11 de noviembre de 2024

Esperanzas frustradas.

"La caída del muro -la apertura más bien-, aquel 9 de noviembre de 1989, es uno de esos acontecimientos que llegó inesperadamente. Nadie había anticipado ni cuándo, ni cómo ,iba a desmoronarse, no solo el muro, sino con él ,el imperio soviético, creado a raíz de la revolución rusa de 1917 y de la derrota del nazismo en 1945.Es mas, el hecho mismo de la desaparición brusca de todo ese entramado político ,no entraba en los cálculos de casi nadie en aquellos momentos."

De manera que el mundo ya se había hecho impredecible en aquellas fechas y muchas de las cosas que estaban ocurriendo llegaron sin que los analistas o las cancillerías, las hubieran anticipado y sin que nadie, absolutamente nadie, pudiera determinar sus enormes consecuencias. El mundo, además de imprevisible, empezaba a ser por ello incierto, además de inmediato e interconectado, haciendo que todos los acontecimientos que ocurrían en cualquier rincón del planeta, provocara efectos inmediatos en el resto, en un mundo concatenado.

Ocurrió así. Simplemente una tarde de aquel mes de noviembre de hace 35 años, una puerta se abrió y el mundo cambió. Alemania se unificó y se refundó en muy poco tiempo.

El Este de Europa se democratizó en procesos paralelos a su desvinculación de la URSS Acabó la guerra fría y el conflicto ideológico que ella encerraba. El mundo dejó de ser bipolar y el dominio americano se hizo abrumador. Profundas y dolorosas transformaciones se iniciaron en todas las economías ex-soviéticas. La Unión Europea acogió a los nuevos países “liberados” y los integró en la UE a principios de siglo .Y, finalmente ,la geopolítica de la OTAN y de la Unión Europea ,entró en fase evolutiva a través de unos acuerdos con Rusia que parecían territoriales y armamentísticos y que en el fondo no lo fueron y acabaron creando una guerra en Ucrania y una profunda sima con el agresor.

Todo eso ya es sabido. Interesa mucho más, creo yo, preguntarse por qué, lo que parecía un futuro feliz, se ha convertido en un mundo incendiado .Porque ,si recapitulamos, a finales del siglo pasado con la caida del muro y el fin de la guerra fría, parecía que el futuro estaría dominado por la paz ,por la extensión de la democracia, por los tratados de contención y control de armas nucleares y por el crecimiento económico de una globalización que integraba en el trabajo formal a cientos de millones de personas, hasta entonces marginadas y empobrecidas e impulsada por una revolución tecnológica que comenzaba a ser la gran revolución industrial del siglo XX y del XXI.

Los atentados de las Torres Gemelas en 2001 abrieron las puertas del infierno. Fueron el principio de una larga lista de atentados terroristas con un trasfondo religioso integrista que escondía además ,una contienda civilizatoria contra las democracias occidentales. Al terrorismo le siguió una crisis financiera que hizo temblar las bases del sistema capitalista global. Estados Unidos y sobre todo Europa, sufrieron entre 2008 y 2012 la mayor crisis económica de sus últimos cincuenta años.

Fueron años de policrisis. Terrorismo, depresión económica, crisis social y fenómenos migratorios ,fueron la base de la aparición de una suerte de nacionalismos populistas y la emergencia de los llamados “hombres fuertes”, hacia la autocracia. Recordemos: Brexit, Hungría, Turquía, Rusia, India, Brasil,....Las democracias sufrían por la tentación autoritaria y el abuso de poder de regímenes formalmente democráticos que, sin embargo, estaban destruyendo los principios liberales de la democracia y eliminando los contrapoderes que balancean ese régimen político.

Luego vino la pandemia ,con su larga lista de dramáticas consecuencias, humanas y socioeconómicas. Finalmente, llegó la guerra a Europa, con la invasión de Rusia a Ucrania y todos los parámetros del derecho internacional y los delicados equilibrios que sostenían el puzzle identitario del Este europeo saltaron por los aires .Ahí estamos ,en plena guerra en Europa y temiendo que el nuevo imperialismo de Putin nos someta a escenarios bélicos que creíamos olvidados para siempre.

¿Qué hemos hecho mal para llegar a este desastre? ¿Que no hemos hecho y debimos hacer?. Son muchas las respuestas a estas inquietantes preguntas y son distintas según sea la óptica que elijamos para ello. Sin embargo, en mi opinión, hay tres reflexiones obligadas.

La primera es la que tiene que ver con la globalización económica de estos últimos 25 años, que ha sido claramente desordenada y poco reflexiva sobre sus consecuencias. Una deslocalización enloquecida en busca de bajos costes laborales y al mismo tiempo millones de trabajadores sufriendo esa competencia sobrevenida. Con la implosión de la burbuja inmobiliaria y con la crisis bancaria y financiera posterior, el contrato social de Occidente se debilitó por la desprotección de sus clases medias y el crecimiento de la desigualdad.

Nuestras democracias sufrieron así un coste de credibilidad, por la desconfianza que generan los gobiernos ineficaces frente a estas batallas cruciales para la mayoría de los ciudadanos. En la crisis democrática influyen, claro está , otros muchos factores , pero en el abanico de nuestras medidas rehabilitadoras , la recuperación de la seguridad económica y la igualdad de oportunidades , están en lugares preferentes.

En segundo lugar, Occidente ha fracasado en su política hacia el mundo en desarrollo, que ahora llamamos el Sur global, especialmente hacia el mundo árabe .Las guerras en Kubait, Irak, Siria ,el norte de África (que quemó las expectativas de lo que ingenua y prematuramente llamamos primavera árabe), Oriente Medio, que estalló después y el conflicto árabe israelí de estos últimos años, golpearon y golpean, desgraciadamente todavía ,el corazón mismo de esa contienda ,entre integrismo musulmán y democracia, entre Sur global y Occidente.

La política migratoria europea es un buen ejemplo de ese fracaso. El rechazo y el odio hacia el islam que se desprende de los movimientos ultras antimigratorios en Europa, nos enemista con muchos e importantes países del mundo. La política europea en esta materia es verdaderamente suicida porque entre el año 2025 y el 2050 Europa perderá aproximadamente 50 millones de personas en edad de trabajar y necesitaremos una inmigración que nos negamos a aceptar. La imagen de Europa rechazando los migrantes africanos o asiáticos ,que mueren en el Mediterráneo, o expulsándolos a campos de refugiados subcontratados en África o en otros países, generará un odio histórico hacia nosotros.

Nuestro alineamiento con Estados Unidos, en muchas ocasiones y en muchos de los conflictos internacionales de los últimos años, nos sitúa en un frente que no siempre nos representa .Nuestra división interna en el conflicto palestino nos convierte en irrelevantes en el conflicto árabe- israeli. Peor aun , mas allá de la conciencia moral expresada por el Alto Representante europeo contra los crímenes de Israel en su guerra en Gaza, Cisjordania y Líbano, Europa esta siendo percibida como una potencia mas cercana a las posiciones israelitas que a las árabes .

Por último, Borrell dijo en el año 2019 que Europa tenía que aprender el lenguaje del poder. En la misma línea, yo creo que Europa tiene que hacerse mayor y convertirse en un agente internacional que defienda sus códigos democráticos y civilizatorios, sus valores morales, su multilateralismo ordenado y de paz en el mundo, su apuesta por un comercio internacional regulado, con más fuerza y eficacia. Europa tiene que liderar el fortalecimiento de las instituciones multilaterales y las organizaciones de Naciones Unidas. Establecer sus relaciones con China, con Oriente Medio, con Turquía, con India, con otros grandes actores, en base a sus propios intereses. Europa tiene que ser autónoma en su sistema defensivo, en sus relaciones con su vecindad, en su seguridad económica y energética, en su autonomía estratégica y en la defensa de los compromisos internacionales para un planeta sostenible. Todo eso requiere una Europa más fuerte ,más unida y consciente de su papel en el mundo.

Publicado en La Hora digital, 11/11/2024

6 de noviembre de 2024

Nos estamos suicidando.

El año pasado entraron en Europa 350.000 migrantes irregulares. Son el 0,08% de su población. ¿Es tan difícil gestionar estas cifras entre los 27 Estados?

Que Europa está amenazada en múltiples planos de su futuro es cosa sabida. Nuestro diferencial con China y Estados Unidos en ámbitos tecnológicos, energéticos, comerciales y económicos en general nos lo recuerdan todos los días. Que esos desafíos nos obligarán a esfuerzos económicos inéditos y exigirán una unidad europea difícil de predecir nos lo demandan los dos informes que guiarán la política europea los próximos años: el informe Letta sobre mercado interior y el informe Draghi sobre competitividad.

La nueva Comisión Europea que preside Von der Leyen tomará posesión el 1 de diciembre y tiene por delante cinco años trascendentales para empezar a superar todos esos retos, que llaman a nuestra puerta con angustiosa urgencia. Pero, además y antes de todo ello, Europa enfrenta un tema mayor: la inmigración. La foto que más ha trascendido del Consejo de octubre en Bruselas es la de la señora Meloni encabezando un grupo de trece países europeos, pidiendo a la presidenta de la Comisión que incluya entre las medidas contra la inmigración irregular su expulsión a ¿campos?, ¿cárceles? de algún país africano -¿quizás Uganda?- de los inmigrantes irregulares, como quiere hacer Italia con los suyos en Albania.

A la señora Meloni la acompañaban países con gobiernos de todos los colores: conservadores (Grecia), socialdemócratas (Dinamarca) o coaliciones con la ultraderecha (Holanda), entre otros. La foto y su significado son deprimentes. ¿De verdad creen todos estos dirigentes que el tema migratorio se arregla así? Ya hemos visto el resultado de esa política en Italia, rechazada por los tribunales europeos e italianos por contraria al derecho de asilo. Pero más allá de argumentos jurídicos y sobre todo morales, esta política es suicida demográficamente hablando.

Permítanme recordar algunas cifras. Europa perderá 49 millones de personas en edad de trabajar (entre los 20 y los 64 años) hasta 2050. La edad media en Europa en 2004 era de 39 años, en 2050 será de 49. La población de 65 o más años crecerá desde los 91 millones en la actualidad a 130 en 2050. Ese año seremos el 5% de la población del mundo. En África son ahora 1.300 millones y serán 2.500 en 2050. Saquen ustedes mismos las conclusiones. Somos pocos y viejos y necesitamos más de dos millones de emigrantes cada año, no solo para cuidar a nuestros mayores y nuestros hogares, o para ocupar los empleos que nosotros no queremos, sino para que nuestras cuentas de la Seguridad Social sean sostenibles.

El año pasado entraron irregularmente en Europa 380.000 inmigrantes, de ellos 150.000 cruzando el Mediterráneo, 100.000 a través de los Balcanes y el resto, por los aeropuertos. Son el 0,08% de los 450 millones de ciudadanos en Europa. ¿Es tan difícil gestionar esas cifras entre los 27 Estados? Pero no los queremos. Lo peor de la foto es que esos dirigentes están presionados por sus opiniones públicas. Eso es lo grave. Una ciudadanía asustada, engañada, insolidaria percibe como un riesgo social o una peligrosa competencia laboral la inmigración, especialmente la procedente de países de religión islámica.

La UE alcanzó un pacto este año para repartir la inmigración irregular y ayudar así a los países que la reciben. A cambio de negarse a acogerlos, se imponían fuertes multas por cada inmigrante rechazado. Pues bien, ya son 15 los países que se han retirado del acuerdo y aumentan cada día las restricciones internas en cada Estado para el acomodo de esas personas. Cerramos nuestras fronteras poniendo en riesgo el propio mercado interior.

La presión migratoria exterior irá en aumento. Nos negamos a reconocer que el verdadero 'efecto llamada' lo ejerce una sociedad envejecida y acomodada al subcontratar los empleos más duros y difíciles en numerosos países empobrecidos o en conflicto y en el continente africano, que casi duplicará su población en los próximos 25 años, con una edad media cercana a los 25 años.

Hay países que se han hecho grandes y prósperos con una inmigración constante, regulada y muchas veces irregular. Estados Unidos, Canadá y Australia son buenos ejemplos. Incluso la España del siglo XXI se está haciendo grande y está creciendo económicamente gracias a una inmigración constante.

Europa debería abrir consulados en los países de origen para traer, ordenadamente, a muchos de los que se embarcan en cayucos, distribuyéndolos después entre los Veintisiete, que, a su vez, deberían encargarse de formarlos e insertarlos en el mercado laboral. Pero esto es utópico en un continente que respira tanta insolidaridad como ceguera y tanta intolerancia como estupidez. Nos estamos suicidando.

Publicado en El Correo, 6 Noviembre 2024

16 de octubre de 2024

Entrevista para "La Provincia" Diario de Las Palmas.

 Ramón Jáuregui Atondo (San Sebastián, 1948) está en Canarias invitado por CEOE-Tenerife para explicar su visión sobre los desafíos a los que se enfrenta la Unión Europea (UE) y España en un contexto político, social y económico inestable y conflictivo. El exvicepresidente socialista del Gobierno vasco y exdiputado apoya la política de Estado de Pedro Sánchez en Cataluña pero advierte: "en algún momento habrá que decir que no a las peticiones del independentismo catalán y vasco"

Usted se ha referido a que en este momento la democracia está sufriendo en el seno de la Unión Europea ¿Es debido al auge de la ultraderecha?

En parte sí. Yo diría que la ultraderecha no es solamente un riesgo democrático, sino un serio obstáculo a la Europa del futuro. La mayoría de las expresiones de la ultraderecha europea son o euroescépticas o antieuropeas y, por tanto, incapaces de asumir que solo juntos podemos buscar soluciones conjuntas a los grandes problemas. No hay que olvidar que ocho de los 27 países de la UE están en manos de partidos antieuropeos que van en contra de los principios fundacionales de la propia UE. En este momento hay demasiada contradicción entre intereses nacionales que interpretan que el futuro está en la soberanía nacional frente a la supranacional y eso es antieuropeo en términos objetivos y es lo que va a impedir que Europa construya junta. La respuesta a los desafíos, tanto en materia energética, como en materia de defensa, de innovación o comercial no la puede hacer cada país de forma independiente y soy de los que reclama esa gran coalición europea para afrontar el futuro entre socialistas, populares, liberales y Los Verdes.

¿Y en España la democracia sufre? ¿El 'caso Koldo' está poniendo en peligro la democracia o la amnistía o la financiación singular para Cataluña pactada por el PSOE y ERC?

Creo que la corrupción siempre es un daño para la democracia, pero en el caso actual ninguna decisión política adoptada fue consecuencia de la corrupción. Para decirlo más claramente, el rescate de una línea aérea después de la pandemia no procede de una presión corrupta, sino de una decisión nacional.

Pero que a cuenta de la decisión política de rebajar el control de las compras con dinero público se conforme una presunta trama para sacar provecho de esa situación si es corrupción, ¿no?

Vamos a ver, todo lo que está siendo objeto de investigación judicial actualmente son cosas que necesitan una verdad judicial que todavía no se ha producido. Y, por tanto, no cabe hacer especulaciones sobre responsabilidades políticas en este momento. Me parecen precipitadas y oportunistas. Sinceramente, así lo veo yo. Es posible, de acuerdo, que como usted dice algunos se hayan aprovechado de una decisión política, pero esa decisión no fue corrupta. Lo que creo es que se debe investigar hasta el final y que paguen los que tengan que pagar, pero insisto en que esos hechos no tienen que ver con decisiones políticas del Gobierno de Pedro Sánchez. Sinceramente, lo veo yo así.

¿Y la ley de amnistía o el cupo catalán no afectan a las costuras del Estado autonómico?

El futuro de España no se puede construir solo tampoco y requiere un entendimiento institucional y político mayor. Teniendo en cuenta que la mayoría de las comunidades autónomas están gobernadas por el PP, nada se puede hacer sin contar con ese partido, no siquiera una reforma constitucional sin contar o una política territorial debe de hacerse con el PP. Por eso yo creo que el llamado concierto catalán o la bilateralidad vasca que defiende una soberanía compartida, dos reivindicaciones independentistas de Cataluña y Euskadi, suponen unos riesgos confederales que nada tienen que ver con el modelo autonómico de la Constitución de 1978. Yo defiendo que el modelo de financiación para las comunidades autónomas se acuerde con todos, no solo con ERC, y esa sería la cuadratura del círculo al pacto entre el PSOE y ERC. Para mí es imprescindible para evitar que haya una concepción confederal en el modelo financiero que el modelo pactado tiene que inscribirse en un acuerdo general de financiación entre todas las comunidades autónomas.

Entonces usted está viendo riesgos en los acuerdos de investidura y de legislatura.

En mi opinión, lo que se está haciendo con Cataluña es una política de Estado, pero eso también significa que en algún momento hay que decir que no a determinadas pretensiones y el sistema de financiación es en un momento. Tal y como se ha explicado, la financiación singular de Cataluña no puede enmarcarse en la Declaración de Granada que suscribió el PSOE en 2013 sobre un nuevo pacto territorial. Ese documento contemplaba un modelo de financiación federal sustentado en el modelo alemán y no es exactamente eso lo que supondría el concierto catalán. Esa negociación está pendiente del marco general de financiación que se pacte, porque creo sinceramente que hay que ubicar ese acuerdo de reforma de la Lofca (Ley Orgánica de Financiación de las Comunidades Autónomas). Como suele decirse, el diablo está en los detalles. Mi valoración dependerá del acuerdo final, pero creo que hoy cabe decir que ese marco pactado tiene que inscribirse en un acuerdo general con las comunidades y no solo con una. Eso sería lo ideal.

Durante la conferencia que pronunció en Tenerife abogó por tres grandes acuerdos de Estado con el PP: vivienda, política y exterior y política migratoria. Este último afecta de forma directa a Canarias y no parece que se llegue a un acuerdo ¿Cómo valora la situación?

No tengo en este momento opinión fundada sobre las responsabilidades de ese desentendimiento. No puedo juzgarlo. No sé honradamente a quién atribuir más responsabilidades. Lo único que digo es que en política migratoria, tanto Europa como España, necesitan pactos de Estado. Y desgraciadamente no se están produciendo. A mí me gustaría, de entrada, que los consulados europeos atrajeran la presión migratoria de los cayucos que llegan a Canarias hacia viajes regulares. Eso sería lo ideal porque, repito los datos, en los próximos 25 años vamos a perder 50 millones de mano de obra europea, que se dice pronto, y todo ese flujo hay que ordenarlo. Lo que ha dicho el presidente Pedro Sánchez de intentar regularizar llegada de extranjeros es lo correcto. Pero es un problema europeo y la solución hay que hacerla más entre todos como europeos que como país, de lo contrario vamos a generar odio y animadversión.

Usted fue eurodiputado y sobre la base de esa experiencia le pregunto si en la reflexión que ha hecho sobre el futuro de la UE más insolidario y con menos cohesión peligra el concepto de regiones ultraperiféricas (RUP)

El concepto de región ultraperiférica no corre ningún peligro en Europa porque incluso en el Servicio de Política Exterior hay un departamento que se refiere a la problemática de las islas y además lo dirigen diplomático español que se llama Ignacio Ibáñez, así que las condiciones de ayuda de fondos europeos no tienen por qué sufrir daño. Otra cosa es que el presupuesto de la UE cuando se produzca la ampliación pueda tener distorsiones hacia países más pobres. Eso puede ocurrir, pero también cabe decir que Canarias tiene un horizonte geoeconómico extraordinariamente positivo con la conflictividad bélica en Oriente Medio y en el norte de África porque el turismo vendrá aquí y no a zonas cercanas conflictivas.

Entrevista realizada para ¨La Provincia".

15 de octubre de 2024

Conferencia: «Desafíos de un mundo en cambio”.

Conferencia ofrecida a través de la invitación de La Confederación Provincial de Empresarios de Santa Cruz de Tenerife (CEOE-TENERIFE).


1 de octubre de 2024

Nuevo estatus, viejo debate.

"Si la negociación gira en torno al derecho a decidir no será fácil para los socialistas vascos encontrar un acuerdo con el nacionalismo."

La aprobación en las Juntas Generales de Gipuzkoa de una moción en la que se aboga por que el nuevo estatuto recoja el llamado 'derecho a decidir' coloca las negociaciones para la renovación del Estatuto de Gernika en un terreno muy difícil para el PSE. Andueza ya lo viene advirtiendo, pero desde el PNV se le recuerda el pacto firmado con el PSOE para la investidura de Sánchez. ¿Hay contradicciones entre las posiciones tradicionalmente defendidas por los socialistas vascos y el compromiso de legislatura que asumió el PSOE con los jeltzales? Buena pregunta. 
Los socialistas vascos nos hemos opuesto siempre al llamado derecho a la autodeterminación, que consideramos una grave quiebra del consenso autonomista, una vía a la independencia y una perturbadora fractura de la sociedad vasca. El derecho a decidir, por muy abstracta que sea su definición, pretende en el final de su desarrollo una hipotética consulta para conformar una Euskadi independiente.

La pretensión independentista está muy amortiguada, esa es la verdad. Ni siquiera Bildu la formula abiertamente, después de que la paz –¡trece extraordinarios años ya con ella!– relajara esas aspiraciones en el conjunto de la sociedad. Mucho menos el PNV, que necesita desmarcarse de su gran oponente nacionalista pero sin renunciar a una confusa soberanía, propia de su ideario sentimental nacionalista.
Por eso, lo que el PNV exigió al PSOE y así consta en el acuerdo es «aprobar tanto en Euskadi como con el Estado el autogobierno futuro empleando las potencialidades de la disposición adicional primera de la Constitución (la que reconoce los derechos históricos). «El reconocimiento nacional de Euskadi, la salvaguarda de las competencias vascas y un sistema de garantías basado en la bilateralidad y la foralidad serán ámbitos a dialogar y negociar entre ambos partidos». No hay mayor compromiso, pero tampoco menos.
Se vislumbra en esas dos frases esenciales del acuerdo una concreta apuesta del PNV por un estatuto de naturaleza confederal. No tanto por el reconocimiento nacional de Euskadi (algo perfectamente simbólico), como por la «bilateralidad» como sistema de garantías a las competencias vascas y por la «foralidad» de su autogobierno, que habrá que acordar empleando las potencialidades de los derechos históricos.
Si la negociación del nuevo estatus gira en torno al reconocimiento del derecho a decidir por exigencia de Bildu, o por deseo de la mayoría nacionalista, como se ha hecho en Gipuzkoa, no creo que sea posible el acuerdo con el PSE.

La «bilateralidad», unida al reconocimiento nacional, puede significar varias cosas. Dos de ellas, entre otras muchas, me parecen inasumibles para un Estado moderno de naturaleza federal: El establecimiento de un sistema judicial al margen del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial y la capacidad para declarar «no aplicable» en la Comunidad Autónoma Vasca determinadas legislaciones, planes o disposiciones estatales, en virtud de la competencia propia. Por muy histórica que pueda ser la fórmula del «se acata, pero no se cumple», eso no cabe en un Estado digno de tal nombre.
Por otra parte, me pregunto, como lo hace la doctrina desde siempre, qué nuevas actualizaciones necesitan nuestros derechos históricos. ¿Es razonable seguir con esa oscura apelación –por muy constitucional que sea, y lo es– que nos remite a un modelo del Antiguo Régimen muy poco compatible con un Estado moderno del siglo XXI? ¿Hay alguna competencia del modelo competencial multinivel en el que vivimos o alguna relación con la Europa del siglo XXI que puedan desprenderse de aquel tracto histórico?

No será fácil para el PSE encontrar un acuerdo con el nacionalismo vasco sobre una renovación de nuestro Estatuto si los parámetros planteados van en esas direcciones. Perderemos así la ocasión de encontrarnos todos los partidos, incluido, claro está, Bildu, en una negociación para una renovación moderna de nuestro Estatuto y de nuestro autogobierno, en una concepción federal de nuestro modelo territorial, mejorando y ampliando nuestras competencias, consolidando la singularidad de nuestro modelo financiero, reconociendo en nuestra Constitución nuestros hechos diferenciales, avanzando en nuestro reconocimiento europeo y superando incluso la trágica historia de la violencia, con un relato consensuado del pasado. Somos muchos los vascos que creemos en el autogobierno, pero también queremos un Estado español moderno y federal en una Europa del mismo signo.
Una revisión de este calado exigirá una reforma constitucional previa para incorporar a ella nuestros avances federales que hoy no son posibles. La fórmula sería paralela y los vascos votaríamos en sendos y simultáneos referendos nuestro Estatuto y la reforma constitucional. Estaríamos así dando un salto gigantesco de legitimación social y política a nuestras dos leyes fundamentales y otorgando un clima de estabilidad y consenso para las próximas generaciones que no participaron en los acuerdos de la Transición. Una pena que no lo hagamos así.

Publicado en El Correo, 01/10/2024

20 de septiembre de 2024

Democracia americana.


"Lo urgente en el continente es fortalecer el Estado, asegurar el funcionamiento eficaz y respetuoso de sus instituciones y vertebrar el sistema representativo de las fuerzas políticas en el más exquisito respeto del pluralismo".

Que las democracias sufren en todo el mundo es cosa sabida. Que solo un 30% de la población del mundo se gobierne bajo estas reglas produce tristeza y preocupa constatar que la calidad de su aplicación se deteriora en todas partes.

Pero si hay un continente donde estos síntomas están produciendo sucesivos escándalos que ponen en evidencia los peores signos de la crisis democrática es en el continente americano. Empecemos por los Estados Unidos, cuna de las democracias modernas, ejemplo de checks and balances, es decir, de potentes contrapoderes al Ejecutivo y una de las sociedades más firmemente ancladas en los pilares del Estado de derecho. Los sucesos de enero de 2021, el asalto al Capitolio, como colofón de dos meses de abierto cuestionamiento al escrutinio electoral, fueron la violación más flagrante de la regla fundamental de la democracia: la alternancia y la aceptación de la derrota.

El mismo y gravísimo comportamiento se produjo después en Brasil dos años después y se está produciendo ahora mismo en Venezuela. Pero en Estados Unidos y en Brasil el sistema institucional resistió y la voluntad popular expresada en las urnas fue respetada. En Venezuela no. Allí el Gobierno ha falseado esa voluntad, la ha manipulado y se ha atribuido una victoria electoral que no se corresponde con lo que el pueblo votó. Para hacer semejante trampa necesitaba controlar todos los poderes en juego: el Comité Electoral, el Poder Judicial y, por supuesto, después la Policía y las Fuerzas Armadas para reprimir las protestas.

Todo parece indicar que el régimen se endurece y se mete en la cueva de su soledad, integrando así, junto a Cuba y Nicaragua, el triángulo de una izquierda totalitaria que no deberíamos siquiera llamar izquierda. Siempre he pensado que el socialismo es libertad y que, sin ella, las aspiraciones de justicia e igualdad que lo caracterizan son coartadas totalitarias.

Pero no acaban ahí las inquietudes democráticas. Muchas sociedades latinoamericanas viven fenómenos populistas que lesionan sus democracias. Estamos hablando de regímenes electorales y de presidencias de Gobierno obtenidas en plenitud democrática, cumpliendo todas las reglas, que, sin embargo abusan de su poder y/o lesionan la separación de poderes.

La política represiva contra la violencia en El Salvador está resultando eficaz en primera instancia (más dudosa en el largo plazo) y se comprende así el apoyo electoral recibido, pero eso no nos impide destacar el enorme retroceso moral que impone una vulneración tan flagrante de los principios jurídicos procesales que el mundo había conquistado en el último siglo. Es muy preocupante que la delicada línea que separa seguridad de libertad esté siendo arrasada por la primera y que derechos humanos fundamentales estén siendo pisoteados por el Estado.

Puede parecer más democrático decir que la justicia emana del pueblo y que por eso a los jueces debe elegirlos la ciudadanía, pero es un principio populista como la copa de un pino.

La principal virtud de la justicia es la independencia, es decir, no estar sometida a ninguna presión y aplicar la ley con objetividad y justicia. Trasladar la elección de los jueces al juego partidario, a través de las listas de candidatos que serán sometidas a la ciudadanía, es meter a los jueces en un engranaje de intereses espurios y poner con ello a todo el sistema judicial en el escaparate de la dependencia política.

Es otro populismo, pero no menos censurable, aquel que se apropia de la libertad y la niega a los demás. ”¡¡¡La libertad, carajo¡¡¡”, como si esa condición de dignidad humana y democracia solo la garanticen desde una derecha iliberal e individualista, que olvida las dimensiones corresponsables a su ejercicio. Se trata de un nuevo autoritarismo que concibe la libertad como una facultad ilimitada, ajena a la existencia del otro, que desprecia los vínculos con la colectividad y que se afirma sobre la competitividad y la autosuficiencia.

Es verdad que estas tentaciones autoritarias también nos afectan. Basta ver a algunos líderes de la ultraderecha europea y observar las peligrosas tendencias antimigratorias que están imponiendo algunos partidos que han alcanzado el poder en países tan importantes como Italia, Hungría, Países Bajos, Croacia ,Finlandia ,Eslovaquia y me temo que pronto en Austria.

Pero en América Latina hay otras circunstancias que colocan el debate democrático en el centro del debate político. Dos de ellas merecen especial mención. La primera es el narcotráfico y sus poderosas bandas. La extensión hacia el sur del continente de sus organizaciones criminales acentúa las enormes dificultades de los Estados para enfrentarse a su mortífera ley: ”O plata o plomo”. La experiencia nos demuestra que el narco es como una termita destructora de las instituciones y del orden democrático. Su metástasis, ataca, junto a la corrupción, al núcleo de la legitimidad democrática: la confianza en las instituciones y en los partidos que la vertebran.

La otra, es la debilidad macroeconómica de la mayoría de los Estados latinoamericanos. La capacidad del Estado para enfrentar retos estructurales de esas sociedades (formalidad laboral, interconectividad digital, baja productividad, etcétera, condiciones todas ellas de crecimiento y redistribución) es muy débil porque su ingreso fiscal es muy bajo. Unas clases medias, nacidas en la primera década de este siglo, reclaman mejores servicios públicos en justicia, seguridad, sanidad y educación y al no recibirlos, su confianza en la democracia se resquebraja. Hay, por ello, un problema serio de eficacia de los Gobiernos democráticos, que deben legitimarse en función del éxito en la gestión de estos elementos básicos.

América Latina tiene razón en pedir a la comunidad internacional una solución distinta al problema del narcotráfico. Pero mientras llega, lo urgente es fortalecer el Estado, asegurar el funcionamiento eficaz y respetuoso de sus instituciones y vertebrar el sistema representativo de sus fuerzas políticas, en el más exquisito respeto del pluralismo político y de las libertades democráticas.

Publicado en El País, edición América. 19/09/2024

6 de septiembre de 2024

El congreso del PSOE.

Más allá de las cuestiones orgánicas, el congreso que el PSOE celebrará entre el 29 de noviembre y el 1 de diciembre debería servir para que su militancia pueda reflexionar y debatir sobre aspectos fundamentales del proyecto que representan estas siglas históricas. Uno de ellos, quizás el más importante en estos momentos, es el que se refiere a la estrategia política para construir el país, puesto que estamos gobernando, y a las relaciones con otras fuerzas. Desde la moción de censura y la vuelta al Gobierno en 2018, el PSOE lidera la izquierda política del país y pilota una coalición con los partidos a nuestra izquierda y con los nacionalistas abiertamente enfrentada a la derecha. Esta estrategia profundiza día a día la grieta abierta en la sociedad española entre los dos bloques políticos hasta el punto de que ya parecen irreconciliables. Todos los temas de nuestra actualidad política son utilizados para polarizar a los dos bloques.

España parece condenada a reproducir la virulencia política de tiempos trágicos de nuestro pasado. Resulta quimérico pensar en la gobernanza común de grandes temas de Estado. Sería demasiado fácil, y en parte injusto, atribuir toda la responsabilidad de este bloquismo creciente al PP y a la perturbadora presencia de la extrema derecha y del populismo en nuestro horizonte político. Muchos de nuestros discursos y de nuestras reacciones políticas alimentan esta dialéctica porque nos interesa tácticamente ubicar al PP en ese polo y condenarlo a una mayoría imposible con sus extremos. Es más, en determinadas esferas de la izquierda política española se defiende esta estrategia como la clave del futuro político del país. «Hemos sacado al PSOE del pacto constitucional, hemos superado la España de la Transición y es la hora de construir la República confederal en España», se dice abiertamente en esos círculos. A su vez, los nacionalistas insisten en «aprovechar» este tiempo para avanzar en sus respectivos proyectos (Otegi dixit).

Debo reconocer que esta estrategia fue importante para superar el riesgo del 'sorpasso' de Podemos en su día, y nos ha servido para alcanzar el poder en la moción de censura y en las sucesivas coaliciones de gobierno posteriores. Pero, al mismo tiempo, se han producido importantes limitaciones a nuestro proyecto. Hemos perdido el poder en muchas comunidades autónomas porque los pactos nacionalistas (los catalanes, principalmente) tienen costes electorales. La coalición con Podemos-Sumar ha tenido luces y sombras evidentes, y nos ha situado sociológicamente en un espacio más a la izquierda que limita nuestro crecimiento electoral en el centro. Y, por último, nuestro proyecto de país parece encaminado a ser construido sin contar con la otra mitad de nuestros conciudadanos.

Puede decirse, en consecuencia, que hemos perdido nuestra vocación de mayoría; es decir, aquella que busca ser el partido representativo de una mayoría social en todos los territorios y en todos los espacios del centro-izquierda. El partido que más se parece a España, decíamos en su día, no hace tanto, en tiempos de Zapatero. Ahora, parece que nos encaminamos a liderar y consolidar una coalición tan compleja y contradictoria como la actual en vez de buscar la mayoría electoral sobre el PP, disputando un espacio sociológico más centrado que en parte y en muchos territorios hemos perdido.

Quizás me deje llevar por la nostalgia de un tiempo pasado. Otros me dirán que estamos construyendo otra España, la llamada España plurinacional, y que tenemos que hacerla con estas fuerzas que forman la actual coalición. Pero me llena de dudas construir ese futuro con quienes no quieren compartirlo, y hacerlo frente y contra casi todas las comunidades autónomas españolas pasando por encima del partido mayoritario de España. Es más, me inquieta hacerlo bordeando o vulnerando nuestra Constitución.

Entiendo y aprecio los pasos dados en la superación del conflicto catalán. Siempre he creído inteligente y conveniente integrar nuestros nacionalismos en la gobernanza española. Pero el nuestro es un proyecto federal pactado y no una confusa y desigual confederación. Creo que el PSOE debe perfilar un liderazgo más nítido en la actual coalición y debe hacerlo recuperando las señas de un partido con vocación de mayoría. Eso implica, entre otras cosas, recuperar un sincero discurso de renovar los pactos de Estado fundamentales en la construcción del país. Pienso en las políticas migratorias, en la política exterior, en la Defensa, en Europa y, desde luego, en la política territorial y autonómica a través de una reforma pactada de nuestra Constitución que habilite los pactos financieros y de autogobierno pendientes. Puede ser que el PP se niegue a todo, pero eso le condenará a la minoría.


Publicado en El correo. 6-Septiembre-2024.

18 de julio de 2024

Solo el pacto salvará a Venezuela.

No basta con que las elecciones del 28 de julio se celebren sin trampas ni obstrucciones; el pacto será, además, el único camino para salvar al país, gane quien gane.

La solución a la crisis democrática y socioeconómica de Venezuela es vital para los venezolanos, pero es también importantísima para el mundo y fundamental para América Latina. Gran parte de la fractura política de la región se explica desde Caracas y el mayor problema migratorio del Sur de América Latina lo ha producido la salida de más de cinco millones de venezolanos en los últimos diez años. Pero no solo, La influencia geopolítica del caso venezolano es tan enorme que todas las potencias del mundo han estado y están involucradas en su solución. Sus derivadas energéticas no hace falta citarlas, si recordamos, simplemente, que es la primera reserva mundial de petróleo y la octava de gas.

Pero no basta con que las elecciones del 28 de julio se celebren finalmente sin trampas ni obstrucciones a la democracia, El pacto será, además, el único camino para salvar al país. Gane quien gane.

No está escrito que el chavismo será derrotado. Su implantación territorial, el ventajismo de su control sobre todos los poderes del Estado y el populismo social de sus políticas le mantienen en la carrera, a pesar de todo. Pero si gana Maduro, no podrá desoír a la mitad del país que ha votado en su contra, ni podrá contar con una asamblea legislativa que el año 2025 se renovará y dará lugar, seguro, a un abanico partidario plural, con el que deberá contar en cualquier caso. Tendrá que pactar, en definitiva, porque necesita que la comunidad internacional valide las elecciones y levante las sanciones a su economía. 

Si gana la candidatura de Gonzalez Urrutia, la transmisión de poderes, desde principios de agosto de este año hasta el 10 de enero de 2025, en que tome posesión, será un proceso delicado y peligroso en el que tiene que producirse un desmontaje institucional del chavismo, lleno de renuncias y cesiones. Será necesario un pacto generoso de perdón colectivo para que esa transmisión se produzca lealmente.

Durante los meses previos a la toma de posesión del nuevo presidente, los partidos que apoyan la candidatura de González Urrutia debieran dar muestras de una amplia voluntad de consenso y de reconstruir el futuro de Venezuela sobre la base de que nadie sobra. La manera en que se materialice este punto y aparte en la trágica historia del país, les corresponde a todos, pero el chavismo no debe temer que se le apliquen responsabilidades del pasado ni que se les condene a las mismas condiciones que ellos aplicaron a la oposición cuando ejercieron el poder.

Soy consciente de la controversia social que esta medida suscita entre quienes quieren aplicar justicia al pasado, Pero no siempre es compatible la paz con la justicia, ni la conciliación social con la exigencia de responsabilidades pasadas en procesos de esta naturaleza, Salvando las distancias históricas y políticas, el éxito de la Transición política española desde la dictadura a la democracia, a finales de los setenta del siglo pasado, se basó precisamente en la voluntad expresa de la oposición democrática española de perdonar el pasado y construir el futuro junto a los herederos del régimen franquista. A la vista de todos está el éxito de aquella generosa actitud, que hoy recomendamos a los ganadores de la contienda electoral del 28-J. Un pacto de perdón  mutuo sobre el pasado será necesario, para afrontar la recuperación democrática de Venezuela en los términos de “convivencia nacional” que, inteligente y generosamente, proclama el candidato González Urrutia en su campaña electoral.

Si las elecciones del 28 de julio son democráticas y los resultados reflejan la voluntad popular, la comunidad internacional debería articular, en cualquier caso, un conjunto de medidas que estimulen y favorezcan esta transición pactada.

En primer lugar, la comunidad internacional tiene que cubrir el vacío de reconocimiento institucional que sufren las instituciones de Venezuela en este momento. Ni la Presidencia de la República nila Asamblea Nacional están actualmente reconocidas por la mayoría de los países e instancias internacionales. Especialmente la OEA, la UE y los Estados Unidos deberemos aceptar los resultados y otorgar reconocimiento al elegido. Con la máxima celeridad, hay que eliminar las sanciones a Venezuela y en particular ayudar a recuperar la producción y exportación petrolera en coordinación con las compañías capaces de reconstruir el ingenio petrolero del país. En el plano de las sanciones, sería también una buena señal, por parte de los Estados Unidos, la eliminación de las órdenes de busca y captura con recompensa, contra Maduro y otros agentes del Gobierno.
Por último y no por eso menos importante, Venezuela necesita un plan de estabilización macroeconómica en el que participen los organismos financieros internacionales que permitan al país recuperar actividad económica, atender los servicios públicos y atraer la vuelta al país del exilio de los últimos años.

Entre los acuerdos que deben contemplarse, debería incluirse también la necesidad de pactar los próximos procesos electorales, tanto para las elecciones a la Asamblea Nacional como para las elecciones locales de gobernadores y alcaldes, que no pueden coincidir con las anteriores. Cobran especial importancia, en este plano, las elecciones legislativas a la Asamblea Nacional. Es urgente restaurar la legitimidad democrática a esta Cámara y sobre todo es imprescindible la clarificación política sobre quién es quién en el abigarrado panorama partidario del país. Una Asamblea Nacional elegida con la máxima proximidad a la toma de posesión del nuevo presidente sería un paso ideal para esta transición pactada.

Una última reflexión sobre el proceso. La cultura del pacto debe de impregnar al conjunto del país. Es una actitud colectiva que se manifiesta en una corriente social ineludible para todos.
Especialmente para todos aquellos que actualmente ejercen responsabilidades institucionales en poderes del Estado: Poder Judicial, Fiscalía, administración electoral, función pública en general, policía, Fuerzas Armadas... Todos ellos tienen que favorecer la transmisión de poderes y la transición pactada que estamos proponiendo.

Publicado en El País, edición América, el 17/07/2024

9 de julio de 2024

Soberanismo papanatas.

Muchos interpretan que la evolución pragmática de los partidos ultras, de Meloni o Le Pen, salva a Europa de riesgos sistémicos. Lamento no coincidir.

El domingo, Francia evitó un gobierno de Le Pen. Pero, ¿pasó el peligro de las fuerzas de ultraderecha para Europa? Tomo prestado el título de este artículo de una entrevista con Pascal Lamy, antiguo director de la OMC, europeísta de la época de Jacques Delors , quien destaca el movimiento «gramsciano» de la extrema derecha europea, que ha pasado de gritar 'salir de Europa' y 'viva la nación' a participar en el poder europeo y al 'Make Europe Great Again', con el que Orbán ha titulado cínicamente su presidencia de turno este semestre.

No es el único analista que se congratula de esta transformación del antieuropeísmo de los partidos ultras en la década pasada, inspirados en el Brexit, hacia la progresiva aceptación del marco europeo y de sus consecuencias, que estos partidos, Meloni y Le Pen especialmente, están haciendo en su gestión gubernamental, la primera, y en su programa político, la segunda. Son muchos los que interpretan que esta evolución pragmática salva a Europa de riesgos sistémicos, como lo eran el abandono francés del euro o la posible convocatoria de consultas antieuropeas.

Lamento no coincidir con tan benévolo pronóstico. Europa enfrenta desafíos monumentales, quizás los más graves de la historia comunitaria. La pandemia, las guerras, las tensiones comerciales y tecnológicas, el fin del dominio estadounidense y la multipolaridad desordenada del mundo, la autonomía energética, la seguridad económica… están poniendo en evidencia nuestra pequeñez demográfica,el envejecimiento de nuestra población, nuestros retrasos digitales y tecnológicos, la levedad de nuestras grandes compañías, la lentitud y contradicciones de nuestra política exterior y comercial y tantas otras cosas, dibujando un panorama inquietante para nuestro futuro.

No me detengo en la lista de nuestros desafíos, pero todos los buenos conocedores de Europa lo dicen una y otra vez: no tenemos una Unión suficientemente integrada como para tomar decisiones colectivas, urgentes y extremadamente costosas y conflictivas. La defensa europea reclamará armonizar nuestros sistemas militares nacionales y construir una auténtica industria militar comunitaria. Nuestro mercado único exigirá unificar la educación, la investigación, concentrar el sistema financiero y crear un mercado de capitales (Informe Letta). La batalla de la competitividad europea precisará revisar la política de competencia y la creación de campeones europeos en múltiples sectores económicos (Informe Draghi). La seguridad económica y la autonomía energética y estratégica nos demandarán un proceso de relocalizaciones y de recuperación industrial -después de la desordenada deslocalización productiva de los últimos veinte años-, que será, en todo caso, muy delicado y con intereses nacionales enfrentados. Nuestro liderazgo mundial en la lucha contra el cambio climático está en cuestión por la resistencia interna de agricultores, mundo rural e industria automovilística. La lista es enorme.

Como decía recientemente Wolfgang Munchau, en un artículo significativamente titulado 'Armas, árboles o fábricas', no hay dinero para todo esto y no hay consenso social para abordar tan complejos y conflictivos procesos y transiciones. Todo ello sin contar con las negativas consecuencias para Europa de un gobierno estadounidense en manos de Trump, desgraciadamente, muy probable.

Pues bien, vuelvo al principio.¿Cuál será el comportamiento de los partidos nacionalistas, de los que quieren 'una Europa de naciones libres', ante estos desafíos? No hablo del Parlamento Europeo, donde, si nada se complica, la mayoría PP+PS+Liberales y Verdes es suficiente para la defensa europeísta. Hablo de la Comisión Europea, en la que se integrarán comisarios procedentes de gobiernos ultras. Hablo del Consejo, donde hay varios ejecutivos importantes en manos de ese soberanismo papanatas (Italia, Países Bajos, Hungría, Eslovaquia) que se negará a aportar más dinero al Presupuesto de la Unión, que no querrá sacrificar sus intereses nacionales en beneficio de la Europa unida, que cerrará sus fronteras a una inmigración que necesitamos tanto como respirar, que reivindicará su soberanía nacional ante la unificación del mercado financiero y de capitales o ante la coordinación militar, o tantas otras cosas semejantes.

Sin comprender que su soberanía solo la pueden ejercer al compartirla con sus socios europeos. La suya, la soberanía nacional, es tan retórica como ridícula, porque nadie en Europa es suficientemente grande para decidir nada. Solo seremos soberanos de verdad, en un mundo hostil y adverso, si vamos y decidimos juntos. No, el soberanismo nacional de la ultraderecha europea no es un mal superado. Lo siento, es, más bien, un monumental problema europeo.

Publicado en El Correo, 9/07/2024

14 de junio de 2024

Consejos para la mejor coalición.


"Renovar nuestro Estatuto supone una extraordinaria oportunidad y puede ser una trampa mortal si no incorpora a la izquierda abertzale de hoy."


La coalición que van a formar PNV y PSE es el mejor Gobierno posible para la Euskadi de hoy. El entendimiento entre estas dos fuerzas políticas ha sido clave en nuestra ya larga historia democrática y autonómica. Muchos de los grandes logros en este periodo son fruto de este pacto, y el clima sereno y estable de la sociedad vasca de hoy es consecuencia de una filosofía que los hace posibles: el respeto y la aceptación del diferente en una sociedad con un abierto abanico identitario. 

Un nuevo lehendakari y una nueva composición de su Gobierno iniciarán la próxima legislatura en un clima político general enrarecido por el populismo, la polarización y la crisis democrática en general y sometido a formidables retos socioeconómicos en un escenario geopolítico hostil. 

Hay tres consejos, cargados de buena intención, que se me ocurren para nuestro próximo Gobierno. El primero tiene que ver con el compromiso más ambiguo y delicado de las bases de su acuerdo: renovar nuestro Estatuto de Autonomía. Se trata, al mismo tiempo, de una extraordinaria oportunidad y puede ser, también, una trampa mortal. El objetivo debe ser lograr un consenso que incluya a EH Bildu sin que su coste sea perder al PSE y al PP. Si PNV y EH Bildu imponen su mayoría y se decantan por un procedimiento ilegal (consulta vasca antes del trámite en las Cortes) y por un contenido soberanista (el derecho a decidir y la bilateralidad confederal), perderemos toda la base social del autonomismo constitucional. A su vez, aprobar un nuevo Estatuto sin incorporar a la izquierda abertzale de hoy sería democráticamente inaceptable y configuraría un marco jurídico político inestable y divisivo, con la segunda fuerza política (o la primera, según se mire) contra el régimen político del país. 

Siempre he pensado que un nuevo Estatuto nos permitiría hacer una exposición de motivos consensuada sobre nuestra historia reciente, una actualización de los derechos y deberes de los vascos en la sociedad actual (inexistente en el Estatuto de Gernika) y una actualización-modernización de nuestro régimen competencial, en una concepción federalista de nuestro autogobierno. No es poca cosa. No será fácil cuadrar ese círculo, pero si no encontramos la fórmula, mejor dejarlo estar y esperar ocasiones más propicias. Al fin y al cabo, en nuestro marco autonómico actual todos convivimos y, de hecho, todos lo asumimos. No hay urgencias que justifiquen un mal peor. 

El segundo consejo llama a las cosas. Los servicios públicos –en particular, la sanidad, la vivienda para los jóvenes y los cuidados a los mayores– reclaman concentrar la acción del Gobierno y priorizar el gasto en ellos. Me habría gustado que los socialistas hubiéramos planteado la gestión de la sanidad como requisito de la coalición. El fracaso reciente del PNV y el éxito de los socialistas en este campo en tiempos pasados (Freire y Bengoa) merecía ese esfuerzo de continuidad, pero supongo que los negociadores saben lo que hacen. En cualquier caso, el nuevo Gobierno vasco tiene ante sí un enorme desafío para dar un impulso a estas tres importantes áreas de la acción política. La campaña electoral ya puso de manifiesto el enorme descontento de la ciudadanía vasca con algunos servicios de Osakidetza, especialmente la Atención Primaria y las consultas de especialistas, que este Gobierno tendrá que abordar con urgencia . 

En el mismo sentido, el problema de la vivienda para los jóvenes en nuestras ciudades, a excepción quizás de Vitoria, se ha convertido en existencial para muchos de ellos. Respecto a los servicios de cuidados a los mayores, es opinión unánime que las residencias deben quedar como red de recursos solo para las personas sin autonomía y que debemos, por el contrario, fortalecer una red de cuidados domiciliaria mucho más extensa e integral. Todas estas prioridades exigirán una revisión presupuestaria profunda. Los gobiernos tienen tendencias inerciales hacia gastos y partidas reiteradas que conviene revisar en profundidad. En este caso, esta revisión parece más que necesaria. 

Por último, un consejo sobre el funcionamiento interno. Muchos gobiernos de coalición funcionan con una autonomía total de las carteras y una falta de cohesión y de consenso en la acción general del Ejecutivo y en la vida parlamentaria. La forma de evitar estos compartimentos estancos no es solo la jerarquía del lehendakari, sino un comité interno en el Gabinete que negocie permanentemente las acciones de todos. Se trata de crear un equipo técnico y político en el interior del Gobierno (no fuera de él) muy discreto y dirigido por personas de confianza de los dos líderes que desbrocen y pacten todos los temas y trasladen, en su caso, a los partidos las diferencias insalvables. 

Quiero pensar que el pacto PNV-PSE será consecuente con su tradición y con su buen hacer. Solo espero que el éxito les acompañe.

Publicado en el Correo, 14 junio 2024

12 de junio de 2024

Un Nuevo Parlamento y una Europa en riesgo.

Las elecciones europeas que han tenido lugar el pasado 9 de junio, serán decisivas para el futuro de la Unión Europea. Importantes lo son todas, pero, sinceramente creo, que pueden ser decisivas. Europa está amenazada, no solo por la guerra en Ucrania y por los peligros de su vecindad con Rusia. Otras amenazas, nos enfrentan a un futuro incierto, quizás incluso hostil. El mundo que se está configurando en este siglo XXI, ese que creíamos cargado de esperanzas y expectativas, es ajeno a muchos de nuestros valores y compite ferozmente con nuestros intereses. Amenazas tecnológicas, comerciales y geopolíticas, se suman a las bélicas y cuando creíamos haber construido una unión supranacional capaz de pilotar y liderar el mundo de la democracia y de la paz, hemos descubierto que nuestra embarcación, sufre múltiples vías de agua.

Es verdad que Europa ha sido capaz de vencer múltiples momentos de crisis a lo largo de su historia. Sólo por recordar las más recientes: la crisis del euro y del sistema bancario europeo entre 2009 y 2014, el Brexit en 2016, la crisis migratoria en 2015, la invasión de Crimea en 2014 y la de Ucrania en 2022, la pandemia. De todas estas crisis hemos salido con una Europa más reforzada, más integrada y mejor construida.

Pero no todos los grandes avances de la Unión Europea han sido fruto de crisis coyunturales, como previera Jean Monnet. Ha habido otras grandes decisiones europeas que fueron fruto de acertados cálculos previos: el mercado único y la moneda común entre otros, lo que nos permite recordar al gran Jacques Delors, como uno de los grandes arquitectos de la Unión Europea de hoy.

Podemos concluir por ello que debemos confiar en la Unión Europea que viene y en concreto en la que ha surgido de estas elecciones celebradas este año. Ocurre, sin embargo, que hay dos circunstancias nuevas: la primera es que el mundo ha cambiado mucho y a peor y la segunda es que en todos los países europeos, están creciendo opciones políticas de derecha extrema cuyo fondo común es un neo-nacionalismo antieuropeo que será retardatario y obstaculizador de los esfuerzos de integración que reclaman esos desafíos.



Los cambios en el ámbito económico, tecnológico y sobre todo geopolítico explotan a raíz de la pandemia y de las guerras en Ucrania y Oriente Medio. El parón productivo de 2020-2021, unido a las incertidumbres geopolíticas y climáticas (canales de Suez y Panamá, por ejemplo), provocan un repliegue inesperado de la globalización, una relocalización empresarial hacia cadenas de aprovisionamiento más cercanas y seguras (near-shoring, friendshoring) y ponen en evidencia lagunas productivas, casi existenciales, para nuestro continente. Esto coincide con la crisis energética que nos produce la decisión de cortar el suministro de gas y petróleo rusos, algo que se ha hecho en un período tan extremadamente corto, como costoso social y económicamente.

Europa, acostumbrada a operar en el mercado mundial a través del comercio pactado y la interdependencia geopolítica, descubre de pronto que el mundo tiembla bajo sus pies. La tensión tecnológica y comercial entre China y Estados Unidos aumenta las dificultades de nuestros mercados. La «Inflaction Act» americana atrae inversiones europeas hacia mercados sobre estimulados y proteccionistas. Seguridad económica, fuentes energéticas seguras, autonomía estratégica, resiliencia de las cadenas de suministro, relocalizaciones aceleradas, son conceptos que invaden nuestros debates porque se han convertido en poco tiempo en necesidades angustiosas. La economía global dejó de ser lo que era. Un nuevo y competitivo marco geoeconómico también nos amenaza.

A ello se añade el déficit tecnológico europeo frente a Estados Unidos y China y la pérdida casi definitiva del liderazgo en algunos mercados básicos para la sociedad del futuro: las grandes plataformas tecnológicas del consumo, las redes sociales, la inteligencia artificial, el 5-G de las telecomunicaciones, el control de algunos materiales básicos para la movilidad eléctrica y la producción de energía renovable... Europa ha descubierto demasiado tarde que su fragmentación nacional y la ausencia de un mercado de capitales ágil y eficiente le impiden la creación de grandes compañías, capaces de transformar su capacidad de innovación en líderes mundiales. Por otra parte, el modelo regulatorio europeo, más rígido en defensa de una digitalización ética y de los derechos ciudadanos frente a los nuevos poderes oligopólicos de las tecnológicas, está siendo interpretado como un nuevo obstáculo al emprendimiento y a la innovación, en comparación singular-mente con el caso norteamericano. De hecho, en los últimos años la renta per cápita y la productividad Europea respecto a la de Estados Unidos se están distanciando creciente y peligrosamente.

Finalmente, la guerra ha vuelto a nuestras vidas. Las generaciones nacidas en la segunda mitad del siglo pasado hemos vivido con miedo al pasado y sentimientos de seguridad y progreso respecto al futuro, al contrario que los millennials y la Generación Z del presente. Pero habíamos subcontratado nuestra seguridad a Estados Unidos a través de la OTAN. Los beneficios de la Paz han terminado y las décadas de ahorro militar y defensivo se vuelven ahora contra nosotros poniendo en evidencia la más absoluta heterogeneidad de nuestro armamento y la falta de cooperación entre la industria militar europea.

Hay una enorme coincidencia en Europa sobre la magnitud de estos cambios y sobre la urgencia de los desafíos europeos. Los Think-tanks, institutos de análisis, editoriales, papeles de la Comisión... coinciden en este preocupante diagnóstico. Es más, también coinciden en las soluciones. Lo problemático será implementarlas, ponerlas en marcha, echar a andar, como se dice cuando se emprende un objetivo y una meta a la que llegar. Y aquí está mi segunda gran preocupación: ¿Será capaz Europa de avanzar en toda una serie de respuestas estratégicas a su difícil encrucijada, a partir del nuevo Parlamento Europeo que saldrá del 9 de junio próximo? ¿Podrá Europa dar pasos sustanciales en su integración, en sus decisiones estratégicas conjuntas, que requieren ceder soberanías y competencias nacionales, si las fuerzas neo-nacionalistas de derechas se imponen en el Parlamento Europeo y en los gobiernos de las naciones europeas?


Esta es la gran cuestión, porque si nos fijamos bien, las líneas de respuesta a estos desafíos reclaman una Europa más unida, más integrada, mejor engrasada y más ágil en sus tomas de decisiones y en su implementación. Por ello, los principales retos para la Unión Europea que se derivan de estas elecciones pasadas son:

1. Europa necesita ser un actor relevante en el nuevo marco internacional y no puede limitarse a ser parte del bloque occidental que lidera Estados Unidos. Necesitamos una estrategia común en política exterior que proteja nuestros intereses ante los diversos entornos geopolíticos que están modelando las dinámicas del poder. Europa tiene que defender un orden de paz, multilateral, reglado e interdependiente, pero la política exterior europea corre el riesgo de mantenerse en el aislamiento del resto del mundo por nuestros desacuerdos internos. La única posibilidad de resol-ver los problemas globales y promover nuestros intereses, es mantener relaciones constructivas con los actores no occidentales y eso requiere una unidad inexistente hoy de la política exterior europea, sometida a la difícil, por no decir imposible, unanimidad de los Veintisiete.


2. Debemos asegurar nuestra soberanía, nuestras libertades y nuestro modo de vida y sociedad. Tenemos que construir una política de defensa y seguridad común. Lo que venimos postergando desde hace demasiado tiempo, hoy es una urgencia vital. Eso implica muchas cosas, desde aumentar nuestro gasto en defensa, a coordinar a nivel europeo nuestro armamento. Desde fortalecer el flanco europeo de la OTAN, a planificar las compras de material militar en Europa. Desde cooperar en la I+D militar europea, a diseñar nuestros ejércitos en el marco europeo. Esto no se hace ni en uno, ni en cinco años y cuanto más tarde empecemos más débiles seremos.


3. La competitividad europea y nuestro liderazgo tecnológico están en peligro y son precisas muchas políticas comunes en el ámbito europeo para impulsar nuestro tejido investigador y productivo en todas las áreas de nuestra política industrial. Ello implica armonizar las ayudas de Estado y racionalizarlas; favorecer el emprendimiento y la creatividad empresarial; facilitar la financiación privada con un mercado de capitales más poderoso y eficaz, en el que tengan más influencia las sociedades de capital riesgo; incentivar un ecosistema europeo de innovación e investigación; ayudar a la creación de grandes compañías líderes capaces de competir en el mercado global; potenciar la formación continua y el refuerzo del capital humano... Europa está pendiente de dos informes básicos para afrontar esta ingente tarea: el informe sobre la competitividad europea encargado a Mario Draghi y el informe sobre mejoras en nuestro mercado interior encargado a Enrico Letta. Ambos determinarán las políticas a implementar en los próximos años en torno a estas grandes materias.


4. La seguridad económica europea está en juego. No solo por todo lo señalado en el párrafo anterior, también porque estamos en pleno proceso de asegurar el suministro energético y liderar la descarbonización y la lucha contra el cambio climático en el mundo. Porque además, necesitamos planificar y resolver a escala europea todos los problemas detectados en nuestra cadena de suministro y eliminar nuestras dependencias básicas en componentes y materiales para asegurar nuestra soberanía en muchos planos de nuestra vida (agricultura, farmacia, etcétera) y de nuestra actividad industrial (semiconductores, materiales críticos, tecnologías, etcétera).



5. Este ingente programa reclamará una financiación pública que el actual presupuesto de la Unión no puede satisfacer en los términos actuales. En un título indicativo de la dificultad financiera europea ante tales desafíos: «armas, árboles o fábricas», Wolfgang Munchau, venía a señalar el riesgo de que Europa debilite su Programa de Transición verde (Green Deal), ante la imposibilidad de combinar el gasto en defensa y en políticas de competitividad. A ello añadía los costes del envejecimiento demográfico europeo y las guerras de terceros. Tiene razón. Pero el Next Generation UE, ha marcado un camino. Europa tendrá que afrontar mecanismos financieros similares y políticas de fiscalidad común para afrontar la financiación de bienes públicos europeos y para contribuir a la estabilidad macroeconómica de la eurozona, atendiendo a estos desafíos.


6. Europa ha decidido ampliarse a los países de los Balcanes y a Ucrania, Moldavia y Georgia y ese proceso está lleno de dificultades políticas y técnicas. Las políticas en estas últimas se ven y se padecen. Pero los problemas serán también enormes en el caso de varios de los países balcánicos (Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Serbia...), en los que los criterios democráticos y las exigencias económicas que la unión exige para la adhesión distan mucho de ser cumplidos. En cualquier caso, a los efectos de los desafíos que afronta Europa, la ampliación será otro de los grandes porfolios que demandarán unidad e integración.

Vuelvo a la pregunta. ¿Será capaz Europa de tomar decisiones de este calado, de esta exigencia europeísta, con un triunfo político de fuerzas que fueron abiertamente antieu-ropeas y hoy son, como mínimo, euro escépticas? Cuando haya que decidir aumentar la financiación nacional a la Unión, cuando haya que fijar un impuesto europeo, cuando haya que racionalizar las ayudas nacionales a la industria, cuando haya que acordar programas de fabricación militar conjunta... ¿Cuál será la respuesta de las derechas extremas en el Parlamento Europeo? ¿Cuál será la posición de los gobiernos presididos o formados por fuerzas neo-nacionalistas? He ahí el dilema europeo de los próximos años.



REVISTA DERECHO Y ECONOMÍA DE LA INTEGRACIÓN | N.º 12, Junio de 2024

14 de mayo de 2024

Resistir.

Sacrificar al PSC y a su líder por asegurar la legislatura española sería un error monumental que arruinaría el futuro de los socialistas en Cataluña

La estrategia de Pedro Sánchez con Cataluña ha estado y está sometida a críticas feroces porque sus gestos y sus iniciativas son objetivamente discutibles y han provocado una apasionada fractura de nuestra opinión pública. Los indultos en su día, la reforma del Código Penal atenuando los tipos delictivos asociados al 'procés' y finalmente la amnistía, negociada a la par que la investidura, ni fueron ni son actos banales. Por el contrario, están cargados de significados políticos muy controvertidos y excepcionales y no han contado con los consensos exigibles para ese tipo de medidas. El presidente y su Gobierno los justificaron como necesarios para abordar el diálogo en Cataluña sobre bases menos crispadas y menos agraviadas.

Las elecciones del domingo fueron un plebiscito en cuanto a la opinión de los catalanes sobre esas medidas y son un buen observatorio sobre su idoneidad en relación con nuestro problema catalán. De ellas se extraen tres importantes conclusiones:

Primera: El PSC y el PSOE ven ratificada su estrategia en Cataluña con una victoria electoral no por esperada menos importante y significativa. Los catalanes querían esos gestos y esas iniciativas y han premiado con un respaldo electoral crecido a quienes las han protagonizado.

Segunda: La suma de los diputados independentistas ha perdido la mayoría absoluta por primera vez (61 diputados) y el voto nacionalista no supera el 43%.

Tercera: La vía de la unilateralidad y de la radicalidad independentista está derrotada.Todo hace presumir que se iniciará una nueva fase de diálogo y pacto en el seno de la sociedad catalana, para plantear, después, sus propuestas, a partir de una negociación seria y colaborativa entre Cataluña y el Estado.

La pregunta que surge, pues, para quienes creemos que el tema catalán es el más serio e importante problema de España, es: ¿qué habría sucedido si la política aplicada durante estos últimos años hubiera sido otra? ¿Habríamos obtenido estas tres conclusiones si no hubiéramos hecho estas concesiones en términos de serenar y amortiguar la efervescencia sentimental de Cataluña? No es difícil concluir, por tanto, en el éxito político en Cataluña de una estrategia arriesgada y controvertida, que ha situado el tema catalán en otra fase y que presenta, por ello, nuevas perspectivas.

Pero la vida sigue. Que se inicie un tiempo nuevo no significa que el contencioso catalán esté resuelto, sino que ahora hay que aplicarse en las consecuencias de este nuevo mapa electoral. Me cuentan fuentes próximas a Puigdemont que él reitera, a quien le quiere oír, que Sánchez no ganó las elecciones del 23 de junio de 2023 y, sin embargo, es presidente. Igualmente repite que Collboni no ganó las elecciones municipales de Barcelona y, sin embargo, es alcalde. ¿Por qué no puedo ser yo entonces president,aunque Junts no sea primera fuerza? Obviamente pretenderá decirle a Sánchez que su legislatura depende de que sacrifique a Illa y haga presidente a Puigdemont. Ese será el nuevo precio de sus siete votos para sostener el Ejecutivo de Sánchez. De hecho, sus declaraciones en la noche electoral fueron muy elocuentes hablando en este sentido al recordar cómo gobierna Sánchez y al reclamar la unidad con Esquerra para que sean 15 (siete de Junts y ocho de ERC) los diputados en el Congreso que amenacen a Sánchez con retirarle su apoyo si no facilita su investidura.

Esquerra se negará a un Gobierno de izquierdas en Cataluña presidido por Illa y así se manifestó Aragonès al anunciar su pase a la oposición. Tentados por Puigdemont para presionar a Sánchez, puede que ambos reiteren sus condiciones maximalistas: referéndum y concierto económico (ahora lo llaman financiación singular) para Cataluña.

Es muy pronto para pronunciarse y es muy fácil hacerlo desde esta ventana, pero creo que debemos negarnos a estas exigencias. Sacrificar al PSC y a su líder por asegurar la legislatura española sería un error monumental y arruinaría las expectativas socialistas en Cataluña por mucho tiempo. Materializar las exigencias inconstitucionales del nacionalismo catalán (referéndum y concierto) a cambio de estabilizar la gobernación española sería suicida para el socialismo español y llevaría al país a un escenario político y territorial insostenible.

Al presidente del Gobierno le acompaña, con todo merecimiento, la aureola de ser un líder resistente frente a presiones y poderes supuestamente superiores. El desenlace de su pausa personal también responde a esas cualidades. Pues bien, es hora de resistir y no ceder a las pretensiones de los perdedores electorales y a sus exigencias inconstitucionales. Si el desenlace de este pulso son nuevas elecciones en Cataluña, con más razón las volverá a ganar el vencedor del domingo. Y si ese mismo pulso cuestiona la legislatura española, con las mismas razones saldremos reforzados de unas nuevas elecciones generales.

Publicado en el Correo, 14-5-2024

18 de abril de 2024

La explicación a lo de Bildu: posmemoria y moderación.

Estas dos palabras, posmemoria y moderación, pueden ayudarnos a explicar los sondeos vascos que otorgan a Bildu una posible victoria y a los partidos nacionalistas, una abrumadora mayoría.

Una de las cosas que menos se entiende fuera de Euskadi es la voluntad consciente de gran parte de la sociedad vasca de pasar página del terrorismo, de olvidar el pasado, de perdonarlo todo, de superar aquellos trágicos años. Es, en parte, un sentimiento comprensible. Algo así como un deseo de superación y de mirar el futuro sin esa hipoteca que grava y ensucia el presente. Pero es también la constatación de una sociedad que huye de las enormes responsabilidades con las que nos golpea la memoria. De manera que, sí, los jóvenes no saben y los mayores no quieren…. recordar. Es más, no solo no les castigan por su horrible pasado, sino que muchos les premian por su apuesta definitiva por la política.

Otro de los factores que explican su crecimiento es la fuga de votos del actual desastre Podemos-Sumar, que van a Bildu casi en su totalidad. Conviene recordar que Podemos tuvo 11 diputados en las elecciones del 2016, tercera fuerza, y Bildu paso de 21 a 18 diputados. Hoy, Podemos tiene 6 diputados y puede quedarse en 0. También importa, y mucho, el desgaste del PNV por la deficiente gestión del servicio público de la sanidad (Osakidetza). La ciudadanía vasca no entiende que, con una financiación propia muy superior a otras comunidades, la que fue joya de la corona de sus servicios públicos esté prestando tan deficiente servicio. Por último, gran parte del sufragio joven, que vota por primera vez, lo hace a Bildu. Es como el voto del cambio, pero en casa. Bildu, consciente de estas procedencias electorales, ha envuelto su programa y su campaña en el celofán de un tacticismo pragmático y de una moderación identitaria. La palabra independencia ha desaparecido de sus discursos y el pragmatismo identitario lo concretan en la necesidad de un nuevo «estatus», más cercano al modelo confederal que a un proyecto independentista. ¿Por qué esa moderación identitaria? Porque saben que las pulsiones independentistas se han reducido considerablemente desde que la violencia no tensa esa delicada fibra del cuerpo social vasco. Y porque los vascos son conscientes de que ninguna ensoñación milenarista puede proporcionarnos ni mayor ni mejor bienestar.

De manera que el nuevo Parlamento Vasco puede acercar al nacionalismo (PNV+ Bildu) a un 70 % del voto. Pero eso no significa otra cosa que una abrumadora mayoría de fuerzas locales en unas elecciones autonómicas, que cambiará drásticamente en las próximas elecciones generales. Una mayoría más simbólica que otra cosa, porque ellos saben muy bien que si fuerzan su proyecto soberanista y tensan a la ciudadanía con la ruptura con España, la mitad de su electorado les abandona.

Dos apuntes más:

1.- El PNV se ha equivocado haciendo un cambio que quería generacional, al mismo tiempo que reivindica la experiencia y la fiabilidad del lendakari postergado. Operación errónea.

2.- Finalmente, nada cambiará. El PSE hará mayoría con el PNV y la estabilidad y la pluralidad de ese Gobierno continuarán. Los demás no cuentan.

Publicado en La voz de Galicia y La voz de Asturias, 18/04/2024

9 de abril de 2024

Líder a su pesar.

En su madurez personal y profesional, no creo que José Antonio Ardanza pensara en hacer carrera política en su partido o en dirigir la máxima institución política de su país. Su acceso a la Alcaldía de Mondragón en 1979 fue la consecuencia de un compromiso político con su partido y fue, seguro, un acto de responsabilidad para con su pueblo, cargado de emoción democrática, pero también de renuncias familiares y profesionales.

Aquellos años fueron especialmente singulares en nuestra historia democrática. Una violencia masiva y enloquecida (casi cien asesinatos cada año, atentados día sí y día también ) y un espíritu colectivo de lucha y esfuerzo por hacer florecer un camino hacia la democracia y el autogobierno ,lleno de incertidumbres y de miedos.
No conocí a Ardanza hasta que llegó a Gipuzkoa (1983) como diputado general, pero siempre le tributé mi reconocimiento como miembro de aquella generación que construyó la Euskadi democrática y autonómica que tenemos hoy.
Llegó a líder sin pretenderlo. Apareció como la solución a la grave crisis surgida entre Garaikoetxea y el PNV y le hicieron líder a su pesar. No fue ni fácil, ni cómodo para el, gestionar la escisión del partido y gobernar con un grupo parlamentario dividido. Pero Ardanza tuvo que hacerlo, soportando muchas y graves situaciones institucionales, aquellos años.

Cuando el PSE ganó las elecciones de 1986,con 19 diputados y el PNV con 17, Ardanza se retiró de las negociaciones, dejando a Txiki Benegas intentar un tripartito con EA y con EE , que nunca llegó a nacer. Fueron tres meses angustiosos y cuando llegamos a la conclusión de su inviabilidad ,me encargaron contactar con Ardanza para ver si era posible una coalición con el PNV. Ardanza me envió a Juan Ramón Guevara y allí empezó todo. Todo fue una coalición que acabó durando once años, hasta 1998, con la interrupción de 1990, de un gobierno PNV-EA-EE, que duró nueve meses.

Hicimos lehendakari a Ardanza para dar un giro copernicano a la lucha por la paz y al combate a la violencia y Ardanza se convirtió en líder, desde el nacionalismo y desde el Gobierno vasco ,de una sociedad vasca movilizada contra el terrorismo. El nacionalismo vasco que él representaba, se puso al frente de la unidad democratica, que tanta falta hacia en esa lucha. Fue el pacto de Ajuria Enea que Ardanza y su equipo lograron en enero de 1988.
No olvidaré aquella simple frase que él pronunció con pleno convencimiento y máxima solemnidad: «No nos separan solo los medios, también los fines». Allí también empezó todo.

Y digo todo, porque soy de los que creen que el pacto de Ajuria Enea fue un punto de inflexión definitivo en la derrota del terrorismo. El final tardó mucho todavía, pero sin él no habríamos llegado.

En 1998, en los prolegómenos del Pacto de Estella, Ardanza estaba en el hospital y me llamó pocos días después de que el Partido Socialista y el Partido Popular abandonaran el Pacto de Ajuria Enea. Me acuerdo muy bien de sus palabras: «Ramón, si yo no estuviera hospitalizado y tú estuvieras dirigiendo el PSE-EE, esta ruptura, no se habría producido». Voluntariosas palabras, sin duda, porque las cosas iban por otro lado, como bien sabemos.

Tuve una relación con él competitiva y tensa, a veces, sobre todo al principio, pero respetuosa y leal siempre. Amigable al final. En mi partido me censuraban por ceder demasiado, pero haciendo balance, mi convicción es que mereció la pena. Hicimos cosas juntos que cambiaron a Euskadi. La reconversión industrial, la diversificación tecnológica, las comunicaciones, las grandes inversiones de infraestructuras, los grandes servicios públicos... La Euskadi moderna se empezó a construir en aquella Euskadi que hicimos juntos.

Fue líder a su pesar, pero lo fue.

Goian bego, José Antonio .

Publicado en el Correo, 9/04/2024

Hombre de paz, hombre de pactos.

En los tiempos actuales, elogiar estas virtudes resulta especialmente oportuno. José Antonio Ardanza presidió el primer gobierno de coalición de España, el que hicimos a principios de 1987 entre el PNV y los socialistas vascos.

Recuerdo que nos costó explicar a nuestros conciudadanos por qué, siendo el PSE el primer partido en escaños (19) y el segundo el PNV (17), cedíamos la Presidencia del Gobierno. La razón fue simple: necesitábamos que el PNV liderara la deslegitimación social y política de la violencia y necesitábamos que un nacionalista presidiera la unidad de las fuerzas democráticas vascas contra ETA. Aquel pacto fue, como todos, de conveniencia, pero en nuestro análisis la lucha contra el terrorismo era prioritaria, y darle la vuelta al aislamiento político del Estado en su lucha contra la violencia, esencial.

Los acontecimientos nos dieron la razón. En enero de 1988 firmamos el Pacto de Ajuria Enea, que materializaba ambos objetivos. Visto con perspectiva, aquel fue un punto de inflexión extraordinario para derrotar a la violencia. Es verdad que la paz llegó mucho más tarde, pero no habría llegado sin ese cambio copernicano sobre los diez años de fracaso antiterrorista anteriores.

Ardanza asumió ese liderazgo con convicciones propias. Durante más de diez años estuvimos juntos en la gestión de ese pacto y en los gobiernos de coalición de aquella época, y puedo decir que los principios y las convicciones de José Antonio Ardanza, en la vía democrática y en su condena a la violencia, eran firmes y sólidos. Recuerden el desmarque ideológico del PNV en aquel discurso memorable del lehendakari en el Parlamento vasco: «No solo no compartimos con ellos sus medios, tampoco sus fines».

Fue también hombre de pactos. Con todas las fuerzas democráticas para unirnos frente a la violencia. Con los socialistas vascos para expresar la pluralidad identitaria de la sociedad vasca. Con el Gobierno del Estado para desarrollar el autogobierno y para gobernar España. Ardanza creía en ellos y su natural era pactar, aceptar al otro, entenderlo, respetarlo y dialogar con él hasta llegar al acuerdo. El de Ajuria Enea tardó tres días, encerrados todos los líderes de todas las fuerzas democráticas en la sede de la Presidencia. Soy testigo de sus habilidades para lograrlos.

Su otra gran característica fue su compromiso con el autonomismo y con el Estatuto de Gernika. Toda la acción de gobierno de sus mandatos, en el plano identitario, se circunscribe al desarrollo del Estatuto y al respeto a la Constitución. Nuestros acuerdos de legislatura tenían fuertes tensiones nacionalistas, pero estas siempre se produjeron en el marco estatutario-constitucional.

Era un tiempo en el que el pacto era apreciado, tenía réditos sociales y políticos.

Ardanza fue un hombre honesto. Su vida pública fue limpia y honrada. Tolerante para con los adversarios, buen conversador y persona amable en formas y fondo. Hace ya tiempo que dejó la política, pero la política y la Euskadi de hoy lamentamos su pérdida. Q.E.P.D.

Publicado en El Mundo, 9/04/2024

La política contra los pueblos.

La historia política de los países latinoamericanos ha sido conflictiva y difícil. Vemos retrocesos democráticos, desigualdad, faltas de libertad, de seguridad, de bienestar material. Nada de esto está predeterminado: responde a factores precisos y requiere respuestas concretas.

¿Cómo es posible que, almacenando tanta riqueza, una biodiversidad extraordinaria, una naturaleza exuberante y recursos variados y abundantes, los pueblos latinoamericanos no hayan conseguido mejores niveles de bienestar? ¿Cabe atribuir a los gestores políticos, a los partidos, a sus líderes, responsabilidad en Estados demasiado débiles, en sistemas democráticos precarios y en un contrato social “ciudadanos-país” imperfecto e insuficiente?

La evolución de los pueblos depende de su ubicación física, de sus recursos naturales, del entorno civilizatorio al que pertenezcan y de muchos otros factores que determinan su evolución histórica. Pero también de su política, de la gestión de sus intereses públicos, de los marcos jurídico-políticos que los han regulado, de las políticas aplicadas, de sus políticos, de sus dirigentes, de sus líderes. En América Latina, la mayoría de los factores políticos que han gobernado estos países han conspirado contra sus pueblos. Han sido retardatorios de su progreso, no han aprovechado sus recursos naturales y sus enormes potencialidades para proporcionar a sus ciudadanías el grado de bienestar y el disfrute de las condiciones de vida que les correspondían. Dicho de otro modo, la gestión pública de la mayoría de los países de América Latina ha fracasado.

Sería muy fácil responder que la causa principal de tanto fracaso radica en la conquista y en el expolio de tres siglos antes. Pero no sería justo con la autocrítica que merecen dos siglos de soberanía nacional como para alterar el curso de aquellos supuestos efectos. La apelación al pasado colonial ha sido utilizada demasiadas veces para ocultar los propios fracasos y ha alimentado un peligroso victimismo, muchas veces oportunista, a lo largo de la historia contemporánea latinoamericana. 

Dicho esto, a quienes examinamos la realidad latinoamericana desde este lado nos falta una visión más centrada sobre aquel pasado que supere la dicotomía polarizadora de la visión anticolonial, aquella que destaca la imposición armada, la destrucción de las culturas precolombinas y la explotación de sus recursos naturales, de aquella antagónica, tan española, que revindica idílicamente el encuentro cultural y las ventajas de una colonización armónica y respetuosa de la mistura humana y civilizatoria. Nos falta una respuesta más equilibrada y respetuosa a las demandas de autocensura que nos hacen algunos líderes, intelectuales y políticos latinoamericanos.

En cualquier caso, América Latina ha vivido demasiadas turbulencias políticas y ha sufrido demasiados extremismos. Golpes militares, dictaduras represivas crueles y criminales, y al mismo tiempo la guerrilla o la insurgencia popular, unas veces como único recurso de lucha política, otras como ideal revolucionario, generando espacios sociales polarizados, sin el asentamiento de las instituciones democráticas. Sin construir cultura y hábito de vida en democracia. 

La incapacidad de los “libertadores”

La historia política de los países latinoamericanos ha sido conflictiva y difícil. Es cierto. En los primeros años de independencia, fracasaron todos los intentos unificadores de tan extensos y encontrados países. Más tarde, los “libertadores” fueron incapaces de construir Estados fuertes y modelos de convivencia democrática avanzada. Aquellas oligarquías se dedicaron más a culpar al pasado que a construir el futuro, repartiéndose el botín de la independencia entre latifundios y monopolios y manteniendo a sus países en el atraso y el subdesarrollo durante muchas décadas. 

Si tomamos, como punto de partida, la muerte de José Martí en los inicios de la independencia cubana, y en el final de la presencia española en el subcontinente y en el Caribe, la historia del siglo XX en América Latina es una historia turbulenta y espasmódica, con movimientos pendulares a derecha e izquierda, siempre presidida por un antiyanquismo, más que antiespañolismo, fruto de la nefasta influencia del vecino del norte en su trágica historia moderna. 

El propio Martí, con su famoso “Nuestra América”, enlazó ambos sentimientos (nacionalismo y antiyanquismo) como lo estaban haciendo en las mismas fechas Rubén Darío en Nicaragua, Rodó en Uruguay o Vargas en Colombia. La América Latina que emerge al siglo XX está rodeada por sus conflictos interiores, guerras entre países que un día se creyeron fraternos, caudillos cuasifeudales y autarquías retardatarias. Un nacionalismo provinciano contrario a la apertura cultural y comercial amparaba y protegía el monopolio del poder y de la riqueza en la mayoría de los países. El rechazo a las democracias occidentales se basaba así en un absolutismo caudillista que supuestamente protegía el orden y la raza. 

En España supimos y sufrimos muchos de esos mismos monopolios absolutistas y de estúpido rechazo a los “extranjerismos” devaluadores de nuestros supuestos valores y de la pureza de nuestra raza. El mismo nacionalismo español incapaz de forjar una identidad nacional comprensiva de nuestra pluralidad y abierta a las corrientes sociales que alimentaban la democracia se hizo presente en América Latina, respondiendo al relato americanista de la época. 

La primera revolución de las muchas que tuvieron lugar en América Latina a lo largo del siglo pasado la protagonizó México. Evidentemente, en el origen de la revolución de Madero contra el dictador que se perpetuaba en el poder (Porfirio Díaz, 1910) estaba ya la peculiar cláusula constitucional latinoamericana que niega la reelección a los presidentes elegidos. Pero claro, aquella revolución mexicana fue mucho más: tierras, democracia, indigenismo… Una guerra civil de diez años y sus protagonistas han pasado al imaginario de su pueblo (Zapata, Pancho Villa, Orozco…), dando origen al México moderno, liberal y de partido único que tuvo al pri como eje constructor del México actual a lo largo de siete décadas. 

Pero las revoluciones se convirtieron en una constante en muchos países, aunque este sea un término que no resulte precisamente apropiado para lo que eran simples levantamientos militares, casi siempre de derechas y siempre nacionalistas, que ensalzaron ese término para justificar sus asonadas. Argentina, Brasil, Perú, República Dominicana, El Salvador, Guatemala y Panamá sufrieron golpes o “revoluciones”, la mayoría de corte nacional-populista, en los años del apogeo fascista de Mussolini y Hitler. 

Cada uno en su propio país, con arreglo a sus propias circunstancias y con registros ideológicos distintos, estos caudillos acuñaron regímenes autoritarios no exentos de apoyos populares derivados de su acusado nacionalismo. En Brasil, Getulio Vargas liquidó el liberalismo establecido en su Constitución a finales del siglo xix. Perón entró en la escena Argentina con el golpe militar de Uriburu en 1930, pero se enamoró de la capacidad movilizadora de Mussolini mientras era agregado militar en Roma. Entre 1945 y 1955 aplicó en su país todas esas enseñanzas contando con los sindicatos para emular el Estado fascista. Sus gobiernos, arropados por mayorías democráticas incuestionables, fueron una hábil mezcla de nacionalismo antiimperialista con un apoyo social enorme en la defensa de la redistribución social y el igualitarismo corporativo que gestionaban los sindicatos, sus grandes aliados. También Getulio Vargas caracterizó su autoritarismo de un ambicioso proyecto modernizador para Brasil, poniendo a los trabajadores en el centro de sus medidas de protección. 

Pero ambos, tanto Perón como Vargas, acabaron sus mandatos a mediados de los años cincuenta y dejaron profundas huellas en sus respectivas Argentina y Brasil. Y nunca dejaron de ser líderes autoritarios, de naturaleza nacionalista y populista. 

Junto a estos experimentos políticos, las guerras internas no cesaban. Solo en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, en América Latina hubo tres guerras nacionales: Colombia contra Perú, Bolivia contra Paraguay y Perú contra Ecuador. Previamente, a finales del siglo xix, Chile había derrotado a Perú y Bolivia en su disputa por la zona fronteriza con ambos. En fin, para guerra loca, la de Paraguay contra Argentina, Brasil y Uruguay en 1870. De hecho, los conflictos con los vecinos y las contiendas interiores, muchas de ellas violentas, caracterizan la historia moderna de América Latina. La política interna ha sido en la mayoría de ellos tumultuosa y violenta. Colombia es quizás el ejemplo más expresivo de todo ello, y sigue siendo, desgraciadamente, un país afectado por su violencia política interior. 

Las revoluciones violentas de la izquierda 

El final de la Segunda Guerra Mundial acabó con el fascismo y hasta América Latina llegaron los vientos democratizadores de la historia. Fueron cayendo las dictaduras nacionalistas en Guatemala, Argentina, Panamá, El Salvador, Honduras, Venezuela, Brasil, Bolivia. A mediados de los cincuenta quedaban Nicaragua, Paraguay, Haití y República Dominicana con gobiernos dictatoriales. Es así como entramos en la etapa de las revoluciones violentas de la izquierda contra regímenes radicalmente injustos. Ya no es el golpismo autoritario antiliberal, ya no se trata de nacionalismos caudillistas, son protestas sociales contra la enorme injusticia de su desigualdad, ideológicamente sustentadas por el marxismo-leninismo y geopolíticamente apoyadas por la experiencia soviética, con Estados Unidos como icono imperialista. 

Esta contienda comenzó a finales de los cincuenta y todavía dura. Estados Unidos venía interviniendo en América Latina y el Caribe con un desprecio y una torpeza enormes a lo largo del siglo, lo que no pudo sino aumentar el viejo antiyanquismo americanista. Lo habían hecho apoyando a Somoza, a Trujillo y a Batista, en Nicaragua, República Dominicana y Cuba respectivamente. Lo habían hecho en Guatemala favoreciendo un golpe de Estado contra Árbenz en 1954 y apoyando a Duvalier en Haití. 

La Revolución de Cuba (1959) configura toda la segunda mitad del siglo XX en América Latina. Aunque sea una simplificación, si el fascismo caudillista y el populismo nacionalista caracterizaron la primera mitad del siglo, la segunda estuvo marcada por la lucha anticomunista que generó el triunfo de los barbudos en La Habana y la enorme influencia geopolítica que generó en toda América Latina. Porque, si bien es cierto que muy pocas revoluciones semejantes triunfaron, no lo es menos que la influencia ideológica y geopolítica de Cuba en el subcontinente fue y es notable. 

Pero esa influencia no solo fue ideológica, también lo fue táctica y militar, porque a La Habana acudieron enseguida todas las oposiciones políticas a las dictaduras caribeñas (República Dominicana) y centroamericanas (El Salvador, Nicaragua, Panamá…), más los jóvenes izquierdistas de otros países, estimulados por el triunfo “antifascista” de Castro. Cuba fue una lanzadera de otras guerrillas que fracasaron en la mayoría de los países a los que se exportaron (Panamá, Bolivia, etc.), pero que triunfaron en 1978 en Nicaragua y produjeron los acuerdos de Esquipulas para democratizar y pacificar Centroamérica (prácticamente en guerra civil en Guatemala y El Salvador). Pero este terremoto político e ideológico, sumado a la incorporación de la Iglesia católica a la causa de la justicia social (con la teología de la liberación) y al papel geopolítico de la urss en la defensa de su modelo comunista frente al polo capitalista, alarmaron a Estados Unidos, a las opiniones políticas conservadoras de la mayoría de los países latinoamericanos y, sobre todo, a sus cúpulas militares. 

La nueva oleada de golpismo militar, esta vez cruel y represor al extremo, empezó en 1964 en Brasil. Chile fue la segunda en 1973, cuando Pinochet tomó el poder y bombardeó el Palacio Presidencial de la Moneda, provocando el suicidio de Salvador Allende. Luego vinieron los militares argentinos, su vergonzosa represión y su patético final en 1983, después de su derrota en las Malvinas. 

Curiosamente, hubo también asonadas militares en nombre del socialismo o con marcados programas izquierdistas. Bolivia en 1936 (Busch y Toro) y Paraguay en el mismo año (Rafael Franco) fueron las expresiones más notables en la primera mitad del siglo. Más tarde, en Lima en 1968, los militares peruanos, con el general Velasco Alvarado al frente, y Torrijos en Panamá con su canal como bandera, protagonizaron experiencias que han tenido continuidad especialmente ya en nuestros días, con Chávez y su golpe venezolano. 
Este breve recordatorio de la historia política latinoamericana del siglo XX pone de manifiesto la enorme dificultad de sus países para asentar regímenes democráticos que hagan fuertes y sólidas sus instituciones. Incluso como marco referencial de vida democrática, sus ciudadanías no han gozado de manera estable de los principios liberales, no han vivido largos periodos en regímenes que les proporcionaran el hábito de la democracia (las elecciones, la sociedad civil articulada, el edificio deliberativo, la cultura de la responsabilidad cívica frente al Estado, y tantas cosas más) y finalmente han generado desconfianzas y descreimientos muy profundos hacia la política, los partidos y, por ende, la democracia misma. 

Las dos grandes expresiones ideológicas, a derecha e izquierda, gobernantes durante mucho tiempo en según qué países no han proporcionado éxito a la gestión económica y política de la justicia social. Los gobiernos neoliberales fueron incapaces de generar mercados eficientes, ingreso fiscal suficiente y, por supuesto, mínima redistribución social. Mantuvieron el poder en manos exclusivas y excluyentes de unas élites familiares monopolizadoras de medios de comunicación y empresas, terratenientes improductivos, generadores de una clase social muy rica que ha mantenido y hecho crecer sus patrimonios en una extrema desproporción. 

A su vez, muy pocas experiencias de izquierdas han sido capaces de transformar seriamente los modelos productivos y proporcionar periodos de crecimiento económico estables que aumentaran la productividad y modernizaran seriamente su aparato económico e industrial. Fueron capaces, eso sí, de introducir modelos de atención a la pobreza y mejoras en la redistribución social (Brasil, Argentina, Ecuador…), pero sin alterar las bases económicas de sus respectivos países.

Fracasos notables
 
Hay todavía hoy –pensemos en algún país centroamericano, aunque no solo– realidades como la descrita. Élites económicas que controlan el poder político en una convivencia fraudulenta con las instituciones, tanto legislativas como judiciales. Pero sin detenernos en los casos más extremos de gobiernos de derechas que utilizan las formas democráticas para mantener el poder y sus empresas, los gobiernos neoliberales respetuosos de la democracia tampoco han sido capaces de construir sistemas económicos y productivos competitivos, de modernizar sus industrias, de abrir sus mercados, de añadir valor a sus recursos naturales, de generar sistemas hacendísticos eficaces, de aumentar poco a poco el ingreso fiscal y de construir una política presupuestaria que sostenga un Estado del bienestar mínimo. Ha habido fracasos notables de líderes de la derecha política que anunciaban medidas de saneamiento fiscal, de reducción de la inflación, de reducción de la deuda, etc., que acabaron su mandato con cifras macroeconómicas peores que sus antecesores. Incluso ha habido fracasos notables con la creación de sistemas de seguridad social individualizados, en plena exaltación del individualismo neoliberal y antiestatal, que hoy arrastran sus miserias y convocan al Estado a su cobertura urgente. No hace falta señalarlos, los conocemos todos. 

Las luchas violentas contra esos regímenes fueron comprensibles en la segunda mitad del siglo pasado. En su día, fuimos muchos los que comprendimos aquellas luchas. Aparecían ante nosotros como la única vía que les dejaban aquellos regímenes opresores, aquellas dictaduras oprobiosas, para defender sus derechos a la libertad y a la justicia. Incluso la Iglesia presente en aquellos países acabó justificando el empleo de la violencia como legítima defensa frente a quienes la ejercían contra su pueblo. Recordemos la lectura de aquel alegato memorable de Fidel Castro en su defensa en el Cuartel de la Montaña: “La Historia me absolverá”, como el corolario argumental de su guerrilla contra Batista y su régimen represor. 

Alejados ya de aquellos tiempos, emocionantes para muchos pero trágicos para todos, puedo hacer balance y concluir que aquellas revoluciones nunca llegaron a serlo. Los buenos deseos y sus justas causas quedaron atrapados por dictaduras de partido único que se construía como vanguardia leninista y conducía a totalitarismos absolutos, a dictaduras implacables. Cuba es, desde luego, el exponente de esa evolución, y más allá de conquistas sociales incuestionables, en el ámbito de la educación o –en su tiempo– en el de la sanidad, la incapacidad para admitir el mercado como motor económico y el férreo control de todas las esferas de la libertad a su pueblo han convertido la isla en un espacio económico marginal y empobrecido. 

Nicaragua evolucionó de otra manera y los dirigentes de la revolución aceptaron inicialmente el juego democrático, pero, una vez que recuperaron el poder, impusieron una tiranía brutalmente represiva, monopolizaron todos los poderes y han destruido todas las opciones de alternancia y de libertad. 

A comienzos del siglo XXI, la otra gran experiencia “revolucionaria” la produjo Chávez en Venezuela. Esta vez con apoyo electoral, se construyó un modelo de gestión populista, con enorme apoyo social inicialmente, entre otras razones por el desastre partidario y gubernamental de anteriores gobiernos. Pero esa revolución fue transformándose en un sistema de monopolio y control institucional a través de las enormes posibilidades que generaban las riquezas naturales del país. El chavismo se hizo totalitario por sus propias convicciones y por la influencia leninista de Cuba. Aplicó la represión a la oposición cuando le hizo falta y creó una estructura partidaria fuerte, con alta presencia social. La división y los errores de la oposición hicieron el resto. Ahí están gobernando un país arruinado (también por las sanciones internacionales) pero sin expectativas de alternancia por ahora. 

No hay predestinación 

La pregunta, a efectos de esta tesis, es la misma: ¿progresan los pueblos de América Latina? ¿Gozan de libertad? ¿Disfrutan de bienestar material? Si enferman, ¿reciben atención sanitaria de calidad? Las preguntas son infinitas, y las respuestas son negativas, desgraciadamente. 

Falla la política, han fracasado las ideologías aplicadas. Siguiendo a Acemoglu y a Robinson en su aclamado Por qué fracasan los países, son las instituciones de un país las que influyen decisivamente en la prosperidad o en la pobreza de un territorio. Son factores sociológicos, históricos, políticos los que influyen en el destino de los pueblos, pero lo son en función de su gestión de los mercados, de la seguridad jurídica que ofrezcan, del funcionamiento correcto de sus políticas económicas. No hay predestinación en la condena de los países. Son sus políticas y sus políticos los que determinarán el desarrollo económico y social sobre los que operan. 

Las sociedades fracasan cuando las instituciones que ordenan la vida social no permiten que la ciudadanía desarrolle su talento, sus capacidades, que el dinamismo natural de mercados libres estimule y favorezca el crecimiento, el desarrollo, la creación de riqueza. Si las clases dirigentes y sus instituciones monopolizan el poder, el político y el económico, sus naciones fracasarán. No, no son los pueblos los culpables de su destino, sino las élites extractivas, que los condenan a la frustración del subdesarrollo. 

Uno de los efectos más lacerantes de este fracaso es el insoportable nivel de desigualdad que padecen esos pueblos. El más alto del mundo. ¿Por qué? La desigualdad es, desde luego, un fracaso redistribuidor del Estado, pero a ello contribuye una exagerada concentración de riqueza y poder de unos pocos, a su vez evasores fiscales tradicionales. ¿Por qué muchos países no han sido capaces de añadir valor a sus recursos naturales y siguen siendo demasiado dependientes de sus commodities para sus ingresos fiscales? Hablando de ingresos fiscales, ¿cómo es posible tener un Estado que proporcione seguridad, que administre justicia, que asegure educación y sanidad universales, que promueva crecimiento económico… con niveles de recaudación fiscal del 20% sobre el pib? Y, a su vez, ¿cómo aumentar la recaudación fiscal si la mitad de la economía es informal y ni trabajadores ni pequeñas empresas cotizan al sistema de la seguridad social, ni pagan impuestos? Así no hay manera. Es un círculo infernal. 

Por supuesto, Brasil recauda más de un 30% de ingreso fiscal y tiene una industria potente. Sabemos que Costa Rica es muy parecida a cualquier democracia europea. Sabemos que México tiene una economía fuerte en el marco de su acuerdo económico con Estados Unidos. Conocemos la potencia económica de Santiago, de Bogotá, de Santa Cruz. Es verdad que hay cerca de treinta unicornios, con plataformas digitales de éxito, lo que pone en evidencia la alta cualificación de muchos jóvenes latinoamericanos y su enorme creatividad. Pero, al mismo tiempo, cabe preguntarse cómo es posible que América Latina exporte café a medio mundo pero que quienes lo venden encapsulado y caro sean los suizos o los norteamericanos. ¿Por qué, teniendo la materia prima, el cacao, quienes venden chocolate elaborado al mundo entero son los belgas o los franceses? Lo mismo podríamos decir del litio. No necesitan exportar litio, sino construir baterías y venderlas al mundo. En definitiva, la eterna pregunta sobre el retraso latinoamericano para añadir valor y producción transformadora a los propios recursos. ¿Cómo ha sido posible que Argentina, un país que estaba entre los diez más ricos del mundo a mediados del siglo XX, hoy esté fuera de los mercados financieros internacionales y tenga tan altos niveles de pobreza? 

Claro, lo sabemos, aplicar categorías y análisis políticos comunes a un espacio plural y diverso como lo son los países latinoamericanos es siempre injusto. Generalizamos bajo los mismos parámetros realidades muy diferentes, acontecimientos y comportamientos sociales muy distintos, y cometemos así errores de bulto al asemejar, por ejemplo, la Centroamérica pobre y fracturada con la exuberancia financiera de Panamá o el dinamismo económico brasileño. Es como ese eslogan –creo que publicitario– que dice que es imposible ver un solo México, aludiendo a la riqueza histórica y a la diversidad cultural de ese maravilloso país. Con América Latina ocurre lo mismo. 

La política como actividad humana  

Hay, sin embargo, algunos elementos comunes, históricos y culturales, que permiten un análisis crítico sobre uno de los factores más definitorios de la vida pública latinoamericana: su política. ¿Ha fracasado la política en América Latina? Es una pregunta provocadora, incluso ofensiva e injusta para con muchos líderes que lo hicieron bien, en momentos difíciles y en circunstancias adversas. Pero mi aprecio a esas excepciones no me impide mantener que la política, en su acepción más noble, más omnicomprensiva, ha fallado en América Latina. La Política con “p” mayúscula, como le gusta decir al presidente Petro. La política como ciencia o como arte, la política como actividad humana, en definitiva, dirigida a organizar y gestionar la convivencia ciudadana. La política que pretende que los pueblos vivan en libertad, con derechos y deberes, sometidos a reglas justas, que les permitan desarrollar sus facultades, sus recursos y sus actividades con justicia y cohesión social. O, dicho de otra manera, las democracias no han sido eficientes en la gestión de los recursos económicos y naturales de los países latinoamericanos. Porque nadie duda de que las aspiraciones de sus pueblos se compadecen con la libertad, con los regímenes democráticos, con Estados de derecho, y sin embargo estos no han sido eficientes en la contraprestación de bienes públicos suficientes y suficientemente distribuidos. 

Han pasado ya veinte años largos de este nuevo siglo. América Latina enterró el golpismo militar. Consolidó sus democracias, los votos entronizaron revoluciones bolivarianas y el crecimiento económico de la primera década permitió avances económicos y sociales considerables. Reducir la pobreza, modernizar las infraestructuras urbanas, físicas y tecnológicas, bancarizar y digitalizar las nuevas clases medias, fortalecer los servicios educativos fueron algunos de esos avances. América Latina creció como nunca, aprovechando los altos precios de los minerales y la demanda económica mundial, especialmente la de China. Luego cayeron los precios de las materias primas, la economía mundial se estancó con la crisis financiera de 2008 a 2014 y finalmente nos llegó la maldita pandemia. América Latina fue el continente más castigado. Estamos de nuevo mal. 

¿Qué retos tiene la política latinoamericana hoy? 

En mi opinión, está emergiendo una nueva ciudadanía que reclama a sus gobiernos lo que muchos de estos no les pueden dar. Reclama educación y sanidad universales y de calidad. Reclama seguridad en sus vidas, ya sean periodistas mexicanos, políticos ecuatorianos, campesinos colombianos o habitantes de favelas brasileñas. Sin seguridad no hay libertad. Reclaman un poder judicial independiente, sistemas de protección social y pensiones dignas. Reclaman movilidad subvencionada. Es una ciudadanía consciente de las enormes desigualdades de sus países y sencillamente dice: ¡basta! Es una ciudadanía que no tolera la corrupción, ni los abusos de poder, ni soporta democracias que no lo son. Quiere libertad y progreso. Son los estudiantes de Santiago o de Bogotá. Son millones de ciudadanos reclamando la vacuna contra la pandemia. Son miles de pequeñas empresas que demandan ayudas para no cerrar sus pequeños negocios. Son las masas emigrantes de Honduras y Guatemala. Son los luchadores por la libertad en Managua o la población decepcionada en Caracas. Son clases medias que no están dispuestas a dejar de serlo para caer de nuevo en la pobreza. También son los jóvenes cubanos que quieren libertad creativa y progreso social. Son ciudadanos globalizados por sus smartphones que han estado y están en contacto con otros ciudadanos del mundo y ven lo que tienen y se preguntan: ¿por qué yo no? Son pueblos enteros sufriendo la pandemia en ciudades con servicios sanitarios desbordados. Son países que descubrieron la debilidad de sus Estados. 

Uno de los síntomas de esta grave situación, que la pandemia acentuó, es la confianza. Por cierto, la 54.ª edición del Foro de Davos, que reúne a más de cien gobiernos y casi 3.000 líderes políticos del mundo, se ha celebrado a comienzos de 2024 bajo el significativo título “Reconstruir la confianza”. Mejor dicho, la falta de ella. Pero, claro, desconfianza es solo uno de los síntomas que muestra la debilidad de los Estados y la precariedad de sus instituciones. Un informe recientemente publicado por el bid, Confianza. La clave de la cohesión social y el crecimiento en América Latina y el Caribe, muestra detalles reveladores a este respecto. Concretamente, en el periodo transcurrido entre 1981-1985 hasta 2016-2020, la confianza generalizada o “interpersonal” descendió del 22% al 11 % en América Latina y el Caribe. Solo uno de cada diez ciudadanos cree que se puede confiar en los demás. A su vez, solo tres de cada diez ciudadanos en América Latina y el Caribe confían en su gobierno. No hacen falta demasiadas explicaciones sobre el enorme impacto que tiene en la democracia, en el crecimiento económico y en la cohesión social esta desconfianza generalizada de la población en sus instituciones y en sus conciudadanos. 

Es un círculo vicioso y peligroso. La ciudadanía no confía en sus instituciones porque estas no cumplen su cometido ni los compromisos para los que los eligieron. La democracia sufre porque esa deslegitimación mina sus fundamentos. Así, pierde eficacia en la resolución de los problemas que sufre la ciudadanía o en la respuesta a las demandas que esta plantea. Algunos lo llaman “fatiga democrática”, pero no creo que sea una definición acertada, porque la fatiga evoca cansancio o agotamiento de una experiencia larga o prolongada, y no es eso lo que acontece en las democracias latinoamericanas. Es más bien que estas (las democracias) nunca llegaron a desplegarse y a ofrecer todas las ventajas de su ideario. Es más bien que el contrato social que se desprende de la democracia ha sido incumplido, o simplemente ha fallado. 

Faltan discursos y propuestas capaces de vertebrar estas aspiraciones tan comunes y extendidas entre sus ciudadanías hacia programas y políticas más pragmáticas, más realistas, más consensuadas y más centradas en las grandes demandas sociales de sus pueblos. Menos retórica, menos caudillismos, menos autoritarismos, menos inmediatez en soluciones imposibles, menos promesas incumplibles. La renovación de la política latinoamericana tiene que venir de las soluciones socialdemócratas que combinan democracia y libertad con políticas de igualdad y de cohesión social, en un marco de economía de mercado sometido a la intervención del Estado en defensa del interés general y de la redistribución social. 

Publicado en la Revista Letras Libres, Abril 2024.