Todos los analistas coinciden en que el crecimiento electoral de Bildu se debe a tres factores principales:
1) Han aprovechado muy bien sus oportunidades para ser una fuerza principal de las coaliciones progresistas de la política española en estos últimos años (2018-2024). Sus apoyos al bloque de izquierdas han sido constantes, plenos e incondicionados, lo que les ha proporcionado un incuestionable perfil social y un protagonismo evidente en el freno a las derechas en España.
2) Su pasado no les pesa, especialmente entre el electorado joven. Es más, bien puede decirse que sus votantes premian su apuesta por la política y olvidan sus responsabilidades históricas en la violencia.
3) Con intencionado cálculo han hecho desaparecer de su programa el objetivo independentista de su proyecto. Es notable el lenguaje moderado en los planos identitarios del discurso político abertzale.
Cada uno de estos argumentos merecería muchos matices, pero me voy a detener en las contradicciones que surgen de la combinación de sus dos características principales: ser abertzales y de izquierdas. Quienes peinamos canas en la política vasca sabemos bien que todas las tensiones ideológicas que ha sufrido ese movimiento, genéricamente llamado izquierda abertzale, han sido precisamente por la dialéctica entre esas dos banderas: la roja del socialismo y la verde de la patria.
Pues bien, desde la década de los 60 hasta aquí, todos los debates entre ambas opciones y todas las escisiones producidas en ETA han sido para imponer la corriente nacionalista a la de izquierdas. Todos los movimientos ideológicos de izquierda: ETA VI, LKI, EMK, Euskadiko Ezkerra, etcétera, fueron sucesivamente derrotados y expulsados, hasta que ETA y Batasuna impusieron el objetivo independentista como santo y seña de su lucha en los años ochenta. Hasta hoy.
Es verdad que «ahora no estamos en eso» (en la independencia), «pero no renunciamos a ella», dicen los líderes de Bildu estos días. Es un hábil ejercicio de pragmatismo (entre otras razones porque el apoyo al independentismo, hoy, no llega al 15% de la población vasca), pero quienes les votan deben ser conscientes de ese taimado gradualismo y del objetivo final que les guía.
Bildu muestra en sus mensajes a personas procedentes de la izquierda vasca que, al parecer, asumen la compatibilidad de sus aspiraciones de justicia social e igualdad, de fraternidad de clase y de europeísmo, con un proyecto independentista. A mi juicio esas cualidades políticas y humanas no caben en el independentismo vasco.
¿Cómo es posible ser independientes y construir Europa? Seamos claros: en la Europa de hoy -y más en la de mañana- no caben regiones europeas desprendidas de sus Estados-nación. La Europa de hoy está amenazada y todos nuestros esfuerzos futuros exigen armonizar veintisiete Estados en sus múltiples desafíos de competitividad, defensa, mercados, entre otros. Desde el independentismo no se hace Europa, se la destruye.
¿Cuál será nuestra solidaridad con los territorios de nuestros orígenes: Extremadura, Castilla, Galicia, Andalucía... cuando nos independicemos de España? ¿Nos importarán algo su sistema de pensiones o sus infraestructuras o su nivel educativo o sanitario cuando reclamemos separarnos de España? Porque nadie debería olvidar que si un día tuviéramos que negociar nuestra independencia, estos temas estarían sobre la mesa.
«Euskadi necesita recuperar soberanía, porque cuando hubo una pandemia no podíamos decidir muchas cosas». Esta declaración reciente del candidato de Bildu descubre bien las contradicciones del independentismo con la izquierda.¿Qué habríamos decidido solos? ¿Contra quiénes irían nuestras supuestas decisiones soberanas? Ridículo, por no decir patético.
El independentismo impone una concepción pacata, limitada, insolidaria, para nada fraterna con el resto de españoles, con quienes convivimos y compartimos historia y aspiraciones. El proyecto independentista nos exige renunciar a una identidad cultural y política española, presente en nuestras vidas y condición de cosmopolitismo, europeísmo y solidaridad con nuestros conciudadanos.
Aceptar su calculado pragmatismo de hoy, sabiendo -porque eso sí reconocen- que su verdadero y sentido proyecto es separarse y construir un Estado independiente, es aceptar una estrategia engañosa que contradice los sentimientos y aspiraciones de muchos votantes que se sienten de izquierdas y no comparten el objetivo independentista. Yo no niego el derecho a declararse de izquierdas a quienes son independentistas pero la clarificación electoral nos demanda no llamar izquierda al independentismo. Abertzales, sí, pero la izquierda no es eso.
Publicado en el Correo, 3/04/2024