10 de mayo de 2019

Vote, por Europa.

Solo una UE unida y fuerte puede afrontar los retos de un mundo desplazado económicamente hacia Asia y geopolíticamente hostil a los valores humanos y democráticos en los que creemos.

Al abandonar la política activa –la otra, la de todos y la de todos los días, no se abandona, porque es la vida misma– no se me ocurre mejor consejo a mis conciudadanos que razonar la necesidad del voto por y para Europa.
En los años cincuenta del siglo pasado el ideal europeo se sostenía en la aspiración de la paz después de las grandes guerras –más de setenta millones de muertos– y en el progreso económico y social de la reconstrucción (tres décadas de crecimiento ininterrumpido con pleno empleo y la creación del Estado de Bienestar). Hoy, ese ideal es la constatación de que solo una Europa unida y fuerte puede afrontar los grandes retos de un mundo en cambio acelerado por las revoluciones tecnológicas, desplazado económicamente hacia Asia, globalizado en la producción y en las finanzas y geopolíticamente hostil a los valores humanos y democráticos en los que creemos.

‘El futuro es un país extraño’ es el título de un libro del historiador catalán Josep Fontana que describe las enormes incertidumbres por las que discurre el porvenir, hasta el punto que ha cambiado uno de los paradigmas de la sociedad actual. Las generaciones anteriores siempre mirábamos al pasado con temor y al futuro con esperanza. Hoy para muchos es al revés. Pues bien, si los europeos miramos con seriedad y rigor informativo al futuro, descubrimos enormes retos que resultan vitales para nuestros hijos.

Demográficamente somos un continente envejecido cuya población no representará más allá del 6% de la población mundial en pocos años. Necesitamos un volumen enorme de población inmigrante para sostener nuestro sistema de seguridad social y nuestro Estado de Bienestar, pero somos incapaces de ordenar los flujos migratorios desde el origen y nos negamos a un reparto equitativo por países, única forma de evitar los flujos irregulares y las muertes en el mar.

Tecnológicamente, somos fuertes pero el dominio del 5G, del big data y de la inteligencia artificial creará una jerarquía económica enorme, y Europa camina hacia la dependencia tecnológica, dado que las empresas más avanzadas en esas materias son chinas y norteamericanas.

Nuestra vecindad es conflictiva. El norte de África es un polvorín desde las fracasadas primaveras árabes. Estamos en guerra comercial con Rusia desde que Putin invadió Crimea. En Oriente Medio no tenemos influencia, y en África el principal actor actualmente es China, seguido de EE UU, cuya presencia en todo caso se encuentra claramente en declive, mientras que Rusia intenta también abrirse paso en la región. Además, dependemos demasiado de las importaciones energéticas procedentes de países inestables o enemigos.

Y en estas llegó Trump y nos amenaza con guerras comerciales, y nos exige gastar más en defensa, pero no para construir un ejército europeo, sino para fortalecer la OTAN comprando el armamento a la poderosa industria militar norteamericana.

 Hay múltiples intereses estratégicos y vitales para Europa que se están negociando en mesas internacionales: el cambio climático, la ciberseguridad y la ordenación y regulación de la red (con enormes consecuencias políticas y económicas para las personas, las empresas y los países), los intercambios comerciales, la lucha contra el fraude (paraísos fiscales) y la elusión fiscal (planificación fiscal agresiva), los objetivos de desarrollo sostenible, la paz mundial... En todas esas negociaciones están en juego nuestro modelo de vida y nuestra concepción de la libertad, los derechos humanos y la justicia social.

Sí, lo sé, es un panorama negativo. Quizá demasiado. Pero la provocación es necesaria ante la demagogia y el populismo antieuropeo que nos ataca desde una ultraderecha reaccionaria y un nacionalismo anacrónico. Las alarmas ante estos riesgos, tan reales como ignorados en el debate político de hoy, son imprescindibles teniendo en cuenta que lo que nos proponen esos soberanismos de campanario es enfrentar todos esos retos desde la ‘nación’, sin comprender que todos somos demasiado pequeños –incluida Alemania– para enfrentar estos desafíos.

Y es particularmente necesario este alarmismo y esta provocadora reflexión teniendo en cuenta que muchos de nuestros conciudadanos son sensibles a estos cantos de sirena que, desgraciadamente, se han extendido por toda Europa. Es muy difícil que los partidos populistas de Francia, Italia, Hungría, Polonia, Holanda, Alemania, etc. se organicen en un solo grupo parlamentario, formando una especie de «internacional nacionalista», como pretende su ideólogo principal, el exasesor de Donald Trump, Steve Bannon. Sería un oxímoron como la copa de un pino. Pero no es tan improbable que todos esos grupos tengan un denominador común antieuropeo, que ponga en riesgo la construcción europea o que obstaculice seriamente los avances y los consensos internos para ser fuertes y estar unidos.

Y en ese caso, yo le pregunto, querido lector: ¿a quién beneficia una Europa dividida? ¿Quiénes están detrás de una Europa débil? Es muy fácil adivinarlo.
 
Publicado en El Correo, 10/05/2019