Una parte del sistema político español tiene como objetivo declarado acabar con el marco constitucional que nos dimos en 1978. Se trata de partidos que han nacido en las crisis vividas en los últimos años, dando lugar a proyectos políticos que hacían del rechazo a ese marco seña identitaria fundamental.
Recuerdo una de mis pocas conversaciones con Pablo Iglesias en la toma de posesión como eurodiputados, en 2014. Le reproché su reiterado discurso a favor de un nuevo proceso constituyente y le razoné la conveniencia de trabajar en la reforma de los aspectos caducos e inadecuados del texto. Fue en vano. Sus convicciones eran muy firmes y me decepcionó su radicalidad.
No creo que Podemos haya cambiado en este tema. Lo que sí ha cambiado es su papel en la política española, formando parte del Gobierno y apoyando a grupos nacionalistas que suscriben ese mismo propósito. Hace solo unos días leí a la portavoz de EH Bildu en el Parlamento vasco decir: «El objetivo sigue siendo dar carpetazo al régimen del 78». Es fácil su poner coincidencias al respecto con otros grupos independentistas.
Llamar ‘régimen’ a nuestro marco constitucional ya busca una connotación negativa con reminiscencias históricas del pasado que nada tienen que ver con nuestra democracia. De hecho, son falsas las creencias de que en nuestra Transición no hubo ruptura con el franquismo. Fueron precisamente el periodo constituyente y la Constitución misma los que fraguaron y materializaron la ruptura con el régimen franquista. ¿Qué había presiones y resistencias? ¡Claro! La política siempre es dialéctica y confronta intereses. Pero aquel periodo histórico, delicado y conflictivo, lo superamos con nota, venciendo las resistencias del franquismo y la provocación golpista del terrorismo.
La Transición democrática española fue modélica y despertó la admiración y el reconocimiento del mundo entero.
Aquel marco ha servido a la libertad y a la democracia de los españoles, sin limitaciones, y nuestros derechos y deberes ciudadanos son perfectamente comparables a los de cualquier marco democrático avanzado del mundo. No ha habido un periodo tan espléndido de convivencia democrática y de progreso social en la historia de España. Incluso nuestras identidades locales, siempre tan conflictivas en la construcción nacional de España, han alcanzado un desarrollo en el modelo autonómico que nos ha proporcionado niveles de autogobierno que jamás tuvimos en la historia.
¿Por qué hay que dar le carpetazo a ese marco? Puedo comprender que así lo quieran quienes lo han combatido a sangre y fuego (nunca mejor dicho), pero las generaciones nacidas a finales del siglo pasado, los ‘millennials’, que han vivido en libertad desde la cuna y que ahora se enfrentan a un futuro lleno de incertidumbres, ¿deben aspirar a cambiar nuestro marco democrático o por el contrario de ben trabajar por reformarlo y perfeccionarlo adaptándolo al siglo XXI? Me parece una pregunta crucial que merece algunas reflexiones de quienes estamos ya de paso.
España no alcanzará un consenso interior como aquél si nos lanzamos por la pendiente fácil de cambiarlo todo. Las bases de aquel marco siguen siendo necesarias hoy. El pacto reconciliatorio de las dos Españas, tan divididas por nuestra trágica historia, sigue siendo clave para la convivencia democrática. Tenemos causas pendientes con nuestra memoria histórica, pero debemos afrontarlas desde un espíritu de memoria reconciliada, no vengativa. La monarquía parlamentaria sigue gozando de un respaldo mayoritario y la posibilidad del paso a la república romperá el país y nos sumergirá en un debate tan estéril como divisivo. El modelo autonómico también admite reformas, pero el paso a un modelo confederal con derecho a la autodeterminación fractura el país y finiquita el Estado. La pretensión de introducir modelos económicos o postulados ideológicos olvida que una Constitución es un marco de mínimos con múltiples renuncias. Importan más los consensos en las reglas del juego democrático que los postulados partidarios.
En España no es necesario, ni mucho me nos conveniente, sumergir al país en un proceso constituyente. Chile lo está haciendo porque Pinochet les dejó un marco limitado y predemocrático. Perú lo debate porque su sistema político está corrompido. No son ejemplos para nosotros. ¿Lo hace Alemania, o Francia o EE UU? Reforman su marco constitucional, pero no escupen al cielo contra el que tienen.
En España tenemos fatiga de materiales constitucionales, pero los muros de nuestro hogar democrático son sólidos y firmes. Si quitamos esas piedras de bóveda que sostienen nuestra convivencia democrática (pacto reconciliatorio, monarquía parlamentaria, Estado autonómico, economía social de mercado… la Constitución del 78 al fin y al cabo) se caerá el arco que soporta nuestro futuro.
Publicado en El Correo, 14/02/2021