En el corazón de las gentes ha latido siempre una demanda de justicia social, si entendemos por esta, la natural aspiración a vivir con dignidad, a sentirse libre, a poder realizar los sueños, a educarse y progresar, a sentirse protegido, a poder ser curado en la enfermedad, a vivir la vejez ayudado, a la felicidad humana, en fin.
Desde los esclavos en las polis griegas, a los proletarios del siglo XIX, todas las épocas de nuestra historia han vivido los conflictos de la lucha por la justicia social. Pero, ciertamente, este concepto adquiere una dimensión política decisiva en los albores de la primera revolución industrial, cuando la maquinaria y la tecnología crean las factorías y con ellas, el capitalismo. Desde entonces hasta hoy, la justicia social ha recorrido caminos de progreso extraordinarios. Ha avanzado más en estos últimos cien años que en los veinte siglos previos.
El Welfare State es una organización armónica de una sociedad construida sobre bases de protección social. La Seguridad Social es una ingeniería social fina que proporciona solidaridad en múltiples planos: de activos con pasivos, de jóvenes con viejos, de sanos con enfermos, de regímenes laborales diferentes. Pensemos simplemente en la Seguridad Social española: casi diez millones de hogares recibiendo catorce pagas seguras de una pensión media cercana a los 1.200 euros/mes. Es un colchón social maravilloso. Es una red de protección extraordinaria. A todo ello se llegó porque el mundo giró en los últimos dos siglos sobre la justicia social como eje principal.
Con catorce años, recién cumplidos, entré a trabajar de aprendiz en una Fundición de un barrio obrero en mi San Sebastián natal. Era el último de una familia humilde de diez hermanos. Mi contacto con el mundo fabril, un espacio sucio y endurecido por el trabajo físico en condiciones insalubres, me marcaron desde muy joven. Pero, a la vez, la fraternidad obrera y la épica de aquellas luchas por la libertad y la justicia social, definieron mis aspiraciones vitales. Siempre me he mantenido fiel a ellas. Me enorgullece saber que, en lugares y puestos muy diferentes, he luchado por la justicia social como alfa y omega de mis sueños políticos.
La justicia social es un camino, más que una meta. Se avanza y se conquistan posiciones, se progresa atendiendo más y más exclusiones, injusticias, discriminaciones, inequidades, etc. Conforme el mundo se amplía en la globalización o se digitaliza o robotiza con la tecnología, surgen nuevas situaciones que reclaman nuevas luchas, nuevas reivindicaciones, otras soluciones.
Hoy, en pleno Siglo XXI, la justicia social sigue siendo una razón de vivir, un horizonte al que aspirar, una conciencia que atender en múltiples formas y situaciones de un mundo globalizado sin gobierno, de una tecnología sin gestores sociales, de un planeta en peligro climático, de un mundo laboral necesitado de más Derechos de una riqueza demasiado concentrada, de una sociedad demasiado desigual.
Sigue habiendo demasiadas personas en el mundo necesitadas de justicia social. Aquí cerca, junto a nosotros, trabajadores en paro o precarizados, familias sin vivienda, colas de hambre, inmigrantes sin nada, discapacitados excluidos ¿Hace falta seguir? No, hace falta luchar. Hace falta ayudar. Hace falta solidaridad y conciencia ciudadana y social para seguir avanzando en la justicia social.
Publicado en Diario Responsable. 19/02/2021