Cuesta imaginar al impoluto eurodiputado Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1948) manchándose la ropa con la suciedad que desprenden las piezas de motores de coches de una fábrica de Pasajes. Era 1962. Entonces tenía 14 años y estaba destinado a convertirse en oficial ajustador industrial. No era su mundo, así que comenzó a estudiar por las noches. Primero, una carrera técnica y, después, Derecho. Lo que sí fraguó en ese taller fue su primer acercamiento al duro, jerárquico y, a veces, abusivo mundo laboral de los 60, la primera semilla de su vocación como abogado laboralista que desempeñó después en el despacho de UGT en Rentería.
El resto es de sobra conocido. Durante su vida política lo ha sido casi todo. Vicelehendakari del Gobierno vasco (1987-1991) en algunos de los años más duros del terrorismo, ministro de la Presidencia con José Luis Rodríguez Zapatero (2010-2011) en los albores de la recesión económica y, desde 2009, eurodiputado en una Unión Europea sumida en una crisis de identidad. Conoce bien el nacionalismo vasco porque le dio algunos amigos de juventud y porque sus defensores más atroces, desde las filas de ETA, le obligaron a asistir a más de 300 funerales de vecinos, compañeros y amigos. De todas esas experiencias ha sacado un buen puñado de reflexiones que, además, han envejecido bien. Las ha recopilado en el libro ‘Memoria de Euskadi. El relato de la paz’ (Catarata, 2018) con la intención de aportar su granito a una etapa que comienza a ser Historia.
Ahora, siete años después de que la banda dejase de matar, disfruta tomando pintxos en el casco viejo de San Sebastián, algo que no pudo hacer durante 30 años. Pasea por su tierra sin escoltas, no tiene miedo a descolgar el teléfono y plantea su retirada con “la tranquilidad de haber estado en el bando correcto”. Charla con Cuartopoder.es sobre los retos presentes, pasados y futuros en Euskadi… y en Cataluña.
— Tengo que comenzar preguntándole por la actualidad. Ya conocemos los primeros pasos del nuevo Gobierno del PSOE hacia Cataluña: diálogo y reforma constitucional, ¿es el camino correcto?
—Se está cambiando el escenario de juego. Hasta ahora todo era enfrentamiento y pasividad. La posición del Gobierno me parece inteligente, porque a una gran parte del electorado en Cataluña hay que intentar convencerle de que hay expectativas en el diálogo. Este solo puede producirse en el marco de unas reformas que sean legales y que quepan en nuestra Constitución. Por eso creo que esas ideas están en la línea adecuada. No será fácil, pero creo que la única solución que tienen Cataluña y España es encontrar un acomodo, incluida la financiación. Incluso puede requerir una reforma constitucional. Todos votaríamos la reforma constitucional y los catalanes votarían su propio estatuto.
— Usted alerta en uno de los artículos del libro sobre el llamado “derecho a decidir”, que plantea la consulta en términos de “sí” o “no”. Precisamente, usted ve la reforma constitucional como una vía intermedia para que voten catalanes y españoles.
— Sí, pero sobre un contenido concreto, no sobre la autodeterminación, que es lo que en realidad esconde el eufemismo de derecho a decidir. Tenemos que aprender de lo que está pasando alrededor. El Reino Unido y su Brexit es un buen ejemplo de cómo las decisiones unilaterales de ruptura son muy costosas. En el caso catalán lo hemos visto. Cuando se ha planteado unilateralmente romper con España se ha provocado unos daños económicos brutales, como las empresas que se han ido de Cataluña, por poner solo un ejemplo. Creo que hay que pactar primero y decidir después.
— Usted habla mucho sobre pactos y le describen como un político pactista. Sin embargo, en el último año parece que las palabras “pacto”, “negociación” o “diálogo” son utilizadas con un matiz peyorativo por algunos…
— Tenemos que aprender a incorporar a la política española ese término y esa actitud con urgencia. Los próximos gobiernos en España van a ser de coalición, pero este necesita apoyarse en pactos. El Ejecutivo lo va a intentar. Me da mucha pena que se haya perdido esa cultura política.
— Usted siempre ha defendido la reforma constitucional, ¿pero actualmente hay consenso para esa reforma?
— A priori no, pero hay que intentarlo. Lo que no se puede hacer es cerrarse a la oportunidad. Escuchaba el otro día a los dirigentes de Ciudadanos pedir a Pedro Sánchez que les dijese qué reformas quiere hacer. Sánchez no tiene que decirles nada porque hay que hacerlo juntos. Hay una comisión constitucional en el Congreso en la que se pone de manifiesto que, 40 años después, hay una media docena de temas que requieren actualización, desde la sucesión de la Corona o los principios constitucionales hasta la adaptación del titulo VIII a una realidad que los constituyentes en el 78 no conocían. También hay que introducir determinados derechos sociales, como la Sanidad, o modernizar los derechos y deberes en materias como el medio ambiente. Eso es reformar la Constitución: darnos la oportunidad de reformular nuestro marco de convivencia. Eso se hace hablando, negociando y consensuando. Hay una regla que no hay que olvidar en ningún momento. Si el pacto constitucional no obtiene el mismo respaldo o más que el que tuvo anteriormente, mejor no hacerlo.
— ¿Y no teme que con un Ciudadanos en crecimiento y un PP en mayoría al final se avance hacia la recentralización en vez de hacia el federalismo?
— Ciudadanos tendrá que explicar qué modelo territorial quiere. No se trata solo de obtener réditos electorales del antinacionalismo. Hay un momento en el que hay que mojarse y definir posiciones. De la misma manera que yo soy superexigente con los nacionalistas diciéndoles que no pueden olvidar a la otra mitad de Cataluña, también le pido a Ciudadanos, primer partido de Cataluña, que sus propuestas necesitan ser conocidas y que no puede olvidar a la mitad independentista. La política es eso. Es aportar, proponer y no solo utilizar el no.
— Por cierto, ¿le sorprendió que le propusieran junto a Solana y Redondo como líder de esa moción instrumental?
— Sí, me sorprendió . Pienso que fue una táctica de Rivera para hacer verosímil su propuesta de transición técnica, pero realmente lo que correspondía entonces era votar la moción. Punto. Es yo lo que dije en mi tuit.
— No sé si Ciudadanos cuando le propuso conocería su opinión sobre el cupo y el concierto vasco…
— No sé si la conoce, pero hay que entender que esa propuesta era para hacer algo transitorio. Creo que Ciudadanos en este terreno se mueve en un cierto oportunismo político. Cuando llegas al Gobierno, tienes que saber los daños que puedes producir con una determinada decisión. En el caso del concierto vasco, a mí me parece que una propuesta reformista puede ser defendible, pero una abolicionista es de enorme irresponsabilidad. En ese terreno estoy seguro de que van a rectificar. En esto, como en otras cosas, a Ciudadanos le falta experimentar responsabilidad.
— ¿Usted cree que hay que hacer pedagogía sobre el cupo?
— Sí, en uno de los artículos que escribí. Defiendo la metodología del concierto porque forma parte de nuestra Constitución, pero entiendo que es necesaria una pedagogía o una mayor clarificación del cálculo del cupo. Incluso, yo planteo abiertamente la inclusión de una cláusula de solidaridad interterritorial. Creo que los ciudadanos españoles tienen que saber que los vascos somos solidarios y eso incluso puede plasmarse en una partida determinada para que no siguiera extendiéndose una opinión demasiado adversa contra la naturaleza y los contenidos del concierto económico.
— En estos meses, se ha comparado la actividad de los CDR con la kale borroka, ¿usted cree que se parecen en algo el separatismo catalán y el vasco?
— No, yo creo que el nacionalismo catalán siempre ha tenido muy clara su posición contra la violencia. Pero en los CDR puede haber tentaciones violentas que no están eliminadas del horizonte. La línea que separa la coacción política de la violencia es muy débil y difusa. Hay muchos actos de presión social que en Cataluña pueden haber rondado la violencia ‘soft’. Afortunadamente, lo de Cataluña no tiene nada que ver con los 50 años trágicos que vivimos en el País Vasco. Tienen muy claro que ese camino tienen que evitarlo.
— Hace años que ETA no mata, pero durante los últimos meses hemos visto a tuiteros y cantantes en los juzgados acusados de enaltecimiento del terrorismo, ¿no se corre el riesgo de banalizar el terrorismo?
— Creo que los jueces saben distinguir. He leído algunas sentencias recientemente que tratan de evitar la calificación terrorista de actos que no lo son porque no hay una organización terrorista detrás. Eso no quita que nuestros tribunales tengan el derecho a sancionar actitudes que lo merezcan. No se puede decir lo que a uno le da la gana, ni preconizar la violencia o los asesinatos. Esto en Alemania está perfectamente sancionado.
— Hace unas semanas, ETA hizo el anuncio de disolución y unos días después montó un acto, ¿qué estaba haciendo usted ese día y qué pensó cuando lo vio?
— Estaba en Bruselas y lo que pensé es que estaba mucho mejor allí que en Cambo. Los que fueron a Cambo fueron personajes de acompañamiento de una obra que resultaba bastante patética en sí misma. ETA ha querido solemnizar su fin en un escenario autojustificatorio, pero no hay justificación posible a lo que han hecho y nadie cree que hayan aportado absolutamente nada salvo dolor y muerte.
— La batalla que queda es la del relato.
— No solo, pero sí.
— ¿Qué otras batallas hay?
— La de seguir atendiendo a las víctimas, esclarecer los asesinatos, producir una reconciliación social en el país… Cerrar esas heridas, en definitiva, pero hacerlo con el relato de la verdad. ETA para defender unas ideas destruyó las ideas y destruyó las vidas.
— ¿Una de esas tareas pendientes es acabar con la política de dispersión de presos?
— No acabar propiamente, pero pienso que la política de dispersión se construyó en su momento para que la cárcel no fuera un estímulo a la violencia y para que no prolongara la organización terrorista desde las prisiones. En la medida en la que no hay organización ni violencia, la política de dispersión tiene menos sentido. Creo que si el gobierno se plantea una aplicación inteligente y humanitaria de la ley penitenciaria hará bien. Yo soy partidario de avanzar en esos terrenos. Corresponde a los tiempos.
— Volvemos al relato, ¿usted cree que habrá gente que intentará reescribirlo?
— Sí, ETA y en general el mundo de la izquierda abertzale. Siguen pretendiendo explicar su existencia y su propia estrategia desde esa idea mesiánica de que había un pueblo vasco anterior. Quieren creer que el conflicto sigue y que hubo violencias antagónicas: la de ellos y la del Estado. Es todo mentira. El gran error de ETA fue que en el 78 creyeron que la democracia era de mentira, que estaba tutelada por los militares y que el autogobierno vasco era de cartón piedra. No fue así, nunca hemos tenido un autogobierno tan profundo como el que tenemos los vascos ahora. Se equivocaron. Decidieron matar. El relato lo construirán las víctimas. Si tu paseas por las calles de Alemania, o incluso de Bélgica, descubres en las aceras que hay placas de latón donde vivían los judíos. Esas placas son la memoria.
— Dentro de ese relato, ¿cómo encajamos las sentencias de Estrasburgo que dicen que España no investigó lo suficiente algunos casos de tortura?
— Hay que encajarlas con normalidad. Hay que reconocer que el Estado tampoco lo ha hecho todo bien. Seguro que ha cometido excesos y que hubo denuncias de tortura que no fueron correctamente investigadas. Quiero recordar que en los 70, ETA creó una estrategia que se llamaba acción-reacción-acción, que preveía que a cada acción terrorista le correspondería un acto represivo de una policía aún anclada en el régimen. Su pretensión era que de cada atentado salieran nuevos terroristas de las comisarias. Creo que no pasa nada por ser justos a la hora de analizar que el Estado ha cometido errores, pero fueron consecuencia de la violencia. Recuerdo que en el 80 ETA mató casi a 100 personas. Era un día sí y otro también, justo cuando estábamos construyendo la democracia y el autogobierno vasco.
— En los textos del libro, usted hace también reconoce que la sociedad vasca durante los primeros años de terrorismo miraba para otro lado, no protegió a sus víctimas.
— Sí, a mí no me importa llamarla una sociedad acobardada porque lo fuimos. Yo tengo la memoria llena de esos recuerdos, una sociedad que siempre buscaba una explicación a los asesinatos. Era frecuente escuchar “lo mataron porque era guardia” o “era un chivato”. Cuando no lo sabían, decían “algo habrá hecho”. Estas fueron las frases que más groseramente explican nuestra cobardía social.
— En el libro incluye un capítulo con el que creo que se sentirán identificados muchos vascos. Usted creció en un ambiente cercano al nacionalismo, pero hubo un asesinato que le impactó, el de Melitón Manzanas. Eso abrió una grieta en usted.
— Sí, fue el primer asesinato político planificado. A este policía torturador, que lo era, le esperaron en el portal para matarle, como harían otras muchas veces. En mí provocó conmoción, en mis amigos provocó emoción. Ellos estaban descubriendo una épica, pero yo sufrí una ruptura interior porque pensé que no venía nada bueno. Hasta entonces, los actos de ETA eran heroicos, como poner una bandera en el Buen Pastor o hacer una pintada en el Velódromo de Anoeta. Eso fue lo que nos identificó en los 60 con aquel grupo que había salido de las juventudes del PNV.
— ¿Ha perdido muchas relaciones personales por estar en frente de estos actos?
— Las cuadrillas en el País Vasco son cerradas e íntimas. Yo era amigos de mis amigos y viví con ellos muy intensamente mi juventud. De ellos, cuatro acabaron en ETA y en la cárcel. En la carpintería de un amigo mío se hizo el camión de la fuga de Segovia, por ejemplo. Yo les quería y ellos a mí, pero estos conflictos fracturan y el tiempo separa. No es fácil hablar de esto.Todo lo que ha pasado nos ha colocado en trincheras antagónicas.
— Volviendo al relato, ¿usted qué papel le da al PNV? En el libro presume mucho del pacto de Ajuria Enea (1988), pero utiliza un tono mucho más duro en los artículos fechados en la época de Ibarretxe.
— Sí. Se rompió el pacto de Ajuria Enea y el PNV pactó con ETA lo que creían que era el final. Sin embargo, ETA les engañó porque solo quería romperlo y atraer al PNV. Por su parte, este último deseaba traer la paz a través de la defensa política de las aspiraciones de ETA. Esa operación fracasó. El PNV se fue al lado equivocado de la batalla. Afortunadamente volvió y ahora es tiempo pasado, pero la pretensión de acabar la violencia mediante la defensa política fue un error gravísimo. Se ha puesto fin a ETA sin pagar ningún precio y sin tener que aceptar ninguno de sus postulados políticos.
— Otra pieza en ese relato es la izquierda abertzale. ¿Otegi es un conseguidor de la paz, un cómplice necesario del terrorismo o las dos cosas?
— Seguramente de joven fue miembro de ETA y estuvo en la cárcel. A partir de los 2000, Otegi es consciente de que la ilegalización de Batasuna les condenaba a la inanidad perpetua. Los abertzales fuerzan desde dentro los cambios también en ETA. Eso hay que reconocerlo. Trató de convencer. El brazo político de ETA siempre había sido utilizado para la violencia y decidieron romper y exigirles el fin. Todo ha sido parte del final.
— Por último, le haré una pregunta que estoy segura de que usted mismo se habrá formulado muchas veces. Ha anunciado que en 2019 se marcha, ¿y ahora qué?
— Quiero devolver a la sociedad lo que la sociedad me ha dado. No habrá puertas giratorias. Tengo el deseo de poder darle lo aprendido a quien me lo pida, desde Cáritas a una universidad en una conferencia o a un grupo de abogados que me pide una reunión para saber cómo está Europa. No tengo ningún plan, seguiré escribiendo, pero si tengo oportunidad de devolver a la sociedad lo que me ha dado, lo haré.
El resto es de sobra conocido. Durante su vida política lo ha sido casi todo. Vicelehendakari del Gobierno vasco (1987-1991) en algunos de los años más duros del terrorismo, ministro de la Presidencia con José Luis Rodríguez Zapatero (2010-2011) en los albores de la recesión económica y, desde 2009, eurodiputado en una Unión Europea sumida en una crisis de identidad. Conoce bien el nacionalismo vasco porque le dio algunos amigos de juventud y porque sus defensores más atroces, desde las filas de ETA, le obligaron a asistir a más de 300 funerales de vecinos, compañeros y amigos. De todas esas experiencias ha sacado un buen puñado de reflexiones que, además, han envejecido bien. Las ha recopilado en el libro ‘Memoria de Euskadi. El relato de la paz’ (Catarata, 2018) con la intención de aportar su granito a una etapa que comienza a ser Historia.
Ahora, siete años después de que la banda dejase de matar, disfruta tomando pintxos en el casco viejo de San Sebastián, algo que no pudo hacer durante 30 años. Pasea por su tierra sin escoltas, no tiene miedo a descolgar el teléfono y plantea su retirada con “la tranquilidad de haber estado en el bando correcto”. Charla con Cuartopoder.es sobre los retos presentes, pasados y futuros en Euskadi… y en Cataluña.
— Tengo que comenzar preguntándole por la actualidad. Ya conocemos los primeros pasos del nuevo Gobierno del PSOE hacia Cataluña: diálogo y reforma constitucional, ¿es el camino correcto?
—Se está cambiando el escenario de juego. Hasta ahora todo era enfrentamiento y pasividad. La posición del Gobierno me parece inteligente, porque a una gran parte del electorado en Cataluña hay que intentar convencerle de que hay expectativas en el diálogo. Este solo puede producirse en el marco de unas reformas que sean legales y que quepan en nuestra Constitución. Por eso creo que esas ideas están en la línea adecuada. No será fácil, pero creo que la única solución que tienen Cataluña y España es encontrar un acomodo, incluida la financiación. Incluso puede requerir una reforma constitucional. Todos votaríamos la reforma constitucional y los catalanes votarían su propio estatuto.
— Usted alerta en uno de los artículos del libro sobre el llamado “derecho a decidir”, que plantea la consulta en términos de “sí” o “no”. Precisamente, usted ve la reforma constitucional como una vía intermedia para que voten catalanes y españoles.
— Sí, pero sobre un contenido concreto, no sobre la autodeterminación, que es lo que en realidad esconde el eufemismo de derecho a decidir. Tenemos que aprender de lo que está pasando alrededor. El Reino Unido y su Brexit es un buen ejemplo de cómo las decisiones unilaterales de ruptura son muy costosas. En el caso catalán lo hemos visto. Cuando se ha planteado unilateralmente romper con España se ha provocado unos daños económicos brutales, como las empresas que se han ido de Cataluña, por poner solo un ejemplo. Creo que hay que pactar primero y decidir después.
— Usted habla mucho sobre pactos y le describen como un político pactista. Sin embargo, en el último año parece que las palabras “pacto”, “negociación” o “diálogo” son utilizadas con un matiz peyorativo por algunos…
— Tenemos que aprender a incorporar a la política española ese término y esa actitud con urgencia. Los próximos gobiernos en España van a ser de coalición, pero este necesita apoyarse en pactos. El Ejecutivo lo va a intentar. Me da mucha pena que se haya perdido esa cultura política.
— Usted siempre ha defendido la reforma constitucional, ¿pero actualmente hay consenso para esa reforma?
— A priori no, pero hay que intentarlo. Lo que no se puede hacer es cerrarse a la oportunidad. Escuchaba el otro día a los dirigentes de Ciudadanos pedir a Pedro Sánchez que les dijese qué reformas quiere hacer. Sánchez no tiene que decirles nada porque hay que hacerlo juntos. Hay una comisión constitucional en el Congreso en la que se pone de manifiesto que, 40 años después, hay una media docena de temas que requieren actualización, desde la sucesión de la Corona o los principios constitucionales hasta la adaptación del titulo VIII a una realidad que los constituyentes en el 78 no conocían. También hay que introducir determinados derechos sociales, como la Sanidad, o modernizar los derechos y deberes en materias como el medio ambiente. Eso es reformar la Constitución: darnos la oportunidad de reformular nuestro marco de convivencia. Eso se hace hablando, negociando y consensuando. Hay una regla que no hay que olvidar en ningún momento. Si el pacto constitucional no obtiene el mismo respaldo o más que el que tuvo anteriormente, mejor no hacerlo.
— ¿Y no teme que con un Ciudadanos en crecimiento y un PP en mayoría al final se avance hacia la recentralización en vez de hacia el federalismo?
— Ciudadanos tendrá que explicar qué modelo territorial quiere. No se trata solo de obtener réditos electorales del antinacionalismo. Hay un momento en el que hay que mojarse y definir posiciones. De la misma manera que yo soy superexigente con los nacionalistas diciéndoles que no pueden olvidar a la otra mitad de Cataluña, también le pido a Ciudadanos, primer partido de Cataluña, que sus propuestas necesitan ser conocidas y que no puede olvidar a la mitad independentista. La política es eso. Es aportar, proponer y no solo utilizar el no.
— Por cierto, ¿le sorprendió que le propusieran junto a Solana y Redondo como líder de esa moción instrumental?
— Sí, me sorprendió . Pienso que fue una táctica de Rivera para hacer verosímil su propuesta de transición técnica, pero realmente lo que correspondía entonces era votar la moción. Punto. Es yo lo que dije en mi tuit.
— No sé si Ciudadanos cuando le propuso conocería su opinión sobre el cupo y el concierto vasco…
— No sé si la conoce, pero hay que entender que esa propuesta era para hacer algo transitorio. Creo que Ciudadanos en este terreno se mueve en un cierto oportunismo político. Cuando llegas al Gobierno, tienes que saber los daños que puedes producir con una determinada decisión. En el caso del concierto vasco, a mí me parece que una propuesta reformista puede ser defendible, pero una abolicionista es de enorme irresponsabilidad. En ese terreno estoy seguro de que van a rectificar. En esto, como en otras cosas, a Ciudadanos le falta experimentar responsabilidad.
— ¿Usted cree que hay que hacer pedagogía sobre el cupo?
— Sí, en uno de los artículos que escribí. Defiendo la metodología del concierto porque forma parte de nuestra Constitución, pero entiendo que es necesaria una pedagogía o una mayor clarificación del cálculo del cupo. Incluso, yo planteo abiertamente la inclusión de una cláusula de solidaridad interterritorial. Creo que los ciudadanos españoles tienen que saber que los vascos somos solidarios y eso incluso puede plasmarse en una partida determinada para que no siguiera extendiéndose una opinión demasiado adversa contra la naturaleza y los contenidos del concierto económico.
— En estos meses, se ha comparado la actividad de los CDR con la kale borroka, ¿usted cree que se parecen en algo el separatismo catalán y el vasco?
— No, yo creo que el nacionalismo catalán siempre ha tenido muy clara su posición contra la violencia. Pero en los CDR puede haber tentaciones violentas que no están eliminadas del horizonte. La línea que separa la coacción política de la violencia es muy débil y difusa. Hay muchos actos de presión social que en Cataluña pueden haber rondado la violencia ‘soft’. Afortunadamente, lo de Cataluña no tiene nada que ver con los 50 años trágicos que vivimos en el País Vasco. Tienen muy claro que ese camino tienen que evitarlo.
— Hace años que ETA no mata, pero durante los últimos meses hemos visto a tuiteros y cantantes en los juzgados acusados de enaltecimiento del terrorismo, ¿no se corre el riesgo de banalizar el terrorismo?
— Creo que los jueces saben distinguir. He leído algunas sentencias recientemente que tratan de evitar la calificación terrorista de actos que no lo son porque no hay una organización terrorista detrás. Eso no quita que nuestros tribunales tengan el derecho a sancionar actitudes que lo merezcan. No se puede decir lo que a uno le da la gana, ni preconizar la violencia o los asesinatos. Esto en Alemania está perfectamente sancionado.
— Hace unas semanas, ETA hizo el anuncio de disolución y unos días después montó un acto, ¿qué estaba haciendo usted ese día y qué pensó cuando lo vio?
— Estaba en Bruselas y lo que pensé es que estaba mucho mejor allí que en Cambo. Los que fueron a Cambo fueron personajes de acompañamiento de una obra que resultaba bastante patética en sí misma. ETA ha querido solemnizar su fin en un escenario autojustificatorio, pero no hay justificación posible a lo que han hecho y nadie cree que hayan aportado absolutamente nada salvo dolor y muerte.
— La batalla que queda es la del relato.
— No solo, pero sí.
— ¿Qué otras batallas hay?
— La de seguir atendiendo a las víctimas, esclarecer los asesinatos, producir una reconciliación social en el país… Cerrar esas heridas, en definitiva, pero hacerlo con el relato de la verdad. ETA para defender unas ideas destruyó las ideas y destruyó las vidas.
— ¿Una de esas tareas pendientes es acabar con la política de dispersión de presos?
— No acabar propiamente, pero pienso que la política de dispersión se construyó en su momento para que la cárcel no fuera un estímulo a la violencia y para que no prolongara la organización terrorista desde las prisiones. En la medida en la que no hay organización ni violencia, la política de dispersión tiene menos sentido. Creo que si el gobierno se plantea una aplicación inteligente y humanitaria de la ley penitenciaria hará bien. Yo soy partidario de avanzar en esos terrenos. Corresponde a los tiempos.
— Volvemos al relato, ¿usted cree que habrá gente que intentará reescribirlo?
— Sí, ETA y en general el mundo de la izquierda abertzale. Siguen pretendiendo explicar su existencia y su propia estrategia desde esa idea mesiánica de que había un pueblo vasco anterior. Quieren creer que el conflicto sigue y que hubo violencias antagónicas: la de ellos y la del Estado. Es todo mentira. El gran error de ETA fue que en el 78 creyeron que la democracia era de mentira, que estaba tutelada por los militares y que el autogobierno vasco era de cartón piedra. No fue así, nunca hemos tenido un autogobierno tan profundo como el que tenemos los vascos ahora. Se equivocaron. Decidieron matar. El relato lo construirán las víctimas. Si tu paseas por las calles de Alemania, o incluso de Bélgica, descubres en las aceras que hay placas de latón donde vivían los judíos. Esas placas son la memoria.
— Dentro de ese relato, ¿cómo encajamos las sentencias de Estrasburgo que dicen que España no investigó lo suficiente algunos casos de tortura?
— Hay que encajarlas con normalidad. Hay que reconocer que el Estado tampoco lo ha hecho todo bien. Seguro que ha cometido excesos y que hubo denuncias de tortura que no fueron correctamente investigadas. Quiero recordar que en los 70, ETA creó una estrategia que se llamaba acción-reacción-acción, que preveía que a cada acción terrorista le correspondería un acto represivo de una policía aún anclada en el régimen. Su pretensión era que de cada atentado salieran nuevos terroristas de las comisarias. Creo que no pasa nada por ser justos a la hora de analizar que el Estado ha cometido errores, pero fueron consecuencia de la violencia. Recuerdo que en el 80 ETA mató casi a 100 personas. Era un día sí y otro también, justo cuando estábamos construyendo la democracia y el autogobierno vasco.
— En los textos del libro, usted hace también reconoce que la sociedad vasca durante los primeros años de terrorismo miraba para otro lado, no protegió a sus víctimas.
— Sí, a mí no me importa llamarla una sociedad acobardada porque lo fuimos. Yo tengo la memoria llena de esos recuerdos, una sociedad que siempre buscaba una explicación a los asesinatos. Era frecuente escuchar “lo mataron porque era guardia” o “era un chivato”. Cuando no lo sabían, decían “algo habrá hecho”. Estas fueron las frases que más groseramente explican nuestra cobardía social.
— En el libro incluye un capítulo con el que creo que se sentirán identificados muchos vascos. Usted creció en un ambiente cercano al nacionalismo, pero hubo un asesinato que le impactó, el de Melitón Manzanas. Eso abrió una grieta en usted.
— Sí, fue el primer asesinato político planificado. A este policía torturador, que lo era, le esperaron en el portal para matarle, como harían otras muchas veces. En mí provocó conmoción, en mis amigos provocó emoción. Ellos estaban descubriendo una épica, pero yo sufrí una ruptura interior porque pensé que no venía nada bueno. Hasta entonces, los actos de ETA eran heroicos, como poner una bandera en el Buen Pastor o hacer una pintada en el Velódromo de Anoeta. Eso fue lo que nos identificó en los 60 con aquel grupo que había salido de las juventudes del PNV.
— ¿Ha perdido muchas relaciones personales por estar en frente de estos actos?
— Las cuadrillas en el País Vasco son cerradas e íntimas. Yo era amigos de mis amigos y viví con ellos muy intensamente mi juventud. De ellos, cuatro acabaron en ETA y en la cárcel. En la carpintería de un amigo mío se hizo el camión de la fuga de Segovia, por ejemplo. Yo les quería y ellos a mí, pero estos conflictos fracturan y el tiempo separa. No es fácil hablar de esto.Todo lo que ha pasado nos ha colocado en trincheras antagónicas.
— Volviendo al relato, ¿usted qué papel le da al PNV? En el libro presume mucho del pacto de Ajuria Enea (1988), pero utiliza un tono mucho más duro en los artículos fechados en la época de Ibarretxe.
— Sí. Se rompió el pacto de Ajuria Enea y el PNV pactó con ETA lo que creían que era el final. Sin embargo, ETA les engañó porque solo quería romperlo y atraer al PNV. Por su parte, este último deseaba traer la paz a través de la defensa política de las aspiraciones de ETA. Esa operación fracasó. El PNV se fue al lado equivocado de la batalla. Afortunadamente volvió y ahora es tiempo pasado, pero la pretensión de acabar la violencia mediante la defensa política fue un error gravísimo. Se ha puesto fin a ETA sin pagar ningún precio y sin tener que aceptar ninguno de sus postulados políticos.
— Otra pieza en ese relato es la izquierda abertzale. ¿Otegi es un conseguidor de la paz, un cómplice necesario del terrorismo o las dos cosas?
— Seguramente de joven fue miembro de ETA y estuvo en la cárcel. A partir de los 2000, Otegi es consciente de que la ilegalización de Batasuna les condenaba a la inanidad perpetua. Los abertzales fuerzan desde dentro los cambios también en ETA. Eso hay que reconocerlo. Trató de convencer. El brazo político de ETA siempre había sido utilizado para la violencia y decidieron romper y exigirles el fin. Todo ha sido parte del final.
— Por último, le haré una pregunta que estoy segura de que usted mismo se habrá formulado muchas veces. Ha anunciado que en 2019 se marcha, ¿y ahora qué?
— Quiero devolver a la sociedad lo que la sociedad me ha dado. No habrá puertas giratorias. Tengo el deseo de poder darle lo aprendido a quien me lo pida, desde Cáritas a una universidad en una conferencia o a un grupo de abogados que me pide una reunión para saber cómo está Europa. No tengo ningún plan, seguiré escribiendo, pero si tengo oportunidad de devolver a la sociedad lo que me ha dado, lo haré.
Publicado en Cuarto Poder, 12/06/2018