Es bueno que la Unión Europea exija diligencia a sus socios en el cumplimiento de los compromisos adquiridos, siempre y cuando sea igual de exigente consigo misma. Con respecto a América Latina, Europa no siempre es tan diligente como debiera a la hora de cumplir sus tareas pendientes, con el consiguiente deterioro de su imagen.
Un primer ejemplo de esa falta de diligencia es el retraso de la entrada en vigor del Acuerdo de Asociación con Centroamérica. Dicho retraso se debe a que el texto del Acuerdo está aún pendiente de ratificación en diecinueve parlamentos nacionales, todos ellos de Estados miembros de la UE. Los socios latinoamericanos han hecho en este caso sus deberes antes que los europeos.
Hay otro ejemplo más preocupante por sus consecuencias sobre las personas y sobre el medio ambiente. Es el caso de las industrias extractivas europeas con presencia en América Latina, cuyos proyectos presentan a menudo una doble cara. Por un lado, generan riqueza y empleo, y ambas cosas son imprescindibles para el crecimiento y la mejora del bienestar de los países que los albergan. Por otro lado, esas industrias utilizan intensivamente recursos como el agua y la tierra, y su impacto directo sobre las comunidades -normalmente comunidades indígenas- de las zonas donde se desarrollan no es siempre tan positivo. A lo largo de los últimos meses he recibido a representantes de comunidades afectadas en distintos países latinoamericanos, que narran situaciones de desplazamientos forzosos, deterioro de los recursos naturales y otros tipos de abuso.
La UE debe ser exigente con las empresas europeas que desempeñan sus actividades en el exterior, en primer lugar porque es lo justo, y en segundo lugar, porque la buena o mala imagen que dan de sí mismas influye decisivamente en la imagen que los latinoamericanos tienen de Europa. Debemos pedirles que respeten la normativa de los países en los que se implantan, que no rebajen sus estándares laborales o medioambientales cuando salen de nuestras fronteras. Pedirles, en definitiva, que sean socialmente responsables.
A nuestros socios latinoamericanos, debemos invitarles a que nos informen de los casos en los que empresas europeas vulneren ese principio de responsabilidad. Así se lo expresé hace unos días en la Delegación para los Países Andinos del Parlamento Europeo a los embajadores de Colombia y Perú, dos de los países en los que tienen más presencia las industrias extractivas europeas. Que esa presencia se aproveche para bien será fruto de la colaboración de todos.