«La falta de libertad, la ausencia de sindicatos y la procedencia de un mundo rural miserable explicaban hasta ahora la resignación proletaria. Pero, de pronto, vientos de revuelta soplan en las zonas más desarrolladas de la industria china»
Cuánto tiempo pasará para que la gran fábrica del mundo en que se ha convertido China eleve sus salarios y mejore las condiciones laborales de sus trabajadores? Paradójicamente, ésa es una condición necesaria -aunque no suficiente- para que los europeos mejoremos nuestra competitividad internacional, porque mientras las diferencias de coste laborales sea tan abismales, nuestras empresas están obligadas a producir y a subcontratar en los grandes talleres chinos y otras empresas del Tercer Mundo. El férreo control económico del Gobierno chino ha mantenido contenidas las aspiraciones económicas de sus trabajadores en salarios mínimos próximos a los cien euros mensuales durante muchos años. La falta de libertad, la ausencia de sindicatos y la procedencia de un mundo rural miserable explicaban hasta ahora la resignación proletaria de los chinos. Pero, de pronto, vientos de revuelta han soplado en las zonas más desarrolladas de la industria china y una ola de huelgas ha sacudido a grandes compañías -casi todas extranjeras, por cierto- en demanda de más y mejores salarios. Fabricantes japoneses de coches, informáticos norteamericanos, electrónicas taiwanesas, telefónicas o cerveceras europeas se han visto enfrentados, por primera vez en su experiencia china, a unas reivindicaciones salariales desconocidas.
Peticiones de incremento salarial de hasta el 70% han venido acompañadas de huelgas masivas en las más grandes y más conocidas factorías de las zonas industriales chinas. Curiosamente, el movimiento huelguístico ha conseguido la mayoría de sus reivindicaciones, elevando el salario mínimo que fijan las autoridades provinciales y mejorando notablemente el salario en las grandes firmas en las que se han desarrollado las huelgas (valgan como ejemplo el 36% de incremento conseguido en Honda y el de más del 60% en las factorías del taiwanés Terry Gou).
¿Qué está pasando en China y en qué nos afecta? Una explicación sencilla nos la ofrece la semejanza de otros fenómenos similares. La concentración laboral en las grandes fábricas origina, de manera natural, una dialéctica de fuerza, tan vieja como el sindicalismo, que hace avanzar hacia el progreso y el trabajo digno las condiciones laborales de los trabajadores. En China, las concentraciones obreras son gigantescas (Foxconn -primer productor mundial de electrónica- tiene 450.000 obreros) y de manera natural han emergido líderes obreros muy jóvenes, capaces de informar a sus compañeros de las enormes diferencias de salarios con las fábricas y trabajadores de la misma empresa en Taiwán y de dirigirlos en su lucha reivindicativa. La otra gran razón que explica este fenómeno es que se trata de un proceso lógico de desarrollo de un país que avanza en su capacidad de consumo y necesita impulsar la capacidad de compra de sus masas trabajadoras. Algo que ya ocurrió en economías próximas, Corea, Taiwán, Indonesia, Singapur, etcétera, y que resulta consecuencia indudable de todo proceso de industrialización y desarrollo económico. Hay incluso quienes piensan que los planificadores económicos chinos han recomendado tolerar las huelgas y aceptar su triunfo y el alza de los salarios para calmar tensiones sociales, reducir las enormes desigualdades que está generando el 'comunismo capitalista' de China y conseguir de paso un estímulo interno a la demanda.
Por unas u otras razones, el avance social chino es buenísima noticia. Primero para ellos, porque los millones de chinos que trabajan en la industria (del mundo rural chino y de sus condiciones de vida, mejor no hablar) progresan en salarios, en renta, en capacidad de consumo y en calidad de vida. Para nosotros es también importante porque, reduciendo los diferenciales en los márgenes del coste laboral, se atenúa la tendencia a la devaluación laboral que sufre el mundo occidental. Es bueno también porque facilita la apertura de mercados internacionales y reduce las tentaciones proteccionistas en que se mueven muchos países del mundo como respuesta al 'dumping social'. Y es bueno, por último, porque abre un mercado potencial inmenso a la exportación de productos europeos.
Hay quien dice que nos hacemos ilusiones. Que el Gobierno chino ni devaluará el yuan, ni dejará subir los salarios hasta que no sea la primera potencia económica del mundo (¿antes de 2020?) y que, aunque eso ocurra en China, siempre habrá otros países que seguirán su senda: India, África… ofreciendo mano de obra barata. No lo creo. No es tan fácil porque, aunque es verdad que la tecnología puede llegar a cualquier rincón del mundo permitiendo producir con la misma maquinaria que en Occidente, la formación laboral, las condiciones jurídicas, políticas y sociales de los países y otras muchas exigencias del comercio no convergen tan fácilmente. En todo caso, eso no empaña la importancia interna y externa del avance salarial de la gran fábrica del mundo. Al fin y al cabo, hace tiempo que sabemos que no podemos competir con esos países en los empleos manuales y que nuestro futuro es el empleo del conocimiento, es decir, el empleo cualificado por las habilidades y los dominios manuales o por la formación que permite analizar, diagnosticar y resolver cualquier tipo de problema, lo que Robert Reich, antiguo ministro de Trabajo de Clinton, llamaba 'analistas simbólicos', o lo que Alwin Toffler llama 'trabajadores del conocimiento'. Y eso nos lleva al famoso cambio del modelo productivo en el que nos encontramos. Pero de eso hablaremos otro día.
El Correo, 14/10/2010
El Correo, 14/10/2010