Presentación del Monográfico en la Delegación del Gobierno Vasco de Madrid. 25/10/12
Casi en dos palabras podría resumir mi visión del futuro vasco. La tesis es tan sencilla de explicar como compleja en su materialización. Euskadi es un país con una fuerte y diversa pulsión identitaria. Ser o sentirse vasco, dominar o no la lengua vasca, mirar el pasado con mitológica reverencia, o, simplemente pasar de él, querer ser sólo vasco o tan vasco como español, sentirse oprimido por España o, al contrario, sentirse harto de un nacionalismo irredento y manipulador que a su vez oprime a quienes no lo son, son todas ellas categorías identitarias que dibujan un abanico de pluralidad sentimental, tan amplio como las tablillas de ese instrumento manual del aire. En Euskadi nadie es indiferente a estas categorías que explican nuestra trágica historia reciente y que siguen atravesando la sociología política de la ciudadanía vasca.
La única solución a tan intensa pluralidad, es el pacto de convivencia. A esta regla elemental de la democracia, respondió, en su momento, el Estatuto de Autonomía de 1979. Un autogobierno profundo, con alto contenido competencial e institucional y una cuasi soberanía fiscal, derivada del histórico Concierto Económico, proporcionaban las dos bases del pacto: Atender las demandas de autonomía política y de recuperación cultural del País Vasco, al tiempo que se fortalecían y modernizaban los lazos de pertenencia y de unidad en un nuevo marco estatal de una España democrática y federal (aunque la llamemos autonómica). Todas las corrientes políticas de la transición y todas las fuerzas representativas aceptaron ese esquema, a excepción de quienes despreciaron la democracia y el autogobierno y escogieron la violencia para defender un proyecto sectario, inviable y totalitario. Treinta años después, ese modelo ha proporcionado el grado de autogobierno más avanzado que Euskadi ha tenido en su historia (en términos de historia contemporánea) y que supera, con mucho, cualquier modelo de autonomía política y económica de cualquier entidad sub-estatal del mundo.
Hablar pues del futuro de Euskadi y hacerlo ahora, en los luminosos días de julio de 2012, exige partir de esas dos premisas, desarrollar después la evolución de la sociedad vasca en estos últimos treinta años, analizando especialmente el desenlace de lo que parece el final de la violencia y dibujar los espacios en los que puede dilucidarse el futuro del país.
El espacio político.
Desde un punto de vista estrictamente partidario, todo parece indicar que el espacio político parece definitivamente perfilado entre cuatro grandes fuerzas políticas, dos nacionalistas: PNV y Batasuna y dos de organización estatal: PSE y PP. El otro eje que configura la estructura partidaria de Euskadi, el ideológico derecha-izquierda, es menos lineal que el anterior, porque nadie sabe bien la ubicación ideológica en la que se situará la llamada Izquierda Abertzale y porque los perfiles social-cristianos y centristas del PNV no tienen una correspondencia exacta con la derecha cultural y neoliberal del PP.
Con más o menos alteraciones el espectro nacionalista ocupará entre el 50 y el 60% del electorado vasco, según se trate de elecciones generales o autonómicas respectivamente. La fuerza mayoritaria del nacionalismo seguirá siendo el PNV, aún a pesar del voto-premio a SORTU, por el fin de la violencia. Pero, ese soufleé se irá desinflando en los próximos años, cuando ETA sea sólo un recuerdo y cuando el filtro de la realidad y las contradicciones de gobernar hayan convertido a ese conglomerado radical independentista, en un partido más.
Esta configuración política responde bastante bien a la sociología identitaria del país, que, a lo largo de los últimos treinta años, ha permanecido bastante anclada en tres grandes categorías respecto a su proyecto político. Efectivamente, analizando las tablas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) desde el año 1984 hasta finales de 2006, sobre la base de los cinco grados de identidad en los que la ciencia sociológica divide las actitudes personales, se observa, en primer lugar, que la característica fundamental de la sociedad vasca, es su pluralidad identitaria y, en segundo, la estabilidad de esos sentimientos a lo largo de tantos años. El CIS nos dice que excluyendo a quienes sólo se sientes vascos (± 26%) o, sólo españoles (±7%), la suma de las tres categorías identitarias centrales: “tan vasco como español” (±35%) o, “más vasco que español” (±20%) o, “más español que vasco” (±6%) es, reiteradamente, una categoría muy mayoritaria que supera el 60% de los vascos.
La permanencia de este gradiente identitario durante tanto tiempo y, a pesar de las dramáticas circunstancias en las que hemos vivido los vascos desde la transición democrática española, acredita que los espacios políticos de la población son bastante estancos y que pase lo que pase, son bastante impermeables a las pretensiones partidarias de configurar mayorías resolutivas. A diferencia de Cataluña donde, una serie de circunstancias están produciendo un efecto acumulativo independentista (la Sentencia del Tribunal Constitucional respecto al Estatut, la crisis financiera de la Generalitat y, sobre todo, la demanda de un Sistema Fiscal propio), cuyos efectos políticos concretos no conocemos todavía, en Euskadi, las pretensiones rupturistas con el statu-quo autonómico, no han avanzado ni retrocedido. Y eso, a pesar de que durante treinta años hemos sufrido la tragedia terrorista, cuya base ideológica era precisamente la causa independentista y aunque durante casi diez años de poder institucional (1999-2008), el PNV abrazó un modelo “de independencia a plazos” basado en principios auto deterministas.
Pero resaltar la estabilidad identitaria de los vascos no debiera llevarnos a una conclusión equivocada. Dar por zanjada o resuelta la convivencia vasca en torno a un solo y único proyecto es, en el fondo, pretender imponer a los otros, nuestro modelo de la Euskadi del futuro. Quienes pretenden imponer a los nacionalistas un marco político único, invariable, forzosamente integrado en una realidad política estatal, en la que el nacionalismo vasco podrá ser influyente pero nunca determinante, están cerrando las posibilidades del cambio, están negando en la práctica, la existencia de proyectos alternativos y están alimentando así el victimismo nacionalista. Pero, a su vez, quienes quieren hacernos a todos nacionalistas a la fuerza, como en gran parte lo pretendía el llamado Plan Ibarretxe, imponiéndonos un modelo de país, basado en un ideario histórico, cultural, lingüístico y político, nítidamente nacionalista, con el objetivo único de construir un Estado propio, olvidan que, en tal caso, la división interna de la comunidad será inevitable y la fractura territorial, irreversible. Hablar del futuro de Euskadi exige pues, partir de esta exigencia de pacto entre dispares para “conllevar” la pluri-identidad. Como España, con sus nacionalismos, siguiendo la sentencia de Azaña, hemos de “conllevar” nuestra pluralidad identitaria hacia un destino que, ni podemos ni debemos prefijar impositivamente.
Fin de la violencia, crisis económica.
Hay dos circunstancias que definen el momento. El fin de la violencia y la crisis económica en España y en Europa ¿De qué manera influirán ambas circunstancias en el corto plazo? Políticamente viviremos una cierta exaltación nacionalista por la suma mayoritaria de los nacionalistas. Al fin y al cabo, el único precio que hemos pagado por la paz es la aceptación de su proyecto en la democracia. Un precio ineludible, coherente con lo que siempre les decíamos para que dejaran la violencia y, un precio, en suma, plenamente democrático. Pero será un tiempo transitorio. Quienes temen que la suma de los nacionalistas prefiguren un camino a la independencia de Euskadi, atribuyen al PNV una identificación de proyecto con Batasuna, absolutamente imposible hoy.
Por otra parte, la situación económica de Euskadi, de España y de Europa, no permite aventuras. Es verdad que la economía vasca no se ha visto tan afectada como el conjunto de la española por esta crisis sistémica y especialmente por la burbuja inmobiliaria. Es verdad que los sectores productivos de Euskadi (más de un treinta por ciento de industria) y las entidades financieras (BBVA y las Cajas Vascas), están fuera de toda sospecha. Es verdad, en fin, que las finanzas públicas vascas gozan de la incomparable ventaja de un sistema fiscal propio que proporciona un importante plus de financiación sobre el resto de las CCAA. Pero, siendo cierto todo ello, la economía vasca navega en el mismo barco que el conjunto de las economías españolas y europeas y no puede proyectarse al futuro, si no es sobre la salida conjunta a la crisis. Hay quienes piensan que la dramática situación económica que vivimos en España, hace crecer sentimientos separatistas en Cataluña y en Euskadi. Quizás. Habrá gente, sin duda, que pensará -en el más ortodoxo nacionalismo- que, “mejor solos, que mal acompañados”. La tentación victimista y la clásica culpabilización al vecino de todos nuestros males, tan querida por la ideología nacionalista, animará esa pretensión radical en algunos. Pero, no creo que sea la consecuencia política de la mayoría. Más bien, la contraria.
Euskadi es una comunidad rica. En 2008, éramos la tercera región europea en PIB per cápita (en paridad de capacidad de compra). Es una de las 25 regiones más desarrolladas de Europa. No por casualidad, tiene los sueldos y las pensiones más elevados de España y su industria es la más internacionalizada. Un tercio de los empleados son profesionales, técnicos y directivos, siendo uno de los países de Europa con mayor proporción de licenciados universitarios en ciencia y tecnología entre la población laboral de Europa. El desarrollo de la I+D+i y de las infraestructuras físicas e inteligentes de la sociedad de la información, alcanzan niveles plenamente europeos. Una sociedad así, no arriesga su bienestar. No se vuelve al pasado. No apuesta por la aventura. En Euskadi se trabaja, pero se vive. El consumo, la cultura del buen vivir, la inversión en segunda vivienda, en viajes, son notables. El cálculo económico y la seguridad material estarán pues, en la primera línea de las decisiones políticas. Pero, es que, además, la pretensión independentista en Euskadi, se enfrenta a obstáculos insalvables.
Primero.
No hay un país con densidad suficiente para ello. La mitología nacionalista y el fundamento político del proyecto independentista de hoy, concibe Euskal-Herria, como una patria para todos los vascos integrados en un territorio que abarca la actual Comunidad Autónoma, Navarra y las tres provincias vascas del Sur de Francia. En total, tres millones de personas. Navarra no quiere ser Euskadi y ni la propia Batasuna navarra aceptaría que lo fuera, en contra de la voluntad de los navarros. Por su parte, en el país vasco-francés, las fuerzas nacionalistas vascas (no necesariamente separatistas) no llegan al 10% de la población en las elecciones locales y no pasan del 5% en las generales francesas.
Segundo.
Planteado un proyecto así, únicamente para la Comunidad Autónoma Vasca, debe advertirse que Álava abandonaría ese marco político. El llamado Derecho a decidir se utiliza como argumento victimista contra el ordenamiento jurídico constitucional, aunque, llevado a sus últimas consecuencias dialécticas, resulta imposible negarlo para los territorios históricos o, incluso, para ciudades o espacios territotiales inferiores.
Tercero.
La pluralidad expuesta a lo largo de este artículo, es la mejor prueba de que una consulta o referéndum favorable a la independencia, supondría una fractura social enorme en el interior mismo de la Comunidad. En cada pueblo, en las escuelas, en las asociaciones cívicas, en los clubes deportivos, entre los vecinos de una casa, hay personas y familias con sentimientos patrióticos antagónicos. Una consulta de ruptura, es una herida social profunda. Un país que tiene pendiente la sutura de las enormes heridas que nos ha producido la violencia se desangrará irremisiblemente, si en el proceso generacional de reconstrucción de la convivencia, incorporamos semejante disparatada disyuntiva.
Cuarto.
Ninguna decisión sería definitiva. Por el contrario, la ausencia de mayorías rotundas, convierte a las decisiones de ruptura en reversibles, lo que somete al país a una inestabilidad insoportable ¿Quién puede negar a los perdedores de un referéndum, su derecho a convocar otro para revocar una decisión que, quizás la misma noche electoral del primero, ya está cambiando?
Quinto
No hay ninguna tradición histórica de ruptura con España. Al contrario, nuestros lazos culturales, económicos y políticos, han sido siempre intensos. Y lo siguen siendo. Por citar sólo uno, a veces nos olvidamos que entre 1960 y 1980, llegaron a Euskadi quinientos mil ciudadanos de otras tierras de España. Euskadi no puede entenderse sin España y viceversa.
Sexto
El mantenimiento del concierto económico configura una relación económica-fiscal con España, muy favorable para el País Vasco. Bien podría decirse que los costes económicos de un nuevo Statu-quo para Euskadi, podrían resultar muy gravosos para los vascos, incluso sencillamente inviable. Sin olvidar que no hay sitio en Europa para nuevos Estados surgidos de los actuales Estados-Miembros de la UE.
Se me dirá que la pretensión independentista no es tan brusca. Que se busca convencer, no imponer. Que se plasma en mayorías democráticas logradas progresivamente… Pero, entonces ¿Para qué se exige el derecho a decidir? O bien, si no se desea la independencia, ¿Cuál es el nuevo status que se reclama para Euskadi?
Durante los años 2006 y 2007, en mi calidad de portavoz socialista en la Comisión constitucional del Congreso de los Diputados, negocié y redacté los nuevos Estatutos de Autonomía para Cataluña, Andalucía y otras seis Comunidades Autónomas que renovaron sus Estatutos. El País Vasco nos trajo el Plan Ibarretxe y el Congreso lo rechazó. Pero, durante aquellos meses pensé con frecuencia en la oportunidad que perdía Euskadi al no renovar su Estatuto y renunciar así al impulso de autogobierno que representaban esas reformas. Pensaba entonces -y ahora- que nuestro Estatuto, hecho hace más de treinta años, podía renovarse y mejorar:
· Con una amplia regulación de derechos y libertades, en el ámbito autonómico, confirmada ya como tal posibilidad por el Tribunal Constitucional.
· Con una definición más precisa de los aspectos identitarios, lengua, historia, etc.)
· Con la mejora del autogobierno a través de la incorporación de nuevas competencias y la clarificación jurídica de los ámbitos competenciales.
· Con una organización institucional y territorial adaptada a las peculiaridades de cada comunidad.
· Con una organización de la administración de la Justicia y del Poder Judicial, con una visión más autonómica y más eficiente.
· Con una nueva regulación de la participación en los asuntos de la UE, así como nuevas facultades de Acción Exterior.
¿Qué puede y qué quiere ser Euskadi?
Ahora que ha llegado la paz en el marco de una crisis económica sistémica, en la incertidumbre europea y en medio de unos cambios tecnológicos, sociales y geoestratégicos desconocidos por su intensidad y por su velocidad, ¿Qué puede y qué quiere ser Euskadi?. Euskadi sólo puede ser una nación que pacta. Que pacta internamente su convivencia identitaria, reconociendo su propia pluralidad, su bilingüismo imperfecto, sus aspiraciones nacionales diversas y, hasta antagónicas, su diversidad ideológica interna… y que pacta también su marco de relaciones externas con el Estado en el que se inserta y al que pertenece.
Ese doble pacto surge de su propia voluntad. De su propia composición. Es un marco de convivencia interior y externo, que se abre al futuro sin limitaciones. Nadie sabe qué seremos mañana y cómo viviremos. Es imposible y antidemocrático además, configurar un horizonte cerrado en el que no quepan proyectos políticos democráticamente posibles. Por eso, el diálogo vasco, el doble pacto vasco fruto de nuestra propia pluralidad, debería responder a tres principios básicos:
El Estatuto y la Constitución son el marco político democrático que nos dimos libremente. Responde a nuestra voluntad democrática. No arrastra ningún déficit ni de origen ni de contenido y tiene en su seno las reglas y los procedimientos para su evolución y perfeccionamiento. Esas reglas siempre deben ser respetadas.
Euskadi es una sociedad de pluralidad cultural y política. Sólo desde el reconocimiento del pluralismo y la integración es posible construir su futuro. Todos combatiremos cualquier proyecto o iniciativa de carácter excluyente, impositivo o etnicista, que vulnere los derechos humanos individuales y los derechos políticos iguales de todos los ciudadanos.
Todos los proyectos políticos democráticos pueden y debe tener libre expresión en la democracia vasca, en nuestro pluralismo constitucional y estatutario. La voluntad democrática de los ciudadanos vascos respecto a su estatus jurídico-político, expresada en paz y en libertad, consecuencia de amplios consensos y con sujeción a las reglas que establece nuestra Constitución, debe encontrar su acomodo en nuestro ordenamiento jurídico. El bloque de constitucionalidad y Autonomía no es un corsé, sino un orden democrático, vivo, dinámico y potencial.
Cuando he soñado (despierto) -muchas veces- que me tocaba resolver en un texto, toda esta complejidad, siempre pensé en un Nuevo Estatuto de Autonomía para Euskadi que renovase el de Gernika de 1979, que ampliara su autogobierno en la línea de los Estatutos Reformados en 2006 y 2007 y que tuviera una amplia exposición de motivos, explicando la tragedia sufrida con la violencia de ETA, el fin del terrorismo, la incorporación de la Izquierda abertzale a la política, la repercusión de la convivencia…, el comienzo de un nuevo tiempo.
Publicado para el monográfico "La Paz llega por fin a Euskadi"de la revista Política Exterior. Octubre 2012.
Foto: Irekia.