Las estrategias por la democracia en Venezuela, han fracasado. Todos los intentos, con mejor o peor intención, por alcanzar un acuerdo de transición hacia unas elecciones libres y transparentes, han muerto en los límites del diálogo y de los calendarios legislativos. El último, este mismo año, poco antes de las elecciones que se celebrarán este 6 de diciembre para renovar la Asamblea Legislativa.
Qué decir de la operación Guaidó, lanzada a bombo y platillo en Enero de 2019 por la administración Trump, movilizando la diplomacia internacional para que, finalmente, más de sesenta Estados reconociéramos a Guaidó como "Presidente encargado". Los Estados Unidos, La Unión Europea, los mediadores, el Grupo de Lima, el Grupo Internacional de Contacto, Noruega
todos debemos reconocer que no hemos sido capaces de encauzar la solución de un país, demasiado importante en la geopolítica internacional, con una enorme capacidad desestabilizadora en la región y de una población que agoniza sumida en una crisis humanitaria perfectamente conocida.
Unos dicen que Maduro y su régimen nunca aceptarán unas elecciones que puedan perder. Otros dicen que sin un acuerdo con el gobierno, no hay solución. Unos creen que no es posible regenerar el país con el Chavismo activo. Otros nos recuerdan la base sociológica y electoral de una revolución que fue democrática y que hoy sigue teniendo un cierto apoyo popular.
Lo cierto es que hoy, en el epicentro de la crisis, la comunidad internacional se encuentra bloqueada ante una situación inédita. No reconoce a Maduro, elegido en unas elecciones presidenciales sin garantías democráticas, pero Maduro gobierna y Guaidó cesará como diputado (condición necesaria para ser "Presidente encargado") el 5 de enero de 2021. La Comunidad internacional reconocía a la oposición como interlocutor político porque era mayoría de la Asamblea Nacional desde hace cinco años, pero el fin del mandato de esa Asamblea se producirá también el 5 de enero, cuando la nueva Asamblea elegida en las elecciones de este 6 de diciembre, la sustituya. Pero la Comunidad Internacional, Europa con ella, no reconocerá a la nueva Asamblea porque las elecciones del seis de Diciembre no son ni justas ni libres. En definitiva, no reconocemos a nadie y no tenemos interlocución institucional porque no podemos dar legitimidad futura a una Asamblea que por ley y mandato constitucional, ha dejado de existir. La pretensión de extender ese reconococimiento a Guaidó y a la actual oposición más allá del 5 de enero de 2021 no tiene soporte legal y por tanto tampoco legitimación política .No será posible mantener esa ficción.
Por supuesto, seguimos apoyando a los partidos y a los líderes de la oposición, seguiremos forzando el diálogo y la negociación, seguiremos con la ayuda humanitaria a la población, pero los mimbres institucionales del retorno democrático, se han complicado mucho. Ahora, ya no solo reclamamos una nueva elección presidencial, sino también unas nuevas elecciones legislativas.
Hubo un momento crítico, en los meses previos a las elecciones de Diciembre, cuando Capriles y la Iglesia de Venezuela recomendaban participar y derrotar a Maduro, de nuevo, en las legislativas. Parte de la oposición interior, también lo pensaba. El riesgo de quedarse fuera era muy grande. Los riesgos de la situación que estamos describiendo son muy evidentes. La Unión Europea tomó la iniciativa, se desmarcó de EEUU y envió una misión a Caracas. Hablaron con el gobierno y le pidieron un aplazamiento de seis meses y unas condiciones electorales mínimas. Maduro se negó y Europa negó legitimidad democrática a esta convocatoria. De paso, unificó a la oposición en el boicot. Fue una acción política acertada y exitosa, a pesar del resultado. La Comunidad internacional sigue unida.
La elecciones del 6-D se van a celebrar con unos resultados previsibles. Baja participación (40% aprox) y victoria del Chavismo (60% vs 40% de opositores varios). La nueva Asamblea se constituye el 5 de Enero. Y entonces ¿Qué hacer?
Todo será más difícil partir de hoy. Algunos países europeos quieren endurecer las sanciones por esta convocatoria amañada y por la gravedad del informe de Naciones Unidas sobre violaciones a los Derechos Humanos. Pero las sanciones no resuelven el conflicto, quizás ni siquiera ayudan a encauzarlo y empobrecen más todavía el país y a su habitantes. No hay unidad estratégica de los partidos de oposición al régimen. La oposición en el exilio es mucho más exigente y dura en sus planteamientos que la de los partidos y líderes que se mantienen en el interior del país. No hay un liderazgo unificado alternativo. El apoyo social a las protestas ha decaído y la población pierde la esperanza del cambio.
La única luz que se vislumbra en el túnel es el aprovechamiento de la próxima convocatoria electoral a Gobernadores y Alcaldes 2021 como una nueva oportunidad del dialogo y en su caso de una convocatoria general para renovar todas las instituciones democráticas del país, desde los municipios a la Presidencia de la República.
Las bases del acuerdo posible pasan por devolver la palabra al pueblo pero con plenitud, sin cortapisas, con garantías y que emita su soberana opinión para elegir a sus dirigentes con plena libertad. Unas elecciones sin restricciones a los partidos y a sus dirigentes. Unas elecciones con un Consejo Electoral pactado y con observadores internacionales. Unas elecciones sin presos políticos y acompañadas de un indulto general al pasado. Unas elecciones seguidas de un Plan internacional de ayuda a la estabilización macroeconómica del país financiado por las instituciones financieras internacionales y los Bancos Multilaterales de Desarrollo. Una especie de punto y aparte en la vida venezolana, que permita la vuelta progresiva al país de la mayoría de los cinco millones de exiliados de estos años.
Europa, apoyada esta vez por los EEUU, debería trabajar por un Acuerdo de este tipo, con Noruega como mediador. Una relajación de las sanciones americanas y un plan de ayuda humanitaria previo, deberían facilitar el dialogo y favorecer el Acuerdo, que, en cualquier otro escenario, no hará sino agravar la horrible situación del país y de aquel pueblo tan querido.
Publicado en El Economista, 2/12/2020