12 de junio de 2024

Un Nuevo Parlamento y una Europa en riesgo.

Las elecciones europeas que han tenido lugar el pasado 9 de junio, serán decisivas para el futuro de la Unión Europea. Importantes lo son todas, pero, sinceramente creo, que pueden ser decisivas. Europa está amenazada, no solo por la guerra en Ucrania y por los peligros de su vecindad con Rusia. Otras amenazas, nos enfrentan a un futuro incierto, quizás incluso hostil. El mundo que se está configurando en este siglo XXI, ese que creíamos cargado de esperanzas y expectativas, es ajeno a muchos de nuestros valores y compite ferozmente con nuestros intereses. Amenazas tecnológicas, comerciales y geopolíticas, se suman a las bélicas y cuando creíamos haber construido una unión supranacional capaz de pilotar y liderar el mundo de la democracia y de la paz, hemos descubierto que nuestra embarcación, sufre múltiples vías de agua.

Es verdad que Europa ha sido capaz de vencer múltiples momentos de crisis a lo largo de su historia. Sólo por recordar las más recientes: la crisis del euro y del sistema bancario europeo entre 2009 y 2014, el Brexit en 2016, la crisis migratoria en 2015, la invasión de Crimea en 2014 y la de Ucrania en 2022, la pandemia. De todas estas crisis hemos salido con una Europa más reforzada, más integrada y mejor construida.

Pero no todos los grandes avances de la Unión Europea han sido fruto de crisis coyunturales, como previera Jean Monnet. Ha habido otras grandes decisiones europeas que fueron fruto de acertados cálculos previos: el mercado único y la moneda común entre otros, lo que nos permite recordar al gran Jacques Delors, como uno de los grandes arquitectos de la Unión Europea de hoy.

Podemos concluir por ello que debemos confiar en la Unión Europea que viene y en concreto en la que ha surgido de estas elecciones celebradas este año. Ocurre, sin embargo, que hay dos circunstancias nuevas: la primera es que el mundo ha cambiado mucho y a peor y la segunda es que en todos los países europeos, están creciendo opciones políticas de derecha extrema cuyo fondo común es un neo-nacionalismo antieuropeo que será retardatario y obstaculizador de los esfuerzos de integración que reclaman esos desafíos.



Los cambios en el ámbito económico, tecnológico y sobre todo geopolítico explotan a raíz de la pandemia y de las guerras en Ucrania y Oriente Medio. El parón productivo de 2020-2021, unido a las incertidumbres geopolíticas y climáticas (canales de Suez y Panamá, por ejemplo), provocan un repliegue inesperado de la globalización, una relocalización empresarial hacia cadenas de aprovisionamiento más cercanas y seguras (near-shoring, friendshoring) y ponen en evidencia lagunas productivas, casi existenciales, para nuestro continente. Esto coincide con la crisis energética que nos produce la decisión de cortar el suministro de gas y petróleo rusos, algo que se ha hecho en un período tan extremadamente corto, como costoso social y económicamente.

Europa, acostumbrada a operar en el mercado mundial a través del comercio pactado y la interdependencia geopolítica, descubre de pronto que el mundo tiembla bajo sus pies. La tensión tecnológica y comercial entre China y Estados Unidos aumenta las dificultades de nuestros mercados. La «Inflaction Act» americana atrae inversiones europeas hacia mercados sobre estimulados y proteccionistas. Seguridad económica, fuentes energéticas seguras, autonomía estratégica, resiliencia de las cadenas de suministro, relocalizaciones aceleradas, son conceptos que invaden nuestros debates porque se han convertido en poco tiempo en necesidades angustiosas. La economía global dejó de ser lo que era. Un nuevo y competitivo marco geoeconómico también nos amenaza.

A ello se añade el déficit tecnológico europeo frente a Estados Unidos y China y la pérdida casi definitiva del liderazgo en algunos mercados básicos para la sociedad del futuro: las grandes plataformas tecnológicas del consumo, las redes sociales, la inteligencia artificial, el 5-G de las telecomunicaciones, el control de algunos materiales básicos para la movilidad eléctrica y la producción de energía renovable... Europa ha descubierto demasiado tarde que su fragmentación nacional y la ausencia de un mercado de capitales ágil y eficiente le impiden la creación de grandes compañías, capaces de transformar su capacidad de innovación en líderes mundiales. Por otra parte, el modelo regulatorio europeo, más rígido en defensa de una digitalización ética y de los derechos ciudadanos frente a los nuevos poderes oligopólicos de las tecnológicas, está siendo interpretado como un nuevo obstáculo al emprendimiento y a la innovación, en comparación singular-mente con el caso norteamericano. De hecho, en los últimos años la renta per cápita y la productividad Europea respecto a la de Estados Unidos se están distanciando creciente y peligrosamente.

Finalmente, la guerra ha vuelto a nuestras vidas. Las generaciones nacidas en la segunda mitad del siglo pasado hemos vivido con miedo al pasado y sentimientos de seguridad y progreso respecto al futuro, al contrario que los millennials y la Generación Z del presente. Pero habíamos subcontratado nuestra seguridad a Estados Unidos a través de la OTAN. Los beneficios de la Paz han terminado y las décadas de ahorro militar y defensivo se vuelven ahora contra nosotros poniendo en evidencia la más absoluta heterogeneidad de nuestro armamento y la falta de cooperación entre la industria militar europea.

Hay una enorme coincidencia en Europa sobre la magnitud de estos cambios y sobre la urgencia de los desafíos europeos. Los Think-tanks, institutos de análisis, editoriales, papeles de la Comisión... coinciden en este preocupante diagnóstico. Es más, también coinciden en las soluciones. Lo problemático será implementarlas, ponerlas en marcha, echar a andar, como se dice cuando se emprende un objetivo y una meta a la que llegar. Y aquí está mi segunda gran preocupación: ¿Será capaz Europa de avanzar en toda una serie de respuestas estratégicas a su difícil encrucijada, a partir del nuevo Parlamento Europeo que saldrá del 9 de junio próximo? ¿Podrá Europa dar pasos sustanciales en su integración, en sus decisiones estratégicas conjuntas, que requieren ceder soberanías y competencias nacionales, si las fuerzas neo-nacionalistas de derechas se imponen en el Parlamento Europeo y en los gobiernos de las naciones europeas?


Esta es la gran cuestión, porque si nos fijamos bien, las líneas de respuesta a estos desafíos reclaman una Europa más unida, más integrada, mejor engrasada y más ágil en sus tomas de decisiones y en su implementación. Por ello, los principales retos para la Unión Europea que se derivan de estas elecciones pasadas son:

1. Europa necesita ser un actor relevante en el nuevo marco internacional y no puede limitarse a ser parte del bloque occidental que lidera Estados Unidos. Necesitamos una estrategia común en política exterior que proteja nuestros intereses ante los diversos entornos geopolíticos que están modelando las dinámicas del poder. Europa tiene que defender un orden de paz, multilateral, reglado e interdependiente, pero la política exterior europea corre el riesgo de mantenerse en el aislamiento del resto del mundo por nuestros desacuerdos internos. La única posibilidad de resol-ver los problemas globales y promover nuestros intereses, es mantener relaciones constructivas con los actores no occidentales y eso requiere una unidad inexistente hoy de la política exterior europea, sometida a la difícil, por no decir imposible, unanimidad de los Veintisiete.


2. Debemos asegurar nuestra soberanía, nuestras libertades y nuestro modo de vida y sociedad. Tenemos que construir una política de defensa y seguridad común. Lo que venimos postergando desde hace demasiado tiempo, hoy es una urgencia vital. Eso implica muchas cosas, desde aumentar nuestro gasto en defensa, a coordinar a nivel europeo nuestro armamento. Desde fortalecer el flanco europeo de la OTAN, a planificar las compras de material militar en Europa. Desde cooperar en la I+D militar europea, a diseñar nuestros ejércitos en el marco europeo. Esto no se hace ni en uno, ni en cinco años y cuanto más tarde empecemos más débiles seremos.


3. La competitividad europea y nuestro liderazgo tecnológico están en peligro y son precisas muchas políticas comunes en el ámbito europeo para impulsar nuestro tejido investigador y productivo en todas las áreas de nuestra política industrial. Ello implica armonizar las ayudas de Estado y racionalizarlas; favorecer el emprendimiento y la creatividad empresarial; facilitar la financiación privada con un mercado de capitales más poderoso y eficaz, en el que tengan más influencia las sociedades de capital riesgo; incentivar un ecosistema europeo de innovación e investigación; ayudar a la creación de grandes compañías líderes capaces de competir en el mercado global; potenciar la formación continua y el refuerzo del capital humano... Europa está pendiente de dos informes básicos para afrontar esta ingente tarea: el informe sobre la competitividad europea encargado a Mario Draghi y el informe sobre mejoras en nuestro mercado interior encargado a Enrico Letta. Ambos determinarán las políticas a implementar en los próximos años en torno a estas grandes materias.


4. La seguridad económica europea está en juego. No solo por todo lo señalado en el párrafo anterior, también porque estamos en pleno proceso de asegurar el suministro energético y liderar la descarbonización y la lucha contra el cambio climático en el mundo. Porque además, necesitamos planificar y resolver a escala europea todos los problemas detectados en nuestra cadena de suministro y eliminar nuestras dependencias básicas en componentes y materiales para asegurar nuestra soberanía en muchos planos de nuestra vida (agricultura, farmacia, etcétera) y de nuestra actividad industrial (semiconductores, materiales críticos, tecnologías, etcétera).



5. Este ingente programa reclamará una financiación pública que el actual presupuesto de la Unión no puede satisfacer en los términos actuales. En un título indicativo de la dificultad financiera europea ante tales desafíos: «armas, árboles o fábricas», Wolfgang Munchau, venía a señalar el riesgo de que Europa debilite su Programa de Transición verde (Green Deal), ante la imposibilidad de combinar el gasto en defensa y en políticas de competitividad. A ello añadía los costes del envejecimiento demográfico europeo y las guerras de terceros. Tiene razón. Pero el Next Generation UE, ha marcado un camino. Europa tendrá que afrontar mecanismos financieros similares y políticas de fiscalidad común para afrontar la financiación de bienes públicos europeos y para contribuir a la estabilidad macroeconómica de la eurozona, atendiendo a estos desafíos.


6. Europa ha decidido ampliarse a los países de los Balcanes y a Ucrania, Moldavia y Georgia y ese proceso está lleno de dificultades políticas y técnicas. Las políticas en estas últimas se ven y se padecen. Pero los problemas serán también enormes en el caso de varios de los países balcánicos (Bosnia-Herzegovina, Kosovo, Serbia...), en los que los criterios democráticos y las exigencias económicas que la unión exige para la adhesión distan mucho de ser cumplidos. En cualquier caso, a los efectos de los desafíos que afronta Europa, la ampliación será otro de los grandes porfolios que demandarán unidad e integración.

Vuelvo a la pregunta. ¿Será capaz Europa de tomar decisiones de este calado, de esta exigencia europeísta, con un triunfo político de fuerzas que fueron abiertamente antieu-ropeas y hoy son, como mínimo, euro escépticas? Cuando haya que decidir aumentar la financiación nacional a la Unión, cuando haya que fijar un impuesto europeo, cuando haya que racionalizar las ayudas nacionales a la industria, cuando haya que acordar programas de fabricación militar conjunta... ¿Cuál será la respuesta de las derechas extremas en el Parlamento Europeo? ¿Cuál será la posición de los gobiernos presididos o formados por fuerzas neo-nacionalistas? He ahí el dilema europeo de los próximos años.



REVISTA DERECHO Y ECONOMÍA DE LA INTEGRACIÓN | N.º 12, Junio de 2024