Mucho me temo que los problemas europeos no han terminado con el acuerdo que parece va a alcanzarse con Grecia en las angustiosas horas de esta semana final de junio. Los problemas con Grecia no han terminado, aunque hayamos evitado el desastre de la guerra del gallina, esa en la que gana el que frena al borde del barranco mientras el otro se despeña. En nuestro caso, era una guerra en la que solo podía haber dos vencedores o, dos perdedores. Afortunadamente hemos frenado juntos y al mismo tiempo y ahora toca rehacer la economía griega, modernizarla y cumplir con los compromisos asumidos. No habrá más oportunidades para un partido, Syriza, que tiene sobre sus espaldas la enorme responsabilidad de hacer funcionar un Estado sobre sus propias realidades, al margen de promesas electorales infinanciables. Esa es para mí la tarea de esta nueva izquierda que recoge un país sin hacer y que debe demostrar su filosofía social haciendo un Estado moderno y construyendo una economía competitiva, única forma de hacer socialismo con la redistribución de la riqueza generada.
Pero los problemas europeos no acaban ahí. Tres noticias consecutivas nos han devuelto al peligroso antieuropeísmo que padecemos. La primera es la creación de un nuevo grupo parlamentario liderado por la ultraderechista francesa Marine Le Pen, que ha conseguido aglutinar 25 diputados de, por lo menos, siete países, con parecidos objetivos políticos en el Norte de Italia, Flandes, Holanda, Polonia, etc., bajo el nombre Europa de las Naciones y de las Libertades. Muchos creerán que ésta es una cuestión reglamentaria menor, pero se equivocan si no dimensionan la enorme proyección política que proporciona tener un grupo parlamentario propio. En este caso, además se sumará a otros tres grupos cuyo componente antieuropeo es bastante alto, empezando por los conservadores británicos (ECR), siguiendo por el grupo Europa de la Libertad y de la Democracia Directa (EFDD), que agrupa a los muy antieuropeos del UKIP de Nigel Farage y a los asamblearios de Cinco Estrellas y terminando en el grupo de los No Inscritos, que es una mezcla heterogénea de diputados aislados, bastante poco europeísta.
A todos ellos se sumará ahora Mme. Le Pen, que elevará su voz nacionalista contra el euro, la Unión, la inmigración y reivindicará el franco, las fronteras y la ‘grandeur’ francesa en una campaña presidencial adelantada hasta 2017.
La segunda noticia viene de Dinamarca. Quizás el país, junto al Reino Unido, más abiertamente euroescéptico. No es casualidad que haya rechazado entrar en el euro. Pues bien, en las elecciones celebradas hace quince días, el Partido del Pueblo Danés (DPP) se ha convertido en la segunda fuerza, tras los socialdemócratas, duplicando su cuota electoral hasta el 21% y convirtiéndose en llave de un gobierno de centro derecha (liberales) que, aun siendo tercera fuerza, gobernará con el apoyo de un partido populista, antiinmigración y euroescéptico. ¿Qué vendrá de ese nuevo gobierno de Dinamarca en la escalada derechista y antieuropea que sufrimos en la Unión? Sin duda menos Europa, más subsidiariedad nacional, más intergubernamentalismo y menos integración económica y social.
Algo parecido ocurre con la peor de las noticias que nos ha traído la actualidad europea en las últimas semanas. El vencedor de las elecciones británicas, el Sr. Cameron, cumpliendo una promesa electoral, ha presentado ya el proyecto de ley para la convocatoria de un referéndum en 2017. Inicialmente la convocatoria es para que los ciudadanos digan si quieren seguir o no en la UE, pero, ante el temor al ‘no’, el premier británico se ha apresurado a explicar a los 27 países del club que desea renegociar el statu quo de su pertenencia. El objetivo, no oculto, de esa apresurada negociación es ganar el referéndum con una presencia ‘light’ del Reino Unido en una Europa con instituciones más débiles, con menos competencias, por supuesto mucho más intergubernamental que federal y en la que queden excluidas cualquier intervención europea en las áreas sensibles para los ingleses de la política europea: defensa, política social, inmigración, política internacional... Esta es la idea que trae el primer ministro británico al Consejo Europeo de junio y que inicia un camino de negociación con los Veintisiete y con el Parlamento para retocar esta Europa doliente de la crisis. Lo grave es que la negociación que nos plantean británicos y daneses es en la dirección opuesta a la Europa federal en la que muchos creemos y que prometimos en nuestros discursos electorales.
Lo grave es que demasiadas voces en el Parlamento son insoportablemente antieuropeas y nacionalistas. Lo triste es que, con demasiada frecuencia, la realidad pone en evidencia la falta de solidaridad interna o la vuelta atrás de Schengen, como cuando recuperamos y cerramos fronteras a la inmigración en Ventimiglia para que los que huyen de la guerra en Siria, Irak y Libia y han conseguido llegar a Lampedusa, no pasen a Francia. Lo inexplicable es que la Comisión Europea nos proponga un reparto de cuotas de inmigración y que los Estados nos neguemos a acoger entre 500 millones de personas a 40.000 pertenecientes a esas familias asoladas por la guerra. Más que inexplicable, es sencillamente miserable. Así está Europa. Casi todo por hacer.
Publicado para El Correo, 26/06/2015