Los partidos del Parlamento vasco deben rectificar las bases del nuevo Estatuto acordadas por PNV y EH-Bildu, y construir otras sobre las que quepa de verdad un consenso de mínimos.
A la vista del acuerdo PNV-EH Bildu sobre la reforma del Estatuto, han quedado claras algunas cosas. Primera: que en el PNV se ha impuesto su proyecto más nacionalista, el que parte de una concepción soberanista de Euskadi, articula su relación con España en términos de bilateralidad confederal y configura un derecho a la autodeterminación para la independencia cuando convenga. En la nebulosa se dibuja el sueño sabiniano del ‘zazpiak bat’, cuando el futuro lo haga posible. Segunda: que su aliado para ese proyecto y ese tránsito es EH Bildu, la izquierda abertzale a quien redime de su pasado y la incorpora así a un nuevo marco jurídico-político vasco. Tercera: que esa nueva mayoría deprecia a la minoría no nacionalista y destruye el consenso del Estatuto de Gernika sobre el que hemos construido nuestro pacto de pluralidad estos últimos cuarenta años, sin discusión posible, los más fructíferos y prósperos en términos de autogobierno y de progreso económico de toda nuestra historia. Y cuarto: que ese proyecto de nuevo Estatuto, cualquiera que sea la redacción de los expertos convocados a desarrollar las bases políticas acordadas, no será aprobado por las Cortes y se generará un conflicto político sin solución, en el que muy probablemente ocurrirán cosas parecidas a las que están sucediendo en el conflicto catalán.
Tanto el Gobierno vasco como el líder del PNV están mandando señales de moderación y pacto, pero son solo eso, señales, que se contradicen con la contundencia de la opción tomada por Egibar y los suyos. Señales, a veces equivocadas, como esa apelación de Ortúzar a Sánchez recordándole su apoyo a la moción de censura y pidiéndole «correspondencia», como si en materia de principios y modelos políticos pudiera haber un mercadeo como el sugerido por el burukide.
No está fácil el consenso sobre estas bases. Es más, me temo, y conste que me duele decirlo, que es imposible. El nuevo estatus no es autonómico, es independentista. Es una mutación radical de las bases constitucionales de un Estado, que ni siguiera una reforma de la Carta Magna podrá nunca incorporar. Dos soberanías originales e iguales, una bilateralidad sin jerarquía normativa, un referéndum previo al envío del texto a las Cortes con el único objetivo de hacer imposible la negociación sobre un texto «ya aprobado por los vascos», un reconocimiento del derecho a la independencia «a la carta», para ser ejercido cuándo y cómo convenga… Sin entrar en otras materias sobre la ciudadanía y la identidad nacional de los vascos, ruptura de la Seguridad Social, competencias, etc.
Por eso me pregunto qué podemos hacer para encontrarnos y para que este tema no nos lleve de nuevo a los infiernos del viejo conflicto. Me pregunto cómo buscará el PNV atraernos al consenso a quienes siempre estuvimos en él y a quienes hemos acreditado hasta el extremo nuestra voluntad de hacer Euskadi juntos.
Siempre pensé que esta reforma estatutaria era una oportunidad extraordinaria de superar la brecha que el terrorismo generó entre nosotros con un preámbulo sincero, de mutuo reconocimiento sobre nuestra reciente historia, que permitiera a la izquierda abertzale cerrar su círculo, una vez terminada la etapa violenta. Pero siempre creí también que ese relato exigía ratificar nuestra apuesta de convivencia plural en un autogobierno moderno y actualizado en España frente a una globalización que exige compartir espacios pactados de soberanía (federalismo) y participar en una gobernanza de la globalización, desde una Europa fuerte para construir así un mundo mejor. Nunca pensé que facilitar a la izquierda abertzale ese tránsito tuviera que hacerse produciendo tan grave fractura de la sociedad vasca, imponiendo identidad a la ciudadanía y asumiendo un proyecto tan arcaico, y una mirada tan reaccionaria sobre nuestro pasado que toma la tradición y la historia manipuladas como base de construcción del futuro de Euskadi y de un país que debe ser de todos.
Oímos con frecuencia voces de víctimas de ETA (y no sólo) diciendo que la presencia de la izquierda abertzale en la política es el triunfo de la violencia. ETA fue derrotada y ponerlo en duda es un error. Hacen política porque la democracia admite la pluralidad con la palabra y sin pistolas. «O votos o bombas», decíamos, y así ha sido y así es. Pero me pregunto si podríamos seguir sosteniendo ese relato si el nuevo Estatuto cristaliza el proyecto político de quienes mataron por la autodeterminación. En realidad es una pregunta que traslado al PNV.
En definitiva no se trata de encargar a los expertos el milagro de convertir el agua en vino, como en el Evangelio. Las bases aprobadas no pueden alterarse de tal manera salvo que violenten los principios en los que se han encontrado PNV y EH-Bildu. Tampoco se trata de pedir al PSE y a Podemos (sin despreciar al PP, que son tan ciudadanos vascos como el que más) que ‘se muevan’, sino de rectificar esas bases y construir otras sobre las que quepa de verdad un consenso de mínimos para todos que no nos violente a ninguno. Todavía es posible. Difícil, pero no imposible.
Publicado en El Correo, 29/07/2018