Somos un país pendular. De pronto, treinta años de éxito autonómico, los tiramos por la borda como si fueran un fardo lleno de fracasos. De pronto, lo que creíamos un modelo para el mundo de organización territorial, por su capacidad para hacer compatible autogobierno y singularidad con cohesión y unidad, salta por los aires, dinamitado por los extremismos pendulares que, demasiado a menudo, emergen en esta España atribulada.
Dos pulsiones anti autonómicas recorren nuestro pesimista diagnóstico sobre la crisis. En Cataluña, a la vuelta del verano, los nacionalistas han dicho que esto se acabó y han iniciado un camino independentista, impensable hace solo unos meses. Pero, en el resto de España, especialmente en Madrid, se extiende una opinión que culpa al modelo territorial de ser una de las causas de nuestra crisis: exceso de gasto, descontrol, duplicidades, ineficacias, son citados día sí, día también, en tertulias, artículos, declaraciones políticas y no digamos en conversaciones de todo tipo, como uno de los principales problemas del país. Sin olvidar a quienes, desde hace tiempo vienen reclamando abiertamente una recentralización en toda regla: Devolución de competencias al Estado, eliminación de los sistemas forales, etc.
Sometido a esta tensión extrema y antagónica, el debate autonómico no tiene remedio. Las pulsiones centrífugas de los nacionalismos vasco y catalán, acabarán rompiendo el país si les enfrentamos a pulsiones centrípetas de la misma intensidad. Es lo mismo que incentivar en Cataluña el “España no nos quiere” con un irritado sentimiento español basado en los tópicos anticatalanes y el “que se vayan”. No puede haber una situación peor que la que se ha creado desde el pasado 11 de septiembre en la Diada. Cuando un país se le va de las manos al gobierno, pasan cosas como ésta.
¿Qué hacer? Sólo hay una respuesta. Avanzar en nuestro modelo autonómico en un sentido federal. Perfeccionar nuestro modelo territorial con los mecanismos propios de los Estados Federales. Más o menos, y salvando distancias y peculiaridades, como Alemania. Un modelo Federal sustentado en esta cultura tiene ventajas incuestionables. Permite, en primer lugar, abordar la superación de disfunciones y duplicidades y mejorar cosas que no funcionan bien en nuestro modelo actual. Permite fortalecer el autogobierno y clarificar el marco en el que se desenvuelven los repartos competenciales. Permite abordar la necesaria renegociación de la financiación del Estado, las Comunidades y los Ayuntamientos y los niveles de solidaridad interterritorial. Un federalismo de esta naturaleza nos permitiría, por último, reformar nuestro sistema legislativo cambiando el Senado por una Cámara territorial con presencia de los representantes de los gobiernos autonómicos y amplias capacidades legislativas en los temas autonómicos.
¿Implica este impulso federal cambios en nuestra Constitución? Por supuesto, si. Algunos, importantes, pero retocar la constitución se ha convertido en urgencia nacional, si recordamos que sólo la aprobamos los mayores de 55 años, y que desde 1978 se han producido cambios que no podemos seguir ocultando. Desde la igualdad de sexos, hasta la supresión de la mili. Desde nuestra pertenencia a la Unión Europea y la necesaria incorporación del Derecho comunitario a nuestro ordenamiento jurídico, a lo que representa Internet en nuestro marco normativo. Desde las exigencias de adecuar nuestro sistema público a la globalización, hasta las nuevas exigencias que nos impone la crisis. Desde una sociedad de emigración que todavía éramos en los setenta del siglo pasado, a una de inmigración, como somos hoy. Es en ese marco global de reformas de nuestra Carta Magna en el que podemos y debemos renovar nuestro pacto territorial.
Nuestra propuesta federal no cuestiona los artículos fundamentales de nuestra Constitución y, desde luego, no pretende refundar España sobre la base de una agregación voluntaria de reinos, regiones o naciones anteriores. Eso sería algo parecido a un régimen confederal más propio del comienzo de la constitución de las naciones en el Siglo XIX, algo que España superó hace ya cientos de años.
¿Qué esto no les vale a los nacionalismos y a los independentistas? Ya lo sé y todos sabemos que sólo les interesa irse. Pero el federalismo no busca satisfacer a los nacionalistas, sino ganar la batalla al independentismo desde la racionalidad en la organización territorial del Poder, desde la compatibilidad de sentimientos de pertenencia, desde las lógicas exigencias de Europa y de la globalización y desde la defensa del autogobierno que ellos abandonaron.
Esta es la batalla que viene. Estamos en democracia y el peso de las voluntades ciudadanas determina el futuro. Los que pensamos que el nacionalismo independentista no es la solución, sino el problema. Los que creemos que solos vamos a peor y que son falsas las promesas de progreso y de justicia social de los independentistas. Los que no queremos romper nuestras múltiples identidades para quedarnos solo con una. Los que no nos fiamos del sectarismo excluyente y del chauvinismo asfixiante que late en los nacionalismos. Los que miramos al mundo globalizado desde España y desde Europa. En definitiva, los que nos sentimos federalistas, tenemos que convencer a nuestros conciudadanos de la idoneidad de nuestras propuestas y de los riesgos y falacias que se esconden en la ruptura.
Dos pulsiones anti autonómicas recorren nuestro pesimista diagnóstico sobre la crisis. En Cataluña, a la vuelta del verano, los nacionalistas han dicho que esto se acabó y han iniciado un camino independentista, impensable hace solo unos meses. Pero, en el resto de España, especialmente en Madrid, se extiende una opinión que culpa al modelo territorial de ser una de las causas de nuestra crisis: exceso de gasto, descontrol, duplicidades, ineficacias, son citados día sí, día también, en tertulias, artículos, declaraciones políticas y no digamos en conversaciones de todo tipo, como uno de los principales problemas del país. Sin olvidar a quienes, desde hace tiempo vienen reclamando abiertamente una recentralización en toda regla: Devolución de competencias al Estado, eliminación de los sistemas forales, etc.
Sometido a esta tensión extrema y antagónica, el debate autonómico no tiene remedio. Las pulsiones centrífugas de los nacionalismos vasco y catalán, acabarán rompiendo el país si les enfrentamos a pulsiones centrípetas de la misma intensidad. Es lo mismo que incentivar en Cataluña el “España no nos quiere” con un irritado sentimiento español basado en los tópicos anticatalanes y el “que se vayan”. No puede haber una situación peor que la que se ha creado desde el pasado 11 de septiembre en la Diada. Cuando un país se le va de las manos al gobierno, pasan cosas como ésta.
¿Qué hacer? Sólo hay una respuesta. Avanzar en nuestro modelo autonómico en un sentido federal. Perfeccionar nuestro modelo territorial con los mecanismos propios de los Estados Federales. Más o menos, y salvando distancias y peculiaridades, como Alemania. Un modelo Federal sustentado en esta cultura tiene ventajas incuestionables. Permite, en primer lugar, abordar la superación de disfunciones y duplicidades y mejorar cosas que no funcionan bien en nuestro modelo actual. Permite fortalecer el autogobierno y clarificar el marco en el que se desenvuelven los repartos competenciales. Permite abordar la necesaria renegociación de la financiación del Estado, las Comunidades y los Ayuntamientos y los niveles de solidaridad interterritorial. Un federalismo de esta naturaleza nos permitiría, por último, reformar nuestro sistema legislativo cambiando el Senado por una Cámara territorial con presencia de los representantes de los gobiernos autonómicos y amplias capacidades legislativas en los temas autonómicos.
¿Implica este impulso federal cambios en nuestra Constitución? Por supuesto, si. Algunos, importantes, pero retocar la constitución se ha convertido en urgencia nacional, si recordamos que sólo la aprobamos los mayores de 55 años, y que desde 1978 se han producido cambios que no podemos seguir ocultando. Desde la igualdad de sexos, hasta la supresión de la mili. Desde nuestra pertenencia a la Unión Europea y la necesaria incorporación del Derecho comunitario a nuestro ordenamiento jurídico, a lo que representa Internet en nuestro marco normativo. Desde las exigencias de adecuar nuestro sistema público a la globalización, hasta las nuevas exigencias que nos impone la crisis. Desde una sociedad de emigración que todavía éramos en los setenta del siglo pasado, a una de inmigración, como somos hoy. Es en ese marco global de reformas de nuestra Carta Magna en el que podemos y debemos renovar nuestro pacto territorial.
Nuestra propuesta federal no cuestiona los artículos fundamentales de nuestra Constitución y, desde luego, no pretende refundar España sobre la base de una agregación voluntaria de reinos, regiones o naciones anteriores. Eso sería algo parecido a un régimen confederal más propio del comienzo de la constitución de las naciones en el Siglo XIX, algo que España superó hace ya cientos de años.
¿Qué esto no les vale a los nacionalismos y a los independentistas? Ya lo sé y todos sabemos que sólo les interesa irse. Pero el federalismo no busca satisfacer a los nacionalistas, sino ganar la batalla al independentismo desde la racionalidad en la organización territorial del Poder, desde la compatibilidad de sentimientos de pertenencia, desde las lógicas exigencias de Europa y de la globalización y desde la defensa del autogobierno que ellos abandonaron.
Esta es la batalla que viene. Estamos en democracia y el peso de las voluntades ciudadanas determina el futuro. Los que pensamos que el nacionalismo independentista no es la solución, sino el problema. Los que creemos que solos vamos a peor y que son falsas las promesas de progreso y de justicia social de los independentistas. Los que no queremos romper nuestras múltiples identidades para quedarnos solo con una. Los que no nos fiamos del sectarismo excluyente y del chauvinismo asfixiante que late en los nacionalismos. Los que miramos al mundo globalizado desde España y desde Europa. En definitiva, los que nos sentimos federalistas, tenemos que convencer a nuestros conciudadanos de la idoneidad de nuestras propuestas y de los riesgos y falacias que se esconden en la ruptura.