31 de enero de 2019
Entrevista Cadena Ser. 31/01/2019
"El papel que quiere jugar Europa en Venezuela es distinto al de Estados Unidos"
30 de enero de 2019
Intervención Sesión Plenaria. Venezuela.30/01/2019
La resolución que hemos alcanzado y que votaremos mañana en el Pleno del Parlamento Europeo incluye el rechazo a cualquier intervención violenta en Venezuela y el apoyo al Grupo de Contacto que está creando la UE para lograr la convocatoria de elecciones libres.
29 de enero de 2019
Intervención Comisión AFCO. 29/01/2019
Presentación del programa de la Presidencia rumana del Consejo de la UE a cargo de George CIAMBA, ministro delegado de Asuntos Europeos.
28 de enero de 2019
Misión de la Delegación PE en Nicaragua.
Durante los días 23- 26 de enero, un grupo de once diputados, de seis grupos políticos del PE, encabezados por Ramón Jáuregui, han visitado Managua con el objetivo de evaluar la crisis política y social que atraviesa Nicaragua y apoyar un proceso de diálogo para restaurar el orden democrático en el país.
La delegación del PE ha trabajado en Managua realizando reuniones con todos: Gobierno, Parlamento, Sociedad civil, partidos, OngS...
Finalmente, el sábado se ofreció una rueda de prensa con las conclusiones de la visita.
27 de enero de 2019
Europa (y Pedro Sánchez) frente al nacionalismo.
El nacionalismo ataca de nuevo. El catalán o el vasco. El italiano o el húngaro. El americano o el ruso. De nuevo la nación: “America First”, “verdaderos finlandeses”, “Italia para los italianos”, el orgullo de la Gran Rusia…Siempre lo mismo, la exaltación de lo propio, la manipulación de la historia, el rechazo al diferente, el victimismo falsario, la culpa de los otros, el enemigo exterior…
Releyendo las razones del fracaso de la República de Weimar y la exaltación nacionalista alemana del Partido Nacionalsocialista (NSDAP) y de su líder Adolf Hitler, es fácil identificar los mismos sentimientos y lemas en el fondo de aquel trágico triunfo y de aquella democracia frustrada. No se trata de dramatizar ni de establecer comparaciones sobre contextos tan diferentes, sino de reflexionar e ilustrar respecto de los peligros de esa tentación tan humana, que encuentra en el nacionalismo la piedra filosofal y la solución ideológica más preclara a múltiples frustraciones y a los complejos problemas de un mundo globalizado, en plena disrupción tecnológica y lleno de incertidumbres.
Si analizamos la verdadera naturaleza de los problemas europeos en esta crisis existencial que ha vivido -y que sigue viviendo- Europa, descubriremos que el telón de fondo de la mayoría de ellos es la superposición de la nación al proyecto europeo, que destruye el espíritu del Tratado de Roma y de los padres fundadores de la UE, quienes veían en la superación de los nacionalismos europeos y en la construcción supranacional europea la solución a la guerra y el camino del progreso social. Hoy, por el contrario, incluso el legítimo interés nacional en las múltiples disensiones internas que vivimos en la UE, adquiere formas y perfiles nacionalistas que ponen en peligro el proyecto común, que lo obstaculizan seriamente o simplemente, lo paralizan.
Nacionalismo fue el Brexit. Si una trasnochada nostalgia del gran imperio que fue Gran Bretaña no hubiera alimentado el “take back control” que vertebró el abandono de la Unión, el Brexit no habría triunfado.
Nacionalismo nostálgico es también la pretensión de abandonar el euro, como si volver al franco fuera la solución a los problemas económicos y sociales de Francia, o como si establecer una ley de prioridad nacional en el consumo, fuera a cambiar las decisiones de compra de los franceses, como sugiere la señora Le Pen.
Nacionalismo es culpar a Bruselas de todos los males y nacionalizar los éxitos internos, como hacen demasiados líderes y partidos en demasiados países de la unión, por no decir en todos.
Nacionalismo demagógico es atribuir a la Comisión Europea los límites en el endeudamiento o en el déficit presupuestario, engañando a la ciudadanía sobre los problemas económicos y presupuestarios propios, como han hecho Salvini y su gobierno estos últimos días.
Nacionalismo es reivindicar la soberanía nacional frente a cualquier legislación comunitaria, en una interpretación exagerada de la subsidiariedad.
Nacionalismo es negarse a la necesaria armonización fiscal en un mercado único alegando la soberanía fiscal de la nación, mientras al mismo tiempo se practica la competencia desleal con normativas fiscales favorecedoras de la inversión o la deslocalización de empresas, en perjuicio de todos los demás países de la unión.
Nacionalismo es cerrar la frontera (Visegrado) y negarse a aceptar cuotas de reparto de los inmigrantes que reciben los países frontera de la unión.
Todos esos componentes y otros más, estarán presentes en las fuerzas nacionalistas que reivindican sin tapujos una Europa de naciones libres, de soberanías nacionales, en una manifiesta y rotunda afirmación antieuropea, porque la historia y la realidad nos indican que únicamente renunciando y compartiendo soberanías fue posible construir Europa y será posible afrontar los retos que solo podemos resolver juntos.
Esta nostálgica y falsaria reivindicación nacionalista es letal para Europa y su futuro. Ese celofán en el que se envuelve el nacionalismo estatal es engañoso, y coincide en el fondo con los enemigos de Europa, los que quieren una Europa desunida y débil, incapaz de jugar en el tablero geopolítico y económico-tecnológico del mundo que viene. No es casualidad que la Rusia de Putin esté detrás de la financiación de muchos de estos partidos, que bajo las soflamas de la nación ocultan un profundo antieuropeísmo.
Por eso fue valiente la denuncia que hizo el Presidente Sánchez en Estrasburgo contra esas identidades que excluyen y dividen, haciéndonos más débiles ante el futuro. La verdadera soberanía se juega en la innovación, en la tecnología, en el comercio internacional, en la competitividad, en las sedes de las grandes empresas. Eso sí te hace soberano ante las grandes batallas que se están librando en el mundo.
Sánchez habló al europeísmo recordando que no hay protección en el proteccionismo y que para conseguir una Europa que proteja (Macron), primero hay que proteger a Europa. “Solo la unidad nos asegura el futuro”, dijo Sánchez la mañana en la que toda Europa temblaba ante un no-deal en el Brexit.
Publicado en El Confidencial, 27/01/2019
Releyendo las razones del fracaso de la República de Weimar y la exaltación nacionalista alemana del Partido Nacionalsocialista (NSDAP) y de su líder Adolf Hitler, es fácil identificar los mismos sentimientos y lemas en el fondo de aquel trágico triunfo y de aquella democracia frustrada. No se trata de dramatizar ni de establecer comparaciones sobre contextos tan diferentes, sino de reflexionar e ilustrar respecto de los peligros de esa tentación tan humana, que encuentra en el nacionalismo la piedra filosofal y la solución ideológica más preclara a múltiples frustraciones y a los complejos problemas de un mundo globalizado, en plena disrupción tecnológica y lleno de incertidumbres.
Si analizamos la verdadera naturaleza de los problemas europeos en esta crisis existencial que ha vivido -y que sigue viviendo- Europa, descubriremos que el telón de fondo de la mayoría de ellos es la superposición de la nación al proyecto europeo, que destruye el espíritu del Tratado de Roma y de los padres fundadores de la UE, quienes veían en la superación de los nacionalismos europeos y en la construcción supranacional europea la solución a la guerra y el camino del progreso social. Hoy, por el contrario, incluso el legítimo interés nacional en las múltiples disensiones internas que vivimos en la UE, adquiere formas y perfiles nacionalistas que ponen en peligro el proyecto común, que lo obstaculizan seriamente o simplemente, lo paralizan.
Nacionalismo fue el Brexit. Si una trasnochada nostalgia del gran imperio que fue Gran Bretaña no hubiera alimentado el “take back control” que vertebró el abandono de la Unión, el Brexit no habría triunfado.
Nacionalismo nostálgico es también la pretensión de abandonar el euro, como si volver al franco fuera la solución a los problemas económicos y sociales de Francia, o como si establecer una ley de prioridad nacional en el consumo, fuera a cambiar las decisiones de compra de los franceses, como sugiere la señora Le Pen.
Nacionalismo es culpar a Bruselas de todos los males y nacionalizar los éxitos internos, como hacen demasiados líderes y partidos en demasiados países de la unión, por no decir en todos.
Nacionalismo demagógico es atribuir a la Comisión Europea los límites en el endeudamiento o en el déficit presupuestario, engañando a la ciudadanía sobre los problemas económicos y presupuestarios propios, como han hecho Salvini y su gobierno estos últimos días.
Nacionalismo es reivindicar la soberanía nacional frente a cualquier legislación comunitaria, en una interpretación exagerada de la subsidiariedad.
Nacionalismo es negarse a la necesaria armonización fiscal en un mercado único alegando la soberanía fiscal de la nación, mientras al mismo tiempo se practica la competencia desleal con normativas fiscales favorecedoras de la inversión o la deslocalización de empresas, en perjuicio de todos los demás países de la unión.
Nacionalismo es cerrar la frontera (Visegrado) y negarse a aceptar cuotas de reparto de los inmigrantes que reciben los países frontera de la unión.
Todos esos componentes y otros más, estarán presentes en las fuerzas nacionalistas que reivindican sin tapujos una Europa de naciones libres, de soberanías nacionales, en una manifiesta y rotunda afirmación antieuropea, porque la historia y la realidad nos indican que únicamente renunciando y compartiendo soberanías fue posible construir Europa y será posible afrontar los retos que solo podemos resolver juntos.
Esta nostálgica y falsaria reivindicación nacionalista es letal para Europa y su futuro. Ese celofán en el que se envuelve el nacionalismo estatal es engañoso, y coincide en el fondo con los enemigos de Europa, los que quieren una Europa desunida y débil, incapaz de jugar en el tablero geopolítico y económico-tecnológico del mundo que viene. No es casualidad que la Rusia de Putin esté detrás de la financiación de muchos de estos partidos, que bajo las soflamas de la nación ocultan un profundo antieuropeísmo.
Por eso fue valiente la denuncia que hizo el Presidente Sánchez en Estrasburgo contra esas identidades que excluyen y dividen, haciéndonos más débiles ante el futuro. La verdadera soberanía se juega en la innovación, en la tecnología, en el comercio internacional, en la competitividad, en las sedes de las grandes empresas. Eso sí te hace soberano ante las grandes batallas que se están librando en el mundo.
Sánchez habló al europeísmo recordando que no hay protección en el proteccionismo y que para conseguir una Europa que proteja (Macron), primero hay que proteger a Europa. “Solo la unidad nos asegura el futuro”, dijo Sánchez la mañana en la que toda Europa temblaba ante un no-deal en el Brexit.
Publicado en El Confidencial, 27/01/2019
19 de enero de 2019
Aquella víspera del día de San Sebastián de 1979.
Yo tenía 30 años y por circunstancias bastante accidentadas me había convertido en el alcalde de mi ciudad. Era el presidente de la Gestora Municipal del Ayuntamiento de San Sebastián que había sustituído al último alcalde del viejo régimen por la presión política que todos los partidos democráticos hicimos para llevar la democracia recién estrenada en junio de 1977 al Ayuntamiento donostiarra. Finalmente el entonces ministro de Gobernación, Rodolfo Martín Villa, cesó al alcalde Otazu y se constituyó una Gestora municipal con arreglo a los únicos resultados electorales conocidos, los de los comicios celebrados en 15 de junio de 1977. Contra todo pronóstico, el Partido Socialista había ganado las elecciones generales en San Sebastián, las primeras tras la dictadura, y me propuso para presidir esa Gestora. Tomé posesión en pleno Festival Internacional de Cine, en aquel año en el mes de agosto del 78.
Era una Corporación integrada por los primeros partidos de aquella época. PSOE y PNV, con seis concejales cada uno, y el resto de todos los colores: Partido Comunista, Movimiento Comunista, Euskadiko Ezkerra, Guipúzcoa Unida, AP... Recuerdo muy bien aquellos meses con Fernando Múgica y Carlos García Cañibano en mi grupo, con Ramón Labayen presidiendo el grupo nacionalista. Hicimos un gran equipo pluripartidista en el que tuvieron mucho protagonismo Lola Arrieta, del Partido Comunista, Txema García Amiano, de Euskadiko Ezkerra, y Manu González Baragaña, del EMK.
Aquella noche de la víspera de la Fiesta de San Sebastián, hace ya 40 años, habían invitado a una delegación del Ayuntamiento de Wiesbaden, ciudad alemana hermanada con San Sebastián para celebrar aquel día con nosotros. Después de cenar en la sociedad de la Unión Artesana fuimos al edificio del antiguo Ayuntamiento, la Biblioteca Municipal, en una abarrotada Plaza de la Constitución. Imaginen nuestra emoción. Por primera vez íbamos a dirigirnos en nombre de la Corporación democrática a la ciudadanía concentrada en una fiesta que había servido tradicionalmente para expresar las protestas antifranquistas y las reivindicaciones populares.
Yo había ordenado que se pusieran todas las banderas en los mástiles de la Biblioteca Municipal, incluida, claro está, la española. No fue una decisión fácil porque mis compañeros del resto de partidos me presionaban para no ponerla. Estaban incluso dispuestos a renunciar a la ikurriña y me sugerían colocar solo la bandera de San Sebastián en la fachada de la Biblioteca. Cuando dieron las doce de la noche en el reloj y comenzó a sonar la Marcha de San Sebastián, junto a Ramón Labayen, nos pusimos a hacer ‘bailar’ la bandera (izarla y arriarla a la vez) al ritmo de la tamborrada, creyendo en ese momento que esta vez los tradicionales gritos y lanzamiento de huevos contra la Corporación, que habitualmente se arrojaban en los años del franquismo, se iban a convertir en aplausos por tratarse del primer ayuntamiento democrático tras la larga noche de la dictadura.
No fue asi. Nos caía de todo a los que estábamos en los balcones: huevos, manzanas, tomates... y tuvimos que refugiarnos detrás de las ventanas para sortear los ataques, decepcionados por una reacción que sinceramente no comprendíamos, hasta que, de pronto, comenzaron los aplausos. Creiamos ingenuamente que eran para nosotros y para la democracia recién recuperada en el Ayuntamiento. Pronto descubrimos que unos encapuchados habían penetrado en el edificio, y habían descolgado y medio quemado la bandera española que estaba colocada en el mástil de la otra ventana de la Biblioteca, justo en el balcón en el que estaban los concejales alemanes de Wiesbaden que no salían de su estupor y no comprendían nada de lo que estaba pasando a su alrededor.
Puede que muchos de ustedes conozcan lo que ocurrió el resto de la noche. Los efectivos de la Policía Nacional entraron en la Parte Vieja, como imaginarán ustedes abarrotada de gente, tomaron el edificio y se parapetaron en él durante horas en una noche infernal de pelotas de goma, sirenas, porrazos, detenciones...
Recuerdo que fue una noche horrible. Cuando a la mañana siguiente, en un Alderdi Eder soleado, con miles de niños emocionados delante del Ayuntamiento, esperando mi orden para comenzar la Tamborrada infantil, me disponía a salir al balcón de la Casa Consistorial, mi secretaria me anunció que el jefe de la Policía Nacional quería verme. Precipitadamente le recibí en mi despacho, se cuadró ante mí, y me entregó una bandeja de plata, con los restos de una bandera española medio quemada diciéndome: «señor alcalde, le devuelvo la bandera recuperada». Luego siguió la fiesta. Comprenderán ustedes que tanto tiempo después no haya olvidado aquella noche.
Publicado en El Diario Vasco, 19/01/2019
Era una Corporación integrada por los primeros partidos de aquella época. PSOE y PNV, con seis concejales cada uno, y el resto de todos los colores: Partido Comunista, Movimiento Comunista, Euskadiko Ezkerra, Guipúzcoa Unida, AP... Recuerdo muy bien aquellos meses con Fernando Múgica y Carlos García Cañibano en mi grupo, con Ramón Labayen presidiendo el grupo nacionalista. Hicimos un gran equipo pluripartidista en el que tuvieron mucho protagonismo Lola Arrieta, del Partido Comunista, Txema García Amiano, de Euskadiko Ezkerra, y Manu González Baragaña, del EMK.
Aquella noche de la víspera de la Fiesta de San Sebastián, hace ya 40 años, habían invitado a una delegación del Ayuntamiento de Wiesbaden, ciudad alemana hermanada con San Sebastián para celebrar aquel día con nosotros. Después de cenar en la sociedad de la Unión Artesana fuimos al edificio del antiguo Ayuntamiento, la Biblioteca Municipal, en una abarrotada Plaza de la Constitución. Imaginen nuestra emoción. Por primera vez íbamos a dirigirnos en nombre de la Corporación democrática a la ciudadanía concentrada en una fiesta que había servido tradicionalmente para expresar las protestas antifranquistas y las reivindicaciones populares.
Yo había ordenado que se pusieran todas las banderas en los mástiles de la Biblioteca Municipal, incluida, claro está, la española. No fue una decisión fácil porque mis compañeros del resto de partidos me presionaban para no ponerla. Estaban incluso dispuestos a renunciar a la ikurriña y me sugerían colocar solo la bandera de San Sebastián en la fachada de la Biblioteca. Cuando dieron las doce de la noche en el reloj y comenzó a sonar la Marcha de San Sebastián, junto a Ramón Labayen, nos pusimos a hacer ‘bailar’ la bandera (izarla y arriarla a la vez) al ritmo de la tamborrada, creyendo en ese momento que esta vez los tradicionales gritos y lanzamiento de huevos contra la Corporación, que habitualmente se arrojaban en los años del franquismo, se iban a convertir en aplausos por tratarse del primer ayuntamiento democrático tras la larga noche de la dictadura.
No fue asi. Nos caía de todo a los que estábamos en los balcones: huevos, manzanas, tomates... y tuvimos que refugiarnos detrás de las ventanas para sortear los ataques, decepcionados por una reacción que sinceramente no comprendíamos, hasta que, de pronto, comenzaron los aplausos. Creiamos ingenuamente que eran para nosotros y para la democracia recién recuperada en el Ayuntamiento. Pronto descubrimos que unos encapuchados habían penetrado en el edificio, y habían descolgado y medio quemado la bandera española que estaba colocada en el mástil de la otra ventana de la Biblioteca, justo en el balcón en el que estaban los concejales alemanes de Wiesbaden que no salían de su estupor y no comprendían nada de lo que estaba pasando a su alrededor.
Puede que muchos de ustedes conozcan lo que ocurrió el resto de la noche. Los efectivos de la Policía Nacional entraron en la Parte Vieja, como imaginarán ustedes abarrotada de gente, tomaron el edificio y se parapetaron en él durante horas en una noche infernal de pelotas de goma, sirenas, porrazos, detenciones...
Recuerdo que fue una noche horrible. Cuando a la mañana siguiente, en un Alderdi Eder soleado, con miles de niños emocionados delante del Ayuntamiento, esperando mi orden para comenzar la Tamborrada infantil, me disponía a salir al balcón de la Casa Consistorial, mi secretaria me anunció que el jefe de la Policía Nacional quería verme. Precipitadamente le recibí en mi despacho, se cuadró ante mí, y me entregó una bandeja de plata, con los restos de una bandera española medio quemada diciéndome: «señor alcalde, le devuelvo la bandera recuperada». Luego siguió la fiesta. Comprenderán ustedes que tanto tiempo después no haya olvidado aquella noche.
Publicado en El Diario Vasco, 19/01/2019
17 de enero de 2019
16 de enero de 2019
Intervenciones Pleno 15/01/2019- 16/01/2019
Aplicación del Acuerdo Comercial entre la UE y Colombia y Perú - Aplicación del pilar comercial del Acuerdo de Asociación con América Central (debate)
Informe anual sobre las actividades financieras del Banco Europeo de Inversiones (debate)
12 de enero de 2019
Entrevista El Español. 12/01/2019
Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1948) ha pasado por todos los niveles de gobierno de la democracia española. Concejal y teniente alcalde en su ciudad natal, diputado autonómico, delegado del Gobierno en el País Vasco, consejero y vicelehendakari, parlamentario en Madrid y ministro... y desde 2009, eurodiputado. En el Parlamento de la UE ha sido incluso líder del grupo socialista español en al menos un par de ocasiones, durante unas legislaturas particularmente convulsas para el PSOE por los avatares de la política nacional.
Su larga experiencia y su temple le permiten hacer "diagnósticos diferenciales" con "síntomas cruzados", como hacía el doctor House de la tele. De ahí que la conversación previa, en su despacho de Estrasburgo, salte de la UE a España y de España a la UE, con los populismos, la salud de las democracias y los referéndums como refugio de gobernantes sin rumbo como telón de fondo.
Sus socios laboristas parecen querer desgastar a Theresa May aun al precio de reventar Reino Unido con un 'brexit' duro.
Vayamos por orden en las responsabilidades. Este caos lo montan los conservadores. Llevamos dos años de ridículo internacional. Nadie nunca hizo tanto daño a su país como el señor Cameron con aquel maldito referéndum. Y a partir de ahí, las responsabilidades ya se pueden ir repartiendo.
¿Hay lecciones que aprender de esto?
Que no era posible. Esto pone de manifiesto que las respuestas binarias en un referéndum a problemas muy complejos como vertebrar sentimientos identitarios no son la solución. Los referéndums no son un estadio superior de democracia, sino por el contrario una trampa peligrosa para la propia democracia. Yo no puedo comprender cómo todavía no ilustra a los nacionalistas en Cataluña o en cualquier otro lugar.
Se ha puesto de manifiesto que la frívola consulta sobre si usted se siente europea o británica y por tanto se separa de la UE, ha provocado una fractura total de su país. Los daños son enormes y esto nos tiene que enseñar cómo se resuelven estas cosas y cómo lo que ocurre es que no puede haber un brexit bueno. Creo que tenemos que ser pragmáticos, todos, y facilitar la aprobación por Westminster de este acuerdo.
Me ha puesto usted como ejemplo el asunto catalán. Y que debemos aprender todos, ¿en la política española se está aprendiendo la lección?
No, francamente no. Pero los primeros que no aprenden la lección son los que siguen reivindicando un referéndum para dividir al país, para fracturar Cataluña. Pretendiendo un proceso independentista supuestamente democrático que acaba siendo unilateral y divisionista. Para mí ésa es la primera lección: ése no es camino. Sólo cuando tienes una mayoría social vertebradora puedes negociar democráticamente sus aspiraciones. Pero no mediante un referéndum que fractura al país y lo divide como el cuchillo de un carnicero. Por la mitad.
En este caso, los no nacionalistas serían los 'remainers'... que tampoco hicieron bien su trabajo en el referéndum del 'brexit'. ¿En España lo están sabiendo hacer?
Yo creo que hay que reconstruir la relación con Cataluña. Yo escribí el Documento de Granada, que en gran parte inspira la política territorial del PSOE. Y también la de este Gobierno, por cierto. Yo creo en una renovación del pacto con Cataluña desde una España generosa, inteligente. Y una España que tiende la mano y que busca ese pacto generacional para el futuro con Cataluña.
Pero desgraciadamente, en este acuerdo de tres, nos estamos quedando predicando en el desierto. El nacionalismo catalán desprecia esa mano tendida. Y empieza a surgir cada vez con más fuerza una España que no quiere... Hay una derecha española que no quiere abordar ninguna gestión generosa o inteligente de la diversidad.
Esa España que está surgiendo, como usted dice, ¿se puede atribuir al hartazgo de que esto no se arregle nunca?
Sí. Por supuesto que sí. El nacionalismo está hartando y cansando a todo el mundo, es evidente. Pero la política es algo más serio. Yo lo que pretendo, en definitiva, es que los remainers, como decíamos antes, seamos mayoría en Cataluña. Y los que votan independencia ¡quiero que sean menos! De hecho, sigo creyendo que hay una mayoría de catalanes deseando un acuerdo de esta naturaleza. Sigo pensándolo. Lo que temo es que los extremos engorden a la masa nacionalista. Eso es lo que me preocupa.
¿La política autonómica vasca que usted vivió tiene algún paralelismo con la actual? Porque aquel PNV parecía más independentista que el de hoy...
Estábamos atravesados por problemas distintos. Nuestro pacto con el nacionalismo siempre tuvo como elemento nuclear obtener su liderazgo en la deslegitimación de ETA. Nosotros, en el año 87, siendo primera fuerza política en Euskadi, renunciamos a la lehendakaritza, se la dimos a Ardanza, y al año siguiente se hizo el Pacto de Ajuria Enea. No es casualidad. Fue fruto de un compromiso histórico, de un pacto de Estado de larguísimos vuelos, enormemente profundo y en mi opinión sustancial para la victoria de la democracia contra ETA. Que, no olvidemos, ha sido una victoria maravillosa. ¡Maravillosa! En todos los sentidos, y puedo decirlo con conocimiento de causa.
Oiga, ¿y qué sintió al ver la foto de Idioia Mendia, su sucesora al frente del PSE, brindando con Otegi en Nochebuena? Hay quien opina que se quiere pasar página de todo, como en Irlanda.
Pasar página no quiere decir olvidar. El relato de la paz es el de las víctimas, y el respeto a sus sentimientos nos obliga a ser más prudentes.
Su PSE no se parece al de ahora...
Nunca nos resultó rentable políticamente aquella generosidad con el PNV. Pero si uno mira al País Vasco de hoy, descubre que el porcentaje de población que defiende la independencia va descendiendo; hoy no llega al 20%. En gran parte, la violencia connotó la causa nacionalista y su pretensión independentista. Pero también es fruto de la pedagogía de la convivencia identitaria, que los socialistas siempre pusimos en el primer plano, porque siempre creímos que Esukadi tenía que hacerse reconociéndonos... Lo que yo llamo el abanico identitario está lleno de tablillas, en las que desde quien se siente sólo vasco hasta quien se siente sólo español se atraviesan montones de sentimientos identitarios en el mismo portal, en la misma familia... Ésa es una tarea grandiosa de construcción.
Eso no está pasando en Cataluña.
Yo creo que todo lo que está pasando en Cataluña nos está llevando a la fractura. Y siempre he pensado que el pacto para que Cataluña esté en España, ¡esté en España! [golpea la mesa], debe ser consecuencia de un acuerdo. Pero, como decía, toda la realidad es antagónica.
¿Se debe aplicar ya el artículo 155 basado en esas amenazas, o tiene sentido seguir tratando de aplicar la 'política Ibuprofeno', tal como la definió Borrell?
El Gobierno acierta al tender la mano a Cataluña. Es necesario desarmar el discurso victimista del nacionalismo. Pero si las ofertas de pacto desde España a Cataluña son despreciadas y el unilateralismo independentista se implementa, el Estado debe aplicar su poder y su ley.
El hecho de que el PSOE esté hoy gobernando apoyado [resopla] por ERC y PDeCAT, ¿forma parte de ese "abrazo democrático" para que vuelvan al redil?
No. Era una moción de censura...
Pero si se ha querido mantener, ¿es sólo por quedarse en el poder o por algo más?
Porque el gesto desde el Gobierno central a Cataluña pretendía evitar esa radicalización de la que hablamos. Pero es verdad que han pasado unos meses y Torra y los suyos siguen a lo peor. Pero a diferencia de Rajoy que miraba para otro lado, este Gobierno tiende la mano. Desde el punto de vista político era muy muy simbólico, muy significativo, muy positivo. Ése era el camino en el que creíamos. Ahora...
Ahora parecen estar empujando a Sánchez a otro 155...
Bueno, sí, sí. Es que están empujando. Están provocando. Lo que está pasando estos días es pura provocación.
Lo de invocar la vía eslovena...
Es pura provocación. Totalmente de acuerdo. Pero yo no tengo dudas de que el Gobierno sabrá reaccionar. Entre otras cosas porque se la juega en esa relación.
En Cataluña ya hubo un momento de socialismo dialogando en un Gobierno con el independentismo y, sin embargo, no se logró nada, no se recondujo...
¿Con los independentistas? Pero no gobernábamos con ellos.
Bueno, Esquerra estaba en aquel tripartito...
Sí. Pero también estábamos en el marco estatutario, y aquello no se cuestionaba... Pero no me acuerdo exactamente de qué Gobierno hablamos...
Maragall y Montilla.
Pero el Gobierno era de Pasqual, era del PSC...
Sí, pero estaba apoyado por ERC e ICV...
El apoyo, sí, el apoyo parlamentario. Bueno, pero todo eso se hizo en base a la reforma del Estatuto.
Eso es.
La propuesta del PSC fue siempre la más adecuada. Lo que pasa es que los acontecimientos, después, han frustrado ese intento. Desde que en 2004 se inicia la reforma estatutaria de Cataluña hasta prácticamente el 2010 que fracasa con la sentencia del Constitucional, todo ha perjudicado la idea original de aquel pacto. Que aquel PP no participase en la reforma del Estatuto... lo estamos pagando. Y el nacionalismo catalán se nos ha ido. Incluida la burguesía catalana. Eso es lo que hay sobre la mesa.
Bueno, ¿la burguesía o sus dirigentes políticos?
Los dirigentes [golpea la mesa]. Mejor, sí.
Porque da la impresión de que la burguesía lo que quiere es que esto se pare. Dentro de España o fuera, pero que se pare.
Está bien dicho, está bien dicho, estoy de acuerdo. La transformación del PDeCAT es una de las cosas más increíbles que ha sucedido en Cataluña, realmente. Reconozco que muy probablemente estamos dibujando nuestra apuesta en abstracto. Cuando te pones a plantear si la España de mañana es capaz de una reforma constitucional...
Ésa era mi pregunta de ahora...
La España que tiene que abordar los problemas de mañana va a requerir acuerdos. Yo soy de los que cree que la reforma constitucional se hace con la derecha [golpea la mesa]. Y por tanto, cuando abordemos este tema, si hay oportunidad de pactar con una parte del nacionalismo catalán, hay que saber hasta qué punto estamos dispuestos. Eso llegará, pero será después de las elecciones, no antes.
La reforma constitucional es en mi opinión el instrumento para recuperar el aprecio por el consenso que este país ha perdido. Cuando un país pierde el valor de los acuerdos y el aprecio social al consenso está haciendo algo muy peligroso. Y desgraciadamente toda la política española está pivotando ahí.
¿Existe el riesgo de que perdamos a las nuevas generaciones para la democracia del consenso? Están los mensajes radicales de Vox, del ala anticapitalista de Podemos, del separatismo...
No, no... Yo creo que no. La línea gruesa de los pactos volverá. Porque, si no, no se puede construir país. Yo tengo la impresión de que se serenarán las cosas. Pero hace falta pasar por el test de las urnas, eso no lo quita nadie.
Yo pienso que la nueva generación que dirige el país es una generación bien formada, que ha aprendido de sus mayores y que podrá hacerlo muy bien. Tengo plena confianza en ellos. En todos, desde Pedro Sánchez a Rivera; desde Pablo Casado hasta Junqueras; o desde Urkullu a Susana Díaz, pasando por Guillermo Fernández Vara, me da igual. Lo que me parece importante es que para todos ellos, Europa siga siendo la solución.
¿Ése puede ser el test? Porque cuando lleguen las elecciones europeas a la vez que las municipales y autonómicas, los populismos van acrecer en representación y poder.
El pacto fundamental yo creo que se va a sostener. Aunque probablemente, por ejemplo en Europa, va a haber una presencia nacionalista de los Estados perturbadora. Cuánto de perturbadora sea dependerá de si consiguen una "internacional nacionalista", como está intentando Bannon.
¿Es el muñidor del antieuropeísmo? Dicen que está también detrás de Vox...
Él es el gestor, el muñidor de este oxímoron, porque no puede ser una internacional una coalición de nacionalistas. Y seguramente los intereses internos entre ellos no les van a permitir formarla. Pero van a ser una piedra en el zapato, sin duda. Aunque yo no dramatizaría más.
Pero existe el riesgo de que el discurso democrático sea demasiado elaborado para contraponerlo a las verdades de brocha gorda de los populistas.
Eso se combate con mucha paciencia. Y con pedagogía. La gente no es tonta. Pero también hay que poner atención a los temas en los cuales hay más riesgo de alimentación populista. Para mí fundamentalmente no es la soberanía, sino el tema migratorio. En ese tema sí tenemos que ser capaces de encontrar una ordenación del fenómeno. ¡Ordenación!
¿Y cómo lo hacemos? Porque las competencias siguen siendo nacionales, no de la UE.
Sí... pero no todo. Está escrito el plan, pero el problema es que no seamos capaces de hacer lo que tenemos que hacer juntos. ¿Cómo se hace? Abriendo consulados europeos en 10 países africanos y, por tanto, evitando que vengan atravesando el continente para morir en el Mediterráneo. ¡Y punto! [gran golpe en la mesa]. ¿Cierre de las fronteras? Por supuesto, cierre estanco de las fronteras, que no venga nadie. Pero ¡necesitamos migración! Pues los traemos a través de esos consulados, evitamos las corrientes humanas y organizamos el reparto... pero para eso los países tienen que aceptar el reparto, entre otras cosas...
Pero los populistas ya gobiernan en Italia, en Hungría, en Polonia. A ver cómo pide la UE a estos países que renuncien a su soberanía en políticas migratorias.
Yo no descarto que la Unión en algún momento tenga que reformularse sobre un núcleo duro de la zona euro. En la medida en la que estas situaciones se den, la UE tendrá que repensarse. Y ciertamente el brexit es una oportunidad para ello. Porque no hay que olvidar que lo más importante es el pacto que tenemos que hacer con el Reino Unido antes de 2021. Y ése es un acuerdo de asociación. Que muy probablemente acabe siendo un modelo para quizás algunos países cuya integración política no sea tan intensa.
El sistema parlamentario europeo parece tan en crisis como el español.
Bueno, en España estamos en un periodo especial. La moción de censura reconcilió a la ciudadanía con las instituciones, porque la gente creía que la corrupción no tenía castigo. Y el sistema lo dio. El máximo que se puede dar. Y eso fue fantástico. Creo que el pueblo estuvo muy de acuerdo con la moción. Otra cosa es...
La gestión posterior...
No tanto la gestión como el momento de convocar elecciones, pero eso ya depende del presidente del Gobierno. Yo ahí no quiero decir nada.
Su larga experiencia y su temple le permiten hacer "diagnósticos diferenciales" con "síntomas cruzados", como hacía el doctor House de la tele. De ahí que la conversación previa, en su despacho de Estrasburgo, salte de la UE a España y de España a la UE, con los populismos, la salud de las democracias y los referéndums como refugio de gobernantes sin rumbo como telón de fondo.
Sus socios laboristas parecen querer desgastar a Theresa May aun al precio de reventar Reino Unido con un 'brexit' duro.
Vayamos por orden en las responsabilidades. Este caos lo montan los conservadores. Llevamos dos años de ridículo internacional. Nadie nunca hizo tanto daño a su país como el señor Cameron con aquel maldito referéndum. Y a partir de ahí, las responsabilidades ya se pueden ir repartiendo.
¿Hay lecciones que aprender de esto?
Que no era posible. Esto pone de manifiesto que las respuestas binarias en un referéndum a problemas muy complejos como vertebrar sentimientos identitarios no son la solución. Los referéndums no son un estadio superior de democracia, sino por el contrario una trampa peligrosa para la propia democracia. Yo no puedo comprender cómo todavía no ilustra a los nacionalistas en Cataluña o en cualquier otro lugar.
Se ha puesto de manifiesto que la frívola consulta sobre si usted se siente europea o británica y por tanto se separa de la UE, ha provocado una fractura total de su país. Los daños son enormes y esto nos tiene que enseñar cómo se resuelven estas cosas y cómo lo que ocurre es que no puede haber un brexit bueno. Creo que tenemos que ser pragmáticos, todos, y facilitar la aprobación por Westminster de este acuerdo.
Me ha puesto usted como ejemplo el asunto catalán. Y que debemos aprender todos, ¿en la política española se está aprendiendo la lección?
No, francamente no. Pero los primeros que no aprenden la lección son los que siguen reivindicando un referéndum para dividir al país, para fracturar Cataluña. Pretendiendo un proceso independentista supuestamente democrático que acaba siendo unilateral y divisionista. Para mí ésa es la primera lección: ése no es camino. Sólo cuando tienes una mayoría social vertebradora puedes negociar democráticamente sus aspiraciones. Pero no mediante un referéndum que fractura al país y lo divide como el cuchillo de un carnicero. Por la mitad.
En este caso, los no nacionalistas serían los 'remainers'... que tampoco hicieron bien su trabajo en el referéndum del 'brexit'. ¿En España lo están sabiendo hacer?
Yo creo que hay que reconstruir la relación con Cataluña. Yo escribí el Documento de Granada, que en gran parte inspira la política territorial del PSOE. Y también la de este Gobierno, por cierto. Yo creo en una renovación del pacto con Cataluña desde una España generosa, inteligente. Y una España que tiende la mano y que busca ese pacto generacional para el futuro con Cataluña.
Pero desgraciadamente, en este acuerdo de tres, nos estamos quedando predicando en el desierto. El nacionalismo catalán desprecia esa mano tendida. Y empieza a surgir cada vez con más fuerza una España que no quiere... Hay una derecha española que no quiere abordar ninguna gestión generosa o inteligente de la diversidad.
Esa España que está surgiendo, como usted dice, ¿se puede atribuir al hartazgo de que esto no se arregle nunca?
Sí. Por supuesto que sí. El nacionalismo está hartando y cansando a todo el mundo, es evidente. Pero la política es algo más serio. Yo lo que pretendo, en definitiva, es que los remainers, como decíamos antes, seamos mayoría en Cataluña. Y los que votan independencia ¡quiero que sean menos! De hecho, sigo creyendo que hay una mayoría de catalanes deseando un acuerdo de esta naturaleza. Sigo pensándolo. Lo que temo es que los extremos engorden a la masa nacionalista. Eso es lo que me preocupa.
¿La política autonómica vasca que usted vivió tiene algún paralelismo con la actual? Porque aquel PNV parecía más independentista que el de hoy...
Estábamos atravesados por problemas distintos. Nuestro pacto con el nacionalismo siempre tuvo como elemento nuclear obtener su liderazgo en la deslegitimación de ETA. Nosotros, en el año 87, siendo primera fuerza política en Euskadi, renunciamos a la lehendakaritza, se la dimos a Ardanza, y al año siguiente se hizo el Pacto de Ajuria Enea. No es casualidad. Fue fruto de un compromiso histórico, de un pacto de Estado de larguísimos vuelos, enormemente profundo y en mi opinión sustancial para la victoria de la democracia contra ETA. Que, no olvidemos, ha sido una victoria maravillosa. ¡Maravillosa! En todos los sentidos, y puedo decirlo con conocimiento de causa.
Oiga, ¿y qué sintió al ver la foto de Idioia Mendia, su sucesora al frente del PSE, brindando con Otegi en Nochebuena? Hay quien opina que se quiere pasar página de todo, como en Irlanda.
Pasar página no quiere decir olvidar. El relato de la paz es el de las víctimas, y el respeto a sus sentimientos nos obliga a ser más prudentes.
Su PSE no se parece al de ahora...
Nunca nos resultó rentable políticamente aquella generosidad con el PNV. Pero si uno mira al País Vasco de hoy, descubre que el porcentaje de población que defiende la independencia va descendiendo; hoy no llega al 20%. En gran parte, la violencia connotó la causa nacionalista y su pretensión independentista. Pero también es fruto de la pedagogía de la convivencia identitaria, que los socialistas siempre pusimos en el primer plano, porque siempre creímos que Esukadi tenía que hacerse reconociéndonos... Lo que yo llamo el abanico identitario está lleno de tablillas, en las que desde quien se siente sólo vasco hasta quien se siente sólo español se atraviesan montones de sentimientos identitarios en el mismo portal, en la misma familia... Ésa es una tarea grandiosa de construcción.
Eso no está pasando en Cataluña.
Yo creo que todo lo que está pasando en Cataluña nos está llevando a la fractura. Y siempre he pensado que el pacto para que Cataluña esté en España, ¡esté en España! [golpea la mesa], debe ser consecuencia de un acuerdo. Pero, como decía, toda la realidad es antagónica.
¿Se debe aplicar ya el artículo 155 basado en esas amenazas, o tiene sentido seguir tratando de aplicar la 'política Ibuprofeno', tal como la definió Borrell?
El Gobierno acierta al tender la mano a Cataluña. Es necesario desarmar el discurso victimista del nacionalismo. Pero si las ofertas de pacto desde España a Cataluña son despreciadas y el unilateralismo independentista se implementa, el Estado debe aplicar su poder y su ley.
El hecho de que el PSOE esté hoy gobernando apoyado [resopla] por ERC y PDeCAT, ¿forma parte de ese "abrazo democrático" para que vuelvan al redil?
No. Era una moción de censura...
Pero si se ha querido mantener, ¿es sólo por quedarse en el poder o por algo más?
Porque el gesto desde el Gobierno central a Cataluña pretendía evitar esa radicalización de la que hablamos. Pero es verdad que han pasado unos meses y Torra y los suyos siguen a lo peor. Pero a diferencia de Rajoy que miraba para otro lado, este Gobierno tiende la mano. Desde el punto de vista político era muy muy simbólico, muy significativo, muy positivo. Ése era el camino en el que creíamos. Ahora...
Ahora parecen estar empujando a Sánchez a otro 155...
Bueno, sí, sí. Es que están empujando. Están provocando. Lo que está pasando estos días es pura provocación.
Lo de invocar la vía eslovena...
Es pura provocación. Totalmente de acuerdo. Pero yo no tengo dudas de que el Gobierno sabrá reaccionar. Entre otras cosas porque se la juega en esa relación.
En Cataluña ya hubo un momento de socialismo dialogando en un Gobierno con el independentismo y, sin embargo, no se logró nada, no se recondujo...
¿Con los independentistas? Pero no gobernábamos con ellos.
Bueno, Esquerra estaba en aquel tripartito...
Sí. Pero también estábamos en el marco estatutario, y aquello no se cuestionaba... Pero no me acuerdo exactamente de qué Gobierno hablamos...
Maragall y Montilla.
Pero el Gobierno era de Pasqual, era del PSC...
Sí, pero estaba apoyado por ERC e ICV...
El apoyo, sí, el apoyo parlamentario. Bueno, pero todo eso se hizo en base a la reforma del Estatuto.
Eso es.
La propuesta del PSC fue siempre la más adecuada. Lo que pasa es que los acontecimientos, después, han frustrado ese intento. Desde que en 2004 se inicia la reforma estatutaria de Cataluña hasta prácticamente el 2010 que fracasa con la sentencia del Constitucional, todo ha perjudicado la idea original de aquel pacto. Que aquel PP no participase en la reforma del Estatuto... lo estamos pagando. Y el nacionalismo catalán se nos ha ido. Incluida la burguesía catalana. Eso es lo que hay sobre la mesa.
Bueno, ¿la burguesía o sus dirigentes políticos?
Los dirigentes [golpea la mesa]. Mejor, sí.
Porque da la impresión de que la burguesía lo que quiere es que esto se pare. Dentro de España o fuera, pero que se pare.
Está bien dicho, está bien dicho, estoy de acuerdo. La transformación del PDeCAT es una de las cosas más increíbles que ha sucedido en Cataluña, realmente. Reconozco que muy probablemente estamos dibujando nuestra apuesta en abstracto. Cuando te pones a plantear si la España de mañana es capaz de una reforma constitucional...
Ésa era mi pregunta de ahora...
La España que tiene que abordar los problemas de mañana va a requerir acuerdos. Yo soy de los que cree que la reforma constitucional se hace con la derecha [golpea la mesa]. Y por tanto, cuando abordemos este tema, si hay oportunidad de pactar con una parte del nacionalismo catalán, hay que saber hasta qué punto estamos dispuestos. Eso llegará, pero será después de las elecciones, no antes.
La reforma constitucional es en mi opinión el instrumento para recuperar el aprecio por el consenso que este país ha perdido. Cuando un país pierde el valor de los acuerdos y el aprecio social al consenso está haciendo algo muy peligroso. Y desgraciadamente toda la política española está pivotando ahí.
¿Existe el riesgo de que perdamos a las nuevas generaciones para la democracia del consenso? Están los mensajes radicales de Vox, del ala anticapitalista de Podemos, del separatismo...
No, no... Yo creo que no. La línea gruesa de los pactos volverá. Porque, si no, no se puede construir país. Yo tengo la impresión de que se serenarán las cosas. Pero hace falta pasar por el test de las urnas, eso no lo quita nadie.
Yo pienso que la nueva generación que dirige el país es una generación bien formada, que ha aprendido de sus mayores y que podrá hacerlo muy bien. Tengo plena confianza en ellos. En todos, desde Pedro Sánchez a Rivera; desde Pablo Casado hasta Junqueras; o desde Urkullu a Susana Díaz, pasando por Guillermo Fernández Vara, me da igual. Lo que me parece importante es que para todos ellos, Europa siga siendo la solución.
¿Ése puede ser el test? Porque cuando lleguen las elecciones europeas a la vez que las municipales y autonómicas, los populismos van acrecer en representación y poder.
El pacto fundamental yo creo que se va a sostener. Aunque probablemente, por ejemplo en Europa, va a haber una presencia nacionalista de los Estados perturbadora. Cuánto de perturbadora sea dependerá de si consiguen una "internacional nacionalista", como está intentando Bannon.
¿Es el muñidor del antieuropeísmo? Dicen que está también detrás de Vox...
Él es el gestor, el muñidor de este oxímoron, porque no puede ser una internacional una coalición de nacionalistas. Y seguramente los intereses internos entre ellos no les van a permitir formarla. Pero van a ser una piedra en el zapato, sin duda. Aunque yo no dramatizaría más.
Pero existe el riesgo de que el discurso democrático sea demasiado elaborado para contraponerlo a las verdades de brocha gorda de los populistas.
Eso se combate con mucha paciencia. Y con pedagogía. La gente no es tonta. Pero también hay que poner atención a los temas en los cuales hay más riesgo de alimentación populista. Para mí fundamentalmente no es la soberanía, sino el tema migratorio. En ese tema sí tenemos que ser capaces de encontrar una ordenación del fenómeno. ¡Ordenación!
¿Y cómo lo hacemos? Porque las competencias siguen siendo nacionales, no de la UE.
Sí... pero no todo. Está escrito el plan, pero el problema es que no seamos capaces de hacer lo que tenemos que hacer juntos. ¿Cómo se hace? Abriendo consulados europeos en 10 países africanos y, por tanto, evitando que vengan atravesando el continente para morir en el Mediterráneo. ¡Y punto! [gran golpe en la mesa]. ¿Cierre de las fronteras? Por supuesto, cierre estanco de las fronteras, que no venga nadie. Pero ¡necesitamos migración! Pues los traemos a través de esos consulados, evitamos las corrientes humanas y organizamos el reparto... pero para eso los países tienen que aceptar el reparto, entre otras cosas...
Pero los populistas ya gobiernan en Italia, en Hungría, en Polonia. A ver cómo pide la UE a estos países que renuncien a su soberanía en políticas migratorias.
Yo no descarto que la Unión en algún momento tenga que reformularse sobre un núcleo duro de la zona euro. En la medida en la que estas situaciones se den, la UE tendrá que repensarse. Y ciertamente el brexit es una oportunidad para ello. Porque no hay que olvidar que lo más importante es el pacto que tenemos que hacer con el Reino Unido antes de 2021. Y ése es un acuerdo de asociación. Que muy probablemente acabe siendo un modelo para quizás algunos países cuya integración política no sea tan intensa.
El sistema parlamentario europeo parece tan en crisis como el español.
Bueno, en España estamos en un periodo especial. La moción de censura reconcilió a la ciudadanía con las instituciones, porque la gente creía que la corrupción no tenía castigo. Y el sistema lo dio. El máximo que se puede dar. Y eso fue fantástico. Creo que el pueblo estuvo muy de acuerdo con la moción. Otra cosa es...
La gestión posterior...
No tanto la gestión como el momento de convocar elecciones, pero eso ya depende del presidente del Gobierno. Yo ahí no quiero decir nada.
Publicado en El Español, 12/01/2019
3 de enero de 2019
Pactos.
La aparición de un partido de extrema derecha ha generado los mismos efectos que en Europa: un indeseado arrastre del centro y de la derecha hacia los objetivos de los populistas
Aunque estos días están llenos de buenos deseos, me temo que la realidad no será tan propicia. Me refiero, claro, a la vida pública del país. En la esfera personal, espero, por el contrario, que se cumplan nuestros deseos.
Pero la política española ofrece rasgos más que preocupantes. El primero es la inestabilidad que vivimos y la que se presume. Porque, más allá de la duración de este Gobierno, el próximo tampoco se formará fácilmente. El mapa político ha cambiado y nos deparará un sistema con cuatro partidos principales, más nacionalistas y extrema derecha, y las combinaciones de un Ejecutivo estable no parecen fáciles.
Pero lo más grave del panorama político español no es el abanico inestable que se presume, sino la polarización extrema que se está generando y la peligrosa tendencia a la descalificación, al exabrupto y al insulto que se está instalando. El país ha perdido el aprecio al pacto, al acuerdo, al consenso, en un contexto en el que los llamados pactos de Estado, son más necesarios que nunca. Cataluña, la reforma Constitucional y la sostenibilidad del sistema de pensiones, son sólo tres de los grandes temas pendientes en nuestro país. Pero podrían citarse tres o cuatro más de singular importancia para nuestro futuro en un siglo XXI lleno de incertidumbres y retos.
La aparición de un partido de extrema derecha ha generado los mismos efectos que en el resto de Europa; es decir, un indeseado arrastre de la derecha y del centro hacia los objetivos (no quiero llamarles valores) que predican los populistas: nacionalismo extremo antieuropeo, rechazo total a los inmigrantes, especialmente a la inmigración islámica y racial, y rechazo a las grandes conquistas igualitarias de los seres humanos. En nuestro caso, además, ese nacionalismo español está alimentado por el conflicto catalán y muestra los mismos rasgos de intolerancia y radicalidad antagónica que expresa el independentismo. Si la triple alianza de las derechas se consolida, España vuelve a partirse en dos («…una de las dos Españas ha de helarte el corazón…», decía Machado) y esa fractura nos paraliza y quizás nos destruya.
Mirando a Cataluña y a nuestra Constitución esta fractura ya se está dando. La reversión autonómica o la recentralización de competencias empiezan a ser consideradas opciones de la reforma constitucional, obviamente en el sentido más antagónico a las soluciones pactistas de profundización o singularización de nuestro modelo autonómico. ¿Qué pacto cabe ahí?
De hecho, la oferta del PSOE y del Gobierno de Pedro Sánchez cae en el vacío por el desprecio que el independentismo le muestra y por el abierto rechazo que la derecha política está instrumentando como principal baza de oposición. Si hasta el más mínimo gesto de mano tendida y de acercamiento de España a Cataluña es calificado de traición, ¿Quién puede creer que habrá una solución pactada a la eterna cuestión territorial española?
El pacto hace grande a la política. La ennoblece y hace útil. El pacto es el reconocimiento del otro, el respeto a sus puntos de vista, el diálogo sobre ellos y el acuerdo como consecuencia de ese diálogo. El pacto es la expresión suprema del pluralismo político de nuestra sociedad. La polarización política y el extremismo son las consecuencias de no reconocer al otro, de no creer en el pluralismo. Los nacionalistas catalanes son el otro ejemplo de ese extremismo y de la polarización que sufren Cataluña y España. No se insiste lo suficiente en que la primera condición que deben cumplir los nacionalistas para hacer viables sus reivindicaciones es reconocer la existencia de otra Cataluña cuyos sentimientos identitarios son distintos y antagónicos a los suyos. Esa otra Cataluña es tan pueblo catalán como el nacionalista y sus aspiraciones españolas o unionistas tan legítimas como las independentistas. Pero este reconocimiento también le es exigible al primer partido de Cataluña, Ciudadanos, cuya responsabilidad en el pacto interior es enorme.
El pacto interior en Cataluña y el pacto posterior con el Estado es el camino. Si esos pactos requieren reforma constitucional, hagámosla, incluyendo otras muchas materias de una Carta Magna que sufre el lógico desgaste de materiales, cuarenta años después de su elaboración. Y como ese gran pacto, necesitamos otros. No habrá sostenibilidad del sistema de pensiones con una demografía tan adversa, si no revisamos nuestra fiscalidad (cinco puntos más baja en recaudación que la media europea), y si no alcanzamos una proporción estable de activos sobre pasivos. No seremos competitivos en el mundo si no estamos a la vanguardia de la formación, de la calidad universitaria, de la investigación y de las tecnologías. No podremos mantener la calidad de nuestro sistema sanitario si no invertimos más en él, mejorando, entre otras cosas, los salarios de nuestros excelentes profesionales…
Esos son los pactos pendientes de España. Muchos y graves. Tan importantes como necesarios. ¿Seremos capaces?
Aunque estos días están llenos de buenos deseos, me temo que la realidad no será tan propicia. Me refiero, claro, a la vida pública del país. En la esfera personal, espero, por el contrario, que se cumplan nuestros deseos.
Pero la política española ofrece rasgos más que preocupantes. El primero es la inestabilidad que vivimos y la que se presume. Porque, más allá de la duración de este Gobierno, el próximo tampoco se formará fácilmente. El mapa político ha cambiado y nos deparará un sistema con cuatro partidos principales, más nacionalistas y extrema derecha, y las combinaciones de un Ejecutivo estable no parecen fáciles.
Pero lo más grave del panorama político español no es el abanico inestable que se presume, sino la polarización extrema que se está generando y la peligrosa tendencia a la descalificación, al exabrupto y al insulto que se está instalando. El país ha perdido el aprecio al pacto, al acuerdo, al consenso, en un contexto en el que los llamados pactos de Estado, son más necesarios que nunca. Cataluña, la reforma Constitucional y la sostenibilidad del sistema de pensiones, son sólo tres de los grandes temas pendientes en nuestro país. Pero podrían citarse tres o cuatro más de singular importancia para nuestro futuro en un siglo XXI lleno de incertidumbres y retos.
La aparición de un partido de extrema derecha ha generado los mismos efectos que en el resto de Europa; es decir, un indeseado arrastre de la derecha y del centro hacia los objetivos (no quiero llamarles valores) que predican los populistas: nacionalismo extremo antieuropeo, rechazo total a los inmigrantes, especialmente a la inmigración islámica y racial, y rechazo a las grandes conquistas igualitarias de los seres humanos. En nuestro caso, además, ese nacionalismo español está alimentado por el conflicto catalán y muestra los mismos rasgos de intolerancia y radicalidad antagónica que expresa el independentismo. Si la triple alianza de las derechas se consolida, España vuelve a partirse en dos («…una de las dos Españas ha de helarte el corazón…», decía Machado) y esa fractura nos paraliza y quizás nos destruya.
Mirando a Cataluña y a nuestra Constitución esta fractura ya se está dando. La reversión autonómica o la recentralización de competencias empiezan a ser consideradas opciones de la reforma constitucional, obviamente en el sentido más antagónico a las soluciones pactistas de profundización o singularización de nuestro modelo autonómico. ¿Qué pacto cabe ahí?
De hecho, la oferta del PSOE y del Gobierno de Pedro Sánchez cae en el vacío por el desprecio que el independentismo le muestra y por el abierto rechazo que la derecha política está instrumentando como principal baza de oposición. Si hasta el más mínimo gesto de mano tendida y de acercamiento de España a Cataluña es calificado de traición, ¿Quién puede creer que habrá una solución pactada a la eterna cuestión territorial española?
El pacto hace grande a la política. La ennoblece y hace útil. El pacto es el reconocimiento del otro, el respeto a sus puntos de vista, el diálogo sobre ellos y el acuerdo como consecuencia de ese diálogo. El pacto es la expresión suprema del pluralismo político de nuestra sociedad. La polarización política y el extremismo son las consecuencias de no reconocer al otro, de no creer en el pluralismo. Los nacionalistas catalanes son el otro ejemplo de ese extremismo y de la polarización que sufren Cataluña y España. No se insiste lo suficiente en que la primera condición que deben cumplir los nacionalistas para hacer viables sus reivindicaciones es reconocer la existencia de otra Cataluña cuyos sentimientos identitarios son distintos y antagónicos a los suyos. Esa otra Cataluña es tan pueblo catalán como el nacionalista y sus aspiraciones españolas o unionistas tan legítimas como las independentistas. Pero este reconocimiento también le es exigible al primer partido de Cataluña, Ciudadanos, cuya responsabilidad en el pacto interior es enorme.
El pacto interior en Cataluña y el pacto posterior con el Estado es el camino. Si esos pactos requieren reforma constitucional, hagámosla, incluyendo otras muchas materias de una Carta Magna que sufre el lógico desgaste de materiales, cuarenta años después de su elaboración. Y como ese gran pacto, necesitamos otros. No habrá sostenibilidad del sistema de pensiones con una demografía tan adversa, si no revisamos nuestra fiscalidad (cinco puntos más baja en recaudación que la media europea), y si no alcanzamos una proporción estable de activos sobre pasivos. No seremos competitivos en el mundo si no estamos a la vanguardia de la formación, de la calidad universitaria, de la investigación y de las tecnologías. No podremos mantener la calidad de nuestro sistema sanitario si no invertimos más en él, mejorando, entre otras cosas, los salarios de nuestros excelentes profesionales…
Esos son los pactos pendientes de España. Muchos y graves. Tan importantes como necesarios. ¿Seremos capaces?
Publicado en El Correo, 3/01/2019
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