¿Qué cree que define sustantivamente el socialismo democrático? ¿Cuáles cree que son sus valores y propuestas esenciales?
El socialismo es un proyecto de igualdad y de lucha contra la injusticia, que busca la dignidad del ser humano en todas las esferas de su vida. Nacemos en circunstancias distintas. Con oportunidades ante la vida muy diferentes, en función de factores económicos, educativos, físicos, territoriales, culturales, etc. El mundo al que llegamos consolida y acentúa esas diferencias, y nuestra vida transcurre con muy diferentes posibilidades de prosperar, con muy diferentes niveles de bienestar y de satisfacción personal. El socialismo combate esas circunstancias “naturales”, interviene para combatir las limitaciones de oportunidad vital, para eliminar las discriminaciones y en definitiva para abrir horizontes de igualdad y dignidad a todos los seres humanos. Así hemos construido, a lo largo del siglo XX, las grandes instituciones de la igualdad y la protección social: el Estado del Bienestar.
El socialismo es también un proyecto democrático de libertad, porque se basa en el ejercicio de los grandes derechos liberales y en la democracia, como sistema político. Esas son sus herramientas de acción para alcanzar sus ideales.
Es un proyecto de virtudes ciudadanas y de responsabilidad social individual, que cree en una organización social basada en el Derecho y por eso en las instituciones democráticas, y defiende la solidaridad estableciendo el Bien Común como base del interés personal. Virtudes ciudadanas y principios solidarios que defienden: la laicidad frente a la intromisión religiosa en la organización social; el cosmopolitismo ciudadano frente a la etnicidad; la interculturalidad y la pluralidad identitaria frente al multiculturalismo y el nacionalismo; la igualdad de los seres humanos por encima de sexos, razas, religiones, orígenes, etc. Y los Derechos Humanos como suelo universal de dignidad en cualquier lugar, en cualquier circunstancia.
Es, claro, un proyecto que cree en la política, en la acción pública, en el Estado, como instrumentos y terreno de juego básicos en los que situar su proyecto y sus aspiraciones.
- ¿Cómo entiende la relación entre marxismo y socialismo? ¿Qué lectura hace de la historia del socialismo?
El socialismo nace de las factorías que surgen en la primera revolución industrial. Es el capitalismo y su explotación laboral descarnada en los telares de Manchester, el que hace brotar los sentimientos más primarios del socialismo en aquella lucha de clases por la dignidad en las condiciones de trabajo. Como en las minas de carbón y del hierro de la margen izquierda de Bilbao a finales del siglo XIX y como en los talleres y en las obras en construcción de la Barcelona de principios del siglo XX.
El socialismo nace en esas explotaciones humanas y se inspira en el humus civilizatorio de la Europa nacida en la Revolución Francesa un siglo antes. Se organiza políticamente porque los sindicatos reclaman ese instrumento en su lucha sindical. La aparición de los partidos socialistas es la consecuencia lógica del juego democrático que se está iniciando y el corolario natural de las reivindicaciones sindicales.
El marxismo es un método explicativo de esa explotación y una interpretación histórica de las fuerzas en conflicto. El marxismo consigue dar argamasa ideológica a la lucha de clases, a la organización económica de aquella sociedad. No es más, pero tampoco menos.
El problema del marxismo es su aplicación comunista. La revolución soviética implementa la victoria del proletariado sobre el capital, estableciendo la dictadura de la vanguardia comunista y las consecuencias de esa experiencia las conocemos bien.
Hoy, treinta años después de la caída del muro, no podemos seguir prisioneros de aquella retórica que escondía una represión cruel e intolerable a la disidencia y un fracaso socioeconómico incuestionable.
Todas las expresiones socialistas europeas han vivido sometidas a la perniciosa influencia de la revolución rusa. Basta recordar las tensiones sociales de Alemania, Francia, Italia y España en los años 20 y 30 del siglo pasado para descubrir la enorme influencia que ejerció la Internacional Comunista en el devenir histórico de esos y otros países, bajo el señuelo de una Revolución que nunca lo fue o que de serlo, acabó en un desastre.
Afortunadamente, los socialistas españoles mantuvimos nuestra fe democrática y no nos dejamos seducir por aquellos cantos de sirena. La famosa pregunta de Fernando de los Ríos en Moscú: ¿y la libertad? Y la respuesta de Lenin: “Libertad ¿para qué?” quedó grabada en el acervo ideológico de los socialistas españoles.
Más tarde, ya en plena recuperación de las libertades democráticas después de cuarenta años de dictadura franquista, nuestro primer Congreso, en los albores democráticos, tuvo como eslogan, no por casualidad, un titular inolvidable: “Socialismo es libertad”. Pues eso, socialismo es libertad en la lucha por la igualdad.
- ¿Cuál piensa que ha sido y cuál debería ser el vínculo entre pensamiento y praxis política en el socialismo?
El socialismo tiene ideales, aspiraciones, sueños, si se quiere. Pero su praxis viene exigida por las circunstancias que te impone la realidad, por las demandas más urgentes, por las limitaciones de tus decisiones en el respeto a las reglas democráticas. Cuando sobrepones tus fines a las reglas democráticas, acabas con la democracia. Cuando crees que tus ideales están por encima de la voluntad electoral o de las libertades de otros, sean estos medios de comunicación o partidos o poderes diversos, te conviertes en dictadura y en tiranía. Hay ejemplos bien conocidos de lo que digo y desgraciadamente son presentes todavía.
En 1982, el PSOE ganó las elecciones con una mayoría abrumadora. El eslogan fue “Por el cambio” pero Felipe se cansó de repetir en campaña un eslogan distinto: “Que España funcione”. Consolidar la democracia, modernizar la economía, hacer la reconversión industrial, entrar en Europa, acabar el mapa autonómico..., esas eran las necesidades de España. ¿Hicimos socialismo? No. Pusimos a España en funcionamiento. Socialismo hicimos después, universalizando la sanidad y la educación, modernizando la seguridad social... No era posible hacerlo en el 83. Pero fue posible después porque hicimos un país económicamente moderno, europeo y con una fiscalidad propia de un Estado del Bienestar. Creo que con este ejemplo se entiende bien el vínculo entre pensamiento y praxis política del socialismo
Podríamos extender esta referencia histórica a los tiempos actuales. España tiene casi un 17 % de paro después de la pandemia. Un paro del 40 % entre los jóvenes. ¿Qué es más socialista, subir el SMI a 1200 euros, o mantenerlo como está para que la contratación laboral no se contraiga? Lo verdaderamente socialista es poner al país en la senda de las grandes disrupciones ecológica y digital para que nuestro aparato productivo sea competitivo y genere empleo para absorber ese paro. Eso es socialismo hoy y aquí. Quizás no emocione, pero es que a veces, lo emocionante un día, puede acabar en tragedia otro.
El socialismo del siglo XXI debe tener claro que debe ser un proyecto de mayoría electoral, es decir, que tiene que obtener la confianza ciudadana y ejercer el gobierno para el conjunto del país, con vocación de centralidad. Centralidad, no entendida como centro político sino como búsqueda del interés general, de los intereses del país, de lo necesario para la mayoría, eso sí, desde los principios socialistas antes descritos. Tenemos que ser capaces de encontrar ese equilibrio entre aspiraciones y praxis huyendo de retóricas vacías, de propuestas del siglo pasado y adaptándonos a un mundo en plena transformación, en múltiples disrupciones.
- ¿Cuáles son, según su criterio, los retos de nuestro mundo actual en los que el pensamiento socialista necesita centrar sus esfuerzos de reflexión y/o actualizar sus postulados (desigualdades, medio ambiente, migraciones, digitalización, ciencia, globalización, representación social y política, otros)?
Decía Rocard, el socialista francés, que es imposible transformar el mundo sin conocerlo. En línea con lo dicho antes, el socialismo debe situar su proyecto en un marco de transformaciones económicas, sociales y tecnológicas que tienen poco que ver con el siglo XX. Son conocidas: globalización económica y financiera, feminización, envejecimiento, concentración urbana, digitalización, cambio climático, etc. Nuestras aspiraciones son las mismas, pero nuestras soluciones, nuestras propuestas, tienen que ser distintas. Se oyen muchas alternativas supuestamente de izquierdas, que son antiguas, que no sirven, que se dan de bruces con realidades inexorables.
El socialismo hoy debe empezar por fijar una agenda progresista de la globalización. Es en las mesas internacionales donde se juegan muchas de nuestras aspiraciones. Repartir vacunas COVID depende de Covax, la organización internacional de NN.UU. Acordar la lucha contra el cambio climático es materia del multilateralismo, como lo fue el Acuerdo de París y lo será el de Glasgow. La lucha contra el fraude fiscal, los paraísos y el secreto bancario depende de la OCDE y del G-20. Así podríamos seguir con mil cosas tan importantes como la paz, la cooperación al desarrollo, los ODS y otros graves asuntos dependientes de la gobernanza de la globalización.
La desigualdad socioeconómica ha vuelto. El socialismo no debe seguir hablando de cuánto ha crecido la desigualdad, sino proponer fórmulas que la combatan. Nuevas fórmulas en la predistribución (salario mínimo, abanico salarial, etc.), nueva fiscalidad y revisar nuestras viejas fórmulas universales de redistribución para favorecer más a los que tiene menos. Esto no es fácil, ni popular, pero esas son las tareas de un socialismo renovado.
Tenemos que modernizar nuestra propuesta federal para hacer compatible la identidad con la solidaridad. Nuestro espacio público se estructura en cuatro círculos concéntricos bajo los principios de la subsidiariedad y la cosoberanía. La Ciudad, la Autonomía, el Estado y Europa, son nuestros ámbitos democráticos de poder, y defenderlos como un todo articulado y eficiente debiera ser una tarea primordial.
Europa como proyecto de integración nacional y como plataforma para hacernos visibles en el mundo e influir en él, con arreglo a nuestro modelo social y democrático, es otra de nuestras señas de identidad.
Liderar la lucha por la igualdad de mujeres y hombres y continuar la revolución feminista, probablemente la revolución más exitosa en este vierteaguas histórico que vivimos, es también tarea clave del socialismo de hoy. Como lo es nuestro compromiso ecológico y nuestra voluntad de acabar con las emisiones que provocan el calentamiento, en el 2050.
Tenemos que ser valientes en la defensa de los derechos de la inmigración y en las políticas de ordenación de los flujos migratorios. Hay derechos humanos en juego. Les necesitamos. En el siglo de la interconectividad, no hay fronteras capaces de frenar la esperanza de vivir. Debemos defender acuerdos internacionales para regular el Derecho de asilo y refugio con arreglo a nuevas realidades y extender los acuerdos con los países de origen para ordenar la llegada, formar e insertar a los inmigrantes.
La Democracia, el Estado de Derecho, la Constitución, nuestros ordenamientos jurídicos, nuestras instituciones, deben mejorarse en el marco de la renovación de nuestro contrato social. Renovarlos no es demolerlos, como pretenden algunos insensatos. Renovarlos es fortalecerlos, comprometerse con los consensos que sostienen nuestra convivencia y modernizarlos adaptándolos a las nuevas necesidades.
Es preciso pensar y reflexionar sobre la relación entre tecnología y redes sociales con nuestra democracia. El socialismo europeo debería propugnar una carta de Derechos y Deberes en el mundo nuevo de la Red. Europa es líder regulatorio y el socialismo debería liderar la enorme complejidad regulatoria de los Datos, los monopolios tecnológicos, su fiscalidad, los Derechos de los usuarios, la relación con la autoría de la información, etc. Estamos en el comienzo de esta tarea y el socialismo debería liderar esta reflexión.
Viene un mundo nuevo en el ámbito laboral con la economía digital. El socialismo debería liderar también este mundo a caballo de dos realidades que ya conviven:
El mundo de las fábricas y de las relaciones laborales clásicas y el mundo de la red, del teletrabajo, de las plataformas, de los emprendedores, de los autónomos..., la economía digital al fin y al cabo. Ya no basta pedir que se derogue la reforma laboral del anterior gobierno, es preciso proponer nuestro modelo de protección laboral y de dignidad laboral al nuevo mundo.
Por último, hay que revisar nuestra relación con la empresa. El socialismo debe incorporar una dialéctica con la empresa en términos de su contribución a las grandes causas progresistas: ecología, relaciones sociales, fiscalidad, transparencia, igualdad, etc. La empresa crea hábitats, impacta socialmente y la ley marca mínimos de exigencia que pueden y deben ser superados por la cultura de la responsabilidad y del compromiso con los stakeholders.
En fin, si queremos que el socialismo siga siendo la fuerza motriz que fue en el siglo pasado, tenemos que dar una fuerte sacudida a nuestras soluciones porque las que tuvimos entonces, ya no valen.
- ¿Considera la forma partido como el entorno adecuado para mantener, desarrollar y difundir el pensamiento socialista? ¿Es posible o necesario el pensamiento de partido y la figura del intelectual orgánico?
En el año 2012, después de nuestra severa derrota electoral, Alfredo Pérez Rubalcaba me encargó pilotar la conferencia política. Fue un ejercicio de aggiornamento y renovación de nuestro discurso político. Todavía vivimos de aquellas propuestas y de aquella reflexión. ¿Cómo la hicimos? Llamando a los mejores pensadores, investigadores, juristas, sociólogos, politólogos, economistas, de nuestras universidades.
Por supuesto, cada vez es más necesario enriquecer el pensamiento socialista. Los políticos en ejercicio no tienen tiempo de hacerlo. Recurrir a expertos es imprescindible en los tiempos que vivimos. Véase la pandemia, pero podríamos aplicarlo a mil debates claves: la energía, las telecomunicaciones, lo digital, ...
El partido es necesario. Por imperfecta que sea su estructura, no tiene sustituto conocido. Es como la democracia.
La adhesión al partido debería multiplicarse, facilitando otras muchas formas de estar en él y de participar en sus debates.
Me preocupan los resultados de nuestra apuesta por las primarias. Las defendí en su día, pero no oculto que están eliminando las instancias internas de debate y deliberación. La relación entre el líder elegido y las bases que lo han votado destruyen el edificio deliberativo interno. Esto es grave y no sé cómo se soluciona.
También me preocupa el sectarismo contra la disidencia o el férreo control de la dirección política a las opiniones discrepantes. No hago acusaciones a nadie, solo señaló realidades.
Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1 de septiembre de 1948), ingeniero técnico en construcción de maquinaria y licenciado en Derecho.
Entre 1977 y 1982 fue secretario general de la UGT en Guipúzcoa y en Euskadi. Fue presidente del PSE-PSOE desde 1985 hasta 1988 y secretario general del PSE-PSOE en años posteriores, siendo reelegido en cuatro ocasiones consecutivas.
En 1978 fue presidente de la gestora del Ayuntamiento de San Sebastián.
En 1980 fue elegido diputado al Parlamento Vasco por Guipúzcoa por el PSE. Delegado del Gobierno en el País Vasco entre 1983 y 1987. Vicelehendakari del Gobierno Vasco entre 1987 y 1991. Diputado al Parlamento Vasco por Álava (1990) y Vizcaya (1994). Consejero de Justicia, Economía, Trabajo y Seguridad Social del Gobierno Vasco entre 1995 y 1997.
Diputado a Cortes Generales en la VII Legislatura, donde desempeñó el cargo de secretario general del Grupo Parlamentario Socialista.
Diputado al Parlamento Europeo en 2009 y 2010, y de 2014 a 2019. Fue secretario general de la delegación socialista española en el Parlamento Europeo.
Fue ministro de la Presidencia del Gobierno de España desde octubre 2010 a 2011. Diputado nacional 2011-2014.
Publicado en PENSAMENT SOCIALISTA, 9/07/2021