3 de enero de 2019

Pactos.

La aparición de un partido de extrema derecha ha generado los mismos efectos que en Europa: un indeseado arrastre del centro y de la derecha hacia los objetivos de los populistas

Aunque estos días están llenos de buenos deseos, me temo que la realidad no será tan propicia. Me refiero, claro, a la vida pública del país. En la esfera personal, espero, por el contrario, que se cumplan nuestros deseos.

Pero la política española ofrece rasgos más que preocupantes. El primero es la inestabilidad que vivimos y la que se presume. Porque, más allá de la duración de este Gobierno, el próximo tampoco se formará fácilmente. El mapa político ha cambiado y nos deparará un sistema con cuatro partidos principales, más nacionalistas y extrema derecha, y las combinaciones de un Ejecutivo estable no parecen fáciles.

Pero lo más grave del panorama político español no es el abanico inestable que se presume, sino la polarización extrema que se está generando y la peligrosa tendencia a la descalificación, al exabrupto y al insulto que se está instalando. El país ha perdido el aprecio al pacto, al acuerdo, al consenso, en un contexto en el que los llamados pactos de Estado, son más necesarios que nunca. Cataluña, la reforma Constitucional y la sostenibilidad del sistema de pensiones, son sólo tres de los grandes temas pendientes en nuestro país. Pero podrían citarse tres o cuatro más de singular importancia para nuestro futuro en un siglo XXI lleno de incertidumbres y retos.

La aparición de un partido de extrema derecha ha generado los mismos efectos que en el resto de Europa; es decir, un indeseado arrastre de la derecha y del centro hacia los objetivos (no quiero llamarles valores) que predican los populistas: nacionalismo extremo antieuropeo, rechazo total a los inmigrantes, especialmente a la inmigración islámica y racial, y rechazo a las grandes conquistas igualitarias de los seres humanos. En nuestro caso, además, ese nacionalismo español está alimentado por el conflicto catalán y muestra los mismos rasgos de intolerancia y radicalidad antagónica que expresa el independentismo. Si la triple alianza de las derechas se consolida, España vuelve a partirse en dos («…una de las dos Españas ha de helarte el corazón…», decía Machado) y esa fractura nos paraliza y quizás nos destruya.

Mirando a Cataluña y a nuestra Constitución esta fractura ya se está dando. La reversión autonómica o la recentralización de competencias empiezan a ser consideradas opciones de la reforma constitucional, obviamente en el sentido más antagónico a las soluciones pactistas de profundización o singularización de nuestro modelo autonómico. ¿Qué pacto cabe ahí?

De hecho, la oferta del PSOE y del Gobierno de Pedro Sánchez cae en el vacío por el desprecio que el independentismo le muestra y por el abierto rechazo que la derecha política está instrumentando como principal baza de oposición. Si hasta el más mínimo gesto de mano tendida y de acercamiento de España a Cataluña es calificado de traición, ¿Quién puede creer que habrá una solución pactada a la eterna cuestión territorial española?

 El pacto hace grande a la política. La ennoblece y hace útil. El pacto es el reconocimiento del otro, el respeto a sus puntos de vista, el diálogo sobre ellos y el acuerdo como consecuencia de ese diálogo. El pacto es la expresión suprema del pluralismo político de nuestra sociedad. La polarización política y el extremismo son las consecuencias de no reconocer al otro, de no creer en el pluralismo. Los nacionalistas catalanes son el otro ejemplo de ese extremismo y de la polarización que sufren Cataluña y España. No se insiste lo suficiente en que la primera condición que deben cumplir los nacionalistas para hacer viables sus reivindicaciones es reconocer la existencia de otra Cataluña cuyos sentimientos identitarios son distintos y antagónicos a los suyos. Esa otra Cataluña es tan pueblo catalán como el nacionalista y sus aspiraciones españolas o unionistas tan legítimas como las independentistas. Pero este reconocimiento también le es exigible al primer partido de Cataluña, Ciudadanos, cuya responsabilidad en el pacto interior es enorme.

El pacto interior en Cataluña y el pacto posterior con el Estado es el camino. Si esos pactos requieren reforma constitucional, hagámosla, incluyendo otras muchas materias de una Carta Magna que sufre el lógico desgaste de materiales, cuarenta años después de su elaboración. Y como ese gran pacto, necesitamos otros. No habrá sostenibilidad del sistema de pensiones con una demografía tan adversa, si no revisamos nuestra fiscalidad (cinco puntos más baja en recaudación que la media europea), y si no alcanzamos una proporción estable de activos sobre pasivos. No seremos competitivos en el mundo si no estamos a la vanguardia de la formación, de la calidad universitaria, de la investigación y de las tecnologías. No podremos mantener la calidad de nuestro sistema sanitario si no invertimos más en él, mejorando, entre otras cosas, los salarios de nuestros excelentes profesionales…

Esos son los pactos pendientes de España. Muchos y graves. Tan importantes como necesarios. ¿Seremos capaces?
 
Publicado en El Correo, 3/01/2019