28 de junio de 2018

Miedos y mentiras.

"Es suicida para Europa cerrarse a la inmigración. Nos falta coraje y liderazgo para llevar a cabo una política diferente que enfrente un fenómeno social incuestionable e irreversible."

Para que en Europa puedan mantenerse los sistemas de Seguridad Social en 2050 necesitaríamos que en esa fecha hubiera dos trabajadores activos por cada pasivo. Más o menos, como ahora. ¿Saben ustedes cuántos inmigrantes necesitamos para mantener esa proporción? Aproximadamente cincuenta millones; es decir, un millón largo cada año hasta esa fecha. Sin embargo, no los queremos. Es suicida para Europa cerrarse a la inmigración mientras mantenemos una tasa de natalidad de 10,1 nacimientos/1.000 habitantes y muchos de los estados miembros reducimos progresivamente la población víctimas de una mayor tasa de mortalidad (10,2 muertes/1.000 habitantes) que de nacimientos.

He empezado, intencionadamente, mi argumento en favor de una nueva política de inmigración por los datos económicos y demográficos, aunque estos deberían estar detrás de los argumentos morales y solidarios que deberían iluminar este debate. Lo he hecho porque quizás seamos más sensibles a los riesgos de nuestro Estado de Bienestar que a los principios fundamentales de nuestros tratados (artículo 2 del Tratado de Lisboa) y a los valores que sustentan nuestra Unión. Porque lo cierto es que sobre ellos, sobre el discurso humano, está imponiéndose un sentimiento de rechazo y miedo en amplias capas de la población, hábil y demagógicamente estimulado por los partidos populistas y la extrema derecha antieuropea en la mayoría de los estados europeos.

Salvini en Italia es la última y más grosera voz que alimenta los miedos y el rechazo a los inmigrantes. Pero en Austria, Alemania, Dinamarca, Holanda, Hungría... el discurso xenófobo se está imponiendo y los partidos que lo protagonizan ganan elecciones o condicionan a quienes las ganan cada vez más abierta y claramente. La crisis de la CSU con Angela Merkel es un buen ejemplo, pero no es el único. Al respecto conviene recordar que, aunque derrotada, Marine Le Pen obtuvo 10,6 millones de votos en la segunda vuelta francesa del año pasado. ¡En Francia! Patria de la Revolución y país de acogida donde los haya.
¿Qué ocurre para que la izquierda pierda votantes a chorros por esta vía de agua en su buque de la solidaridad y el internacionalismo? ¿Por qué los rechazamos si vienen a cuidarnos y a hacer trabajos que no queremos hacer nosotros? ¿Cómo nos dejamos engañar con la ecuación inmigración-terrorismo cuando vemos que los terroristas viven entre nosotros y se radicalizan en los barrios de nuestras ciudades? ¿Por qué nos invade un miedo irracional a perder nuestra forma de vida y nuestros valores si sabemos que la población inmigrante siempre será minoritaria? ¿Qué tememos de la convivencia si todas nuestras ciudades europeas son ya un melting-pot de razas y lenguas?

Estamos perdiendo la batalla de las ideas y de la razones y nos estamos dejando llevar por los miedos y las mentiras. Nos falta coraje y liderazgo para llevar a cabo una política diferente que enfrente un fenómeno social incuestionable e irreversible. Ellos quieren vivir y en sus países no pueden. Ellos nos ven en la televisión y quieren vivir como nosotros. Ellos tienen el 50% de la población menor de 25 años y nosotros envejecemos sin remedio en poblaciones con casi el 20% de la población mayor de 65 años (el doble que hace 60 años). Es el mundo entero el que vive esta problemática y en el siglo XXI de las comunicaciones y la globalización, el fenómeno se extenderá geográfica y cuantitativamente.

Esto nos obliga a dimensionar la respuesta en espacios supranacionales y con políticas muy transversales. No hay soluciones milagrosas. No lo son cerrar las fronteras y no lo son abrirlas a todo el mundo. Por eso Europa debe abordar con urgencia su política migratoria y debe acordarla entre todos los países de la Unión. De lo contrario se abrirán brechas internas que pondrán en riesgo la Unión misma, si no lo está ya. He aquí tres pasos iniciáticos en esta nueva política migratoria.

Primero hay que construir un ambicioso ‘Plan África’ que ayude al desarrollo del continente y que nos permita convenios con los países de origen de la emigración para canalizar el ingreso a Europa con garantías de orden y devolución de irregulares. Este primer paso es clave. Nuestros consulados africanos dan las visas y garantizan la entrada en Europa sin riesgos. Quienes vengan fuera de esos canales, son devueltos a sus países de origen y estos los aceptan.

Segundo. El control de las fronteras exteriores de la Unión se unifica en un cuerpo especial europeo en colaboración con los países del norte de África. Esta colaboración exige compartir gastos con esos países que evitan las salidas de sus costas y permita la devolución de quienes pretenden atravesar el Mediterráneo en manos de mafias y con riesgo evidente de sus vidas.

Tercero. Europa reparte la cuota anual europea de inmigrantes entre todos los países y unifica todas sus políticas de formación laboral y de integración social que corren por cuenta de cada país, con ayuda financiera europea.

Si no hay un acuerdo próximo a estas ideas, el fenómeno migratorio nos va a fracturar políticamente, además de avergonzarnos moralmente convirtiendo el Mediterráneo en una fosa en la que mueren anualmente más de tres mil inmigrantes.


Publicado en "El Correo" 28/06/2018

27 de junio de 2018

Pedro Sánchez en Europa.

Sobre la mesa del Consejo Europeo de los próximos días 28 y 29 de junio se agolpan los grandes temas del momento: migraciones, Unión Económica y Monetaria, Brexit, fiscalidad, innovación, agenda digital, seguridad y defensa, etc. Pedro Sánchez se estrena en una de las grandes reuniones europeas y lo hace acompañado de las máximas expectativas personales y las más graves circunstancias políticas. Veamos.

En Europa se mira a España con interés y el presidente del Gobierno ha despertado creciente expectación. Viene de un país que ha dado una seria señal de funcionamiento institucional. Los cambios políticos de España han sorprendido en Europa por su rapidez y por su contundencia. En unos pocos días se ha materializado un cambio de Gobierno que, en otros lares -recordemos Alemania e Italia- ha durado meses. Por supuesto, no es consecuencia de unas elecciones, pero la legalidad constitucional aplicada ha sido impecable y muchas voces en Europa reconocen abiertamente la extraordinaria sanción política que ha recibido la corrupción: la caída de todo un Gobierno. Muchos aprecian la salud moral de un país capaz de reaccionar con tanta fuerza a esa lacra y de proporcionar así a su ciudadanía una credibilidad institucional que refuerza sus convicciones democráticas.

Pero además, el fuerte contenido feminista, técnico y europeísta del Gobierno recién nombrado, ha impulsado aún más la sensación de expectante cambio generado a partir del triunfo de la moción de censura. La decisión del Aquarius ha sido la última señal de una España diferente a la que se espera con interés. Franz Timmermans, vicepresidente de la Comisión, nos decía el pasado miércoles en un acto en el que presentábamos el último libro de Joaquín Almunia, 'Ganar el futuro', en la biblioteca del Parlamento Europeo, “Europa necesita a España en estos momentos difíciles de la Unión. También necesita sus valores”.

A todas estas circunstancias se añaden, en el marco personal del presidente español, su condición de socialdemócrata, lo que le convierte, junto a los primeros ministros de Portugal, Malta y Suecia, en cabeza de cartel de una familia política que no atraviesa su mejor momento en el conjunto de Europa y que sigue siendo clave en su futuro.

Europa necesita a España en estos momentos difíciles de la Unión. También necesita sus valores

No es fácil triunfar en Europa, y mucho menos lo es hacerlo el primer día. Por eso es bueno devolver realismo al contexto y suavizar expectativas desbordantes. Para empezar conviene recordar que toda Europa está sufriendo un peligroso brote antiinmigratorio, generador de pulsiones políticas populistas y xenófobas cada día más preocupantes. Toda la política europea está salpicada de estos sentimientos, y estamos siendo incapaces de explicar y convencer a nuestras opiniones públicas que debemos y tenemos que integrar a millones de inmigrantes en nuestros Estados durante las próximas décadas. No solo por razones morales, sino también económicas y sociales. Las reacciones electorales a esta evidencia están destruyendo los modelos políticos de media Europa: Italia, Austria, Holanda, Dinamarca, Francia... La propia Alemania está amenazada por ese temor, y la crisis interna de la coalición CDU-CSU es pura y simple consecuencia de él.

La brecha migratoria amenaza el futuro de la UE tanto como el riesgo de quiebra del euro en los meses más dramáticos del rescate griego, o incluso más. Y ese será el tema principal de la cumbre a la que llega por primera vez Pedro Sánchez.
 
Llegará con una estrategia renovada de europeísmo, impulsada por una circunstancia favorable: Francia necesita un aliado fuerte para avanzar en la integración política y económico-monetaria de la UE. Los acuerdos de la reciente cumbre franco-alemana en Meseberg (19 de junio) son buenos, refuerzan la arquitectura del euro y avanzan hacia la convergencia económica con un necesario presupuesto para la Eurozona. Pero son solo planes. Necesitarán impulso, ayuda, vencer resistencias y dudas del Norte hacia el Sur y en todo eso, con una Italia tan euroescéptica y frágil, España es fundamental.

Harán muy bien Pedro Sánchez y Josep Borrell en forjar una sólida alianza con Macron y devolver a España el peso y el lugar que perdimos. De hecho, la cumbre del sábado pasado en París entre los dos líderes ha sido una acertadísima iniciativa y el alineamiento franco-español mostrado es la mejor noticia para el grave momento que vivimos en Europa. Macron tiene el proyecto, las ideas y los programas más europeístas, y necesita un país grande del Sur junto a Francia. Portugal ayudará en esa alianza de la que desgraciadamente Italia se ha descolgado.

Un acuerdo en materia migratoria que salve a la canciller Merkel de su crisis interna con la CSU es clave hoy, y ayudará mañana a vencer resistencias del Norte a la integración monetaria, poniendo en marcha los acuerdos de Meseberg (presupuesto de la Eurozona), seguro de desempleo europeo, fondo de garantía de la Unión Bancaria, etc). 
Eso es hacer Europa.
 

Publicado en Tribuna, de  El confidencial.


26 de junio de 2018

Nota de prensa acuerdo franco-alemán. 26/06/2018

Ramón Jáuregui celebra el apoyo franco-alemán a la armonización de la base del impuesto de sociedades.

El eurodiputado socialista Ramón Jáuregui ha valorado como “muy positivo” que Francia y Alemania hayan dado su apoyo a la propuesta de la Comisión para armonizar la base consolidada común del impuesto de sociedades. Con ello, asegura, “se reducirá la competencia fiscal desleal y la repatriación artificial de los beneficios, incluyendo el otorgamiento de resoluciones opacas ad hoc en favor de las multinacionales”.
El pasado 19 de junio los gobiernos de ambos países acordaron en la Declaración de Meseberg acelerar los trabajos del Consejo en esta materia y se han comprometido a aprobar el impuesto temporal a la facturación de las empresas digitales antes del final de este año. “Creo que estos anuncios son muy importantes y me alegro del fuerte impulso franco-alemán a la agenda europea por la armonización fiscal y la lucha contra la elusión, uniendo fuerzas en este empeño con la socialdemocracia española y europea”, ha subrayado el dirigente socialista.
Asimismo, ha declarado que “ahora hace falta que el resto de los países europeos colaboren en este empeño y que el Consejo dé luz verde a estos proyectos”. El eurodiputado ha expresado su convencimiento de que “el nuevo Gobierno de España trabajará en esta línea y se sumará a Francia y Alemania en esta iniciativa”.

Bruselas, 26/06/2018

Entrevista Onda Vasca 26/06/2018

Entrevista Onda Vasca, por Javier Vizcaíno.


23 de junio de 2018

16 de junio de 2018

Entrevista para El Mundo, 16/06/2018

 Ningún dirigente del PSE-EE acumula su experiencia institucional que, en gran medida, comparte con una selección artículos agrupados en 'Memorias de Euskadi' (Libros de Catarata). Sin levantar la voz da un toque de atención al PNV.

¿Qué recoge en Memorias de Euskadi y por qué ha elegido este momento? 

Es una memoria del país y le hemos llamado así, en parte, atendiendo un compromiso de la Fundación Ramón Rubial y también como dedicatoria a los socialistas vascos. Ellos han sido parte del mérito de una victoria de la democracia sobre la violencia que el libro quiere reivindicar.

Su libro recoge artículos a lo largo de décadas muy duras en las que ETA ha tenido un dramático protagonismo, ¿pero se imaginaba este final?

Sí. Yo no soñé con el final de ETA porque durante muchos años perdí la esperanza de que ETA tuviera un final. Confieso que durante muchos años en la década de los 80 era muy pesimista sobre que hubiera un final a la violencia de ETA. Conviene recordar que estábamos en el peor de los mundos, con una espiral de acción-reacción que la habían programado los propios terroristas. Había una comunidad internacional que no sabía lo que estaba pasando. Francia no sabía lo que pasaba aquí. La Iglesia vasca no tuvo compasión con las víctimas. La sociedad vasca estaba acobardada y el nacionalismo vasco se pensaba que eran hermanos descarriados. Hubo un contexto en el que, sinceramente, perdimos la esperanza. Junto a toda la memoria del dolor compartido, por todos los que han sufrido, yo reivindico una victoria maravillosa. Nunca pensé que acabaría tan bien como acabó.

Este no fue un proceso lineal de unidad de todas los partidos democráticos sino que en 1998 el PNV apuesta por una acumulación de fuerzas nacionalistas, ¿por qué lo hizo?

Yo pienso que el nacionalismo vasco creyó que en la reivindicación de las causas políticas de ETA estaba la paz. Esta idea que diseñaron, entre otros, Egibar y Ollora era al situarse el PNV al frente de la reivindicación de la autodeterminación se acabaría la violencia. Esto es lo que inteligentemente y tramposamente diseñó ETA. ETA rompe el Pacto de Ajuria Enea ofreciendo una tregua que le sirve para rearmarse y el PNV de buena fe creyó que ése era el camino y se equivocaron. De ahí el plan Ibarretxe y la ofensiva terrorista de ETA. Pero en esta fase hay un pacto entre Rodríguez Zapatero y Aznar que acuerdan una medida extraordinariamente importante y que no tengo pelos en la lengua para reivindicar el acierto del Gobierno de Aznar al ilegalizar a Batasuna. Durante 20 años habíamos creído que Batasuna era el desagüe de la violencia y había que permitir este partenariado entre ETA y Batasuna. Creímos que había que convencerles de que había una opción político pero fue el terrorismo el que utilizó a su brazo político para reforzar su estrategia. Cuando el PP nos propuso ilegalizar Batasuna tuvimos muchas dudas. Yo era secretario general del PSE como responsable de una gestora y recuerdo que en aquella reunión yo me quedé muy impactado. Fue una medida acertada porque de la ilegalización surgió una Batasuna que acabó reclamando a ETA el fin de la violencia para que no arruinara su causa.

Pero el PNV no respaldó este tipo de medidas, ¿los nacionalistas llegaron a asumir un compromiso político decidido para combatir a ETA y su entorno?

El PNV siempre lo ha hecho a su manera pero no conviene descalificar su aportación. He discrepado mucho de sus posiciones pero lo he tenido como socio de la paz. Han sido protagonistas fundamentales y la deslegitimación de la violencia en la calle a través de los liderazgos sociales son importantes. Pienso también en su aportación en el Pacto de Ajuria Enea o en la dispersión de presos cuando al cárcel era un instrumento de ETA que estimulaba la continuidad de la violencia. El Pacto de Lizarra fue una gravísima equivocación del nacionalismo vasco, como lo fue en los primeros años el mirar hacia otro lado. O utilizar siniestras expresiones como la de «unos mueven el árbol y otros recogemos las nueces». Todos tenemos manchas en nuestra historia y soy partidario de reivindicarnos como conjunto de sociedad en el éxito alcanzado.

Tras el pacto de Lizarra y los tripartitos de Ibarretxe sin el PSE se ha vuelto a conformar una nueva alianza entre PNV y los socialistas vascos pero ¿valora la sociedad vasca la coparticipación en estos gobiernos de coalición liderados por los nacionalistas?
 

Quizás no suficientemente. En muchos momentos las coaliciones han sido claves, las reivindico con orgullo y creo que hemos cambiados el país. Cuando veo el Euskalduna recuerdo todas aquellas políticas de transformación que pusimos en marcha en la industria, en la regeneración urbana. Aquellos pactos han sido piezas claves en la construcción moderna de Euskadi. Hoy Podemos nos ha dado un bocado en representación, pero sigo pensando que somos factor de estabilidad y de moderación en la tentación identitaria del nacionalismo. Junto a la reivindicación social es una de nuestras señas de identidad.

¿Cómo interpreta la decisión del PNV de incluir el derecho a decidir junto a EH Bildu en los primeros documentos del futuro Estatuto y que se volcara con la cadena soberanista de Gure Esku Dago?

Es inaceptable poner una vela a Dios y otra al diablo y mantener esa doble componente estratégica. El PNV tiene que decir a los vascos qué es lo que quiere. Estar junto a EH Bildu me parece un error mayúsculo y la apuesta por el derecho a decidir, más allá de los eufemismos, es una apuesta por el independentismo. Eso tienen que saberlo los vascos y en su caso castigarlo. Estoy completamente en contra y en eso soy rotundo. Me ha sorprendido y me ha decepcionado esa ambivalencia. Lo del Estatuto me parece gravísimo y su presencia en la cadena, más testimonial.

El PP arrancará su oposición parlamentaria contra Pedro Sánchez con la pregunta de Javier Maroto al ministro Grande-Marlaska sobre posible cambios en la política penitenciaria como contrapartida, ¿le sorprende?

Yo creo que no hay ningún tipo de contrapartida. Es una posibilidad que forma parte de nuestro marco legal. La resolución del parlamento vasco que han aprobado los cuatro grandes partidos del país me gusta. El sistema penitenciario diseño la dispersión porque la cárcel era un engranaje del terrorismo y desde allí se estimulaba la violencia. No hay acción terrorista, no hay banda y por tanto la dispersión ha perdido sentido. El sistema legal establece que la reinserción es un objetivo y se favorece teniendo más cerca a los presos de su entorno social. Además, a la democracia que ha vencido de manera tan rotunda le corresponde la generosidad. Sólo el vencedor puede ser generoso. El final de ETA es plenamente democrático y total.

La presentación de su libro en Euskadi coincide con el nombramiento de Jesús Loza como delegado del Gobierno, ¿cuál debe ser la función institucional de la Delegación en el País Vasco sin el terrorismo etarra?

Me alegré muchísimo porque Jesús Loza desde la Fundación Fernando Buesa ha venido manteniendo el equilibrio de la memoria justa. Es una memoria reconciliada que propugna una ciudadanía convivencial. Una Euskadi que se mira a los ojos y sabe reconocer nuestros pasados y construir futuro. Va a ser un magnífico delegado.
 
Publicado en El Mundo País Vasco, 16/06/2018

Entrevista para El Correo, 16/06/2018





Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1948) ha sido uno de los principales protagonistas de la historia política de Euskadi durante los últimos 40 años. Sus recuerdos son los de una comunidad marcada por el azote del terrorismo, por el dolor y por la derrota final de ETA. Un relato que quien fuera vicelehendakari, líder del PSE y uno de los impulsores de los gobiernos de coalición con José Antonio Ardanza ha plasmado en un volumen en el que reflexiona sobre el pasado y el presente, y en el que recopila artículos publicados durante todos estos años. Pero ‘Memoria de Euskadi. El relato de la paz’ (Catarata) es mucho más que eso. Es también un aldabonazo en el interior de una sociedad que permitió que la barbarie avanzara. «Mi memoria es un reproche severo a mis conciudadanos. Asumimos los asesinatos como una consecuencia natural del conflicto. Nos colocamos en una cobarde e injusta equidistancia. Nos faltó caridad, compasión, solidaridad...»
 
–Esas palabras aparecen en su trabajo. Es un análisis muy duro.

 – Nuestra historia pasada tiene épocas muy distintas. Pero hasta el Pacto de Ajuria Enea la sociedad vasca estuvo literalmente acobardada y moralmente en pecado si usáramos un término judeo-cristiano. Se colocó al lado de los verdugos y no de las víctimas. Justificaba los asesinatos cuando decía ‘este es un policía, un guardia civil, un chivato...’. Y si no encontrábamos justificación decíamos lo de algo habrá hecho. Y esa sociedad merece todos los reproches. Nuestra mirada histórica al pasado tiene que ser consciente de esa realidad.

-Pero no siempre ha sido así.
 
– Es verdad que luego la sociedad vasca estuvo al frente de esa condena al terrorismo. Por ejemplo, cuando nos manifestábamos frente a los ‘batasunos’ frente a frente. El gran cambio fue el fin de la violencia en 2011. Ahora es un país mucho más asentado. Me siento muy satisfecho de una Euskadi que está mucho mejor.

– ¿Cómo ve la evolución de la izquierda abertzale?

– La izquierda abertzale convivió durante casi 50 años con esa estrategia. Pero también reconozco, y todo hay que decirlo, que jugó un papel importante para exigir a ETA el cese de la violencia. Pero es evidente que todavía le queda mucho camino por recorrer. Me gustaría una ruptura mayor con el pasado.

– ¿Y cree que lo van a hacer?

– No lo sé. Muchas veces me pregunto cómo habría sido nuestra vida si en 1978 no hubiesen cometido el inmenso error de pensar que la democracia que estábamos construyendo era de cartón piedra. Cuando decidieron matar a todos aquellos que estábamos construyendo emocionadamente la libertad. Si miramos para atrás, está claro que todo aquello fue patético.

– ¿Y si miramos hacia adelante?

– Quiero hacerlo con optimismo.

– ¿Y hay mimbres para hacerlo?

– Siempre he defendido que la elaboración de un nuevo Estatuto era una oportunidad extraordinaria para configurar una especie de Constitución vasca en el que estemos todos, incluida la izquierda abertzale. Para mí sigue siendo la aspiración más extraordinaria.

– ¿Lo ve ahora factible?

– Lo que estoy viendo con mucha preocupación es la tentación del PNV de forjar un frente nacionalista con EH Bildu contra todos los demás. Creo que se está equivocando gravemente, como hizo en Estella cuando cambió de lado. El futuro solo se puede construir sobre la pluralidad y el progreso solo es consecuencia de la estabilidad. Me preocupan los movimientos que está teniendo el PNV hacia una deriva independentista que no le pertenece y que le va a pasar factura electoral. O al menos eso creo.

– ¿Cree que esa apuesta por redactar un Preámbulo soberanista esconde una estrategia de fondo o solo es táctica?

– Puede ser táctica, pero el PNV no puede seguir poniendo una vela a Dios y otra al diablo todos los días.

– Pero Urkullu y el propio Ortuzar insisten en que la apuesta es un acuerdo transversal que acoja a todas las sensibilidades políticas de este país.

– Pero no se puede mantener la ambivalencia entre el independentismo y el pragmatismo porque ya no estamos en ese juego. Eso no puede ser. El PNV tiene un papel fundamental para construir ese escenario del que hablaba antes. Está bien querer incorporar a la izquierda abertzale, pero no puede hacerlo dejando al margen a las otras expresiones políticas.

-¿Ve difícil el consenso?

-El Estatuto es un pacto anterior, es pacto vasco. Y lo que estamos percibiendo es la fractura vasca con la tentación independentista plasmada en un Estatuto de ruptura. El pacto interior es lo importante, y es verdad que eso lo dice de forma habitual Urkullu, pero el problema es que al final van por otro lado. La tentación identitaria extrema nos va a romper.

Cataluña en el espejo.

¿Teme que la deriva acabe en un escenario similar al catalán?

-En Cataluña los partidos dejaron el control en un asamblearismo loco.

Y eso, a día de hoy, no pasa en Euskadi. Pero hay que tener cuidado. Si el PNV le deja hacer a Egibar un nuevo Estatuto con EH Bildu marginando al PSE, a Podemos y al PP, a una confederalidad que nadie entiende, pues entonces los vascos deberán ubicar al PNV donde se merece.

¿Entiende el apoyo del PNV a la cadena Gure Esku Dago?

Me parece mal. Es lo mismo que digo del Estatuto. El famoso derecho a decidir es un eufemismo de la autodeterminación para la independencia. El PNV tendría que ser mas congruente a la hora de explicar que nadie tiene derecho a decidirlo todo. Si tuviéramos derecho a decidir todo, yo me pregunto, por qué los jubilados vascos no hacen una cadena en las tres capitales vascas y proponen que decidamos subir las pensiones con el cupo mil euros al mes como mínino. El PNV está jugando en ese terreno peligrosamente a pesar de la experiencia catalana.

¿Y tiene el PSE capacidad para modular el mensaje más radical de los nacionalistas?

-Los socialistas siempre hemos sido pieza clave del pactismo plural del País Vasco. A veces ha sido premiado y otras no tanto. Somos la pieza del engranaje que articula la maquinaria de la pluralidad. Pero también tenemos nuestros principios, y cuando el PNV se sale del carril, rompemos

«Le reconozco a Sánchez una audacia extraordinaria»

– ¿Se imaginaba a Pedro Sánchez en La Moncloa?

– Sinceramente no. No creía que fuese ocurrir. Pero la suerte ha acompañado al valor. Y le reconozco a Pedro Sánchez una audacia extraordinaria.

– En toda su trayectoria política, ¿había visto algo parecido a lo vivido estas dos semanas?

– No, tan brusco y vertiginoso por supuesto que no. Extraigo una lección muy importante de lo que ha pasado. La ciudadanía ha percibido que la corrupción tiene sanción. El sistema político español ha dado una lección extraordinaria de funcionamiento institucional. Ha recuperado enteros en la política europea.

 – ¿Qué le parece el Gobierno de Sánchez?

– Muy bien. Ha tenido un impacto público extraordinario.

– A pesar de la dimisión de Màxim Huerta.

– Sí. También le pasó a Emmanuel Macron. La dimisión era el fruto del contexto que vivimos. No podía ser de otra manera. La ejemplaridad es condición para la representación pública.

– ¿Va a durar mucho el viento a favor de Sánchez?

– Estos quinces días hemos vivido una burbuja. A partir de ahora las cosas se van a poner muy difíciles. Pero también tengo la sensación de que a la oposición no le va a resultar fácil negar el pan y la sal a un Gobierno que ha nacido con mucho crédito. Va a tener un año de recorrido como mínimo. Calculo que se va a testar en las elecciones de mayo de 2019. Digo testar, no que se vayan a hacer coincidir las elecciones. Y a partir de ahí se verá si se puede agotar la legislatura. Lo que veo es muy difícil que haya grandes consensos sobre los temas importantes del país.


Publicado en El Correo, 16/06/2016
Foto: Manu Cecilio.




15 de junio de 2018

Presentación del libro: "Memoria de Euskadi, El relato de la Paz."

 
 




Via: Socialistas Vascos.

Entrevista para El siglo.15/06/2018

Da la impresión de que vive contrarreloj. Viene de un reconocimiento médico rutinario y se dispone a coger un avión con destino a Europa. También la carrera política de Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1948) parece construida a contrarreloj. Ha sido ministro de la Presidencia, vicelehendakari, ha sumado cargos institucionales y orgánicos en su partido, y ha asistido, lo más doloroso, a unos 300 funerales de víctimas de ETA. Todo ello lo cuenta en ‘Memorias de Euskadi’ (Libros de La Catarata), recién publicado. Y de lo más inmediato dice: “Debo reconocer que Pedro Sánchez ha tenido un golpe de audacia política, seguramente acompañado de un poco de suerte también, pero no hay suerte para los que no son osados”.
 
Alfredo Pérez Rubalcaba afirmó en la presentación de su libro que “uno va leyendo los artículos de Ramón Jáuregui y va viendo la historia de Euskadi”. Y que se cuenta muy bien la historia de ETA. ¿Está de acuerdo?
 
Es un elogio para mí que Alfredo diga eso. Pero sustancialmente he seleccionado artículos que responden a los momentos más intensos de la vida vasca y que se hallan más en relación con el tema terrorista y con el tema de la evolución del nacionalismo y de las relaciones con el PNV. Y sobre esa base sí pienso que el libro puede constituir un pequeño itinerario por los momentos más importantes del País Vasco en las últimas décadas.
 
Pronunció usted en esa presentación una frase contundente. Dijo: “Había una sociedad cobarde, una sociedad que difamaba a las víctimas y aplaudía a los verdugos. Y una Iglesia sin compasión. Una Iglesia que tenía la pretensión de la equidistancia”.
Exacto. Yo suelo decir que en la historia de la paz, porque ya no hay que hablar sólo de la historia del terror, hubo un periodo particularmente oscuro, que es el periodo que va desde la recuperación de la democracia, en 1977, hasta 1988, cuando se firma el Pacto de Ajuria Enea. Pero esos diez o doce años fueron terribles. Al principio, la sociedad vasca buscaba justificación a los asesinatos de ETA. Cuando tenían noticia de que habían matado a alguien, decían: “¿Que era un guardia?”, “¿que era un policía?”, “ah, claro”. “¿Quién era?” ¿Era el dueño de un bar?” “Ah, era un chivato”. Y si no encontraban justificación acababan diciendo: “Algo habrá hecho”. Esta es la versión más triste y más autocrítica que los vascos nos merecemos a nosotros mismos por un periodo en el que no estuvimos a la altura. Yo no puedo dejar de decirlo porque me parece que objetivamente es así. Y, al mismo tiempo, también recuerdo que en numerosos momentos de muchísimos funerales, porque yo he asistido a más de 300 funerales, teníamos enormes disputas a la entrada de la iglesia sólo para entrar a colocar la bandera en un féretro de un guardia al que habían matado. O de dos. Y aquello fue una Iglesia, aunque sea en términos genéricos, que siempre es injusto, pero fue una Iglesia sin compasión, porque la compasión es la primera virtud del amor cristiano. Y no lo tuvieron. No, no lo tuvieron. Lo escondieron en una equidistancia que resulta imperdonable.
Hablemos ahora de asuntos de actualidad. ¿Qué le parece el Gobierno que ha formado Pedro Sánchez?
A mí me gusta el calificativo que empleó ‘Le Monde’: “Es un equipo bueno”. Claramente. Debo reconocer que Pedro Sánchez ha dado un golpe de audacia política, seguramente acompañado de un poco de suerte también, pero no hay suerte para los que no son osados. Él ha sido osado. Ha sido coherente. Ha sido valiente. Ha ganado la moción de censura. Ha dado una vuelta al tablero de la política española. Ha abierto una esperanza extraordinaria en mucha gente, y desde luego ha colocado al PSOE en una posición mucho más favorable de cara al futuro. Pero, en mi opinión, lo más importante que se ha producido es que la moción de censura ha constituido una inyección de moral, porque mucha gente no creía en las instituciones, mucha gente creía que todo daba igual, que no pasaba nada. Y no. La máxima sanción política que un país puede dar a la corrupción, que es la caída de un Gobierno entero, en pleno, se ha producido. Y eso para mí tiene un valor potencial de combate en esta peligrosa tentación que es la corrupción, siempre y en todo sistema, que me parece que va a ser una vacuna extraordinaria. Eso ha sido para mí la mejor noticia. 

El Gobierno parece decididamente diseñado para agotar los dos años que quedan de legislatura, o al menos gran parte de ese tiempo. ¿Qué piensa usted?
Que lo tendrá muy difícil. Pero que también será muy difícil para los partidos de la oposición negarle su apoyo. Porque este Gobierno ha nacido con un enorme crédito. El Gobierno, en pocos días, ha obtenido una opinión pública, digamos, muy favorable. Y no será fácil ni para Podemos, ni para Ciudadanos, ni para los nacionalistas incluso, negar el apoyo a muchas iniciativas que mucha gente en España está esperando. Lo cual puede hacer que efectivamente pueda cumplirse ese propósito de agotar la legislatura. Pienso que eso es difícil, pero posible.
¿Considera que este Gobierno puede recuperar los votos perdidos o parte de los votos perdidos por el PSOE?
Sí, claramente hay que decir que el partido se ha reubicado a una velocidad extraordinaria. Yo confieso que hace un mes y medio, como muchos socialistas, estábamos preocupados por el futuro del partido, porque nuestra ubicación no era nada fácil. Y esto ha cambiado de la noche al día. Literalmente estamos en un amanecer.
Podemos va a recordar a Pedro Sánchez que ganó las primarias “por la izquierda”. ¿Qué opinión le merece esa estrategia?  
Podemos lo tiene difícil para no apoyar al Gobierno de Sánchez. Y seguramente Podemos intentará mostrar un perfil siempre más a la izquierda que el del Gobierno. Pero eso también me parece relativamente legítimo si luego, al final, llegan a acuerdos. Habrá que ver si lo que mueve a Podemos es destruir al PSOE o construir izquierda. Porque cuando votaron en contra del acuerdo con Ciudadanos, evitaron un Gobierno PSOE-Ciudadanos que hubiéramos podido tener ya en febrero de 2016. Fíjese. Pero les perdió su antisocialismo. Ignoro si han erradicado ya esa tentación. En muchos de ellos me parece que no.
¿Qué opinión le merece que Pedro Sánchez haya emplazado a Quim Torra a una reunión? ¿Cree que pueden encontrar espacio para el entendimiento?
Creo que el Gobierno ha cambiado el escenario y se ha puesto en el lado del diálogo y de la mano tendida. Y con eso ha privado ya al nacionalismo catalán del victimismo que hábilmente utilizaba debido a la pasividad del Gobierno de Mariano Rajoy. Considero que esa es la baza que hemos superado. El diálogo con los nacionalistas no será fácil, pero es evidente que hay que plantear una oferta de revisión del marco estatutario, del marco constitucional, eso hay que hacerlo con todos, también con Cataluña, y hay que saber si el nacionalismo catalán ha decidido dejar de jugar de farol, como decía recientemente la señora Ponsatí. Si los catalanes juegan la partida con realismo será posible encontrar caminos de entendimiento, pero si continúan prisioneros de un proyecto 1 de Octubre independentista y unilateral, se darán de bruces.
En su opinión, ¿cuál es la principal tarea que el presidente Sánchez tiene por delante?
Yo no soy quién para dar consejos a nadie, porque no me siento tampoco capaz de eso. Pero pienso que hay una clave que Pedro Sánchez ha jugado muy bien que es el europeísmo. Con Pepe Borrell, con Nadia Calviño, con Teresa Ribera, con Luis Planas. Y con algún ministro más. El auropeísmo es una línea. Tenemos que agarrarnos del brazo de Francia y presionar a Alemania para avanzar. Hay que aprovechar la ausencia de Italia para que España se convierta en el triunvirato de la integración europea. En segundo lugar creo que hay que lanzar todo un abanico de medidas en el ámbito de los derechos cívicos, de la moral cívica, de las libertades, de esa concepción moderna de la ciudadanía que queremos incorporar y, por supuesto, regeneradora de la política española. Y considero que es necesario adoptar medidas en el ámbito social, aunque ahí los márgenes económicos van a ser muy reducidos honradamente hablando. Considero que trabajando en esa dirección, el Gobierno hará lo que debe.
¿Qué queda en el PSOE actual de las ideas que se expandieron en la Conferencia Política del otoño de 2013, impulsada por Rubalcaba como secretario general, y de la que usted fue el máximo exponente?
Bueno, yo creo que esa Conferencia crea toda la base teórica de la acción política que tenemos que llevar a cabo. La Conferencia Política fue todo un vademécum de aggiornamento socialista. Por ejemplo, todas las formulaciones para la reforma constitucional están ahí. Y una nueva política fiscal, una política para las comunidades autónomas. Todo el proyecto de laicidad. Todo eso está escrito. Fueron 500 páginas de reflexión teórica, en la que contribuyeron las mejores cabezas progresistas de la Universidad y del mundo político español, durante dos años. Y todo eso está ahí. Pedro Sánchez colaboró conmigo en su momento. Y yo estoy seguro de que él es consciente de que hay un enorme trabajo teórico ahí que nos va a servir a todos para marcar los caminos de, digamos, nuestra impronta ideológica.
Volviendo a su libro, usted sostiene que “ha sido una victoria aplastante la que hemos tenido sobre ETA”.
Absolutamente. Yo en eso hago cierta pedagogía y he descubierto que la democracia ha ganado de manera rotunda y brillante. Sin hacer ninguna concesión política. Alfredo lo expresó en la presentación del libro: “Ha sido una derrota estrepitosa de los fanáticos”, dijo. Pero en el fondo ha ocurrido lo que sostuvo nuestro discurso democrático desde los años 70. “No matéis, no hace falta. Defended vuestras ideas en la democracia. Podéis hacerlo”. Pero ellos cometieron el inmenso error de creer que la democracia era de mentira. Y, sin embargo, hemos construido una de las democracias más sólidas del mundo. Y creyeron que el autogobierno era de cartón piedra. Pero los vascos nunca hemos tenido un autogobierno mejor. Por eso su error fue inmenso. La victoria de la democracia fue tan aplastante que nada de lo que los terroristas habían estado reivindicando se ha logrado. Simplemente se ha hecho verdad lo que siempre les dijimos: Convenced con la palabra y no con las pistolas. Todo eso está en el libro.
En el libro también cuenta usted los intentos de negociación con ETA: por parte de Felipe González, de Aznar, de Zapatero y del PNV.

Yo creo que esos intentos son todos más o menos conocidos. Considero que no aportaría mucho si dijera que efectivamente cada uno de esos procesos, que se explican en su momento y en determinados contextos, todos terminaron demostrando que en ETA no había voluntad negociadora. Esa sería mi conclusión. Nunca fueron capaces de aceptar que la negociación implicaba la renuncia. Y yo diría ahora incluso que casi afortunadamente. Porque al final no negociaron nada y terminaron derrotados. Socialmente, políticamente y, por supuesto, policialmente. Y eso es lo que trajo la paz.  
 
Publicado en El Siglo, 15/06/2018

Intervención Parlamento Vasco. 15/06/2018


Comparecencia en la Comisión de Asuntos Europeos y Acción Exterior del Parlamento Vasco,
junto a otros eurodiputados. Y recibimiento de la presidenta del Parlamento Vasco, Bakartxo Tejeria.


 
 



Video de la intervención en este enlace.
Fuente: Parlamento Vasco.

12 de junio de 2018

Intervención Sesión Plenaria 12/06/2018


Negociación del Acuerdo de Asociación modernizado entre la Unión Europea y Chile.


Entrevista Cuarto Poder, 12/06/2018

Cuesta imaginar al impoluto eurodiputado Ramón Jáuregui (San Sebastián, 1948) manchándose la ropa con la suciedad que desprenden las piezas de motores de coches de una fábrica de Pasajes. Era 1962. Entonces tenía 14 años y estaba destinado a convertirse en oficial ajustador industrial. No era su mundo, así que comenzó a estudiar por las noches. Primero, una carrera técnica y, después, Derecho. Lo que sí fraguó en ese taller fue su primer acercamiento al duro, jerárquico y, a veces, abusivo mundo laboral de los 60, la primera semilla de su vocación como abogado laboralista que desempeñó después en el despacho de UGT en Rentería.

El resto es de sobra conocido. Durante su vida política lo ha sido casi todo. Vicelehendakari del Gobierno vasco (1987-1991) en algunos de los años más duros del terrorismo, ministro de la Presidencia con José Luis Rodríguez Zapatero (2010-2011) en los albores de la recesión económica y, desde 2009, eurodiputado en una Unión Europea sumida en una crisis de identidad. Conoce bien el nacionalismo vasco porque le dio algunos amigos de juventud y porque sus defensores más atroces, desde las filas de ETA, le obligaron a asistir a más de 300 funerales de vecinos, compañeros y amigos. De todas esas experiencias ha sacado un buen puñado de reflexiones que, además, han envejecido bien. Las ha recopilado en el libro ‘Memoria de Euskadi. El relato de la paz’ (Catarata, 2018) con la intención de aportar su granito a una etapa que comienza a ser Historia.

 Ahora, siete años después de que la banda dejase de matar, disfruta tomando pintxos en el casco viejo de San Sebastián, algo que no pudo hacer durante 30 años. Pasea por su tierra sin escoltas, no tiene miedo a descolgar el teléfono y plantea su retirada con “la tranquilidad de haber estado en el bando correcto”. Charla con Cuartopoder.es sobre los retos presentes, pasados y futuros en Euskadi… y en Cataluña.

— Tengo que comenzar preguntándole por la actualidad. Ya conocemos los primeros pasos del nuevo Gobierno del PSOE hacia Cataluña: diálogo y reforma constitucional, ¿es el camino correcto?

—Se está cambiando el escenario de juego. Hasta ahora todo era enfrentamiento y pasividad. La posición del Gobierno me parece inteligente, porque a una gran parte del electorado en Cataluña hay que intentar convencerle de que hay expectativas en el diálogo. Este solo puede producirse en el marco de unas reformas que sean legales y que quepan en nuestra Constitución. Por eso creo que esas ideas están en la línea adecuada. No será fácil, pero creo que la única solución que tienen Cataluña y España es encontrar un acomodo, incluida la financiación. Incluso puede requerir una reforma constitucional. Todos votaríamos la reforma constitucional y los catalanes votarían su propio estatuto.

— Usted alerta en uno de los artículos del libro sobre el llamado “derecho a decidir”, que plantea la consulta en términos de “sí” o “no”. Precisamente, usted ve la reforma constitucional como una vía intermedia para que voten catalanes y españoles.

— Sí, pero sobre un contenido concreto, no sobre la autodeterminación, que es lo que en realidad esconde el eufemismo de derecho a decidir. Tenemos que aprender de lo que está pasando alrededor. El Reino Unido y su Brexit es un buen ejemplo de cómo las decisiones unilaterales de ruptura son muy costosas. En el caso catalán lo hemos visto. Cuando se ha planteado unilateralmente romper con España se ha provocado unos daños económicos brutales, como las empresas que se han ido de Cataluña, por poner solo un ejemplo. Creo que hay que pactar primero y decidir después.

— Usted habla mucho sobre pactos y le describen como un político pactista. Sin embargo, en el último año parece que las palabras “pacto”, “negociación” o “diálogo” son utilizadas con un matiz peyorativo por algunos…

— Tenemos que aprender a incorporar a la política española ese término y esa actitud con urgencia. Los próximos gobiernos en España van a ser de coalición, pero este necesita apoyarse en pactos. El Ejecutivo lo va a intentar. Me da mucha pena que se haya perdido esa cultura política.

— Usted siempre ha defendido la reforma constitucional, ¿pero actualmente hay consenso para esa reforma?

— A priori no, pero hay que intentarlo. Lo que no se puede hacer es cerrarse a la oportunidad. Escuchaba el otro día a los dirigentes de Ciudadanos pedir a Pedro Sánchez que les dijese qué reformas quiere hacer. Sánchez no tiene que decirles nada porque hay que hacerlo juntos. Hay una comisión constitucional en el Congreso en la que se pone de manifiesto que, 40 años después, hay una media docena de temas que requieren actualización, desde la sucesión de la Corona o los principios constitucionales hasta la adaptación del titulo VIII a una realidad que los constituyentes en el 78 no conocían. También hay que introducir determinados derechos sociales, como la Sanidad, o modernizar los derechos y deberes en materias como el medio ambiente. Eso es reformar la Constitución: darnos la oportunidad de reformular nuestro marco de convivencia. Eso se hace hablando, negociando y consensuando. Hay una regla que no hay que olvidar en ningún momento. Si el pacto constitucional no obtiene el mismo respaldo o más que el que tuvo anteriormente, mejor no hacerlo.

— ¿Y no teme que con un Ciudadanos en crecimiento y un PP en mayoría al final se avance hacia la recentralización en vez de hacia el federalismo?

— Ciudadanos tendrá que explicar qué modelo territorial quiere. No se trata solo de obtener réditos electorales del antinacionalismo. Hay un momento en el que hay que mojarse y definir posiciones. De la misma manera que yo soy superexigente con los nacionalistas diciéndoles que no pueden olvidar a la otra mitad de Cataluña, también le pido a Ciudadanos, primer partido de Cataluña, que sus propuestas necesitan ser conocidas y que no puede olvidar a la mitad independentista. La política es eso. Es aportar, proponer y no solo utilizar el no.

— Por cierto, ¿le sorprendió que le propusieran junto a Solana y Redondo como líder de esa moción instrumental?

— Sí, me sorprendió . Pienso que fue una táctica de Rivera para hacer verosímil su propuesta de transición técnica, pero realmente lo que correspondía entonces era votar la moción. Punto. Es yo lo que dije en mi tuit.

— No sé si Ciudadanos cuando le propuso conocería su opinión sobre el cupo y el concierto vasco…

— No sé si la conoce, pero hay que entender que esa propuesta era para hacer algo transitorio. Creo que Ciudadanos en este terreno se mueve en un cierto oportunismo político. Cuando llegas al Gobierno, tienes que saber los daños que puedes producir con una determinada decisión. En el caso del concierto vasco, a mí me parece que una propuesta reformista puede ser defendible, pero una abolicionista es de enorme irresponsabilidad. En ese terreno estoy seguro de que van a rectificar. En esto, como en otras cosas, a Ciudadanos le falta experimentar responsabilidad.

— ¿Usted cree que hay que hacer pedagogía sobre el cupo?

— Sí, en uno de los artículos que escribí. Defiendo la metodología del concierto porque forma parte de nuestra Constitución, pero entiendo que es necesaria una pedagogía o una mayor clarificación del cálculo del cupo. Incluso, yo planteo abiertamente la inclusión de una cláusula de solidaridad interterritorial. Creo que los ciudadanos españoles tienen que saber que los vascos somos solidarios y eso incluso puede plasmarse en una partida determinada para que no siguiera extendiéndose una opinión demasiado adversa contra la naturaleza y los contenidos del concierto económico.

— En estos meses, se ha comparado la actividad de los CDR con la kale borroka, ¿usted cree que se parecen en algo el separatismo catalán y el vasco?

— No, yo creo que el nacionalismo catalán siempre ha tenido muy clara su posición contra la violencia. Pero en los CDR puede haber tentaciones violentas que no están eliminadas del horizonte. La línea que separa la coacción política de la violencia es muy débil y difusa. Hay muchos actos de presión social que en Cataluña pueden haber rondado la violencia ‘soft’. Afortunadamente, lo de Cataluña no tiene nada que ver con los 50 años trágicos que vivimos en el País Vasco. Tienen muy claro que ese camino tienen que evitarlo.

— Hace años que ETA no mata, pero durante los últimos meses hemos visto a tuiteros y cantantes en los juzgados acusados de enaltecimiento del terrorismo, ¿no se corre el riesgo de banalizar el terrorismo?

— Creo que los jueces saben distinguir. He leído algunas sentencias recientemente que tratan de evitar la calificación terrorista de actos que no lo son porque no hay una organización terrorista detrás. Eso no quita que nuestros tribunales tengan el derecho a sancionar actitudes que lo merezcan. No se puede decir lo que a uno le da la gana, ni preconizar la violencia o los asesinatos. Esto en Alemania está perfectamente sancionado.

— Hace unas semanas, ETA hizo el anuncio de disolución y unos días después montó un acto, ¿qué estaba haciendo usted ese día y qué pensó cuando lo vio?

— Estaba en Bruselas y lo que pensé es que estaba mucho mejor allí que en Cambo. Los que fueron a Cambo fueron personajes de acompañamiento de una obra que resultaba bastante patética en sí misma. ETA ha querido solemnizar su fin en un escenario autojustificatorio, pero no hay justificación posible a lo que han hecho y nadie cree que hayan aportado absolutamente nada salvo dolor y muerte.

— La batalla que queda es la del relato.
— No solo, pero sí.

— ¿Qué otras batallas hay?

— La de seguir atendiendo a las víctimas, esclarecer los asesinatos, producir una reconciliación social en el país… Cerrar esas heridas, en definitiva, pero hacerlo con el relato de la verdad. ETA para defender unas ideas destruyó las ideas y destruyó las vidas.

— ¿Una de esas tareas pendientes es acabar con la política de dispersión de presos?

— No acabar propiamente, pero pienso que la política de dispersión se construyó en su momento para que la cárcel no fuera un estímulo a la violencia y para que no prolongara la organización terrorista desde las prisiones. En la medida en la que no hay organización ni violencia, la política de dispersión tiene menos sentido. Creo que si el gobierno se plantea una aplicación inteligente y humanitaria de la ley penitenciaria hará bien. Yo soy partidario de avanzar en esos terrenos. Corresponde a los tiempos.

— Volvemos al relato, ¿usted cree que habrá gente que intentará reescribirlo?

— Sí, ETA y en general el mundo de la izquierda abertzale. Siguen pretendiendo explicar su existencia y su propia estrategia desde esa idea mesiánica de que había un pueblo vasco anterior. Quieren creer que el conflicto sigue y que hubo violencias antagónicas: la de ellos y la del Estado. Es todo mentira. El gran error de ETA fue que en el 78 creyeron que la democracia era de mentira, que estaba tutelada por los militares y que el autogobierno vasco era de cartón piedra. No fue así, nunca hemos tenido un autogobierno tan profundo como el que tenemos los vascos ahora. Se equivocaron. Decidieron matar. El relato lo construirán las víctimas. Si tu paseas por las calles de Alemania, o incluso de Bélgica, descubres en las aceras que hay placas de latón donde vivían los judíos. Esas placas son la memoria.

— Dentro de ese relato, ¿cómo encajamos las sentencias de Estrasburgo que dicen que España no investigó lo suficiente algunos casos de tortura?

— Hay que encajarlas con normalidad. Hay que reconocer que el Estado tampoco lo ha hecho todo bien. Seguro que ha cometido excesos y que hubo denuncias de tortura que no fueron correctamente investigadas. Quiero recordar que en los 70, ETA creó una estrategia que se llamaba acción-reacción-acción, que preveía que a cada acción terrorista le correspondería un acto represivo de una policía aún anclada en el régimen. Su pretensión era que de cada atentado salieran nuevos terroristas de las comisarias. Creo que no pasa nada por ser justos a la hora de analizar que el Estado ha cometido errores, pero fueron consecuencia de la violencia. Recuerdo que en el 80 ETA mató casi a 100 personas. Era un día sí y otro también, justo cuando estábamos construyendo la democracia y el autogobierno vasco.

— En los textos del libro, usted hace también reconoce que la sociedad vasca durante los primeros años de terrorismo miraba para otro lado, no protegió a sus víctimas.
— Sí, a mí no me importa llamarla una sociedad acobardada porque lo fuimos. Yo tengo la memoria llena de esos recuerdos, una sociedad que siempre buscaba una explicación a los asesinatos. Era frecuente escuchar “lo mataron porque era guardia” o “era un chivato”. Cuando no lo sabían, decían “algo habrá hecho”. Estas fueron las frases que más groseramente explican nuestra cobardía social.

— En el libro incluye un capítulo con el que creo que se sentirán identificados muchos vascos. Usted creció en un ambiente cercano al nacionalismo, pero hubo un asesinato que le impactó, el de Melitón Manzanas. Eso abrió una grieta en usted.

— Sí, fue el primer asesinato político planificado. A este policía torturador, que lo era, le esperaron en el portal para matarle, como harían otras muchas veces. En mí provocó conmoción, en mis amigos provocó emoción. Ellos estaban descubriendo una épica, pero yo sufrí una ruptura interior porque pensé que no venía nada bueno. Hasta entonces, los actos de ETA eran heroicos, como poner una bandera en el Buen Pastor o hacer una pintada en el Velódromo de Anoeta​. Eso fue lo que nos identificó en los 60 con aquel grupo que había salido de las juventudes del PNV.

— ¿Ha perdido muchas relaciones personales por estar en frente de estos actos?

— Las cuadrillas en el País Vasco son cerradas e íntimas. Yo era amigos de mis amigos y viví con ellos muy intensamente mi juventud. De ellos, cuatro acabaron en ETA y en la cárcel. En la carpintería de un amigo mío se hizo el camión de la fuga de Segovia, por ejemplo. Yo les quería y ellos a mí, pero estos conflictos fracturan y el tiempo separa. No es fácil hablar de esto.Todo lo que ha pasado nos ha colocado en trincheras antagónicas.

— Volviendo al relato, ¿usted qué papel le da al PNV? En el libro presume mucho del pacto de Ajuria Enea (1988), pero utiliza un tono mucho más duro en los artículos fechados en la época de Ibarretxe.
— Sí. Se rompió el pacto de Ajuria Enea y el PNV pactó con ETA lo que creían que era el final. Sin embargo, ETA les engañó porque solo quería romperlo y atraer al PNV. Por su parte, este último deseaba traer la paz a través de la defensa política de las aspiraciones de ETA. Esa operación fracasó. El PNV se fue al lado equivocado de la batalla. Afortunadamente volvió y ahora es tiempo pasado, pero la pretensión de acabar la violencia mediante la defensa política fue un error gravísimo. Se ha puesto fin a ETA sin pagar ningún precio y sin tener que aceptar ninguno de sus postulados políticos.

— Otra pieza en ese relato es la izquierda abertzale. ¿Otegi es un conseguidor de la paz, un cómplice necesario del terrorismo o las dos cosas?

— Seguramente de joven fue miembro de ETA y estuvo en la cárcel. A partir de los 2000, Otegi es consciente de que la ilegalización de Batasuna les condenaba a la inanidad perpetua. Los abertzales fuerzan desde dentro los cambios también en ETA. Eso hay que reconocerlo. Trató de convencer. El brazo político de ETA siempre había sido utilizado para la violencia y decidieron romper y exigirles el fin. Todo ha sido parte del final.

— Por último, le haré una pregunta que estoy segura de que usted mismo se habrá formulado muchas veces. Ha anunciado que en 2019 se marcha, ¿y ahora qué?

— Quiero devolver a la sociedad lo que la sociedad me ha dado. No habrá puertas giratorias. Tengo el deseo de poder darle lo aprendido a quien me lo pida, desde Cáritas a una universidad en una conferencia o a un grupo de abogados que me pide una reunión para saber cómo está Europa. No tengo ningún plan, seguiré escribiendo, pero si tengo oportunidad de devolver a la sociedad lo que me ha dado, lo haré.

Publicado en Cuarto Poder, 12/06/2018

2 de junio de 2018

Entrevista para El Confidencial Digital 2/06/2018

 
Ramón Jáuregui es eurodiputado, y lo ha sido casi todo en Euskadi, en España y en el PSOE vasco. En mayo de 2019, previsiblemente, colgará las botas de la función pública. Su fama de buen político y su talante dialogante le han convertido en una referencia veterana para la democracia española.
 
Treinta años sin poder pisar su patria que ahora son pasado. En los duros 80 de ETA, él estaba en el epicentro del huracán. Canas. Entre la esperanza y la cal viva en su propio escaño. Delegado del Gobierno, vicelehendakari, ministro, secretario general del grupo parlamentario socialista, eurodiputado y referencia. Puño con rosa sin apretar las ideas. Bandera blanca. Después de 45 años en el PSOE, ahora es menos idealista y más pragmático. Pupilo de Felipe. Amigo de Almunia y de Rubalcaba. La voz de la experiencia mira con miedo lo que sacude Cataluña. Ha anunciado que el año que viene deja el escenario político. Si Fernando Aramburu no hubiera parido Patria así de bien, el futuro de Jáuregui pasaba por intentar escribir el único relato de la verdad que dejan los terroristas sin alma: la historia y el recuerdo de cada víctima. En cualquier caso, he aquí uno de los pocos políticos maduros alérgico a convertirse en jarrón chino y a subirse a la ola de las puertas giratorias. Un señor. De los de siempre.
 
Llueve como en Euskadi sobre el asfalto de la Carrera de San Jerónimo. Y es lunes. En una de las ampliaciones del Congreso de los Diputados, el europarlamentario Ramón Jáuregui tiene su despacho nacional. Huele a pólvora de moción de censura en la casa de todos. Pasos rápidos. Caras de no-llegamos. Bedeles amables. Asesores tiesos. Detectores de metales.

Fue en marzo y fue justo el día en que se celebraba el 25 aniversario del matrimonio civil entre el Partido Socialista de Euskadi y Euskadiko Ezkerra. Después de jugar en todas las posiciones, el polivalente Jáuregui anunció por San José que lo dejaba aquí. Con 70 años. Con cuatro décadas de vida y cargos en el PSOE. Y, sí, un poco lejos de Pedro Sánchez…

En una sala neutra de esa extensión del Congreso, con libros de Iglesias Posse en las estanterías, hablamos con un poco de prisa. Da igual. Hemos venido a conocer a Jáuregui, aunque sea en 38 minutos.

ETA. País Vasco. Cataluña. Europa. PSOE. Mociones.

En un rincón de este mini Anoeta, movemos el balón con el jugador más versátil que conserva en sus filas el socialismo español.

Esta conversación tiene un extra. Unas horas después de que Pedro Sánchez fuera elegido presidente del Gobierno tras la moción de censura, hemos vuelto a hablar. Por teléfono. Cuatro preguntas más para actualizar esta entrevista. Es viernes-tarde. Mientras otros socialistas están tensos, con el móvil adosado al cuerpo por si llama Pedro, él pasa la segadora en casa. Cortando lo que sobra. Pasando página entre los surcos del jardín.


Fin de ETA. Enhorabuena por la parte que le toca…

Humildemente, un poquito. Pero no soy el principal protagonista…

Cuando fue ministro de Presidencia con Zapatero era usted escéptico a este escenario. Después de 30 años con escolta y viendo la muerte tan de cerca, se entiende.

Durante los primeros años ochenta, que fueron muy duros, todos perdimos la esperanza. Muchos creíamos que ETA no tendría un buen final. Por eso, desde 2011 [el 20 de octubre de ese año ETA anunció el cese definitivo de su actividad armada] siento que la victoria ha sido extraordinaria y maravillosa. No hay ningún fenómeno terrorista en el mundo que haya acabado tan bien.

Usted estuvo en el punto de mira, especialmente una noche de Navidad. Y, sin embargo, dice que no es valiente pero que nunca tuvo miedo.

Ese ambiente formaba parte de mi paisaje vital. Siempre supe que la acción política en el País Vasco conllevaba riesgo, pero tenía, a su vez, una extraordinaria épica: conseguir la paz. Hay pocas causas más bellas en la política que haber logrado la paz. Por eso me siento particularmente orgulloso, al final de mi vida política, de lo que hicimos. Tengo capacidad para mirar a la historia y mucha visión exterior para saber que haber alcanzado objetivos tan grandes es un logro que se ha conseguido en pocos países, en pocas experiencias como estas y en poco tiempo, en términos históricos.

En 1994 escribió El país que yo quiero: memoria y ambición de Euskadi. 24 años después, ¿va quedando la cosa como usted quería?

No del todo, porque el nacionalismo persiste… Es el país que yo quiero desde el punto de vista de la paz y de su calidad de vida. En términos de políticas sociales, el País Vasco es perfectamente equiparable a muchas sociedades europeas, e incluso nórdicas. Me sigue preocupando que el nacionalismo tenga una preocupación milenarista y, en cierto modo, totalitaria, de hacer nacionalistas a quienes no lo somos.

¿Qué riesgos ve a partir de ahora con el futuro del País Vasco?

Que el PNV sea capaz de elegir bien la pluralidad y el pacto. El País Vasco es como un abanico con muchas tablillas, y cada una de ellas representa identidades diversas: desde quien se siente solo vasco, hasta quien se siente solo español, pasando por muchos sentimientos intermedios y compartidos. Las sociedades de estas características solo pueden encontrar su camino en el pacto de la pluralidad identitaria. Cualquier proyecto de imposición o de hegemonismo identitario fractura el país. Es lo que está pasando en Cataluña, y espero que en Euskadi no pase. Por lo demás, estamos bien.

¿El PNV se merece algún aplauso por la desaparición de ETA?

Todos tenemos momentos mejores y peores. Hasta el Pacto de Ajuria Enea, en 1988, el PNV tuvo la tentación de considerar que los terroristas eran hermanos descarriados. Por ese lado, ningún mérito y todos los reproches. Yo he vivido las consecuencias de todo eso. A partir de Ajuria Enea, nosotros, creo que inteligente y generosamente, le dimos la presidencia del Gobierno vasco a un lehendakari del PNV teniendo más diputados, en parte como condición para que se estableciera una nueva línea divisoria en el país: no entre nacionalistas y no nacionalistas, como hasta entonces, sino entre demócratas y violentos. Le dimos al PNV el liderazgo en la deslegitimación social de la violencia. Fue una operación brillante. Treinta años más tarde ETA quedó derrotada.

Con altibajos, el PNV es un aliado de la paz, porque quiero recordar que en 1999 firmaron con ETA el Pacto de Estella, que fue una trampa. Aquello fue una equivocación mayúscula del PNV, porque fueron engañados por ETA para romper el Pacto de Ajuria Enea. En cualquier caso, todo aquello se rectificó, y ahora caminamos juntos. Lo que hace falta es que sigamos unidos para construir el único relato de la verdad, que es el de las víctimas.

¿Por qué el PP vasco se ha ido deshaciendo por el camino?

Yo no haría una afirmación tan rotunda. De hecho, el PP tiene nueve diputados en el Parlamento Vasco... Ahora están sufriendo las consecuencias de su debacle nacional, pero no daría por disuelto al PP vasco. No me parecería justo.

No, yo no disuelvo. Yo solo digo que en 2001, con Jaime Mayor Oreja, tenía diez diputados autonómicos más…

Sí, pero actualmente mantiene una representación política digna en algunos territorios, sobre todo en Vitoria. No doy por derrotado al PP vasco, que tiene su papel.

¿El PP ha tratado bien a algunos de sus referentes vascos, como Jaime Mayor Oreja o María San Gil?
Mayor Oreja y María San Gil, en general, en relación con el final de la violencia, están equivocados. El fin del terrorismo es un hecho, porque la victoria de la democracia ha sido aplastante. No podemos cuestionar que la ecuación dejar de matar y hacer política siempre ha estado en el discurso de la democracia. Nosotros llevamos diciendo desde 1977 que no había razón para matar, y menos en democracia. Que tenían que hacer política y abandonar la violencia. Han dejado la violencia, han disuelto la organización y hacen política. No podemos quebrar ese principio. Forma parte de la lógica democrática y de la coherencia de nuestro discurso.

El PP vasco ha sabido adaptarse, aunque haya habido mucho oportunismo en muchísimos momentos de la vida del partido en Euskadi y en el resto de España en la lucha contra ETA, cosa que el PSOE no ha sufrido nunca. De todas formas, no quiero hacer reproches. El PP ha sido muy utilitarista con la lucha antiterrorista, pero lejos de mí cualquier intención de criticar fuera de lugar a quien ha sido aliado y ha vivido conmigo el mayor sufrimiento que se puede padecer en la vida: el riesgo permanente de morir asesinado.

Siendo objetivos: ¿a qué ex presidente debe más el final de ETA: a González, a Aznar, a Zapatero o a Rajoy?

Cada uno tiene su momento. Uno de los puntos de inflexión clave en la lucha contra ETA es el Pacto de Ajuria Enea, e incluso las Negociaciones de Argel que llevó a cabo el ministro Corcuera, porque fue la manera de demostrar a la comunidad internacional que ETA no era un movimiento político, sino una banda terrorista que quería imponer sus pretensiones totalitariamente, con las armas, a la democracia española. Eso no lo sabía ni Francia, ni la comunidad internacional. En ese momento crucial de la historia lideraba España Felipe González, que incorpora al nacionalismo vasco a la deslegitimación de ETA y fomenta un acuerdo con las fuerzas políticas democráticas, incluidas el PP de Fraga Iribarne, para aceptar una negociación que acabó destrozando toda la retaguardia etarra. Desde que en 1989 acaban las negociaciones de Argel, Argelia expulsa a los miembros de ETA a los países del Caribe y de África, y Francia comienza una colaboración policial muy activa para desarticular la banda. De todo aquello surgen los bienes que ahora estamos disfrutando.

El otro gran presidente en esta operación es Zapatero, que fue un hombre osado y valiente que lo arriesgó todo y que construyó, grosso modo, la pista de aterrizaje del último capítulo. El final de ETA es consecuencia de la victorial policial, democrática, social, y política contra los terroristas, por supuesto. Es una acumulación de aciertos. Pero la pista de aterrizaje la colocan, inteligentemente, Zapatero y Rubalcaba. No sé si otros lo hubieran podido hacer, o lo hubieran hecho. Pero los que lo hicieron fueron ellos, y por eso los dos tienen, para mí, su mérito particular.

¿Y durante las dos legislaturas de Aznar no hubo ningún avance relevante en la lucha contra ETA?

De alguna manera, Aznar hizo lo que le correspondió. No le voy a censurar por sus intentos de diálogo, que también los tuvo. Es más, voy a hacerle un elogio que no suele hacerse: la decisión de ilegalizar Batasuna fue un acierto del Gobierno del PP. Corría el año 2002 y yo tenía muchas dudas. Estábamos en el Pacto Antiterrorista que Zapatero y Rubalcaba habían negociado con Aznar en septiembre de 2000, y en el marco de ese acuerdo aceptamos una medida que nosotros nunca tuvimos presente, porque siempre pensamos que el brazo político era el desagüe de la violencia. Hasta el año 2000, casi toda la democracia española pensaba que era necesario aguantar la existencia de este brazo político, y era un error, porque se acabó demostrando que la organización terrorista dominaba el brazo político al servicio de la estrategia violenta. El Gobierno de Aznar cortó esa estrategia, ilegalizando Batasuna justo cuando ETA estaba matando a los dirigentes del PSOE y del PP, en una campaña de liquidación física del adversario político. Desde entonces se inició otro cambio muy importante en la lucha contra el terrorismo, porque la propia organización política acabó reivindicando y exigiendo a ETA que abandonara la violencia, porque arruinaba su causa.

Aquel clima en el que vierten un saco de cal viva en su escaño del Parlamento Vasco, ¿ha pasado para siempre o hay otras formas de amenazar con cal viva en la política de nuestros tiempos?
Sigue habiendo una violencia estructural, como una especie de subcultura violenta. Alfredo Pérez Rubalcaba me comentaba el otro día que la hija de una víctima de ETA le confesaba que tenía que irse de su pueblo… Eso sigue vivo. Las hijas de las víctimas siguen viendo carteles de presos y, seguramente, incluso, sufran reproches, sobre todo en los pueblos, aunque no creo que ya sean muy frecuentes. El combate se concentra ahora en los residuos de esa subcultura. Pero la fuerza viva de las víctimas se impone. Los carteles que dejan grabado en las calles que “Aquí mataron a…” es una memoria tan viva que demuestra que el recuerdo de los 850 asesinados por ETA es el relato de la verdad que no tiene competencia.

¿Usted campa ya a sus anchas por las calles de San Sebastián?

Sí. Ese es el cambio. Yo he estado treinta años sin ir a la parte vieja de San Sebastián, de donde soy, más o menos. Ahora voy y compruebo que la sociología del barrio es totalmente distinta. Confieso que, en mi caso, no sufro ninguna agresión. Más bien al contrario. Cada uno es cada uno y cada cual tiene su trayectoria. Yo pienso que Euskadi tiene unas ganas enormes de vivir en paz y pasar página, aunque eso haya que hacerlo con mesura, porque hay que mantener la memoria y construir el relato de la verdad.

Hablando de páginas, memorias y relatos: ¿cómo ha leído usted Patria?

Como el libro que hubiera querido escribir cuando me jubile… Nunca podría hacerlo, obviamente, porque no tengo la capacidad literaria de Fernando Aramburu. Patria es un reflejo extraordinario de lo que hemos vivido. Todos los personajes del libro responden a un costumbrismo vasco total, especialmente sus mujeres, que son las que protagonizan la novela. Eso tiene mucho que ver con la influencia de las familias en la composición identitaria y sociológica del país.

¿Una persona como Otegui se merece estar en la calle?

Sí.

¿La tensión catalana le da miedo?

Sí.

¿El clima generado por Puigdemont recuerda al ambiente vasco más duro?

Es el mismo proyecto totalitario. Cuando el nacionalismo quiere establecer hegemónicamente la composición social de su país a través de un proyecto político, está violentando. Es lo que sucede en Cataluña. Es lo que se pretendió en el País Vasco con el Plan Ibarretxe, el carnet vasco y determinadas políticas educativas, por ejemplo. Creo que el País Vasco aprendió, y lo que me extraña es que el seny catalán haya caído en lo que otros habíamos aprendido ya por la experiencia vivida.

¿La cárcel es el mejor escaño para los políticos catalanes que han tensado la independencia contra las cuerdas de la ley?

La cárcel es la consecuencia de actos delictivos. Punto. Hay que esperar a la sentencia para ver si merecen o no la cárcel. En todo caso, la prisión provisional solo se justifica porque los acontecimientos no hacen más que perpetuar la estrategia. Si no fuera así, la prisión provisional sería excesiva. Unos se marchan y otros siguen, y, lógicamente, el juez interpreta que hay una persistencia en la continuidad del delito.

De esas canas, ¿qué porcentaje corresponde al tema vasco?

No lo sé… Yo he sufrido mucho desde hace tiempo, pero la emoción que he sentido con la paz lo compensa todo. Realmente, la épica del sinvivir que hemos padecido ha sido enorme. Tengo diez mil anécdotas que contar, pero no me regodeo en el sufrimiento.

Usted se afilió al PSOE en 1973. Desde entonces, ¿ha cambiado en algo su forma de ser y pensar socialista?

He aprendido mucho, y sé que aquel socialismo utópico que teníamos en la cabeza en los primeros años 70 tiene que sufrir muchas modulaciones y transformaciones pragmáticas, especialmente en el contexto de los tiempos que vivimos de globalización económica y de limitación de las políticas nacionales. Estamos ante una partida en la que nos han cambiado la baraja y el tapete. Ahora se juega de otra manera. Soy muy reflexivo en torno a lo que tiene que ser una socialdemocracia moderna, en medio de un siglo de globalización económica, de revolución tecnológica y de geopolítica cambiante.

¿Merkel es una referencia de esa socialdemocracia moderna?

Obviamente, no. Ella no es socialdemócrata. Es verdad que los partidos conservadores han incorporado a su arquitectura política las grandes conquistas del modelo socialdemócrata del Estado del Bienestar, y eso hace más difícil la diferenciación para los socialdemócratas de hoy. Casi todos los partidos conservadores, liberales, cristiano-demócratas y reformistas actuales asumen los parámetros de una política construida en los 30-40 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que parten de que el 40% del PIB se recauda por parte del Estado y se redistribuye socialmente hacia los servicios básicos: educación, sanidad, pensiones dignas… Esos pilares de la sociedad ya nadie los cuestiona. Los retos de ahora son cómo sostener la calidad del empleo en la sociedad globalizada, cómo incorporar nuevos elementos para la auténtica igualdad de oportunidades, etc.

Con 70 años, mucha mili, y más argumentos propios que los argumentarios institucionales: ¿hacia dónde va la izquierda española?

La izquierda tiene que ser capaz de construir una agenda progresista de la globalización. Gran parte de nuestros ideales se juegan en esa partida, no se deciden en un marco nacional. Lograr una fiscalidad justa o combatir los paraísos fiscales ¿es una batalla de España? ¡Ni siquiera de Europa! La ordenación de las redes, el aseguramiento y la protección de nuestros datos, la búsqueda de un modelo social de dignidad laboral… ¿de quién dependen esas conquistas? Esos son los debates que llaman a una izquierda moderna. La izquierda en España tiene ese gran reto.

Reconozco que hay expresiones plurales en la izquierda, pero a ese conjunto de la izquierda les digo que, o somos capaces de innovar y de convocar a esferas supranacionales para nuestras causas, o corremos el riesgo de no poder cumplir lo que prometemos, que es el resultado de la ecuación que a mí me preocupa más.

¿Cómo ha vivido usted la moción de censura y la elección de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno?

Lo más importante es la lección de lo que ha pasado. Esta moción de censura ha dejado claro que nuestro sistema democrático reacciona ante un escándalo de corrupción gravísimo. Lo que hemos vivido va a ser un punto y aparte. La máxima sanción política es echar a un Gobierno de su puesto, y se ha producido. A partir de ahora todo será diferente. Seremos más contundentes con la corrupción, como es lógico.

¿Qué panorama augura para España en los próximos años?

Entramos en una fase de recuperar entendimientos y entablar diálogos entre diferentes fuerzas políticas para construir juntos. La nueva generación de políticos españoles no tiene más remedio que aprender a dialogar, porque el Gobierno que resulte de las próximas elecciones será de coalición.

Ramón Jáuregui lo ha sido casi todo y tiene prestigio en su casa y fuera. Dígame la receta para que los nuevos políticos sean constructivos antes de caer en la tentación del oportunismo.

El pacto y el diálogo es condición necesaria de la política. Otra cosa es que objetivamente España ahora está viviendo un momento muy raro, muy delicado y muy especial, y es posible que no sea fácil obtener esos márgenes de acuerdos, pero son necesarios. Soy partidario de que la política española se encarrile, pero debe haber cambios importantes. Estamos viviendo una transformación, al pasar de un sistema bipartidista a uno cuatripartito. Además, andamos sumergidos en una devaluación brutal del partido conservador, que reclama, probablemente, cambios regeneracionistas en el país. Los acuerdos terminarán llegando, porque no hay otra manera de hacer el país. Para la reforma constitucional, para colocarnos en la agenda digital y no perder lugar en el mundo, para nuestra política europea, para la pelea contra el desempleo estructural que sufrimos, para el crecimiento económico, para todo o casi todo hará falta una política de consensos, que llegará, aunque quizás no en este momento…

¿Qué lugar le queda al PSOE en el espectro electoral español, entre el voto de izquierda de Podemos y el voto de izquierda que se lleva Ciudadanos? ¿Al PSOE se le vota por inercia, o porque tiene todavía algo diferencial que aportar?

El PSOE es el partido de centro-izquierda mayoritario. Es el partido de la fiabilidad, de la confianza, el partido capaz de ser fiel a lo que ha sido siempre, siendo útil para el país. El PSOE es un partido progresista, capaz de construir consensos y ofrecer soluciones a un país que está bloqueado.

¿Con el PSOE sosteniendo el Gobierno será más fácil reunificar el partido?

Yo creo que ya está cohesionado. En cualquier caso, con un presidente del Gobierno socialista se hará más evidente el punto y aparte. Pedro Sánchez será el primero en liderar esa unidad, porque le toca asumir el peso de una enorme responsabilidad.

Después de 45 años afiliado al PSOE: ¿le convencen los partidos políticos como estructuras?

Tienen muchas imperfecciones, pero no encuentro fórmulas mejores. Descubro que los nuevos partidos son, en el fondo, parecidos a los otros.

¿Y los sindicatos? ¿Tienen sentido esta UGT y esta CCOO?

Es muy fácil decir que sería necesario tener otros… Yo diría que son necesarios, hay una gran masa laboral de la población que los necesita, pero deben modernizarse y adaptarse a mucha realidad nueva.

¿Europa es una buena idea o una realidad en marcha?

Es una idea fantástica, insustituible, y está en marcha. Las dos cosas. Sigue construyéndose. Es un edificio al que cada día le ponemos más plantas.

¿La llegada de Pedro Sánchez a Moncloa pondría en entredicho su anuncio de dejar la política en mayo de 2019?

No. Yo estoy de retirada pase lo que pase.

¿Cómo se encuentra usted a un año de colgar las botas?

Satisfecho de mí mismo y orgulloso de irme con un cierto reconocimiento social. Nunca he aspirado a otra cosa. Y terminando mi trabajo en Europa. En mis ratos libres estoy escribiendo y pensando qué hacer después. Lo único que pretendo es devolverle a la sociedad lo que me ha dado, que ha sido mucho.

¿Qué compañeras y compañeros de camino agradece haber conocido en estos años particularmente?

He tenido la inmensa suerte de estar con geste fantástica… He admirado siempre a Felipe [González]. Durante toda mi vida he tenido la sensación de que, cuando hablaba, realmente estaba diciendo lo que yo pensaba. Su discurso siempre me convencía. Tengo una estrecha relación con Joaquín Almunia. Y en la última etapa de mi trabajo aquí, con Alfredo [Pérez Rubalcaba] y con Elena [Valenciano] he consolidado unas relaciones muy afectuosas y muy enriquecedoras.

¿Se siente orgulloso de haber sido del equipo de Zapatero?

Me siento orgulloso de haber sido ministro, porque es algo que, en una carrera política, enriquece mucho. En esa etapa, por ejemplo, descubrí que lo más importante para gobernar no es el Boletín Oficial del Estado, sino la prima de riesgo, curiosamente. Cada mañana nos levantábamos para mirar cómo andaba ese índice… Es una anécdota… Me siento orgulloso y agradecido de haber podido estar año y medio con Zapatero y con Alfredo. Fue una buena experiencia, aunque sufriente, porque fue dura. Muy dura.

¿Cómo juzga usted el papel de Zapatero en Venezuela?

Cargado de buena intención y con mala suerte. Un mediador era y es necesario. Solo un acuerdo entre Gobierno y oposición da salida democrática y pacífica a Venezuela. Él lo ha intentado. ¿Por qué no lo ha conseguido? No puedo juzgarlo. Pero, en todo caso, su papel nunca lo despreciaré, porque fue y será necesario.

Usted ha sido referencia del socialismo de raíces cristianas. ¿Queda de eso hoy en la viña de Sánchez?

Yo no soy cristiano. No soy una persona de fe. No tengo nada que ver con el Cristianismo, propiamente. Pero siempre pensé que el socialismo español tenía históricamente una actitud anticlerical que se confundía con ser antirreligiosos, y son cosas distintas… Esa tendencia era fruto de los acontecimientos históricos vividos en España, porque no hay que olvidar que la Guerra Civil y la dictadura marcan la cultura política del socialismo español. Sin embargo, en la mayoría de los partidos socialistas europeos había fuertes corrientes cristianas: en los suecos, en los ingleses, en los alemanes, en los italianos… Cuando Joaquín Almunia era el secretario general, les propuse a mis compañeros dirigentes del partido abrir el PSOE al mundo cristiano que quería ser socialista, porque su compromiso con la fe y con el Evangelio les llevaba a interpretar que, políticamente, la izquierda era su partido. Como no estaban en el PSOE, les ayudé a entrar. Escribí un libro, junto con Carlos García de Andoain, que se llama Tender puentes, y que fue el momento en el que el partido se abrió de esa manera. Esa es mi convicción. No es una cuestión de fe ni de ningún tipo de sentimiento religioso.

¿Su marcha es un PSOExit?

No. Es una salida de la función pública representativa. Durante cuarenta años he estado en responsabilidades que mi partido me ha pedido que asumiera. Jamás le he pedido hacer nada, y de eso estoy muy orgulloso. Todo lo que me ha tocado, o me lo han pedido, o me lo han impuesto. En concreto, una de las peores cosas que me cayó fue ser delegado del Gobierno en el País Vasco. En cualquier caso, siempre he estado a disposición de lo que el PSOE me ha pedido. Cuarenta años después, me parecía que era importante que yo mismo –y no otro- tomara la decisión de irme y tener el buen final que creo que me merecía. Eso lo decido yo y nadie más. Por eso lo anuncié.

¿Los partidos políticos son injustos con las personas coherentes?

En los partidos políticos, como en las familias y en muchos colectivos, hay justicias e injusticias. Personalmente no tengo ningún sentimiento de injusticia para conmigo. Al contrario. He tenido una suerte inmensa. He tenido muchas cosas que hacer y también lo he dado todo. El PSOE ha sido mi segunda familia.

A mí lo que me preocupa de los partidos es que no sean capaces de atraer talento, y no consigan integrar armónicamente en las estructuras orgánicas a quienes tienen ideas, quieren hacer política, y resultarían oportunos para la gestión pública. Eso me preocupa, porque hemos denostado demasiado la política en España y es una función muy noble y muy importante. El problema del sistema partidario no es si es injusto con unos o con otros, sino su incapacidad para integrar con más generosidad interna a gente nueva que podría estar lista para hacerlo muy bien.

REBOBINANDO

¿Lo nuevo? ¿Lo viejo? ¡Lo bueno! Ni los políticos tuiteros, ni los partidos en crisis conseguirán que el arte noble de la política se convierta en arma arrojadiza, en pedestales personales y en bombas-lapa que deconstruyen los países jugando con fuego.

En un mundo sin personas perfectas no existen los políticos impolutos. Cualquier persona con presencia pública tiene goteras. Algunos, incluso, solo tienen goteras.

Después hay referencias interesantes, de aquí y de allá. Gente con trayectoria y con experiencia, con fama entre los suyos y buen predicamento entre los de enfrente. Gente currante, con sus dosis lógicas de pasión política, pero con resplandores distintos de sana discreción.

Ramón Jáuregui tiene canas de hacer política: trabajo, avances, ceder, recuperar, dialogar, por aquí no, idas, venidas, trigonometría, vueltas y revueltas, meta, logros, ideas claras y servicio.

Tiene, también, orgullo. Sangre en las venas. Madurez. Más sabiduría, y más control del tiempo que los mindundis sin prudencia y con retintín para colocar él mismo el punto final.

Sobre sus espaldas, muchas historias. Sonidos de emergencias. Luces de ambulancia. Féretros. Tensión. Comunicados. Cobardes con capuchas. Pistolas humeantes. Nacionalistas compulsivos. Banderas a garrotazos. Grifos cortados. Cabeza. Y paz. Y otras cosas que se escriben fácil, pero se viven con angustia.

En su mochila, argumentarios, estrategias, soluciones, alternativas, zancadillas internas, collejas externas, pasillos, escaños, carteras de ministros, consejos, personas simples, eruditos, altivez, grandes personas, seres mezquinos, aprovechateguis y corruptos, harakiris partidistas, sentido común, sentido de Estado, compromisos, amigos, puñaladas, carretera y manta.

Cinco banderas en su foto de perfil: Euskadi, España, Europa, la roja del PSOE y el estandarte blanco de los que no se rinden hasta levantar las paces. Leal.

Ningún político tiene alas. Jáuregui, tampoco. Pero qué diferente es ser un político a conciencia en esta jungla de mociones de cristal y techos de incoherencias.

Publicado en el Confidencial Digital, 2/06/2018.
Entrevista Alvaro Sánchez León.