Ramón Jáuregui, referencia del socialismo vasco, hoy europarlamentario en Estrasburgo. Un pata negra en tierra de codillos.
- ¿Cuesta digerir el desarraigo?
- Es otra etapa de mi vida. Me atrae Europa, es un espacio clave para participar en política. Pero sí, tengo un punto de nostalgia porque la política vasca y la española son mi pasión.
Ramón Jáuregui Atondo (San Sebastián, 1948) concede esta entrevista en el edificio de la Carrera de San Jerónimo, al lado del Congreso de Madrid, donde están los grupos parlamentarios. Llama coloquialmente «las catacumbas» al lugar de su despacho, situado en el sótano y más modesto que el que tenía cuando fue diputado y fugaz 'número dos' del PSOE en las Cortes. Por la calle en obras hormiguean los peatones . Algunos miran por el ventanal tintado y descubren al hombre que fue líder de la UGT y del PSE en Euskadi, delegado del Gobierno, vicelehendakari, consejero de Trabajo y hoy europarlamentario. Pese a la lejanía de Estrasburgo y Bruselas, se le nota puesto sobre la actualidad vasca.
- Un político con su recorrido y a una prudente distancia de Euskadi para que sus opiniones no se vean condicionadas, ¿qué repaso hace de la gestión del Gobierno vasco del PSE, apoyado por el PP?
- El cambio se ha materializado. El Gobierno lo ha hecho posible de forma natural, después de 30 años de lehendakaris nacionalistas, y dando serenidad a la política. Ajuria Enea ha dejado de ser la gasolina de la hoguera identitaria del país.
- ¿Dónde ve plasmado el cambio?
- En la estabilidad. El Gobierno nació siendo considerado ilegítimo, de corta duración e inestable. Ese debate ha desaparecido. Y veo el cambio en el discurso y la actitud frente a la violencia. Lo simbolizo en el Patxi López en las escalinatas del Ayuntamiento de Bilbao tras el asesinato de Puelles. Eso es otra cosa, hay otra gente en el Gobierno vasco. No quiero decir nada respecto a los anteriores, pero hay otra política de colaboración con el Gobierno central, de implicación de la Ertzaintza, de proximidad con las víctimas... De deslegitimación de la violencia, en suma. Pero queda un cambio más, que es demostrar la capacidad en la gestión.
- ¿Cuesta digerir el desarraigo?
- Es otra etapa de mi vida. Me atrae Europa, es un espacio clave para participar en política. Pero sí, tengo un punto de nostalgia porque la política vasca y la española son mi pasión.
Ramón Jáuregui Atondo (San Sebastián, 1948) concede esta entrevista en el edificio de la Carrera de San Jerónimo, al lado del Congreso de Madrid, donde están los grupos parlamentarios. Llama coloquialmente «las catacumbas» al lugar de su despacho, situado en el sótano y más modesto que el que tenía cuando fue diputado y fugaz 'número dos' del PSOE en las Cortes. Por la calle en obras hormiguean los peatones . Algunos miran por el ventanal tintado y descubren al hombre que fue líder de la UGT y del PSE en Euskadi, delegado del Gobierno, vicelehendakari, consejero de Trabajo y hoy europarlamentario. Pese a la lejanía de Estrasburgo y Bruselas, se le nota puesto sobre la actualidad vasca.
- Un político con su recorrido y a una prudente distancia de Euskadi para que sus opiniones no se vean condicionadas, ¿qué repaso hace de la gestión del Gobierno vasco del PSE, apoyado por el PP?
- El cambio se ha materializado. El Gobierno lo ha hecho posible de forma natural, después de 30 años de lehendakaris nacionalistas, y dando serenidad a la política. Ajuria Enea ha dejado de ser la gasolina de la hoguera identitaria del país.
- ¿Dónde ve plasmado el cambio?
- En la estabilidad. El Gobierno nació siendo considerado ilegítimo, de corta duración e inestable. Ese debate ha desaparecido. Y veo el cambio en el discurso y la actitud frente a la violencia. Lo simbolizo en el Patxi López en las escalinatas del Ayuntamiento de Bilbao tras el asesinato de Puelles. Eso es otra cosa, hay otra gente en el Gobierno vasco. No quiero decir nada respecto a los anteriores, pero hay otra política de colaboración con el Gobierno central, de implicación de la Ertzaintza, de proximidad con las víctimas... De deslegitimación de la violencia, en suma. Pero queda un cambio más, que es demostrar la capacidad en la gestión.
- Ese es el saco de las críticas al Gobierno de Patxi López. El PNV le acusa de estar más volcado en la sustitución de símbolos que el nacionalismo reclama como propios que en solucionar los problemas reales de los vascos.
- La acusación es falsa y gratuita. Es un argumento que Ibarretxe ha sacado de manera forzada. El Gobierno ya no sigue con el debate esencialista de qué somos, de dónde venimos y qué queremos ser que caracteriza al nacionalismo. La virtud de López es que ha serenado esa hoguera de pasiones, sabiendo que el país es una miscelánea de sentimientos identitarios. El mejor ejemplo de que el PSE no ha hecho frentismo es no haber apoyado la moción de censura en Álava.
- Cita a Ibarretxe. ¿Le sigue considerando la referencia del PNV?
- Él ha destapado esas críticas. Probablemente porque es prisionero de diez años de una radicalidad identitaria vasca. Pero es el pasado. No tiene otro recorrido que seguir reivindicándose a sí mismo.
El papel del PNV
Tras las elecciones de 1986, en las que el PSE superó en escaños al PNV, Jáuregui fue el artífice del primer Gobierno en coalición entre ambos. La «puñalada» de Lizarra, primero, y la reacción de algunos dirigentes jeltzales al asesinato de Fernando Buesa, después, le dejaron desengañado con el PNV. Aún se le ve desconfiado.
- ¿Qué papel debe jugar el PNV, el partido más votado en Euskadi?
- Pienso que el PNV no va a ayudar. Esto lo tengo claro.
- ¿Pese a echar una mano a Zapatero en los Presupuestos?
- No, no va a ayudar. El PNV pretende que el Gobierno de Patxi López sea un paréntesis. Su estrategia busca el desgaste del lehendakari, principalmente. Sin atribuírselo directamente al PNV, en el telón de fondo de las críticas se observan dos elementos despreciables. No querer admitir que el hijo de un obrero presida el Gobierno vasco y la intolerancia nacionalista a que un socialista viva en Ajuria Enea.
- El Gobierno ha sufrido unos cuantos patinazos; el último, en la gestión de la crisis del 'Alakrana'. ¿Obedecen a deslices de un Ejecutivo primerizo o son síntomas quizá de un mal mayor?
- No veo fallos ostensibles en la acción del Gobierno. No ha tenido tantos problemas como se dice, pero que conste que nadie ha dado facilidades al Gobierno vasco para solucionar la crisis del 'Alakrana', desde Bermeo hasta Madrid.
- ¿Tiene visos de futuro el pacto PSE-PP? Jesús Eguiguren lo ve con cuerda para rato.
- Aprecio una política inteligente por el consenso en el PSE y el Gobierno vasco. De las noventa votaciones registradas en los últimos seis meses, en sólo tres no han participado los socialistas. En las otras 87, han sido los aglutinadores de los acuerdos. La mitad con el PP y la otra, con el resto de fuerzas. Los pactos con UGT, CC OO y ELA le han abierto además un importante espacio de entendimiento sindical. El proyecto tiene largo plazo.
- ¿Por dónde cojea el Gobierno?
- Dicho lo anterior sobre la estabilidad, hay que examinarle ahora por la capacidad de afrontar los retos que vive el país. Son tiempos muy difíciles. Ahí es donde todavía el Gobierno tiene que recorrer los pasos para demostrar que sabe lo que hace, que sabe adónde va, que tiene un proyecto de país.
- ¿Cuáles son esos retos?
- El consenso educativo en los modelos lingüísticos y la lucha contra la crisis económica. El lehendakari tiene que ser el gran líder de esa apuesta por un Gobierno capaz de afrontar la crisis, dar los pasos en busca de modernidad e innovación y ser valiente para abordar las situaciones empresariales.
- Usted reclamaba recientemente al lehendakari un mayor protagonismo.
- Hay un período de aprendizaje, pero el espacio donde López se tiene que consolidar es en la gestión de la crisis. Tiene que ganarse a la opinión pública como un lehendakari capaz de llevar la nave del país, y esa nave surca aguas muy procelosas. Tiene que asentarse con arreglo a un proyecto en materia de I+D, política industrial, presupuestaria, social..., construir un todo que configure un relato político moderno. Esta es la gran tarea pendiente.
- López acaba de advertir al Gobierno central de que «nos tendrá enfrente» si se paraliza la transferencia de las políticas activas de empleo. ¿Echa de menos en él más posicionamientos como éste?
- También lo ha hecho para convencer a Zapatero del blindaje del Concierto Económico. Patxi López debe demostrar que es el lehendakari de todos los vascos. Frente al vasquismo nacionalista de buscar el conflicto y desprestigiar al Estado, López tiene la oportunidad de defender Euskadi desde un socialismo vasquista que le puede llevar a enfrentarse a instituciones gestionadas por compañeros de partido. Conciliador, pero exigente.
Reforma del Estatuto
- ¿Están los partidos maduros para abrir el melón de la reforma del Estatuto sin que salga un pepino?
- Rotundamente, no. Es una tarea inoportuna. Sigo pensando que la reforma del Estatuto debe ser la gran oportunidad para la incorporación de la izquierda abertzale a la política vasca, sin violencia. Pero ahora no hay ninguna condición favorable para abordarla. Si la desaparición de ETA se convierte en un proceso de 'grapización' progresiva, habrá una ruptura de la izquierda abertzale a medio plazo para evitar su marginación política.
- ¿A eso responden los movimientos de los representantes de Batasuna detenidos?
- Responden a una voluntad de que esto acabe, pero no lo hacen con la valentía y fuerza necesarias. Los movimientos reflejan lo que casi todo el mundo quiere, que esto termine: los presos, sus familias, el entorno político, los viejos de ETA y el entorno internacional, desde los sudafricanos a los irlandeses. Pero no empujan de la manera correcta, que es exigiendo el fin de ETA. Siguen siendo corifeos de un magma desconocido, probablemente muy minoritario y marginado en cuatro pisos de Francia. Es mi impresión.
Una llamada urgente de teléfono interrumpe la entrevista. Al otro lado, una voz llorosa le anuncia la muerte de Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución (la entrevista se celebró el viernes). Un suspiro. Las fotografías familiares que decoran su despacho le recuerdan el paso del tiempo. De joven, con su mujer en la playa, lo que le lleva a confirmar una curiosidad que le hace sonreír. Jáuregui fue el primer divorciado del País Vasco, allá por 1978, y se casó con la abogada que le llevó el expediente. «Ya era entonces mi novia, porque yo estaba separado. En cuanto salió la ley, se apresuró a divorciarme». También aparecen de críos sus tres hijos, dos chicos y una chica. Crecieron en los ochenta en los jardines amurallados de la delegación del Gobierno en Vitoria, correteando ajenos a las metralletas de los guardias civiles que protegían el recinto de la amenaza de ETA.
- Fueron los años más duros de mi vida política, esa es la verdad. No sé si asistí a cerca de 300 funerales en aquellos cuatro años, muchas veces viajando con las víctimas en el avión junto al féretro. Eran pobres familias españolas venidas desde Albacete, Pontevedra o Cádiz, de un mundo rural que volvía a casa con su hijo o su marido muerto. ¡Buff!, la violencia deja huellas indelebles. Por eso aprecio tanto los esfuerzos de reconciliación.
- Un dato esperanzador es la unidad en torno a las víctimas.
Reforma del Estatuto
- ¿Están los partidos maduros para abrir el melón de la reforma del Estatuto sin que salga un pepino?
- Rotundamente, no. Es una tarea inoportuna. Sigo pensando que la reforma del Estatuto debe ser la gran oportunidad para la incorporación de la izquierda abertzale a la política vasca, sin violencia. Pero ahora no hay ninguna condición favorable para abordarla. Si la desaparición de ETA se convierte en un proceso de 'grapización' progresiva, habrá una ruptura de la izquierda abertzale a medio plazo para evitar su marginación política.
- ¿A eso responden los movimientos de los representantes de Batasuna detenidos?
- Responden a una voluntad de que esto acabe, pero no lo hacen con la valentía y fuerza necesarias. Los movimientos reflejan lo que casi todo el mundo quiere, que esto termine: los presos, sus familias, el entorno político, los viejos de ETA y el entorno internacional, desde los sudafricanos a los irlandeses. Pero no empujan de la manera correcta, que es exigiendo el fin de ETA. Siguen siendo corifeos de un magma desconocido, probablemente muy minoritario y marginado en cuatro pisos de Francia. Es mi impresión.
Una llamada urgente de teléfono interrumpe la entrevista. Al otro lado, una voz llorosa le anuncia la muerte de Jordi Solé Tura, uno de los padres de la Constitución (la entrevista se celebró el viernes). Un suspiro. Las fotografías familiares que decoran su despacho le recuerdan el paso del tiempo. De joven, con su mujer en la playa, lo que le lleva a confirmar una curiosidad que le hace sonreír. Jáuregui fue el primer divorciado del País Vasco, allá por 1978, y se casó con la abogada que le llevó el expediente. «Ya era entonces mi novia, porque yo estaba separado. En cuanto salió la ley, se apresuró a divorciarme». También aparecen de críos sus tres hijos, dos chicos y una chica. Crecieron en los ochenta en los jardines amurallados de la delegación del Gobierno en Vitoria, correteando ajenos a las metralletas de los guardias civiles que protegían el recinto de la amenaza de ETA.
- Fueron los años más duros de mi vida política, esa es la verdad. No sé si asistí a cerca de 300 funerales en aquellos cuatro años, muchas veces viajando con las víctimas en el avión junto al féretro. Eran pobres familias españolas venidas desde Albacete, Pontevedra o Cádiz, de un mundo rural que volvía a casa con su hijo o su marido muerto. ¡Buff!, la violencia deja huellas indelebles. Por eso aprecio tanto los esfuerzos de reconciliación.
- Un dato esperanzador es la unidad en torno a las víctimas.
- Hay muchos recuerdos, muchas trincheras. La violencia ha dejado heridas en muchas familias, en todos los lados. Aunque no termine del todo la violencia, como es el caso, el país tiene que ir abordando un proceso reconciliatorio. Fueron muy apreciables la presencia de los tres lehendakaris en el homenaje a las víctimas del otro día y el discurso de Patxi, que fue bellísimo.
- ¿Por qué los dirigentes de partidos no se apoyan más en los políticos curtidos, con experiencia?