Como si se tratara de una novela de García Márquez, la realidad política y económica de América Latina no ha dejado de evolucionar en estos últimos 15 años, y especialmente en estos últimos 15 meses. Cuba es un buen ejemplo de cambio en la buena dirección, y Venezuela, en dirección opuesta. Una dictadura se abre a la democracia y una democracia se cierra hacia la dictadura, me dijo Felipe González, comentando la situación en ambos países.
Pero no son sólo ellos. Colombia camina hacia la paz en un proceso de diálogo extraordinariamente difícil para acabar con la violencia interior. Panamá abrirá otro canal, cien años después de la apertura del primero, para conectar el Atlántico y el Pacífico, y quizá Nicaragua abra un tercero en los próximos diez años. Chile, Perú, Colombia y México construyen una Alianza para el Pacífico, llena de significación geoeconómica.
Las elecciones democráticas han legitimado el poder político y el Estado de Derecho en todo el continente por primera vez en la historia. Gobiernos populares comienzan una larga tarea de redistribución social en países con enormes masas de población pobre, intentando construir servicios públicos sostenibles en educación y sanidad.
Desde los primeros años de este siglo, América Latina ha tenido una evolución económica muy notable. El crecimiento medio del 4% ha permitido modernizar las estructuras económicas latinoamericanas y reducir la pobreza mediante un fuerte aumento del gasto social. América Latina sigue siendo muy desigual, con un problema estructural gravísimo de inequidad, pero lo es mucho menos que hace 15 años: más de 60 millones de personas abandonaron la pobreza, y algo más de 80 millones se sumaron a la llamada clase media.
América Latina se mueve, y los grandes actores políticos no son ajenos. China está invirtiendo cerca de 200.000 millones de dólares en la región, y el acercamiento de Obama a Cuba también busca recomponer la figura de los EE UU en el continente. La Unión Europea sigue siendo el primer socio comercial, pero en los últimos años hemos perdido pie, presencia e influencia en la región.
Así llegamos a la II Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (CELAC), que se ha celebrado en Bruselas los días 10 y 11 de junio. ¿Qué han hecho nuestros mandatarios?
La Cumbre quería, en primer lugar, reforzar la Alianza Estratégica Birregional, para que la Unión Europea y América Latina y Caribe configuren un poder internacional articulado y coherente en las muy diferentes mesas de gobernación del mundo. Desde la Cumbre de París sobre el cambio climático, a las Naciones Unidas. Desde la coordinación de esfuerzos y de políticas frente al narcotráfico y el terrorismo, a la regulación financiera y al combate contra los paraísos fiscales. Compartimos valores comunes, aspiraciones democráticas y de justicia social bastante similares. Estamos pues llamados a hacer juntos más y mejores cosas. A influir sobre las múltiples necesidades de gobernanza global con una fuerza incrementada por la suma de dos continentes.
En segundo lugar, la Cumbre ha dado nuevos impulsos a los procesos de negociación ya en curso, con el fin de culminar o modernizar los acuerdos entre la Unión Europea y distintos países de América Latina. Es el caso de Ecuador, que está esforzándose por finalizar su incorporación al Acuerdo Comercial Multipartes que ya vincula a Colombia y Perú. También es el caso de México y Chile, que reclaman la actualización de sus Acuerdos de Asociación con Europa, desde el convencimiento de que un instrumento de esta naturaleza es más útil cuanto mejor se adapte a los tiempos.
Es posible que se retomen las negociaciones con Mercosur y un acuerdo amplio con Cuba se alcanzará probablemente este año próximo. En ese mismo plano, colombianos y peruanos conseguirán venir a Europa sin necesidad de visado previo. Y, por último, Europa seguirá siendo el socio fundamental en la cooperación con Centroamérica, especialmente en la lucha por la seguridad ciudadana en países donde la criminalidad alcanza cifras insufribles.
Paralelamente a la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno se han producido otras: la Parlamentaria, que se ha reunido en Panamá, Riga y Bruselas para elevar mensajes políticos a los mandatarios de ambos continentes; la empresarial, reunida en Bruselas y en Milán; la Académica, reunida en Bruselas y Lovaina. También la sociedad civil se reunió con el patrocinio del Comité Económico y Social Europeo en el mes de abril.
¿Cuál es el mensaje de todas ellas? Hay una constatación común de crítica a la falta de desarrollo en nuestras relaciones estos últimos años. Hay un deseo unánime de mejorar nuestros acuerdos y de reforzar la alianza estratégica global. Y junto a todo ello, hay una reivindicación de que unamos nuestras sociedades. Unir es enlazar con cable de banda ancha nuestros continentes, multiplicar nuestros Erasmus, aceptar sin trabas la movilidad laboral y la inmigración entre las dos regiones, ayudar a las PYMES a pasar de uno al otro lado del océano, poner en comunicación nuestras universidades y a nuestros investigadores, compartir el conocimiento...
Hay un círculo histórico, cultural, económico y humano entre América Latina, Caribe y Europa, y no lo hemos cerrado. Es todavía una Alianza por hacer, si conseguimos evitar que Europa sólo mire al Este o al Mediterráneo y que América Latina gire su mirada definitivamente hacia el Pacífico, dándonos la espalda. Estos riesgos no son teóricos. Desgraciadamente, se están produciendo actualmente, y a muchos nos preocupa que lleguemos demasiado tarde.
Publicado en El País, 11/06/2015