La coalición que van a formar PNV y PSE es el mejor Gobierno posible para la Euskadi de hoy. El entendimiento entre estas dos fuerzas políticas ha sido clave en nuestra ya larga historia democrática y autonómica. Muchos de los grandes logros en este periodo son fruto de este pacto, y el clima sereno y estable de la sociedad vasca de hoy es consecuencia de una filosofía que los hace posibles: el respeto y la aceptación del diferente en una sociedad con un abierto abanico identitario.
Un nuevo lehendakari y una nueva composición de su Gobierno iniciarán la próxima legislatura en un clima político general enrarecido por el populismo, la polarización y la crisis democrática en general y sometido a formidables retos socioeconómicos en un escenario geopolítico hostil.
Hay tres consejos, cargados de buena intención, que se me ocurren para nuestro próximo Gobierno. El primero tiene que ver con el compromiso más ambiguo y delicado de las bases de su acuerdo: renovar nuestro Estatuto de Autonomía. Se trata, al mismo tiempo, de una extraordinaria oportunidad y puede ser, también, una trampa mortal. El objetivo debe ser lograr un consenso que incluya a EH Bildu sin que su coste sea perder al PSE y al PP. Si PNV y EH Bildu imponen su mayoría y se decantan por un procedimiento ilegal (consulta vasca antes del trámite en las Cortes) y por un contenido soberanista (el derecho a decidir y la bilateralidad confederal), perderemos toda la base social del autonomismo constitucional. A su vez, aprobar un nuevo Estatuto sin incorporar a la izquierda abertzale de hoy sería democráticamente inaceptable y configuraría un marco jurídico político inestable y divisivo, con la segunda fuerza política (o la primera, según se mire) contra el régimen político del país.
Siempre he pensado que un nuevo Estatuto nos permitiría hacer una exposición de motivos consensuada sobre nuestra historia reciente, una actualización de los derechos y deberes de los vascos en la sociedad actual (inexistente en el Estatuto de Gernika) y una actualización-modernización de nuestro régimen competencial, en una concepción federalista de nuestro autogobierno. No es poca cosa. No será fácil cuadrar ese círculo, pero si no encontramos la fórmula, mejor dejarlo estar y esperar ocasiones más propicias. Al fin y al cabo, en nuestro marco autonómico actual todos convivimos y, de hecho, todos lo asumimos. No hay urgencias que justifiquen un mal peor.
El segundo consejo llama a las cosas. Los servicios públicos –en particular, la sanidad, la vivienda para los jóvenes y los cuidados a los mayores– reclaman concentrar la acción del Gobierno y priorizar el gasto en ellos. Me habría gustado que los socialistas hubiéramos planteado la gestión de la sanidad como requisito de la coalición. El fracaso reciente del PNV y el éxito de los socialistas en este campo en tiempos pasados (Freire y Bengoa) merecía ese esfuerzo de continuidad, pero supongo que los negociadores saben lo que hacen. En cualquier caso, el nuevo Gobierno vasco tiene ante sí un enorme desafío para dar un impulso a estas tres importantes áreas de la acción política. La campaña electoral ya puso de manifiesto el enorme descontento de la ciudadanía vasca con algunos servicios de Osakidetza, especialmente la Atención Primaria y las consultas de especialistas, que este Gobierno tendrá que abordar con urgencia .
En el mismo sentido, el problema de la vivienda para los jóvenes en nuestras ciudades, a excepción quizás de Vitoria, se ha convertido en existencial para muchos de ellos. Respecto a los servicios de cuidados a los mayores, es opinión unánime que las residencias deben quedar como red de recursos solo para las personas sin autonomía y que debemos, por el contrario, fortalecer una red de cuidados domiciliaria mucho más extensa e integral. Todas estas prioridades exigirán una revisión presupuestaria profunda. Los gobiernos tienen tendencias inerciales hacia gastos y partidas reiteradas que conviene revisar en profundidad. En este caso, esta revisión parece más que necesaria.
Por último, un consejo sobre el funcionamiento interno. Muchos gobiernos de coalición funcionan con una autonomía total de las carteras y una falta de cohesión y de consenso en la acción general del Ejecutivo y en la vida parlamentaria. La forma de evitar estos compartimentos estancos no es solo la jerarquía del lehendakari, sino un comité interno en el Gabinete que negocie permanentemente las acciones de todos. Se trata de crear un equipo técnico y político en el interior del Gobierno (no fuera de él) muy discreto y dirigido por personas de confianza de los dos líderes que desbrocen y pacten todos los temas y trasladen, en su caso, a los partidos las diferencias insalvables.
Quiero pensar que el pacto PNV-PSE será consecuente con su tradición y con su buen hacer. Solo espero que el éxito les acompañe.
Publicado en el Correo, 14 junio 2024