votaron en su día y donde perdieron las opciones de independencia, nos demuestran que el daño económico y social de esos procesos en esas regiones es irreversible. Toronto se ha llevado gran parte de la economía de Quebec y Escocia siente esos mismos efectos, mucho más después del Brexit.
De manera que el reconocimiento nacional de Euskadi puede y debe proyectarse en una nación autogobernada dentro de un Estado que reconoce para ello su identidad cultural y política. Esa es la mejor forma de ser nación. De hecho, no hay otra, por mucho que les pese a muchos conciudadanos a los que me gustaría convencer de que sus sentimientos tienen que adaptarse a la realidad y a la conveniencia de todos. El consenso interior de un pueblo importa mucho más que la victoria de unos sobre otros.
Publicado en El correo, 23/11/2023