Reconozco que no es fácil. Lo fue mucho más, hace años, cuando el presidente protagonizó una legislatura de éxito, en planos muy diversos: la expansión de derechos a los ciudadanos y a colectivos desfavorecidos, la retirada de Irak, el proceso de paz con ETA, la profundización autonómica, etcétera, en un contexto de crecimiento económico y creación de empleo que nos llevaron a las mejores cifras económicas y sociales de la historia de España. Pero ahora, cuando la crisis nos ha golpeado tan duramente y cuando los pronósticos sobre nuestra recuperación económica y de empleo son tan inciertos como lentos, defender a Zapatero no es muy frecuente ni, mucho menos, tarea sencilla. Soy el primero en reconocer que estamos ante un cambio de rumbo y que probablemente en los próximos meses el discurso y la estrategia para la salida de la crisis van a ser objeto de importantes novedades. Pero es esto, precisamente, lo que exige una explicación y lo que, curiosamente, permite una defensa del presidente del Gobierno.
Hace todavía unas pocas semanas, en la primera entrevista de este año, Zapatero anunciaba en 'El País': «Siempre he apostado por una respuesta social a la crisis y una salida social de la crisis». Cuando lo leí, me pregunté: ¿Es posible una salida «social» a la crisis? ¿Si es social, será verdaderamente una salida? Días después, el estallido de los mercados ante la ingente deuda pública emitida por los Estados, las dudas sobre Grecia, Davos -con aquella foto maldita junto a Letonia y Grecia-, los editoriales de 'Financial Times' y 'The Economist'... nos han colocado frente al espejo de nuestra realidad. De pronto, la estrategia de Zapatero ante la crisis ha chocado contra ese muro indescriptible que son los mercados, sus analistas, sus agencias de evaluación, etcétera, que, sin embargo, dan y quitan un valor virtual pero imprescindible en la economía capitalista: la confianza-país.
¿Qué ha intentado Zapatero estos dos años? Yo creo que nuestro presidente se ha guiado por un doble razonamiento. El primero era moral-ideológico: una crisis provocada por el corazón del capitalismo, por el descontrol de los fondos, actividades y productos financieros, casi siempre guiados por la especulación y el desprecio a los ciudadanos, no debía ser pagada por los más humildes, por los más desfavorecidos, los parados, los peor pagados, etcétera. Esto le llevó a mantener las políticas de protección social y a mejorar incluso las prestaciones previstas para quienes quedaban en paro. El segundo era macroeconómico: Como habíamos reducido la deuda pública acumulada hasta una cifra muy baja (38% del PIB) y como en España no hubo 'cracks' bancarios, como los tuvieron otros países, (EE UU, Alemania, Holanda, Reino Unido...), teníamos un importante colchón para endeudarnos haciendo un fuerte esfuerzo económico para -repito- mantener y mejorar la política social y para reforzar la inversión pública en infraestructuras, Plan E en los ayuntamientos, I+D, etcétera,y para reactivar la atonía de los mercados inyectando liquidez a los mercados crediticios y a los sectores estratégicos en crisis. Así estuvimos en 2008 y en 2009, y seguramente Zapatero pretendía seguir hasta el verano de 2010, confiando en una recuperación de la economía mundial a partir de la primavera-verano de este año.
Pero de pronto llegó la histeria de los mercados y el riesgo de una pérdida de confianza internacional en España, y me temo que nuestros problemas se han agravado ¡y mucho!, hasta el punto de que la agenda de reformas y ajustes que teníamos que abordar para favorecer el cambio de modelo productivo, la recuperación de competitividad y las mejoras de productividad de nuestra economía se nos presentan como imperativos inmediatos e inexorables. Poco les importa a quienes determinan la confianza de los países y la credibilidad de sus finanzas que esas reformas se hagan a costa de la política social abandonando a los parados, devaluando las condiciones de trabajo, desactivando bruscamente las políticas keynesianas practicadas hasta hoy mismo y previstas en presupuestos recién aprobados.
Quienes dictan esas leyes son los mercados, amos y señores de la política económica del mundo y, desde luego, entes insensibles a las desgracias humanas que puedan producir sus caprichosas reacciones. Porque no me negarán ustedes que resulta bastante irritante tener que aguantar los dictados de quienes han producido la mayor crisis económica en ochenta años, obligando a los Estados a endeudarse hasta las cejas para negarles después la financiación necesaria para su recuperación. Y, sin embargo, estamos en sus manos y me temo que nos han marcado ya el camino de la reducción drástica del déficit, de la flexibilidad laboral, la reforma de la Seguridad Social, el aumento de los impuestos, etcétera, etcétera.
Y aun reconociendo que muchas de estas grandes reformas teníamos que abordarlas porque eran y son inevitables para un país como el nuestro, necesitado de mejorar su productividad para competir en la economía global, creo que Zapatero quería llevarlas a cabo con otro ritmo, con más diálogo, con protección social, sin cortar tan bruscamente la inversión pública; en definitiva, con otra perspectiva más política y más atenuada. El giro que algunos han interpretado como desconcierto o improvisación tiene, sin embargo, esta explicación que humildemente les ofrezco.
Hace todavía unas pocas semanas, en la primera entrevista de este año, Zapatero anunciaba en 'El País': «Siempre he apostado por una respuesta social a la crisis y una salida social de la crisis». Cuando lo leí, me pregunté: ¿Es posible una salida «social» a la crisis? ¿Si es social, será verdaderamente una salida? Días después, el estallido de los mercados ante la ingente deuda pública emitida por los Estados, las dudas sobre Grecia, Davos -con aquella foto maldita junto a Letonia y Grecia-, los editoriales de 'Financial Times' y 'The Economist'... nos han colocado frente al espejo de nuestra realidad. De pronto, la estrategia de Zapatero ante la crisis ha chocado contra ese muro indescriptible que son los mercados, sus analistas, sus agencias de evaluación, etcétera, que, sin embargo, dan y quitan un valor virtual pero imprescindible en la economía capitalista: la confianza-país.
¿Qué ha intentado Zapatero estos dos años? Yo creo que nuestro presidente se ha guiado por un doble razonamiento. El primero era moral-ideológico: una crisis provocada por el corazón del capitalismo, por el descontrol de los fondos, actividades y productos financieros, casi siempre guiados por la especulación y el desprecio a los ciudadanos, no debía ser pagada por los más humildes, por los más desfavorecidos, los parados, los peor pagados, etcétera. Esto le llevó a mantener las políticas de protección social y a mejorar incluso las prestaciones previstas para quienes quedaban en paro. El segundo era macroeconómico: Como habíamos reducido la deuda pública acumulada hasta una cifra muy baja (38% del PIB) y como en España no hubo 'cracks' bancarios, como los tuvieron otros países, (EE UU, Alemania, Holanda, Reino Unido...), teníamos un importante colchón para endeudarnos haciendo un fuerte esfuerzo económico para -repito- mantener y mejorar la política social y para reforzar la inversión pública en infraestructuras, Plan E en los ayuntamientos, I+D, etcétera,y para reactivar la atonía de los mercados inyectando liquidez a los mercados crediticios y a los sectores estratégicos en crisis. Así estuvimos en 2008 y en 2009, y seguramente Zapatero pretendía seguir hasta el verano de 2010, confiando en una recuperación de la economía mundial a partir de la primavera-verano de este año.
Pero de pronto llegó la histeria de los mercados y el riesgo de una pérdida de confianza internacional en España, y me temo que nuestros problemas se han agravado ¡y mucho!, hasta el punto de que la agenda de reformas y ajustes que teníamos que abordar para favorecer el cambio de modelo productivo, la recuperación de competitividad y las mejoras de productividad de nuestra economía se nos presentan como imperativos inmediatos e inexorables. Poco les importa a quienes determinan la confianza de los países y la credibilidad de sus finanzas que esas reformas se hagan a costa de la política social abandonando a los parados, devaluando las condiciones de trabajo, desactivando bruscamente las políticas keynesianas practicadas hasta hoy mismo y previstas en presupuestos recién aprobados.
Quienes dictan esas leyes son los mercados, amos y señores de la política económica del mundo y, desde luego, entes insensibles a las desgracias humanas que puedan producir sus caprichosas reacciones. Porque no me negarán ustedes que resulta bastante irritante tener que aguantar los dictados de quienes han producido la mayor crisis económica en ochenta años, obligando a los Estados a endeudarse hasta las cejas para negarles después la financiación necesaria para su recuperación. Y, sin embargo, estamos en sus manos y me temo que nos han marcado ya el camino de la reducción drástica del déficit, de la flexibilidad laboral, la reforma de la Seguridad Social, el aumento de los impuestos, etcétera, etcétera.
Y aun reconociendo que muchas de estas grandes reformas teníamos que abordarlas porque eran y son inevitables para un país como el nuestro, necesitado de mejorar su productividad para competir en la economía global, creo que Zapatero quería llevarlas a cabo con otro ritmo, con más diálogo, con protección social, sin cortar tan bruscamente la inversión pública; en definitiva, con otra perspectiva más política y más atenuada. El giro que algunos han interpretado como desconcierto o improvisación tiene, sin embargo, esta explicación que humildemente les ofrezco.
El Correo, 17/02/2010.