En los tiempos actuales, elogiar estas virtudes resulta especialmente oportuno. José Antonio Ardanza presidió el primer gobierno de coalición de España, el que hicimos a principios de 1987 entre el PNV y los socialistas vascos.
Recuerdo que nos costó explicar a nuestros conciudadanos por qué, siendo el PSE el primer partido en escaños (19) y el segundo el PNV (17), cedíamos la Presidencia del Gobierno. La razón fue simple: necesitábamos que el PNV liderara la deslegitimación social y política de la violencia y necesitábamos que un nacionalista presidiera la unidad de las fuerzas democráticas vascas contra ETA. Aquel pacto fue, como todos, de conveniencia, pero en nuestro análisis la lucha contra el terrorismo era prioritaria, y darle la vuelta al aislamiento político del Estado en su lucha contra la violencia, esencial.
Los acontecimientos nos dieron la razón. En enero de 1988 firmamos el Pacto de Ajuria Enea, que materializaba ambos objetivos. Visto con perspectiva, aquel fue un punto de inflexión extraordinario para derrotar a la violencia. Es verdad que la paz llegó mucho más tarde, pero no habría llegado sin ese cambio copernicano sobre los diez años de fracaso antiterrorista anteriores.
Ardanza asumió ese liderazgo con convicciones propias. Durante más de diez años estuvimos juntos en la gestión de ese pacto y en los gobiernos de coalición de aquella época, y puedo decir que los principios y las convicciones de José Antonio Ardanza, en la vía democrática y en su condena a la violencia, eran firmes y sólidos. Recuerden el desmarque ideológico del PNV en aquel discurso memorable del lehendakari en el Parlamento vasco: «No solo no compartimos con ellos sus medios, tampoco sus fines».
Fue también hombre de pactos. Con todas las fuerzas democráticas para unirnos frente a la violencia. Con los socialistas vascos para expresar la pluralidad identitaria de la sociedad vasca. Con el Gobierno del Estado para desarrollar el autogobierno y para gobernar España. Ardanza creía en ellos y su natural era pactar, aceptar al otro, entenderlo, respetarlo y dialogar con él hasta llegar al acuerdo. El de Ajuria Enea tardó tres días, encerrados todos los líderes de todas las fuerzas democráticas en la sede de la Presidencia. Soy testigo de sus habilidades para lograrlos.
Su otra gran característica fue su compromiso con el autonomismo y con el Estatuto de Gernika. Toda la acción de gobierno de sus mandatos, en el plano identitario, se circunscribe al desarrollo del Estatuto y al respeto a la Constitución. Nuestros acuerdos de legislatura tenían fuertes tensiones nacionalistas, pero estas siempre se produjeron en el marco estatutario-constitucional.
Era un tiempo en el que el pacto era apreciado, tenía réditos sociales y políticos.
Ardanza fue un hombre honesto. Su vida pública fue limpia y honrada. Tolerante para con los adversarios, buen conversador y persona amable en formas y fondo. Hace ya tiempo que dejó la política, pero la política y la Euskadi de hoy lamentamos su pérdida. Q.E.P.D.
Publicado en El Mundo, 9/04/2024