Entrevista para Radio 5.
27 de septiembre de 2019
Un balance crítico de la RSE: luces y sombras.
La intervención en Forética para responder a la demanda de esta organización, haciendo un balance de estos últimos 20 años de responsabilidad social en las empresas, ha buscado describir telegráficamente lo que funciona y lo que no en esta larga marcha. Empecé por agradecer a German Granda y a los directivos de Forética su trabajo y reconocer la importancia de sus aportaciones a esta causa en este aniversario tan importante para ellos y para todos nosotros.
Intervine después de escuchar a Stefan Crets y a Saïd El Khadraoui y me pareció necesario recordar que este tiempo de nuevos propósitos, de sostenibilidad en todo y para todo, de new deal europeo y de grandes proyectos en todo el mundo, tienen que someterse al prisma del realismo.
“No quiero ser la voz amarga frente a este discurso, dije, pero debo recordar que muchas de estas iniciativas llevan circulando muchos años y no han alterado sustancialmente la ecuación empresas/sociedad”. Recordé a estos efectos que España fue el país que más empresas incorporó al Pacto Mundial de Naciones Unidas hace algo mas de 15 años. Que en plena crisis económica 2008-2010 todos los grandes lideres de mundo hablaban de renovar el papel de la empresa en la sociedad, incluso de “refundar el capitalismo” (Sarkozy dixit). Pero tanta iniciativa internacional y tanta verborrea programática no han ido acompañadas de una transformación real de las empresas y sus impactos sociales y medioambientales.
Haciendo un balance constructivo de lo que han significado estos años en materia de responsabilidad social, yo diría que hay cuatro factores que nos tienen que preocupar porque no están impulsando ni favoreciendo el desarrollo de la responsabilidad social empresarial.
1.- La responsabilidad social no ha penetrado como un elemento estratégico nuclear en los consejos de administración ni en los CEOs y directivos principales de las empresas. Es más un componente de su reputación corporativa, formando parte así de un elemento puntual de la estrategia de las empresas, gestionado por un departamento ad hoc, muchas veces por las fundaciones de las compañías. Se trata, así, de una falsa responsabilidad social, mucho más una acción social con objetivos de marketing y de adorno reputacional.
2.- La ecuación entre las inversiones en responsabilidad social y sostenibilidad empresarial y los beneficios generados en términos reputacionales o incluso en términos económico-financieros, no está funcionando como esperábamos. Siempre creímos que la nueva sociedad de la información, especialmente las redes, acabarían empoderando a una ciudadanía con capacidad de premiar y castigar los comportamientos responsables o irresponsables respectivamente. Desgraciadamente, esto no es así. La sociedad está mas informada pero probablemente menos formada. Somos muy exigentes pero desde actitudes individualistas, consumistas y los elementos de vertebración social y los valores de la solidaridad se han devaluado ante la ofensiva neoliberal de los últimos 20 años.
3.- Hay una gran confusión en la calificación de la responsabilidad social. Demasiados observatorios, demasiadas etiquetas, demasiados analistas, demasiados métodos de medición… Pero además, en cada país hay una cultura distinta sobre la responsabilidad social y entre los sectores económicos hay tantas diferencias que no resulta fácil establecer parámetros y baremos comunes.
Esta confusión perjudica la percepción social de quién es responsable y quién no lo es y hace muy difíciles los estímulos objetivos para fomentar y desarrollar la sostenibilidad empresarial. Por ejemplo, los pliegos de condiciones para las compras públicas se enfrentan a este problema.
4.- El discurso político y las políticas publicas no han tenido la suficiente intensidad ni coherencia como para que la responsabilidad social empresarial se instale en la cultura social y en las políticas públicas. Una de las razones por las que la expansión de la RSE a las pymes y a las medianas empresas no se ha conseguido es precisamente que no ha habido unas políticas de apoyo y de fomento suficientes. Tampoco el sector público ha dado una ejemplaridad suficiente, aunque hay excepciones que merecen ser destacadas en algunas empresas y servicios públicos.
Sin embargo, hay factores que están favoreciendo e impulsando la cultura de la sostenibilidad empresarial que debemos subrayar y aprovechar para seguir haciendo fuerte esta idea.
Primero, la ley. La legislación ha acabado siendo un elemento formidable para la generalización de las buenas prácticas que un día fueron voluntarias. La voluntariedad es consustancial a la RSE pero también ha mostrado sus límites, especialmente en los últimos años de la crisis económica. La ley, sin embargo, ha proporcionado avances importantes al establecer obligaciones en la información no financiera (directiva europea, recientemente traspuesta a la legislación española), en la igualdad de géneros al establecer los permisos de paternidad, las cuotas de los consejos de administración, la igualdad de salarios, etc, así como a la conciliación familiar. La ley, por eso, hace irreversibles los avances y convierte en norma obligatoria lo que inicialmente fue voluntario.
La ley penal que establece la responsabilidad de directivos y de consejos por posibles delitos es también un instrumento que favorece la responsabilidad social de las empresas. Hasta hace unos pocos años, el Código Penal no incluía entre sus tipos la responsabilidad de las compañías. Hoy sí lo hace y eso las hace mejores.
Un segundo elemento a considerar es el empuje que está proporcionando el sistema financiero a las empresas en materia de sostenibilidad. Curiosamente, son los inversores, sus fondos de inversión, inclusive los detentadores de los fondos, los que están estableciendo nuevas condiciones en la línea de la sostenibilidad a las compañías en las que invierten. El sistema financiero quiere claridad, transparencia y no corrupción. Quiere que les expliquen los riesgos internos de las compañías y quiere evitar los impactos negativos de sus acciones y esto está produciendo un avance en el comportamiento de las empresas temerosas de que los fondos les castiguen por actuaciones contrarias a estos principios. Las instrucciones europeas en materia de finanzas sostenibles publicadas recientemente van en esta dirección y son un buen camino.
El tercer elemento es el que corresponde a las nuevas corrientes sociales que afectan cada vez más al comportamiento de las compañías. Sin duda, estas corrientes son consecuencia de los últimos acontecimientos y especialmente de la crisis económica de los últimos años. Hay una sociedad enfada con la crisis, con los responsables financieros de la crisis, con la desigualdad, con la irresponsabilidad en el corazón de los negocios, con las malas prácticas, con los abusos, con las indemnizaciones a los directivos, con los abanicos salariales, etc.
Estas tendencias se están manifestando hoy en una demanda de mayor igualdad en todos los planos dentro de la compañía, en favor de una justicia fiscal y de un comportamiento fiscal honesto y responsable por parte de las compañías en cada uno de los países en los que operan y, claro, cómo no, fundamentalmente en el compromiso de las empresas en la lucha contra el cambio climático.
Estas tendencias se expresan en el interior de las compañías, pero también en los medios de comunicación y en las redes. La imagen corporativa y reputacional de las empresas busca el confort social en estos planos y está impulsando buenas prácticas incluso para mejorar su capacidad de atracción profesional y de talento.
Por ultimo, y muy importante, la intervención de las grandes organizaciones internacionales para facilitar la colaboración y la participación de las empresas en los objetivos de la humanidad. Yo destacaría principalmente en esta materia a Naciones Unidas, que, desde hace 20 años y a través de procedimientos distintos, está favoreciendo este compromiso social de la RSE. En este sentido, me gustaría hacer una especial mención al avance que estamos experimentando con los objetivos de desarrollo para 2030, que constituyen un camino universal y un espacio común para que todas las empresas del mundo colaboren en objetivos de sostenibilidad y de dignidad humana. En el mismo sentido, señalo la importancia de extender los derechos humanos como una ley universal de cumplimiento obligatorio por parte de todas las empresas y en todos los países del mundo en los que operan. El camino hacia una norma internacional o un tratado que convierta en obligatorios estos principios sería un paso fundamental en la calidad del trabajo y en la sostenibilidad del planeta.
18 de septiembre de 2019
"Ongi etorri" del mal.
"Sortu debe renunciar al bochornoso espectáculo de los recibimientos públicos a terroristas etarras excarcelados."
Hitler invadió Austria alegando que las autoridades austriacas se lo habían demandado. Era una patraña organizada desde Berlín con los nazis austriacos, para iniciar así la expansión imperialista que planeaba el nazismo alemán.
Cuenta Eric Vuillard en su novela El orden del día la forma en la que el fiscal americano Alderman desmontó esa coartada de los dirigentes alemanes juzgados en Núremberg releyendo conversaciones transcritas entre Göring y Ribbentrop que ponían en evidencia la trama montada por el régimen nazi para justificar esa invasión. En un momento de esa lectura, en la solemnidad de aquel juicio, cuando se evidenciaba la mentira, Göring soltó una risotada. El autor de la novela dice: “A Ribbentrop, por su parte, le sacudió una risa nerviosa”.
Unos años después, en 1961, cuando Israel juzgaba a Adolf Eichmann por genocidio contra el pueblo judío, la filósofa Hannah Arendt popularizó su famosa teoría de “la banalidad del mal”, después de asistir a ese juicio que acabó con el ahorcamiento del genocida en 1962. La tesis, fuertemente criticada entonces en Israel, aludía a la inconsciencia del mal producido, a la ausencia de una voluntad criminal expresa y a la inexistencia de rasgos violentos en su personalidad o enfermedad mental alguna. Se trataba simplemente de cumplir órdenes, de ascender profesionalmente, de actuar como “el primero de la clase” en el marco del sistema, de acatar el orden establecido, de simple burocracia, sin analizar el bien o el mal de sus actos.
Viendo las caras de nuestros conciudadanos hace ya algunas semanas, recibiendo en su pueblo a uno de los secuestradores de Ortega Lara, recordé estos hechos históricos y, no sé si ingenuamente, les atribuí esa misma explicación. Me pregunté: ¿es que ninguno de ellos fue capaz de pensar en el daño cometido por el homenajeado, en la tortura a la que sometieron a un semejante y en los delitos por los que fue condenado?
En la organización de los ongi etorri a los miembros de ETA hay, claro está, un patético intento de justificar una trayectoria clamorosamente equivocada que solo ha producido tragedia y dolor. Incluidos ellos mismos. Lo grave es que haya gente dispuesta a hacer el coro a esa patraña y seguir consignas tan sectarias, como si nada hubiera ocurrido, inconscientes y ajenos a la crueldad de los crímenes que, en el fondo, reivindican con sus bengalas, sus aplausos y sus gritos. Es la banalidad del mal, la convención social que impone la calle, secundando iniciativas de bares y cuadrillas, ensimismadas en su relato falsario.
Es la banalidad del mal que impone una corriente política en esos pequeños entornos, opresivamente cerrados, en los que discrepar o criticar implica ser rechazado o excluido. Es la “moda social” que obliga a quedar bien con ese entorno. Es un sentimiento malsano de pertenencia a la comunidad, que impone la solidaridad con el asesino y el desprecio a la víctima, reiterando esquemas mentales pasados, equivocados, acríticos, fanáticos... felizmente superados por la realidad.
No. No se trata de burocracia o de órdenes legales, como explicaba Arendt su teoría sobre Eichmann. Es el clima social del pasado en algunos lugares dominados todavía por una subcultura de la violencia que siempre se defendió y nunca se criticó. Ni se critica todavía. No. No son solo amigos y familiares que le reciben, como dijo una dirigente de Bildu en Navarra para atenuar la repugnancia que habían producido esas imágenes. Eso puede hacerse en la intimidad, como lo están haciendo otros yéndose a casa con discreción y humildad.
Por eso es tan importante exigir la autocrítica a la izquierda abertzale y construir el relato recordando la verdad de las víctimas, sin reivindicar como héroes a los asesinos, sin homenajes a quienes solo merecen reproche social. Sin levantar las placas que en el suelo o en las fachadas de nuestras calles nos recuerdan los nombres de los asesinados, como ocurre en las calles de Bruselas, Colonia o Fráncfort en emocionado recuerdo de los judíos asesinados en el Holocausto.
Hacen bien los partidos políticos vascos en exigir a Sortu ese nuevo paso en su camino a la democracia porque están en juego las convicciones sociales sobre el bien y el mal y la interpretación histórica de lo que fue nuestro trágico pasado. Es por eso una cuestión de moral pública y de justicia con la verdad. Es Sortu quien debe renunciar a ese patético intento de convertir en victoria lo que ha sido una derrota sin paliativos y un horror histórico para este pueblo. Son ellos quienes deben evitar esos espectáculos bochornosos e inadmisibles, que ofenden a la ciudadanía y desprestigian a nuestro país. Más aún, que ponen en duda la rectificación política que ellos mismos protagonizaron en el camino a la paz en 2011.
Publicado en El País, 18/09/2019
8 de septiembre de 2019
Jáuregui, la jubilación de una figura clave en la política vasca.
Ramón Jáuregui se jubila tras 40 años en primera línea de la política vasca y española. El que fuera vicelehendakari del primer Gobierno vasco de coalición PNV-PSE y ministro confiesa que «el horizonte de un atentado de ETA» siempre formó parte de su vida y repasa su trayectoria con tono autocrítico.
SAN SEBASTIÁN. El pasado lunes, 2 de septiembre, Ramón Jáuregui se despertó en su apartamento de San Sebastián y no supo qué hacer. «Me levanté de la cama y pensé: ‘¿y ahora qué?’». Por primera vez desde los 14 años, cuando descubrió como aprendiz lo lóbrega y sucia que puede ser una fundición, no tenía una responsabilidad que atender. Histórico líder de los socialistas vascos y figura destacada de la política de Euskadi del último medio siglo, se topó con la cruda realidad. «Soy un jubilado».
En marzo de 2018 anunció en un acto del PSE en el Teatro Arriaga que dejaba la política una vez finalizara la legislatura europea. Con 70 años –ahora tiene 71– había llegado la hora de dejarlo. No se presentó a las elecciones de mayo y el lunes, con el arranque del curso político, tomó conciencia de ello. «Lo del Arriaga lo planifiqué muy bien. Quise ser coherente y dejar claro que era yo el que elegía marcharse», explica.
Aquel muchacho de 14 años llegó a ser vicelehendakari del Gobierno vasco, secretario general del PSE, hombre clave del PSOE durante décadas e incluso ministro del Gobierno. Y en realidad, Ramón Jáuregui estaba ‘condenado’ a ser un oficial industrial guipuzcoano. «Soy una persona que se rebeló contra su destino. Fui capaz de cambiarlo. Siempre empujado por mi curiosidad por saber. Y aún hoy, en el atardecer de mi vida, siento esa ansiedad».
La cita es en un hotel donostiarra junto a La Concha. Llega puntual, enérgico, impetuoso. Trae consigo un blog de notas por si le baila alguna fecha. Pero no. No la abrirá en toda la mañana. Como para cualquier jubilado, su concepción del tiempo es elástica, y lo que iba a ser un encuentro de dos horas se convierte en uno de casi cuatro. Dice estar en forma. Y no miente. Corre, anda en bici, nada. Está ágil.
Primer requiebro al destino. Estudia Ingeniería Técnica y Derecho por la noche para poder salir de la fundición. Se convierte en un abogado laboralista que con su Seat 850 recorre Gipuzkoa para ayudar a los obreros. Es el ‘abogado de la UGT’, sindicato que llegaría a dirigir en Euskadi tres años a comienzos de los 80. Estaba llamado a hacer carrera sindical y Nicolás Redondo le llegó a ver como su sucesor. Pero no. «Nicolás siempre me reprochó que no siguiera. Nunca asumió que me fuera», recuerda.
Ahí llegó el segundo regate al destino. El sindicalismo le apasionaba pero ya había probado las mieles de la política. Tal vez por herencia paterna, que en la intimidad familiar les hablaba de los ideales del socialismo, se había afiliado al PSOE pese a que su cuadrilla del barrio era abertzale. Mucho. «Varios acabaron en ETA». Asistió con 26 años al congreso de Suresnes, donde conoció a Felipe González –y tuvo tiempo de ir al cine para ver ‘Emmanuelle’–, y asumió su primera responsabilidad institucional en la Transición, cuando le nombraron, desde Madrid, presidente de la gestora del Ayuntamiento de San Sebastián. Tenía 30 años. «No lo pedí. Nunca he pedido ningún cargo. Jamás. Siempre me han reclamado y he aceptado por lealtad total al partido», explica.
En la política municipal descubrió lo que más tarde sería una constante en su carrera: el gusto amargo de la derrota electoral. Pero pasó rápido página, primero en el Parlamento vasco y, cuando el PSOE ganó las generales del 82, como delegado del Gobierno. Tenía 34 años. «Pocas veces he pensado que estaba preparado para ningún cargo. Y entonces, aún menos. Era muy joven. Pero como nadie se atrevía...».
– ¿Y por qué usted sí aceptó?
– Porque siempre he dicho que sí. Yo soy del PSOE y asumo las responsabilidades que me piden porque me toca. Y eso que probablemente es lo peor que me ha tocado en mi vida.
Fue la época de la reconversión industrial. «Puedo decir con la distancia que da el tiempo que fue una de las grandes cosas que se ha hecho en Euskadi. El país estaba industrialmente achatarrado y lo modernizamos. Estoy orgulloso de todo aquello».
Pero sobre todo, fueron los años del plomo. ETA asesinaba casi a diario. Entró en la Delegación del Gobierno en Vitoria el 1 de enero de 1983 y desde ese día vivió con escolta. 30 años con ‘sombras de la guarda’. Hasta 2013. «Cuando en el 84 matan a Enrique (Casas) nace nuestro tercer hijo, le llamamos Enrique por él. Desde muy niños les enseñamos a no abrir la puerta a extraños (...). Tras el asesinato de José María Lidón, a mi mujer, que era jueza en Vitoria, le ponen también escolta. Y en 2008 su nombre aparece en los papeles de un comando detenido. Y un hermano mío tuvo que cambiar de casa porque la vecina de arriba era de otro comando y le había señalado. Siempre pensé que el horizonte del atentado formaba parte de mi vida».
Jáuregui se yergue en su asiento cuando habla de ETA. No es incomodidad. Es un sentimiento más primario. «Asesinaron a muchos amigos, algunos casi hermanos. Fernando Buesa, Fernando Múgica, Enrique Casas... Es increíble pero llegó a formar parte del paisaje. Sabías que podía ocurrir. Si no era uno, era otro. Y si no, tú». De hecho –tercera finta al destino–, sólo la torpeza de un ‘talde’, que confundió la Nochevieja con la Nochebuena, evitó que atentaran contra él en la sociedad gastronómica donostiarra en la que celebraba la Navidad con su familia.
Hablar de ETA es hacerlo de las «páginas negras de nuestra trágica historia». «Es verdad que hubo torturas y actuaciones policiales fuera de la ley. Claro. Pero también una Iglesia sin compasión por las víctimas. Y políticos que decían que ‘mientras unos mueven el árbol, otros cogemos las nueces’; un país, Francia, que miraba para otro lado; y una sociedad acobardada que bajo el manto del ‘algo habrá hecho’ intenta aceptar que se mate al semejante. ¡Una sociedad entera!», lamenta. «Debemos hacer la misma reflexión que hicieron los alemanes tras la guerra: ¿cómo fuimos capaces? Los jóvenes de ahora tienen que mirar a sus padres y preguntarles: ¿cómo fuisteis capaces?».
Durante su etapa como delegado del Gobierno, la guerra sucia contra ETA ofreció alguno de los episodios más sórdidos y sanguinarios. «Fue un horror y un error de quien lo concibiera».
– ¿Algo de lo que se arrepienta de aquella época?
– Yo no estuve en la primera línea del tema antiterrorista, era una tarea de los gobiernos civiles. Sólo puedo decir que jamás, jamás ha habido la más mínima implicación jurídica en ninguno de esos hechos. Yo me miro al espejo cada mañana y me siento digno y honesto», afirma con seriedad, mientras prefiere pasar de largo por el incidente protagonizado por Mikel Zubimendi (HB), quien tiro una bolsa de cal viva sobre el escaño del dirigente socialista. «Fue uno de los momentos más amargos de mi vida política».
Jáuregui siempre pensó que «estábamos condenados a un empate infinito» con ETA. Pero en octubre de 2011, la «fecha más maravillosa de la historia de Euskadi», llegó el fin del terrorismo. Lo celebró tomando copas por Vitoria con Emilio Olabarria (PNV) y Alfonso Alonso (PP), con quienes ese día compartía un debate electoral. Fue una «victoria clamorosa», pero no de la sociedad vasca, con quien el socialista es muy crítico, sino de la «democracia vasca, de los políticos y partidos vascos, de los valientes, de Gesto por la Paz, de los manifestantes...».
Ardanza, «mi amigo»
Un porcentaje de aquella victoria, el «punto de inflexión» que marcó el inicio del fin de ETA, tuvo a Txiki Benegas y Jáuregui como impulsores y artífices: el Pacto de Ajuria Enea. El PSE había ganado en escaños (19 frente a 17 del PNV) las elecciones autonómicas de finales de 1986 y tras fracasar las negociaciones con EA y Euskadiko Ezkerra para gobernar, los socialistas cambian de estrategia y pactan con el PNV. Acuerdan ceder la Lehendakaritza a José Antonio Ardanza, «algo que mucha gente no entendió». «Renunciamos porque el objetivo final era lo que se firmó unos meses después, el Pacto de Ajuria Enea. Darle la vuelta a la situación. Acabar con la fractura total entre partidos y construir la unidad democrática frente a la violencia. Y trasladar al PNV la responsabilidad y el liderazgo en la lucha por la deslegitimación de la violencia», rememora con viveza el socialista, quien ocupó la vicepresidencia de aquel Ejecutivo, al mismo tiempo que ejercía de secretario general del PSE.
Hoy en día considera a Ardanza un «amigo» por todo lo que pasaron juntos, con Felipe González y el ministro Corcuera supervisándolo todo desde Madrid. Aquel Gobierno de coalición, el primero de la democracia y ejemplo de transversalidad y entendimiento, no sólo construyó un consenso político sin precedentes contra el terrorismo; también trajo la estabilidad, la cultura de la convivencia entre identidades distintas y la modernización económica del país.
«Es el momento de mi carrera del que estoy más orgulloso. Las coaliciones han sido muy beneficiosas para el País Vasco. Las apoyé en su día y las sigo apoyando», se sincera. «Tengo la convicción de que el PSE ha sido muy útil para este país. Y eso es lo mejor que se puede decir de un partido», añade.
El destino, al que tantas veces había burlado, le tenía reservada entonces una mala jugada. Jáuregui fue candidato a lehendakari en 1994 con la convicción personal de que iba a ganar. El PSE se había fusionado con Euskadiko Ezkerra y el año anterior había arrasado en las generales en Euskadi. Incluso había rechazado ser ministro con González.
«Me llamó Narcís Serra y le dije que no, que iba a ser lehendakari», cuenta ahora entre risas. «¡Qué momento tan duro! La mayor decepción de mi carrera. Interpreté muy mal los resultados de las generales y nos dimos un batacazo. En campaña el PNV nos metió un escándalo de Osakidetza de por medio. Fue penoso. Muy doloroso. Tenía tanta ilusión».
Por primera vez, tuvo la tentación de dejar la política. Aguantó dos años más en Euskadi. El suficiente para dar el relevo en el PSE a Nicolás Redondo Terreros.
«Almunia me llamó cuando sustituyó a Felipe. Yo necesitaba angustiosamente respirar otro oxígeno. La política en Euskadi era una noria, siempre lo mismo. Era agobiante».
– ¿Qué sintió cuando vio a Patxi López llegar a la Lehendakaritza?
– Me dio un poco de envidia sana, por qué no reconocerlo. Pero sobre todo orgullo y alegría.
– ¿Le hubiera gustado formar parte de aquel Ejecutivo?
– Ya no me correspondía. Pero tampoco me llamaron.
Contactos secretos con Rajoy
Pero su futuro le aguardaba con sorpresas. Tras una década como diputado, con un paso decepcionante por la docencia universitaria incluido, le proponen ser candidato al Parlamento Europeo, reto que le «apasiona». Se va a Bruselas en lo que muchos interpretan un retiro dorado pero poco más de un año después recibe una llamada nocturna. Era Zapatero, con quien entonces no tenía buen ‘feeling’. Le quería de ministro. «Mi mujer me dijo que no aceptara. Mi hija también. Pero no podía decirle que no».
Se convirtió en ministro de la Presidencia. «Aquella experiencia fue un shock. Siempre he pensado que el BOE es el gran instrumento del poder. Pero cuando llegué descubrí que era la prima de riesgo. Cada mañana estábamos literalmente acojonados con los mercados». Aquel Ejecutivo, herido de muerte por la crisis, evitó in extremis el rescate para poder pagar a funcionarios y pensionistas «negociando en secreto con el Banco Central y con Rajoy». Entonces Jáuregui conoció de cerca el abismo de la responsabilidad. «A veces escuchas a pequeños empresarios preocupados porque tienen que pagar a final de mes la nómina de 13 empleados, por ejemplo. Ahí nosotros teníamos que lograr pagársela a 12 millones de personas», explica.
– ¿Le gustó ser ministro?
– Sí. Pero le cuento. Yo solía llevar la nómina como ministro en el bolsillo de la chaqueta porque mucha gente me decía que me estaba haciendo rico. Y no. Se la enseñaba. Cobraba 3.500 euros al mes.
– ¿Soñó con ser presidente del Gobierno?
Jáuregui siempre pensó que «estábamos condenados a un empate infinito» con ETA. Pero en octubre de 2011, la «fecha más maravillosa de la historia de Euskadi», llegó el fin del terrorismo. Lo celebró tomando copas por Vitoria con Emilio Olabarria (PNV) y Alfonso Alonso (PP), con quienes ese día compartía un debate electoral. Fue una «victoria clamorosa», pero no de la sociedad vasca, con quien el socialista es muy crítico, sino de la «democracia vasca, de los políticos y partidos vascos, de los valientes, de Gesto por la Paz, de los manifestantes...».
Ardanza, «mi amigo»
Un porcentaje de aquella victoria, el «punto de inflexión» que marcó el inicio del fin de ETA, tuvo a Txiki Benegas y Jáuregui como impulsores y artífices: el Pacto de Ajuria Enea. El PSE había ganado en escaños (19 frente a 17 del PNV) las elecciones autonómicas de finales de 1986 y tras fracasar las negociaciones con EA y Euskadiko Ezkerra para gobernar, los socialistas cambian de estrategia y pactan con el PNV. Acuerdan ceder la Lehendakaritza a José Antonio Ardanza, «algo que mucha gente no entendió». «Renunciamos porque el objetivo final era lo que se firmó unos meses después, el Pacto de Ajuria Enea. Darle la vuelta a la situación. Acabar con la fractura total entre partidos y construir la unidad democrática frente a la violencia. Y trasladar al PNV la responsabilidad y el liderazgo en la lucha por la deslegitimación de la violencia», rememora con viveza el socialista, quien ocupó la vicepresidencia de aquel Ejecutivo, al mismo tiempo que ejercía de secretario general del PSE.
Hoy en día considera a Ardanza un «amigo» por todo lo que pasaron juntos, con Felipe González y el ministro Corcuera supervisándolo todo desde Madrid. Aquel Gobierno de coalición, el primero de la democracia y ejemplo de transversalidad y entendimiento, no sólo construyó un consenso político sin precedentes contra el terrorismo; también trajo la estabilidad, la cultura de la convivencia entre identidades distintas y la modernización económica del país.
«Es el momento de mi carrera del que estoy más orgulloso. Las coaliciones han sido muy beneficiosas para el País Vasco. Las apoyé en su día y las sigo apoyando», se sincera. «Tengo la convicción de que el PSE ha sido muy útil para este país. Y eso es lo mejor que se puede decir de un partido», añade.
El destino, al que tantas veces había burlado, le tenía reservada entonces una mala jugada. Jáuregui fue candidato a lehendakari en 1994 con la convicción personal de que iba a ganar. El PSE se había fusionado con Euskadiko Ezkerra y el año anterior había arrasado en las generales en Euskadi. Incluso había rechazado ser ministro con González.
«Me llamó Narcís Serra y le dije que no, que iba a ser lehendakari», cuenta ahora entre risas. «¡Qué momento tan duro! La mayor decepción de mi carrera. Interpreté muy mal los resultados de las generales y nos dimos un batacazo. En campaña el PNV nos metió un escándalo de Osakidetza de por medio. Fue penoso. Muy doloroso. Tenía tanta ilusión».
Por primera vez, tuvo la tentación de dejar la política. Aguantó dos años más en Euskadi. El suficiente para dar el relevo en el PSE a Nicolás Redondo Terreros.
«Almunia me llamó cuando sustituyó a Felipe. Yo necesitaba angustiosamente respirar otro oxígeno. La política en Euskadi era una noria, siempre lo mismo. Era agobiante».
– ¿Qué sintió cuando vio a Patxi López llegar a la Lehendakaritza?
– Me dio un poco de envidia sana, por qué no reconocerlo. Pero sobre todo orgullo y alegría.
– ¿Le hubiera gustado formar parte de aquel Ejecutivo?
– Ya no me correspondía. Pero tampoco me llamaron.
Contactos secretos con Rajoy
Pero su futuro le aguardaba con sorpresas. Tras una década como diputado, con un paso decepcionante por la docencia universitaria incluido, le proponen ser candidato al Parlamento Europeo, reto que le «apasiona». Se va a Bruselas en lo que muchos interpretan un retiro dorado pero poco más de un año después recibe una llamada nocturna. Era Zapatero, con quien entonces no tenía buen ‘feeling’. Le quería de ministro. «Mi mujer me dijo que no aceptara. Mi hija también. Pero no podía decirle que no».
Se convirtió en ministro de la Presidencia. «Aquella experiencia fue un shock. Siempre he pensado que el BOE es el gran instrumento del poder. Pero cuando llegué descubrí que era la prima de riesgo. Cada mañana estábamos literalmente acojonados con los mercados». Aquel Ejecutivo, herido de muerte por la crisis, evitó in extremis el rescate para poder pagar a funcionarios y pensionistas «negociando en secreto con el Banco Central y con Rajoy». Entonces Jáuregui conoció de cerca el abismo de la responsabilidad. «A veces escuchas a pequeños empresarios preocupados porque tienen que pagar a final de mes la nómina de 13 empleados, por ejemplo. Ahí nosotros teníamos que lograr pagársela a 12 millones de personas», explica.
– ¿Le gustó ser ministro?
– Sí. Pero le cuento. Yo solía llevar la nómina como ministro en el bolsillo de la chaqueta porque mucha gente me decía que me estaba haciendo rico. Y no. Se la enseñaba. Cobraba 3.500 euros al mes.
– ¿Soñó con ser presidente del Gobierno?
Cuando Felipe sorprende en el congreso del 97 y dice que se va, nadie lo sabía. Durante los dos días siguientes el partido estuvo en ebullición por saber quién le iba a sustituir. Él nunca dijo a quién quería. Pero algunos interpretaron que sus reflexiones podían referirse a mí. Esto nunca lo he contado, pero el caso es que, en algún momento de ese congreso, me puse a escribir algunas líneas por si era elegido secretario general del PSOE. Pudo ocurrir pero la mayoría decidió que fuese Joaquín (Almunia).
– Cuarenta años en política. Algunos dirán de usted que es ‘casta’.
– Cuando fui a arreglar los papeles a la Seguridad Social, me dijeron: ‘tiene usted 56 años cotizados’. ¡Oiga, 56 años! Desde los 14 a los 70. Cobré mi primera pensión el 28 de julio.
– ¿Es una pensión digna?
– Sí, la máxima. 2.150 euros netos.
– Los jubilados se manifiestan.
– Siento decirlo, pero no hay para más. El país da lo que da. Vamos a ser sinceros.
– ¿Qué políticos le han marcado?
– Txiki (Benegas), Felipe (González), Alfredo (Pérez Rubalcaba), cuya muerte me tocó mucho...
– ¿Qué opina de Pedro Sánchez? Usted no le apoyó en las primarias.
– ¿Sánchez? (silencio) Me ha sorprendido. Lo veo mucho más puesto de lo que creía. Tiene formas, madera. Apoyé a Susana Díaz porque no estaba de acuerdo con lo que Pedro quería hacer con el ‘no es el no’. Defendí la decisión de la gestora. Al hacerlo discrepé de Pedro y seguramente eso no me lo ha perdonado.
– ¿Cómo ve la política española?
– Los líderes actuales no están menos cualificados que nosotros. Lo que ocurre es que el sistema político español ha sufrido una transformación brutal en poco tiempo y no estamos siendo capaces de administrar ese cambio.
– ¿Habrá elecciones?
– No es razonable que un país tenga cuatro elecciones en tres años. Aquí el principal responsable es Cs, que no cumple el papel de bisagra que le han atribuido los ciudadanos. En términos políticos, si uno viene de Marte y analiza la situación, se preguntará por qué no se entienden Cs y PSOE.
– ¿Y Euskadi? ¿Ve amenazas en el futuro?
– Euskadi está leyendo de manera inteligente lo que está pasando en Cataluña y estamos muy vacunados. No veo esa tentación. El PNV no va a tirar por la borda su posición aunque eso le obligue a renunciar a sus objetivos ideológicos. Y así tiene que ser. Ha aprendido que aquí estamos para entendernos.
– Algunos no se fían.
– El PNV ha seguido siempre sus intereses y ha tenido una doctrina confusa y un péndulo patriótico, ya sabe, tentaciones independentistas. Cuando pacta, se hace un partido mayoritario y estable; y cuando se radicaliza y busca la independencia, lo estropea todo. Ahí está el plan Ibarretxe. Mire, con Patxi López como lehendakari nosotros hicimos bien las cosas. Y los nacionalistas aprendieron mucho de aquello. El PNV de ahora es consecuencia de aquel gobierno.
Leña el árbol caído
– ¿Y del terrorismo?
– Reivindico que la paz no fue negociada, no hubo concesiones políticas y se hizo con justicia. Es una paz limpia, plena, completa e irreversible. Es verdad que faltan pasos por dar. Falta autocrítica, por ejemplo, (de la izquierda abertzale) como los ‘ongi etorris’. Está en juego que la sociedad vasca acabe estableciendo un código del bien y del mal equivocado.
– ¿Ha tenido enemigos?
– Probablemente el más fuerte en el PSE fue (Ricardo García) Damborenea en su tiempo. Fueron años difíciles.¿Externos? Prefiero callármelos.
Hay uno en el PNV que nunca me ha querido, pero afortunadamente en su partido es pasado. – ¿Qué borraría de estos años?
– Los errores que cometí. Declaraciones equivocadas, como unas contra Garaikoetxea cuando se marchó. Hice leña del árbol caído y me equivoqué. Aún me acuerdo. La memoria es muy hija de...
– ¿Algo más?
– Negociando fui demasiado blando. En momentos, los acuerdos con el PNV fueron muy dolorosos. Por ejemplo, en el proceso de euskaldunización de los profesores. Me he encontrado en pueblos de Cantabria o Burgos con algunos que tuvieron que marcharse por el euskera. Lo pactamos nosotros. Y me lo han reprochado. O en el 85 el PNV vetó en las listas para la Ertzaintza a socialistas. Yo estaba en el Gobierno, con Retolaza (consejero de Interior) al lado. Y tragué. Quizás tragué demasiado.
– ¿Cómo ha vivido su familia su carrera?
– Me han ayudado y acompañado. Mi mujer fue generosa y renunció a su propia carrera. Creo que mis tres hijos están discretamente orgullosos de mí aunque no lo digan. Ahora tengo tres nietos.
– ¿Cómo ve su futuro?
– Mi mujer dice que los jubilados somos como una lavadora en el pasillo y yo no quiero serlo. Ya he encontrado muchas oportunidades para hacer cosas ‘gratis et amore’ y devolver a la sociedad lo que me ha dado. Soy presidente de la Fundación Euroamérica, quiero trabajar con un ‘think tank’ sobre globalización, Europa... voy a dar clases en algún MBA sobre esto. Viviré a caballo entre Madrid y Donostia.
– Así que estará activo.
– Tengo miedo a perder los nutrientes, las fuentes, la información, lo que te mantiene vivo. Sin ellas, pierdes valor. Llegará el momento de pasear porque la biología tiene leyes que acepto. Pero aún falta un poco.
EN PRIMERA PERSONA.
Aprendiz a los 14 años.
Nací el 1 de septiembre de 1948 en el barrio obrero de Herrera de San Sebastián. Último de 12 hermanos, mi madre murió cuando yo tenía 7 años y me criaron mis cinco hermanas mayores. Empecé a trabajar de aprendiz a los 14 años en una fundición. Me saqué dos carreras estudiando por la noche. Entré en política por compromiso. Tiraba panfletos, pegaba pegatinas en los baños y pasaba a Hendaya a recoger el dinero que nos mandaban los socialistas alemanes y suecos. Dejé mi trabajo y un buen sueldo para ejercer de abogado laboralista. Tuve despacho en Eibar y Rentería. Estaba superrealizado. Es la etapa de mi vida en la que más sentí que lo que hacía, servía. Me convertí en el ‘abogado de UGT’, sindicato que construí en Gipuzkoa.
Delegado del Gobierno en los años de plomo de ETA.
Mi llegada a las instituciones fue como presidente de la gestora del Ayuntamiento de San Sebastián. Ejercía de alcalde con 30 años. Me presenté a las primeras elecciones municipales y perdí. En 1980 doy el salto al Parlamento vasco y de ahí, en 1982, a la delegación del Gobierno en Euskadi. Fue una etapa de sufrimiento y aprendizaje. Pasé de la UGT a defender al Gobierno de la reconversión industrial. Me fui literalmente al otro lado de la trinchera. Ingenuamente traté de entenderme con mis antiguos compañeros. Era mi gente. ETA mató a varios de mis amigos.Asistí a más de 300 funerales y acompañé los féretros de guardia civiles en aviones militares. Vivíamos oprimidos.
Primer gobierno de coalición de la democracia
En 1987 fui uno de los impulsores del acuerdo de gobierno entre el PSE y el PNV. Negocié en secreto con Juan Ramón Guevara. Pese a tener más parlamentarios, cedimos la Lehendakaritza al nacionalista José Antonio Ardanza. Yo fui vicelehendakari. Lo hicimos por generosidad y para impulsar el Pacto de Ajuria Enea, que fue el inicio de una etapa dorada y espléndida del País Vasco. En 1988 fui elegido secretario general de los socialistas vascos. También fue muy duro porque el PSE estaba dividido y hubo una lucha personal, de poder interno y de concepción de país. El partido me daba mucho sufrimiento. Al final me liberé de esa ‘carga’ en 1997. Fui candidato a lehendakari y perdí.
Salto a la política nacional.
En 2000 soy elegido diputado por Álava, cargo en el que permanecí 14 años. Tuve un paréntesis de dos años en el que me marché a Bruselas y luego fui ministro. En la Cámara baja fui portavoz de la comisión constitucional y posteriormente me encargué del proceso de reformas estatutarias. Di clases en la Universidad Carlos III.
Regreso para pilotar el PSE
En 2002 regresé temporalmente a Euskadi para presidir la gestora del PSE tras la dimisión de Nicolás Redondo Terreros. El partido estaba muy muy fracturado. El día antes del congreso que eligió a Patxi López nuevo secretario general, ETA asesinó a Juan Priede. Zapatero planteó prorrogar un año la gestora, pero un sector del PSE no quiso.
Ministro con Zapatero.
Era octubre de 2010. Fue la primera vez en mi vida que me vi preparado para el cargo que me tocaba desempeñar. Pero fue duro. Estábamos en plena crisis, con la prima de riesgo disparada pero evitamos el rescate.
Descubriendo Bruselas.
Me eligieron eurodiputado en 2009 pero tuve que regresar tras la llamada de Zapatero. Volví a Bruselas en 2014 y allí he permanecido estos últimos cinco años. Estoy muy satisfecho de esta etapa de mi vida. Es lo único que ahora añoro de la política. En marzo de 2018 anuncié que no volvería a presentarme. Me acabo de jubilar.
Publicado en El Correo, 8/09/2019
EN PRIMERA PERSONA.
Aprendiz a los 14 años.
Nací el 1 de septiembre de 1948 en el barrio obrero de Herrera de San Sebastián. Último de 12 hermanos, mi madre murió cuando yo tenía 7 años y me criaron mis cinco hermanas mayores. Empecé a trabajar de aprendiz a los 14 años en una fundición. Me saqué dos carreras estudiando por la noche. Entré en política por compromiso. Tiraba panfletos, pegaba pegatinas en los baños y pasaba a Hendaya a recoger el dinero que nos mandaban los socialistas alemanes y suecos. Dejé mi trabajo y un buen sueldo para ejercer de abogado laboralista. Tuve despacho en Eibar y Rentería. Estaba superrealizado. Es la etapa de mi vida en la que más sentí que lo que hacía, servía. Me convertí en el ‘abogado de UGT’, sindicato que construí en Gipuzkoa.
Delegado del Gobierno en los años de plomo de ETA.
Mi llegada a las instituciones fue como presidente de la gestora del Ayuntamiento de San Sebastián. Ejercía de alcalde con 30 años. Me presenté a las primeras elecciones municipales y perdí. En 1980 doy el salto al Parlamento vasco y de ahí, en 1982, a la delegación del Gobierno en Euskadi. Fue una etapa de sufrimiento y aprendizaje. Pasé de la UGT a defender al Gobierno de la reconversión industrial. Me fui literalmente al otro lado de la trinchera. Ingenuamente traté de entenderme con mis antiguos compañeros. Era mi gente. ETA mató a varios de mis amigos.Asistí a más de 300 funerales y acompañé los féretros de guardia civiles en aviones militares. Vivíamos oprimidos.
Primer gobierno de coalición de la democracia
En 1987 fui uno de los impulsores del acuerdo de gobierno entre el PSE y el PNV. Negocié en secreto con Juan Ramón Guevara. Pese a tener más parlamentarios, cedimos la Lehendakaritza al nacionalista José Antonio Ardanza. Yo fui vicelehendakari. Lo hicimos por generosidad y para impulsar el Pacto de Ajuria Enea, que fue el inicio de una etapa dorada y espléndida del País Vasco. En 1988 fui elegido secretario general de los socialistas vascos. También fue muy duro porque el PSE estaba dividido y hubo una lucha personal, de poder interno y de concepción de país. El partido me daba mucho sufrimiento. Al final me liberé de esa ‘carga’ en 1997. Fui candidato a lehendakari y perdí.
Salto a la política nacional.
En 2000 soy elegido diputado por Álava, cargo en el que permanecí 14 años. Tuve un paréntesis de dos años en el que me marché a Bruselas y luego fui ministro. En la Cámara baja fui portavoz de la comisión constitucional y posteriormente me encargué del proceso de reformas estatutarias. Di clases en la Universidad Carlos III.
Regreso para pilotar el PSE
En 2002 regresé temporalmente a Euskadi para presidir la gestora del PSE tras la dimisión de Nicolás Redondo Terreros. El partido estaba muy muy fracturado. El día antes del congreso que eligió a Patxi López nuevo secretario general, ETA asesinó a Juan Priede. Zapatero planteó prorrogar un año la gestora, pero un sector del PSE no quiso.
Ministro con Zapatero.
Era octubre de 2010. Fue la primera vez en mi vida que me vi preparado para el cargo que me tocaba desempeñar. Pero fue duro. Estábamos en plena crisis, con la prima de riesgo disparada pero evitamos el rescate.
Descubriendo Bruselas.
Me eligieron eurodiputado en 2009 pero tuve que regresar tras la llamada de Zapatero. Volví a Bruselas en 2014 y allí he permanecido estos últimos cinco años. Estoy muy satisfecho de esta etapa de mi vida. Es lo único que ahora añoro de la política. En marzo de 2018 anuncié que no volvería a presentarme. Me acabo de jubilar.
Publicado en El Correo, 8/09/2019
7 de septiembre de 2019
Gerardo ya estaba allí.
Le conocí a finales de los sesenta. Quizás en 1969. Yo era un aprendiz de ajustador en el taller y después de estudiar ingeniería técnica, me subieron a la Oficina de Proyectos de Victorio Luzuriaga SA, en Pasajes. Gerardo ya estaba allí. En la Oficina de Compras muy cerquita de la Oficina técnica a la que me incorporé.
Eran unos tiempos emocionantes. La dictadura tocaba a su fin. La ola democrática empezaba a ser intensa. Las contradicciones del régimen, las presiones exteriores, la edad y la salud de Franco... todo anunciaba un tiempo nuevo. Eran los primeros años setenta.
Eran años de huelgas políticas, reuniones clandestinas, panfletos, propaganda, manifestaciones esporádicas, concentraciones montañeras... para acabar con el franquismo y empezar a construir la democracia.
Gerardo ya estaba allí. A su militancia clandestina jeltzale, unía una simpatía y un afecto contagiosos. Le confesé mi interés por el PSOE y él fue el primero que me trajo propaganda del partido desde «el otro lado». Me habló del Gobierno Vasco en el exilio y de la convivencia de socialistas y nacionalistas bajo la presidencia del lehendakari Leizaola. Yo estaba en esos tiempos contactando con Txiki Benegas, José Antonio Maturana, Enrique Mugica... etc, los abogados socialistas de San Sebastián... Ellos también me hablaron de aquel gobierno del lehendakari Aguirre que desde París se había trasladado a Bayona. Alli estaba Juanito Iglesias, como consejero socialista (’el manco’ le llamábamos porque perdió un brazo huyendo del fuerte de San Cristóbal en Pamplona en plena guerra) al que se habían unido Maturana y Benegas en representación del partido. Gerardo no intentó llevarme al PNV. Respetó mis simpatías y me trajo un paquetón de periódicos de ‘ El Socialista’ que fui colocando en los armarios de los vestuarios con tantos nervios como emoción.
Gerardo ya estaba allí y puedo asegurar que era una persona muy querida en la Oficina. No eran tiempos como para ir haciendo carnets de partido, pero él difundía nacionalismo vasco con su simpatía y su ejemplo. Allí ya se sabia de su vieja militancia y de los sufrimientos represivos que había padecido aunque esos temas no eran, todavía, objeto de conversaciones abiertas. Gerardo no hizo nunca ostentación de su pedigrí nacionalista, ni de su participación en la guerra, ni de la cárcel, ni de las detenciones sufridas posteriormente. Seguro que lo hacía por prudencia, pero estoy seguro que también por discreción y humildad. No se vanagloriaba de un pasado que bien podía exhibir en aquellos círculos porque simplemente consideraba que todo lo que hizo y hacíaa era cumplir con su deber y con su conciencia .
Rebuscábamos en los periódicos de la mañana todo indicio predemocratico. Releíamos entre líneas, columnas y noticias que contaban los movimientos internos y externos en favor del cambio y del fin de la dictadura. Era un sentimiento general, una ansiedad colectiva que se palpaba. Comenzaban los tiempos de la tolerancia que se abrieron después a la libertad de todos.
Gerardo ya estaba allí. Discreto y prudente, pero optimista siempre. Él deseaba más que nadie la primavera democrática, pero mostraba la sensatez de la edad y la paciencia de los que habian sufrido la derrota de la guerra y la represión posterior.
La Oficina era un largo pasillo lleno de puertas a ambos lados dando a múltiples despachos. Nos movíamos por todos ellos, junto a Martín Elizasu, de Alza, también de la Oficina técnica, con quien compartíamos confidencias y aspiraciones.
Gerardo ya estaba allí, pero él no bajaba a talleres. En aquella fundición de Pasajes (Molinao) trabajábamos más de 2.000 personas, pero a la fábrica solo bajábamos de la Oficina técnica. Por eso repartíamos la propaganda del PNV y del PSOE indistintamente en los talleres a los que Gerardo no accedía. Panfletos en los casilleros, revistas en los armarios, pegatinas en las puertas... ¡Qué tiempos! A partir del 75 , especialmente después de la muerte de Franco, la zona en la que vivíamos toda esta aventura, era un polvorín y un hervidero de partidos a cual más radical. Nos despreciaban a los del PSOE y algo menos a los del PNV. Todos eran mucho más socialistas y nacionalistas que nosotros. Nos reprochaban que la policia no nos perseguía, que nos toleraban. Recuerdo muy bien la respuesta que les dio Felipe en aquellos inolvidables mítines de Eibar y San Sebastián (Astelena y Facultad de Derecho): «estas parcelas de libertad que yo estoy ocupando, serán grandes avenidas de la misma libertad para todos, muy pronto» . ¡Cuánta razón tuvo! Pero sus reproches eran especialmente injustos para quienes, como Gerardo Bujanda (o Ramon Rubial en nuestro caso) habían dado su vida entera por su causa.
Sí, Gerardo ya estaba allí y llevaba toda la vida en ello. Eso sí era meritorio. Lo nuestro era de amateurs. Y siguió allí. Continuó toda su vida haciendo cosas por su partido y por su país hasta este miércoles. Literalmente hasta este miércoles porque he leído que este mismo mes de agosto seguía en la brecha. ¡Grande Gerardo!
Gran persona, buen amigo de tiempos heroicos. Agur, ohore eta beti arte!
Publicado en el Diario Vasco, 7/09/2019
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