Una vez más, la metáfora marinera cargaba de sentido un mensaje político. Esta vez fue Juncker, el presidente europeo, quien empeñado en transmitir un optimismo, desconocido en los últimos años de 'policrisis' europea, encabezó así su discurso en el debate sobre el estado de la Unión: "Wind is in ours sails".
¿Qué ha sucedido en Europa estos últimos meses de 2017 para que este nuevo impulso europeísta anime los deprimidos despachos de Bruselas? ¿Por qué un cambio tan brusco en quien, solo un año antes advertía a los Estados Miembros de una "crisis existencial" de Europa? En mi opinión, hay cuatro razones que lo explican.
En primer lugar, todos los países de la Unión están en crecimiento económico y creación de empleo. Es cierto que estas recuperaciones son tenues e inciertas todavía y que se producen sobre la base de una grave devaluación social previa. Pero el hecho de que sean generales y de que se hayan superado los momentos más dramáticos que pusieron al euro y a Europa misma al borde del abismo, han generado un optimismo económico desconocido desde hace más de diez años.
En el plano de la gobernanza económica de la Unión, la crisis no ha sido gratuita. Las lecciones aprendidas son muchas y es común la idea de que un mercado único con una moneda común nos exige reformas muy serias en toda la estructura macroeconómica y monetaria y construir un
a arquitectura institucional de gobernanza del euro de la que hemos carecido en estos años de crisis financiera. Lo uno y lo otro, la recuperación económica y la agenda de tareas pendientes en la política económica y monetaria, han generado un espíritu de acción y un ánimo reformista que impulsa las velas de la navegación europea.
En la misma línea, el Brexit ha pasado de ser un gravísimo contratiempo en el futuro de la Unión a una negociación generadora de unidad y afán de común superación. En efecto, las primeras reacciones al sorprendente resultado del referéndum británico fueron de temor a la emulación y de natural alarma por el sentido histórico tan negativo que produjo. Por primera vez, un club al que todos querían entrar, veía que uno de los grandes, abría la puerta para irse. Pero enseguida se vio que los problemas realmente graves eran para el Reino Unido, que tuvo que convocar unas elecciones anticipadas para gestionar aquella decisión y comprobar en ellas que habían roto el país y que el nuevo Gobierno era todavía más débil e incapaz de gestionarla. Por el contrario, la Unión ha hecho una brillante gestión del problema. Unidos, fuertes y seguros, los negociadores europeos han establecido fases y líneas rojas que han dejado muy claro: primero, que irse es muy difícil y muy caro y segundo, que fuera de la Unión, aumentan los problemas y se está peor. El cierre de la primera fase negociadora a primeros de diciembre ha sido un éxito y Europa lo celebra mirando con optimismo la negociación de un período transitorio que el Reino Unido ha solicitado ante la evidencia de que el marco definitivo del futuro, lo exige. Ni los más optimistas europeístas creyeron hace una año, que el Brexit fuera a ser una palanca de impulso en la integración, como lo está siendo hoy en día.
Pero el viento en las velas de Europa, políticamente hablando, llegó con Macron. El presidente francés simbolizó su victoria sobre el populismo antieuropeo de Le Pen, con una apuesta por Europa cargada de señales y contenidos. La puesta en escena de su triunfo rodeado de banderas europeas con el himno europeo de música de fondo no quedó ahí. En un discurso memorable, no por casualidad, dirigido a los universitarios franceses en la Sorbona, diseñó una Europa Federal que nunca, nadie, había configurado tan integrada, tan unida, tan Estados Unidos de Europa. Ahí sigue, esperando al nuevo gobierno alemán para reformar la ley electoral europea y aprobar la Unión Europea como circunscripción electoral junto a los Estados. ¡Nada menos! Lo cierto es que, la derrota electoral de la ultraderecha en Holanda y Francia, han permitido respirar a Europa y si la apuesta de Macron se ve respaldada por un gobierno de coalición alemán, con las mismas aspiraciones europeístas, Europa experimentará un empujón considerable en su integración en los próximos años.
Y esta es precisamente la última y poderosa razón del optimismo europeo con el que se inicia el último año útil de la legislatura europea (2014-2019). Día a día se vive en Bruselas la necesidad de hacer más fuerte y más eficaz la integración. Ya sea en la política migratoria, ya sea en la defensa y en la seguridad, ya en la política internacional. Sin olvidar que en el mercado único una y otra vez, constatamos esas necesidades sinérgicas. Ocurre en la política energética, desde las conexiones de las redes, a la apuesta por las renovables, ocurre en la política comercial de la Unión, en la agenda digital, en I+D+I… Todo llama a la integración cuando el mundo económico se desplaza a Asia y la disrupción tecnológica la gobiernan desde California.
Esa conciencia de supervivencia europea en un mundo en cambio, impulsa también las velas de nuestra nave… con planes ambiciosos en todos los ámbitos. Ojalá seamos capaces de transformar ese nuevo optimismo europeo en buena y eficaz integración.
En primer lugar, todos los países de la Unión están en crecimiento económico y creación de empleo. Es cierto que estas recuperaciones son tenues e inciertas todavía y que se producen sobre la base de una grave devaluación social previa. Pero el hecho de que sean generales y de que se hayan superado los momentos más dramáticos que pusieron al euro y a Europa misma al borde del abismo, han generado un optimismo económico desconocido desde hace más de diez años.
En el plano de la gobernanza económica de la Unión, la crisis no ha sido gratuita. Las lecciones aprendidas son muchas y es común la idea de que un mercado único con una moneda común nos exige reformas muy serias en toda la estructura macroeconómica y monetaria y construir un
a arquitectura institucional de gobernanza del euro de la que hemos carecido en estos años de crisis financiera. Lo uno y lo otro, la recuperación económica y la agenda de tareas pendientes en la política económica y monetaria, han generado un espíritu de acción y un ánimo reformista que impulsa las velas de la navegación europea.
En la misma línea, el Brexit ha pasado de ser un gravísimo contratiempo en el futuro de la Unión a una negociación generadora de unidad y afán de común superación. En efecto, las primeras reacciones al sorprendente resultado del referéndum británico fueron de temor a la emulación y de natural alarma por el sentido histórico tan negativo que produjo. Por primera vez, un club al que todos querían entrar, veía que uno de los grandes, abría la puerta para irse. Pero enseguida se vio que los problemas realmente graves eran para el Reino Unido, que tuvo que convocar unas elecciones anticipadas para gestionar aquella decisión y comprobar en ellas que habían roto el país y que el nuevo Gobierno era todavía más débil e incapaz de gestionarla. Por el contrario, la Unión ha hecho una brillante gestión del problema. Unidos, fuertes y seguros, los negociadores europeos han establecido fases y líneas rojas que han dejado muy claro: primero, que irse es muy difícil y muy caro y segundo, que fuera de la Unión, aumentan los problemas y se está peor. El cierre de la primera fase negociadora a primeros de diciembre ha sido un éxito y Europa lo celebra mirando con optimismo la negociación de un período transitorio que el Reino Unido ha solicitado ante la evidencia de que el marco definitivo del futuro, lo exige. Ni los más optimistas europeístas creyeron hace una año, que el Brexit fuera a ser una palanca de impulso en la integración, como lo está siendo hoy en día.
Pero el viento en las velas de Europa, políticamente hablando, llegó con Macron. El presidente francés simbolizó su victoria sobre el populismo antieuropeo de Le Pen, con una apuesta por Europa cargada de señales y contenidos. La puesta en escena de su triunfo rodeado de banderas europeas con el himno europeo de música de fondo no quedó ahí. En un discurso memorable, no por casualidad, dirigido a los universitarios franceses en la Sorbona, diseñó una Europa Federal que nunca, nadie, había configurado tan integrada, tan unida, tan Estados Unidos de Europa. Ahí sigue, esperando al nuevo gobierno alemán para reformar la ley electoral europea y aprobar la Unión Europea como circunscripción electoral junto a los Estados. ¡Nada menos! Lo cierto es que, la derrota electoral de la ultraderecha en Holanda y Francia, han permitido respirar a Europa y si la apuesta de Macron se ve respaldada por un gobierno de coalición alemán, con las mismas aspiraciones europeístas, Europa experimentará un empujón considerable en su integración en los próximos años.
Y esta es precisamente la última y poderosa razón del optimismo europeo con el que se inicia el último año útil de la legislatura europea (2014-2019). Día a día se vive en Bruselas la necesidad de hacer más fuerte y más eficaz la integración. Ya sea en la política migratoria, ya sea en la defensa y en la seguridad, ya en la política internacional. Sin olvidar que en el mercado único una y otra vez, constatamos esas necesidades sinérgicas. Ocurre en la política energética, desde las conexiones de las redes, a la apuesta por las renovables, ocurre en la política comercial de la Unión, en la agenda digital, en I+D+I… Todo llama a la integración cuando el mundo económico se desplaza a Asia y la disrupción tecnológica la gobiernan desde California.
Esa conciencia de supervivencia europea en un mundo en cambio, impulsa también las velas de nuestra nave… con planes ambiciosos en todos los ámbitos. Ojalá seamos capaces de transformar ese nuevo optimismo europeo en buena y eficaz integración.
Publicado en El Confidencial, 1/1/2018