No es suficiente saber que más de tres mil empresas se han ido de Cataluña? Pensemos en nuestra economía y en la reducción de la recaudación fiscal que esto supondría.
Empeñarse en un referéndum sobre la independencia de Euskadi, el verdadero y único objetivo del llamado ‘Derecho a decidir’, es algo muy parecido a asumir las enormes y costosas consecuencias que están soportando los británicos con su ‘Brexit’. Su ‘Derecho a decidir’ –si se iban o no de la UE; es decir, si se independizaban de Europa– se lo propuso David Cameron hace dos años, lo acordaron en junio de 2016 y ahí siguen, perdidos en la niebla de un futuro incierto y cada vez más preocupante.
Incierto porque incluso cabe un segundo referéndum que vuelva atrás la anterior decisión, si las condiciones de salida no gustan a la mayoría. Y claro, puestos a decidir, ¿quién puede negar el derecho a otro referéndum una vez que las consecuencias reales en las que se concreta la decisión mayoritaria de irse sean conocidas? De hecho, este sería un ‘Derecho a decidir’ muchísimo más genuino y democrático porque se decidiría sobre condiciones concretas, no sobre un abstracto deseo, y porque supondría una verdadera participación ciudadana a la hora de confirmar o no los resultados de una negociación tan compleja como decisiva para la vida de los ciudadanos. Además, reconociendo ese derecho una vez, ¿cómo y por qué negarlo en otras?
De manera que no es de extrañar la acumulación de voces que se están produciendo en Reino Unido reclamando una segunda consulta para revertir lo que se supone el desastre derivado de la negociación de salida. ¡No es para menos! La primera alarma surgió con la paz en Irlanda del Norte, porque los delicados equilibrios que sustentan esa paz pueden saltar al establecerse una frontera exterior de la Unión ante las dos Irlandas, lo que ataca la naturaleza y la esencia de los acuerdos de Viernes Santo que reconocían la doble condición irlandesa y británica del norte de la isla, garantizándose por ello una frontera blanda en la que la circulación humana y material es libre. La salida de Reino Unido de la Unión distorsiona la relación humana y social, además de la económica, entre las dos Irlandas y aleja a la ciudadanía católica-irlandesa de su referente socio político en Dublín. Todos buscamos resolver esa ruptura, pero nadie sabe todavía cómo hacerlo.
La fractura territorial en Reino Unido se ha agravado con el ‘Brexit’, hasta el punto de que Escocia acabará pidiendo otro referéndum de salida de Gran Bretaña si las condiciones del acuerdo futuro entre la UE y Reino Unido perjudican sus intereses. Salvando las distancias y las evidentes diferencias, sería parecido a que Álava decidiera salirse de Euskadi y permanecer en el Estado al conocer las condiciones de una negociación entre el País Vasco y España después de que una mayoría vasca hubiera decidido la independencia en una consulta de las que defienden los partidarios del derecho a decidir.
La segunda y gran alarma permanece encendida con los derechos ciudadanos que tendrán los británicos en Europa y los europeos en Reino Unido. Más de cuatro millones de personas, sin contar sus familias ni sus entornos sociales, están pendientes de unos acuerdos que aseguren su actual estatus. Pero no es fácil garantizarlos a lo largo de sus vidas. Me pregunto sobre la angustia vital que produciría una negociación semejante para tantos miles de vascos y españoles que vivimos a caballo de una geografía tan próxima y tan íntima.
Por último, la tercera gran espada de Damocles que pende sobre el referéndum del ‘Brexit’ es el marco económico del futuro. Es evidente que se está produciendo, y se producirán más todavía, monumentales consecuencias. Una enorme incertidumbre sobre el futuro marco comercial entre la UE y Reino Unido afecta a todos los sectores: alimentos y agricultura, industria, servicios... Estos sectores están pendientes de saber si habrá aranceles o no en el nuevo acuerdo. Reino Unido era el país –junto a Alemania– que más talento atraía y esto ha terminado. La City y su poderío financiero tiemblan ante la competencia futura de Frankfurt. Los centros de decisión de muchas compañías se reubican en Europa, fuera de Londres. Pensemos ahora en una situación semejante en un País Vasco que ‘decide’ su independencia. ¿Hace falta dar nombres sobre las compañías que trasladarían su sede a Madrid? ¿No es suficiente saber que más de tres mil empresas lo han hecho en Cataluña estos meses? Pensemos en nuestra economía, en la reducción de la recaudación fiscal que esto supondría y en la pérdida de capacidad de decisión de las grandes empresas vascas que dependen de Stuttgart, Clermont-Ferrand, EE UU, Alemania, Madrid, etc...
Empeñarse en un referéndum sobre la independencia de Euskadi, el verdadero y único objetivo del llamado ‘Derecho a decidir’, es algo muy parecido a asumir las enormes y costosas consecuencias que están soportando los británicos con su ‘Brexit’. Su ‘Derecho a decidir’ –si se iban o no de la UE; es decir, si se independizaban de Europa– se lo propuso David Cameron hace dos años, lo acordaron en junio de 2016 y ahí siguen, perdidos en la niebla de un futuro incierto y cada vez más preocupante.
Incierto porque incluso cabe un segundo referéndum que vuelva atrás la anterior decisión, si las condiciones de salida no gustan a la mayoría. Y claro, puestos a decidir, ¿quién puede negar el derecho a otro referéndum una vez que las consecuencias reales en las que se concreta la decisión mayoritaria de irse sean conocidas? De hecho, este sería un ‘Derecho a decidir’ muchísimo más genuino y democrático porque se decidiría sobre condiciones concretas, no sobre un abstracto deseo, y porque supondría una verdadera participación ciudadana a la hora de confirmar o no los resultados de una negociación tan compleja como decisiva para la vida de los ciudadanos. Además, reconociendo ese derecho una vez, ¿cómo y por qué negarlo en otras?
De manera que no es de extrañar la acumulación de voces que se están produciendo en Reino Unido reclamando una segunda consulta para revertir lo que se supone el desastre derivado de la negociación de salida. ¡No es para menos! La primera alarma surgió con la paz en Irlanda del Norte, porque los delicados equilibrios que sustentan esa paz pueden saltar al establecerse una frontera exterior de la Unión ante las dos Irlandas, lo que ataca la naturaleza y la esencia de los acuerdos de Viernes Santo que reconocían la doble condición irlandesa y británica del norte de la isla, garantizándose por ello una frontera blanda en la que la circulación humana y material es libre. La salida de Reino Unido de la Unión distorsiona la relación humana y social, además de la económica, entre las dos Irlandas y aleja a la ciudadanía católica-irlandesa de su referente socio político en Dublín. Todos buscamos resolver esa ruptura, pero nadie sabe todavía cómo hacerlo.
La fractura territorial en Reino Unido se ha agravado con el ‘Brexit’, hasta el punto de que Escocia acabará pidiendo otro referéndum de salida de Gran Bretaña si las condiciones del acuerdo futuro entre la UE y Reino Unido perjudican sus intereses. Salvando las distancias y las evidentes diferencias, sería parecido a que Álava decidiera salirse de Euskadi y permanecer en el Estado al conocer las condiciones de una negociación entre el País Vasco y España después de que una mayoría vasca hubiera decidido la independencia en una consulta de las que defienden los partidarios del derecho a decidir.
La segunda y gran alarma permanece encendida con los derechos ciudadanos que tendrán los británicos en Europa y los europeos en Reino Unido. Más de cuatro millones de personas, sin contar sus familias ni sus entornos sociales, están pendientes de unos acuerdos que aseguren su actual estatus. Pero no es fácil garantizarlos a lo largo de sus vidas. Me pregunto sobre la angustia vital que produciría una negociación semejante para tantos miles de vascos y españoles que vivimos a caballo de una geografía tan próxima y tan íntima.
Por último, la tercera gran espada de Damocles que pende sobre el referéndum del ‘Brexit’ es el marco económico del futuro. Es evidente que se está produciendo, y se producirán más todavía, monumentales consecuencias. Una enorme incertidumbre sobre el futuro marco comercial entre la UE y Reino Unido afecta a todos los sectores: alimentos y agricultura, industria, servicios... Estos sectores están pendientes de saber si habrá aranceles o no en el nuevo acuerdo. Reino Unido era el país –junto a Alemania– que más talento atraía y esto ha terminado. La City y su poderío financiero tiemblan ante la competencia futura de Frankfurt. Los centros de decisión de muchas compañías se reubican en Europa, fuera de Londres. Pensemos ahora en una situación semejante en un País Vasco que ‘decide’ su independencia. ¿Hace falta dar nombres sobre las compañías que trasladarían su sede a Madrid? ¿No es suficiente saber que más de tres mil empresas lo han hecho en Cataluña estos meses? Pensemos en nuestra economía, en la reducción de la recaudación fiscal que esto supondría y en la pérdida de capacidad de decisión de las grandes empresas vascas que dependen de Stuttgart, Clermont-Ferrand, EE UU, Alemania, Madrid, etc...
El ‘Brexit’ ha fracturado la sociedad británica. Por edades, por regiones, en las universidades, en los clubes, en las familias... ¿No nos ha ocurrido eso mismos a nosotros durante años? ¿Volvemos a esa senda fratricida o seguimos construyendo nuestra pluralidad identitaria desde el reconocimiento y el respeto mutuo como ahora?
El Correo, 28/01/2018