28 de junio de 2018

Miedos y mentiras.

"Es suicida para Europa cerrarse a la inmigración. Nos falta coraje y liderazgo para llevar a cabo una política diferente que enfrente un fenómeno social incuestionable e irreversible."

Para que en Europa puedan mantenerse los sistemas de Seguridad Social en 2050 necesitaríamos que en esa fecha hubiera dos trabajadores activos por cada pasivo. Más o menos, como ahora. ¿Saben ustedes cuántos inmigrantes necesitamos para mantener esa proporción? Aproximadamente cincuenta millones; es decir, un millón largo cada año hasta esa fecha. Sin embargo, no los queremos. Es suicida para Europa cerrarse a la inmigración mientras mantenemos una tasa de natalidad de 10,1 nacimientos/1.000 habitantes y muchos de los estados miembros reducimos progresivamente la población víctimas de una mayor tasa de mortalidad (10,2 muertes/1.000 habitantes) que de nacimientos.

He empezado, intencionadamente, mi argumento en favor de una nueva política de inmigración por los datos económicos y demográficos, aunque estos deberían estar detrás de los argumentos morales y solidarios que deberían iluminar este debate. Lo he hecho porque quizás seamos más sensibles a los riesgos de nuestro Estado de Bienestar que a los principios fundamentales de nuestros tratados (artículo 2 del Tratado de Lisboa) y a los valores que sustentan nuestra Unión. Porque lo cierto es que sobre ellos, sobre el discurso humano, está imponiéndose un sentimiento de rechazo y miedo en amplias capas de la población, hábil y demagógicamente estimulado por los partidos populistas y la extrema derecha antieuropea en la mayoría de los estados europeos.

Salvini en Italia es la última y más grosera voz que alimenta los miedos y el rechazo a los inmigrantes. Pero en Austria, Alemania, Dinamarca, Holanda, Hungría... el discurso xenófobo se está imponiendo y los partidos que lo protagonizan ganan elecciones o condicionan a quienes las ganan cada vez más abierta y claramente. La crisis de la CSU con Angela Merkel es un buen ejemplo, pero no es el único. Al respecto conviene recordar que, aunque derrotada, Marine Le Pen obtuvo 10,6 millones de votos en la segunda vuelta francesa del año pasado. ¡En Francia! Patria de la Revolución y país de acogida donde los haya.
¿Qué ocurre para que la izquierda pierda votantes a chorros por esta vía de agua en su buque de la solidaridad y el internacionalismo? ¿Por qué los rechazamos si vienen a cuidarnos y a hacer trabajos que no queremos hacer nosotros? ¿Cómo nos dejamos engañar con la ecuación inmigración-terrorismo cuando vemos que los terroristas viven entre nosotros y se radicalizan en los barrios de nuestras ciudades? ¿Por qué nos invade un miedo irracional a perder nuestra forma de vida y nuestros valores si sabemos que la población inmigrante siempre será minoritaria? ¿Qué tememos de la convivencia si todas nuestras ciudades europeas son ya un melting-pot de razas y lenguas?

Estamos perdiendo la batalla de las ideas y de la razones y nos estamos dejando llevar por los miedos y las mentiras. Nos falta coraje y liderazgo para llevar a cabo una política diferente que enfrente un fenómeno social incuestionable e irreversible. Ellos quieren vivir y en sus países no pueden. Ellos nos ven en la televisión y quieren vivir como nosotros. Ellos tienen el 50% de la población menor de 25 años y nosotros envejecemos sin remedio en poblaciones con casi el 20% de la población mayor de 65 años (el doble que hace 60 años). Es el mundo entero el que vive esta problemática y en el siglo XXI de las comunicaciones y la globalización, el fenómeno se extenderá geográfica y cuantitativamente.

Esto nos obliga a dimensionar la respuesta en espacios supranacionales y con políticas muy transversales. No hay soluciones milagrosas. No lo son cerrar las fronteras y no lo son abrirlas a todo el mundo. Por eso Europa debe abordar con urgencia su política migratoria y debe acordarla entre todos los países de la Unión. De lo contrario se abrirán brechas internas que pondrán en riesgo la Unión misma, si no lo está ya. He aquí tres pasos iniciáticos en esta nueva política migratoria.

Primero hay que construir un ambicioso ‘Plan África’ que ayude al desarrollo del continente y que nos permita convenios con los países de origen de la emigración para canalizar el ingreso a Europa con garantías de orden y devolución de irregulares. Este primer paso es clave. Nuestros consulados africanos dan las visas y garantizan la entrada en Europa sin riesgos. Quienes vengan fuera de esos canales, son devueltos a sus países de origen y estos los aceptan.

Segundo. El control de las fronteras exteriores de la Unión se unifica en un cuerpo especial europeo en colaboración con los países del norte de África. Esta colaboración exige compartir gastos con esos países que evitan las salidas de sus costas y permita la devolución de quienes pretenden atravesar el Mediterráneo en manos de mafias y con riesgo evidente de sus vidas.

Tercero. Europa reparte la cuota anual europea de inmigrantes entre todos los países y unifica todas sus políticas de formación laboral y de integración social que corren por cuenta de cada país, con ayuda financiera europea.

Si no hay un acuerdo próximo a estas ideas, el fenómeno migratorio nos va a fracturar políticamente, además de avergonzarnos moralmente convirtiendo el Mediterráneo en una fosa en la que mueren anualmente más de tres mil inmigrantes.


Publicado en "El Correo" 28/06/2018