La intervención en Forética para responder a la demanda de esta organización, haciendo un balance de estos últimos 20 años de responsabilidad social en las empresas, ha buscado describir telegráficamente lo que funciona y lo que no en esta larga marcha. Empecé por agradecer a German Granda y a los directivos de Forética su trabajo y reconocer la importancia de sus aportaciones a esta causa en este aniversario tan importante para ellos y para todos nosotros.
Intervine después de escuchar a Stefan Crets y a Saïd El Khadraoui y me pareció necesario recordar que este tiempo de nuevos propósitos, de sostenibilidad en todo y para todo, de new deal europeo y de grandes proyectos en todo el mundo, tienen que someterse al prisma del realismo.
“No quiero ser la voz amarga frente a este discurso, dije, pero debo recordar que muchas de estas iniciativas llevan circulando muchos años y no han alterado sustancialmente la ecuación empresas/sociedad”. Recordé a estos efectos que España fue el país que más empresas incorporó al Pacto Mundial de Naciones Unidas hace algo mas de 15 años. Que en plena crisis económica 2008-2010 todos los grandes lideres de mundo hablaban de renovar el papel de la empresa en la sociedad, incluso de “refundar el capitalismo” (Sarkozy dixit). Pero tanta iniciativa internacional y tanta verborrea programática no han ido acompañadas de una transformación real de las empresas y sus impactos sociales y medioambientales.
Haciendo un balance constructivo de lo que han significado estos años en materia de responsabilidad social, yo diría que hay cuatro factores que nos tienen que preocupar porque no están impulsando ni favoreciendo el desarrollo de la responsabilidad social empresarial.
1.- La responsabilidad social no ha penetrado como un elemento estratégico nuclear en los consejos de administración ni en los CEOs y directivos principales de las empresas. Es más un componente de su reputación corporativa, formando parte así de un elemento puntual de la estrategia de las empresas, gestionado por un departamento ad hoc, muchas veces por las fundaciones de las compañías. Se trata, así, de una falsa responsabilidad social, mucho más una acción social con objetivos de marketing y de adorno reputacional.
2.- La ecuación entre las inversiones en responsabilidad social y sostenibilidad empresarial y los beneficios generados en términos reputacionales o incluso en términos económico-financieros, no está funcionando como esperábamos. Siempre creímos que la nueva sociedad de la información, especialmente las redes, acabarían empoderando a una ciudadanía con capacidad de premiar y castigar los comportamientos responsables o irresponsables respectivamente. Desgraciadamente, esto no es así. La sociedad está mas informada pero probablemente menos formada. Somos muy exigentes pero desde actitudes individualistas, consumistas y los elementos de vertebración social y los valores de la solidaridad se han devaluado ante la ofensiva neoliberal de los últimos 20 años.
3.- Hay una gran confusión en la calificación de la responsabilidad social. Demasiados observatorios, demasiadas etiquetas, demasiados analistas, demasiados métodos de medición… Pero además, en cada país hay una cultura distinta sobre la responsabilidad social y entre los sectores económicos hay tantas diferencias que no resulta fácil establecer parámetros y baremos comunes.
Esta confusión perjudica la percepción social de quién es responsable y quién no lo es y hace muy difíciles los estímulos objetivos para fomentar y desarrollar la sostenibilidad empresarial. Por ejemplo, los pliegos de condiciones para las compras públicas se enfrentan a este problema.
4.- El discurso político y las políticas publicas no han tenido la suficiente intensidad ni coherencia como para que la responsabilidad social empresarial se instale en la cultura social y en las políticas públicas. Una de las razones por las que la expansión de la RSE a las pymes y a las medianas empresas no se ha conseguido es precisamente que no ha habido unas políticas de apoyo y de fomento suficientes. Tampoco el sector público ha dado una ejemplaridad suficiente, aunque hay excepciones que merecen ser destacadas en algunas empresas y servicios públicos.
Sin embargo, hay factores que están favoreciendo e impulsando la cultura de la sostenibilidad empresarial que debemos subrayar y aprovechar para seguir haciendo fuerte esta idea.
Primero, la ley. La legislación ha acabado siendo un elemento formidable para la generalización de las buenas prácticas que un día fueron voluntarias. La voluntariedad es consustancial a la RSE pero también ha mostrado sus límites, especialmente en los últimos años de la crisis económica. La ley, sin embargo, ha proporcionado avances importantes al establecer obligaciones en la información no financiera (directiva europea, recientemente traspuesta a la legislación española), en la igualdad de géneros al establecer los permisos de paternidad, las cuotas de los consejos de administración, la igualdad de salarios, etc, así como a la conciliación familiar. La ley, por eso, hace irreversibles los avances y convierte en norma obligatoria lo que inicialmente fue voluntario.
La ley penal que establece la responsabilidad de directivos y de consejos por posibles delitos es también un instrumento que favorece la responsabilidad social de las empresas. Hasta hace unos pocos años, el Código Penal no incluía entre sus tipos la responsabilidad de las compañías. Hoy sí lo hace y eso las hace mejores.
Un segundo elemento a considerar es el empuje que está proporcionando el sistema financiero a las empresas en materia de sostenibilidad. Curiosamente, son los inversores, sus fondos de inversión, inclusive los detentadores de los fondos, los que están estableciendo nuevas condiciones en la línea de la sostenibilidad a las compañías en las que invierten. El sistema financiero quiere claridad, transparencia y no corrupción. Quiere que les expliquen los riesgos internos de las compañías y quiere evitar los impactos negativos de sus acciones y esto está produciendo un avance en el comportamiento de las empresas temerosas de que los fondos les castiguen por actuaciones contrarias a estos principios. Las instrucciones europeas en materia de finanzas sostenibles publicadas recientemente van en esta dirección y son un buen camino.
El tercer elemento es el que corresponde a las nuevas corrientes sociales que afectan cada vez más al comportamiento de las compañías. Sin duda, estas corrientes son consecuencia de los últimos acontecimientos y especialmente de la crisis económica de los últimos años. Hay una sociedad enfada con la crisis, con los responsables financieros de la crisis, con la desigualdad, con la irresponsabilidad en el corazón de los negocios, con las malas prácticas, con los abusos, con las indemnizaciones a los directivos, con los abanicos salariales, etc.
Estas tendencias se están manifestando hoy en una demanda de mayor igualdad en todos los planos dentro de la compañía, en favor de una justicia fiscal y de un comportamiento fiscal honesto y responsable por parte de las compañías en cada uno de los países en los que operan y, claro, cómo no, fundamentalmente en el compromiso de las empresas en la lucha contra el cambio climático.
Estas tendencias se expresan en el interior de las compañías, pero también en los medios de comunicación y en las redes. La imagen corporativa y reputacional de las empresas busca el confort social en estos planos y está impulsando buenas prácticas incluso para mejorar su capacidad de atracción profesional y de talento.
Por ultimo, y muy importante, la intervención de las grandes organizaciones internacionales para facilitar la colaboración y la participación de las empresas en los objetivos de la humanidad. Yo destacaría principalmente en esta materia a Naciones Unidas, que, desde hace 20 años y a través de procedimientos distintos, está favoreciendo este compromiso social de la RSE. En este sentido, me gustaría hacer una especial mención al avance que estamos experimentando con los objetivos de desarrollo para 2030, que constituyen un camino universal y un espacio común para que todas las empresas del mundo colaboren en objetivos de sostenibilidad y de dignidad humana. En el mismo sentido, señalo la importancia de extender los derechos humanos como una ley universal de cumplimiento obligatorio por parte de todas las empresas y en todos los países del mundo en los que operan. El camino hacia una norma internacional o un tratado que convierta en obligatorios estos principios sería un paso fundamental en la calidad del trabajo y en la sostenibilidad del planeta.