16 de marzo de 2017

Decepción.


La Comisión parió un ratón. El esperado Libro Blanco que la Comisión Europea anunció para orientar el debate del futuro de Europa ha sido un decepcionante ‘paper’ que presenta cinco opciones a la reflexión de los estados Miembros y del Parlamento europeo con el fin de que en septiembre de este año, el presidente Juncker nos ofrezca las conclusiones y su propio proyecto. Muy resumidamente, el Libro Blanco sugiere debatir sobre cinco escenarios. El primero, titulado ‘Seguir adelante’, propone continuar como hasta ahora sin grandes cambios. El segundo, ‘Nada excepto el Mercado Único’ propone priorizar la profundización del Mercado Único respecto al resto de iniciativas políticas. El tercer escenario, el que Juncker y Merkel parecen apoyar, se llama ‘Los que quieran pueden hacer más’ y propone una suerte de Europa de varias velocidades. El cuarto se titula ‘Hacer menos de forma más eficiente’ y el quinto, ‘Hacer mucho más juntos’.

En las fechas en las que celebramos el 60 aniversario del Tratado de Roma, en el mes en el que Reino Unido notificará su decisión de abandonar la Unión Europea dando comienzo a unas negociaciones tan difíciles como decisivas, en plena multicrisis europea que afecta a nuestra economía, al empleo, a los retos migratorios o al antieuropeismo de Trump, la Comisión nos entrega una especie de manual para estudiantes, un folleto tan lleno de pedagógicas explicaciones como ausente de soluciones. No, no es eso lo que esperábamos ni lo que necesita Europa. La Comisión no es un Think Tank, es el Gobierno de Europa y su presidente es el presidente de la Unión.

Lo que necesitamos en un momento tan serio como el que vivimos es un diagnóstico certero de lo que está pasando, una autocrítica sobre nuestros fallos, sobre lo que funciona y lo que no, y, en consecuencia con todo ello, un conjunto de soluciones y de caminos para afrontar los graves desafíos de hoy en Europa, empezando por la negociación del ‘Brexit’, las peligrosas tendencias populistas, la crisis migratoria, la política económica para el crecimiento, que arrastra casi diez años de estancamiento, y los problemas de seguridad interior (terrorismo yihadista) y de vecindad, tanto con Rusia como en el Mediterráneo y Oriente Próximo, entre otros.

 La decepción es evidente si interpretamos la presentación oficial de esos cinco horizontes como la constatación de una división más que grave en el seno de la propia Unión, respecto a la Europa del futuro. Consciente la Comisión de que entre sus 27 miembros, hay tendencias nacionales tan fuertes y con un interés europeo tan débil, los redactores del informe han querido situarse en una especie de arbitraje, señalando cinco escenarios diferentes sobre las distintas vías de construir el futuro. Pero al hacerlo, además de renunciar a liderar ninguna de las posiciones, la Comisión ha constatado y solemnizado lo más evidente: que el proyecto común no existe.

Añadamos por último otro signo de alarma. En uno de los escenarios, el segundo, la Comisión plantea la vuelta al Mercado Único como exclusiva aspiración de la integración futura. Pero hay que recordar que eso significaría literalmente desandar todo lo construido por la Unión en los últimos años, para establecer una comunidad económica y comercial sin ningún soporte político-democrático, ni ciudadanía europea, ni defensa común, ni política exterior y abandonando los pilares de la cohesión territorial interna, los programas comunes en las grandes áreas de energía, I+D, digital, industria, transportes, etc. Sería como volver veinte años atrás hasta la Comunidad Económica Europea previa al Tratado de Maastricht de 1992.

Semejante marcha atrás no es ni siquiera imaginable y me parece de una gravedad sin límites que aparezca como una hipótesis, aunque la intención de la Comisión haya sido planteada a efectos meramente teóricos o con la intención manifiesta de conducir al lector hacia las otras tres formas e integración por natural deducción. El próximo día 25, toda Europa celebrará en Roma el 60 aniversario de un tratado que dio lugar a los mejores años de nuestra vida. Europa tiene 60 años de paz y progreso, ha construido la democracia supranacional más importante del mundo, integrando y compartiendo soberanías nacionales de 28 estados históricamente enfrentados. No hay en el mundo nadie que defienda más y mejor las libertades, la democracia, los derechos humanos, el Estado de Derecho y la protección social. Nadie ha construido un Estado del Bienestar como el que disfrutamos los europeos. Es más, conviene recordar que junto a los enormes desafíos que tenemos, en todo el mundo se mira con admiración a Europa.

Esta Europa que tenemos no tiene marcha atrás. Solo podemos avanzar, como las bicicletas y para eso hay que dar pedales en este momento de «crisis existencial de Europa», expresión del propio Juncker en el último debate sobre el Estado de la Unión. Pero no podemos equivocar el sentido de la marcha. Europa solo vencerá sus importantes desafíos y sus graves diferencias, con un inteligente y flexible pragmatismo hacia una mayor integración política y económica, No hay vuelta atrás.

Los líderes de los cuatro estados más importantes de Europa, reunidos en París a los pocos días de la presentación del ‘White Paper’, han afirmado esta misma idea. Su mensajes fueron: Queremos avanzar en la integración europea; tenemos que hacerlo urgentemente en la seguridad y la defensa y en la gobernanza económica; y estamos dispuestos a hacerlo sumando a los que quieran, lo que significan círculos concéntricos de diferente intensidad en la integración o dicho de otra forma, la única Europa posible es aquella que se construye a diferentes velocidades. No es lo mejor, pero es lo que hay.
Publicado en El Correo, 16/03/2017