La crisis griega ha suscitado notables oportunidades para el avance del proyecto europeo, al mismo tiempo que pone de manifiesto trabas enormes que, de un tiempo a esta parte, se observan en Europa para avanzar. No es contradictorio, aunque sea paradójico. El proyecto europeo sufre, especialmente en esta última década, una falta de liderazgos articulados.
Es decir, la ausencia de una vertebración de dirigentes y países fuertes que arrastren al conjunto a dar pasos progresivos en la construcción de un espacio político y económico supranacional, cada vez más articulado. La rememoración de los liderazgos de Kohl, González, Delors, Mitterrand, etc., parece obligada.
A ello se añade una digestión pesadísima de la incorporación de una docena de países del Este europeo en 2004, cuya pertenencia a Europa es incuestionable, pero cuyo europeísmo en varios casos es dudoso y cuyas realidades socioeconómicas han añadido una complejidad a la gobernanza de la Unión que todavía no hemos evaluado adecuadamente.
Por último, y sólo a efectos de ofrecer un diagnóstico muy primario, Europa está atacada por un neonacionalismo cada vez más preocupante. Los países miran más hacia su interior que al conjunto europeo en la toma de decisiones comunitarias.
Las claves políticas internas se sobreponen a los argumentos y a las consideraciones europeas y, desgraciadamente, muy a menudo éstas son antagónicas con aquéllas. Los parlamentos nacionales se han vuelto muy celosos de sus competencias y exigen el cumplimiento del principio de subsidiariedad con un celo y un espíritu nacionalistas dignos de mejor causa.
Los propios tribunales constitucionales empiezan a ejercer una especie de tutela nacionalista antieuropea en algunas sentencias, cuyos considerandos echan por tierra importantísimas bases jurídicas y políticas de la Unión (la sentencia de 30 de junio 2009 del Tribunal Constitucional alemán es, desgraciadamente, paradigmática en ese sentido).
Un buen ejemplo de lo que les señalo lo hemos tenido con la crisis griega y sus derivadas. De poco han servido los argumentos económicos y financieros de la Unión respecto a la necesidad de defender el euro y a los bancos que han comprado deuda pública. Más allá de la solidaridad interna de los países de la eurozona y contra todas las evidencias económicas que hacían aconsejable la intervención, la opinión pública alemana ha marcado el ritmo y el carácter de la respuesta europea a las demandas griegas: tarde y mal.
Desde el Consejo Europeo del 11 de febrero, estamos balbuciendo una respuesta que no ha impedido que el interés de la deuda griega haya superado el 10% y que los mercados, en su histérica reacción al aumento de la deuda pública en todo el mundo, sigan especulando con unos intereses altísimos y un riesgo relativamente pequeño ante la intervención esperable de Europa para evitar la suspensión de pagos.
Con lo cual, estamos haciendo, como se dice vulgarmente, ‘un pan como unas tortas’. La puesta en marcha, ¡por fin!, del plan de ayuda a Grecia está todavía pendiente del Parlamento alemán y mucho me temo que no será aprobado hasta pasadas las elecciones en Renania-Westfalia.
Y, sin embargo, la crisis ha suscitado una cascada de propuestas que sólo hace unos meses eran impensable. Por eso decía al principio del artículo que se observan tantas dificultades y trabas como oportunidades para Europa. Así ha surgido la propuesta de creación de un Fondo Monetario Europeo, así estamos discutiendo en el Parlamento Europeo la creación de nuevas autoridades de supervisión financiera en la Unión y así se trabaja en la actualidad sobre nuevas figuras fiscales a las entidades bancarias para sufragar un fondo anticrisis.
De hecho, en Bruselas ya se habla de la posibilidad de adaptar el Tratado de Lisboa –aprobado hace sólo cuatro meses– a las nuevas necesidades de una gestión más eficaz y coherente de la crisis del euro y de la deuda pública. Pero esas esperanzadoras expectativas se dan de bruces con las angustias internas de Europa.
Gobernanza económica.
La resistencia alemana a la solución griega es paralela a las dificultades que los propios países europeos pondremos a las medidas de mejor gobernanza económica europea. Las ideas y las propuestas son conocidas: mayor coordinación en las políticas presupuestarias de los Estados miembros, correcciones a sus diferencias de competitividad, aportaciones a fondos financieros de estabilidad o fondos anticrisis, y seguimiento con estímulos y sanciones a las reformas estructurales nacionales, etc.
La resistencia alemana a la solución griega es paralela a las dificultades que los propios países europeos pondremos a las medidas de mejor gobernanza económica europea. Las ideas y las propuestas son conocidas: mayor coordinación en las políticas presupuestarias de los Estados miembros, correcciones a sus diferencias de competitividad, aportaciones a fondos financieros de estabilidad o fondos anticrisis, y seguimiento con estímulos y sanciones a las reformas estructurales nacionales, etc.
El pasado fin de semana las estuvieron estudiando los ministros de Economía en el Ecofin de Madrid. ¿Cuántas de éstas se adoptaron? ¿Cuántos países europeos están en condiciones y dispuestos a someter a un marco de control europeo sus proyectos de sus presupuestos? Acabaremos añadiendo un nuevo parámetro al plan de estabilidad financiera para medir y controlar la deuda pública acumulada y poco más.
¡Que lejos quedan los tiempos en los que los fondos de cohesión, los fondos regionales de equilibrio, y otros, eran alimentados generosamente por los más ricos, en aquel espíritu europeo que tanto añoramos ahora! Mucho más teniendo en cuenta que las necesidades de esa cohesión europea aparecen como una condición sine qua non de supervivencia.
Expansión, 28/04/2010.
Expansión, 28/04/2010.