Le conocí a finales de los sesenta. Quizás en 1969. Yo era un aprendiz de ajustador en el taller y después de estudiar ingeniería técnica, me subieron a la Oficina de Proyectos de Victorio Luzuriaga SA, en Pasajes. Gerardo ya estaba allí. En la Oficina de Compras muy cerquita de la Oficina técnica a la que me incorporé.
Eran unos tiempos emocionantes. La dictadura tocaba a su fin. La ola democrática empezaba a ser intensa. Las contradicciones del régimen, las presiones exteriores, la edad y la salud de Franco... todo anunciaba un tiempo nuevo. Eran los primeros años setenta.
Eran años de huelgas políticas, reuniones clandestinas, panfletos, propaganda, manifestaciones esporádicas, concentraciones montañeras... para acabar con el franquismo y empezar a construir la democracia.
Gerardo ya estaba allí. A su militancia clandestina jeltzale, unía una simpatía y un afecto contagiosos. Le confesé mi interés por el PSOE y él fue el primero que me trajo propaganda del partido desde «el otro lado». Me habló del Gobierno Vasco en el exilio y de la convivencia de socialistas y nacionalistas bajo la presidencia del lehendakari Leizaola. Yo estaba en esos tiempos contactando con Txiki Benegas, José Antonio Maturana, Enrique Mugica... etc, los abogados socialistas de San Sebastián... Ellos también me hablaron de aquel gobierno del lehendakari Aguirre que desde París se había trasladado a Bayona. Alli estaba Juanito Iglesias, como consejero socialista (’el manco’ le llamábamos porque perdió un brazo huyendo del fuerte de San Cristóbal en Pamplona en plena guerra) al que se habían unido Maturana y Benegas en representación del partido. Gerardo no intentó llevarme al PNV. Respetó mis simpatías y me trajo un paquetón de periódicos de ‘ El Socialista’ que fui colocando en los armarios de los vestuarios con tantos nervios como emoción.
Gerardo ya estaba allí y puedo asegurar que era una persona muy querida en la Oficina. No eran tiempos como para ir haciendo carnets de partido, pero él difundía nacionalismo vasco con su simpatía y su ejemplo. Allí ya se sabia de su vieja militancia y de los sufrimientos represivos que había padecido aunque esos temas no eran, todavía, objeto de conversaciones abiertas. Gerardo no hizo nunca ostentación de su pedigrí nacionalista, ni de su participación en la guerra, ni de la cárcel, ni de las detenciones sufridas posteriormente. Seguro que lo hacía por prudencia, pero estoy seguro que también por discreción y humildad. No se vanagloriaba de un pasado que bien podía exhibir en aquellos círculos porque simplemente consideraba que todo lo que hizo y hacíaa era cumplir con su deber y con su conciencia .
Rebuscábamos en los periódicos de la mañana todo indicio predemocratico. Releíamos entre líneas, columnas y noticias que contaban los movimientos internos y externos en favor del cambio y del fin de la dictadura. Era un sentimiento general, una ansiedad colectiva que se palpaba. Comenzaban los tiempos de la tolerancia que se abrieron después a la libertad de todos.
Gerardo ya estaba allí. Discreto y prudente, pero optimista siempre. Él deseaba más que nadie la primavera democrática, pero mostraba la sensatez de la edad y la paciencia de los que habian sufrido la derrota de la guerra y la represión posterior.
La Oficina era un largo pasillo lleno de puertas a ambos lados dando a múltiples despachos. Nos movíamos por todos ellos, junto a Martín Elizasu, de Alza, también de la Oficina técnica, con quien compartíamos confidencias y aspiraciones.
Gerardo ya estaba allí, pero él no bajaba a talleres. En aquella fundición de Pasajes (Molinao) trabajábamos más de 2.000 personas, pero a la fábrica solo bajábamos de la Oficina técnica. Por eso repartíamos la propaganda del PNV y del PSOE indistintamente en los talleres a los que Gerardo no accedía. Panfletos en los casilleros, revistas en los armarios, pegatinas en las puertas... ¡Qué tiempos! A partir del 75 , especialmente después de la muerte de Franco, la zona en la que vivíamos toda esta aventura, era un polvorín y un hervidero de partidos a cual más radical. Nos despreciaban a los del PSOE y algo menos a los del PNV. Todos eran mucho más socialistas y nacionalistas que nosotros. Nos reprochaban que la policia no nos perseguía, que nos toleraban. Recuerdo muy bien la respuesta que les dio Felipe en aquellos inolvidables mítines de Eibar y San Sebastián (Astelena y Facultad de Derecho): «estas parcelas de libertad que yo estoy ocupando, serán grandes avenidas de la misma libertad para todos, muy pronto» . ¡Cuánta razón tuvo! Pero sus reproches eran especialmente injustos para quienes, como Gerardo Bujanda (o Ramon Rubial en nuestro caso) habían dado su vida entera por su causa.
Sí, Gerardo ya estaba allí y llevaba toda la vida en ello. Eso sí era meritorio. Lo nuestro era de amateurs. Y siguió allí. Continuó toda su vida haciendo cosas por su partido y por su país hasta este miércoles. Literalmente hasta este miércoles porque he leído que este mismo mes de agosto seguía en la brecha. ¡Grande Gerardo!
Gran persona, buen amigo de tiempos heroicos. Agur, ohore eta beti arte!
Publicado en el Diario Vasco, 7/09/2019