31 de enero de 2018

Una coalición por Europa.

 No sé qué dirán los militantes socialdemócratas alemanes en el referéndum convocado, para ratificar o no, el acuerdo que alcancen los negociadores de los dos grandes partidos alemanes después de que el congreso del SPD diera luz verde a esas negociaciones. Muchos creen que será electoralmente nefasto para los socialistas, como lo fueron las anteriores coaliciones. Esos mismos y muchos más creen que no es coherente decir una cosa en campaña —incluso después de conocer los resultados— y hacer lo contrario unos pocos meses después.

Hay, desde luego, consistentes argumentos contra los acuerdos con la derecha que desdibujan los perfiles propios de la izquierda y fomentan así las corrientes populistas que se nutren del rechazo a los partidos tradicionales o alimentan otras izquierdas alternativas.

Hay una base empírica en contra de las coaliciones cuando eres la segunda fuerza. En general, las coaliciones las rentabiliza el partido que encabeza la institución y no son electoralmente rentables para quien las soporta. Pero es un argumento de ida y vuelta. En Alemania fue muy fácil atribuir a la coalición anterior los malos resultados, pero nadie podrá demostrar que hubieran sido mejores si no la hubiera habido. Dicho de otra manera, ¿quién garantiza que haciendo oposición mejorarán los resultados del SPD?
Tiene más fuerza la crítica a la incoherencia de decir una cosa y hacer la contraria, pero aquí se olvida una circunstancia atenuante. El partido socialista se apartó de las negociaciones al día siguiente de las elecciones. Durante casi dos meses se intentó la 'coalición Jamaica', formada por conservadores, liberales y verdes, y antes de Navidad renunciaron al gobierno por la imposibilidad de llegar a un acuerdo. Si los socialistas hubieran renunciado a negociar, unas nuevas elecciones eran obligadas y la responsabilidad de esa nueva convocatoria sería atribuible principalmente al SPD por negarse incluso a dialogar.
Llegados a este punto, Martin Schulz se ha visto obligado a explorar las ventajas de una nueva coalición, ante los riesgos de una incierta convocatoria en la que el fracaso de los más importantes —y por tanto los más responsables— partidos podría ser seriamente castigada en las urnas. Esta es la opción que los militantes socialistas alemanes deberán considerar porque decir NO es muy fácil, pero gestionar una derrota electoral mayor es mucho más grave y peligroso para el futuro del partido.
Martin Schulz ha colocado dos grandes pactos ideológicos en el acuerdo: el pilar social y Europa, y ha hecho un cálculo táctico muy sutil, pero evidente: la canciller está en declive y afronta su último mandato. La coalición puede proyectarle a él a una próxima victoria como excepción a la regla antes citada. Como lo fue también la victoria de Willy Brandt en su primer mandado, después de una gran coalición.
El acuerdo social es importante, aunque no hay cifras demasiado concretas. Parece claro el compromiso de lograr en la legislatura la igualdad real de retribución entre hombres y mujeres y una mejora de las condiciones laborales (salarios sobre todo) en años de crecimiento. Se buscan compromisos financieros para dedicar el superávit a mejorar la educación y la sanidad públicas, más apoyo a las familias y un paquete de medidas contra la pobreza infantil y mejoras en las pensiones básicas.
El pilar europeo coincide con el extraordinario impulso europeísta de Macron, fortalece el eje franco-alemán e impulsa las grandes reformas europeas después de la policrisis 2009-2016: fortalecimiento del euro y de la gobernanza económica europea; negociación del acuerdo UE-UK; defensa y seguridad europea; impuesto a las transacciones financieras, armonización fiscal y lucha contra el fraude; pilar social e inmigración, y reforzamiento democrático de la Unión. Todo ello para un periodo que resultará clave en las elecciones europeas de 2019 (el 26 de mayo probablemente). Martin Schulz estará pensando en liderar ese pacto europeo y esos avances en un periodo que se supone de bonanza económica.
Si prospera, la gran coalición alemana será una coalición para Europa. El signo de su política será EUROPA en contradicción con lo que pretendían los liberales alemanes, abiertamente contrarios a la solidaridad interior de Europa.
Ese futuro europeo es vital para los países y para los ciudadanos de la Unión. Solo podremos defender nuestro modelo social y de libertades en un mundo en cambio si hacemos fuerte a Europa en todos los planos en los que se dilucida el siglo XXI: desde lo tecnológico a lo monetario, desde la defensa y la seguridad interior a la política comercial e internacional; desde la autonomía energética al liderazgo medioambiental.
No hay futuro sin Europa. Solo tenemos una ciudad entre las 20 más grandes del mundo, y en 2019 ya no será Europa. Solo tenemos un país entre los 20 más grandes del mundo. Nuestra demografía es horrible y pronto solo seremos el 5% de la población del mundo. Las compañías tecnológicas que definen el futuro y monopolizan la información están en California y el centro de gravedad productivo y comercial se desplaza hacia Asia. Puede parecer exagerado, pero más nos conviene serlo ante esos riesgos que ser ingenuos o nostálgicos. La coalición alemana quizá no sea buena para los socialdemócratas, pero será, seguro, buena para Alemania y para Europa. Pero, en fin, los militantes socialistas lo decidirán.
El Confidencial, 31/01/2018

29 de enero de 2018

España ganó más que nadie.

 
Cuando empezamos a negociar el nuevo reparto de escaños post-Brexit, aplicable a las elecciones europeas de 2019, nos planteamos varios objetivos, que, a prioiri, resultaban una cuadratura del círculo.
Queríamos, en primer lugar, reducir el número de escaños de los 751 actuales a una cifra muy inferior que nos permitiera un colchón para los países que en el futuro pudieran ingresar en la Unión (Balcanes occidentales principalmente). Queríamos aprovechar algunos de los 73 escaños británicos para compensar a aquellos países a los que la “proporcionalidad degresiva” había perjudicado especialmente en el último acuerdo de reparto y estaban subrepresentados. Queríamos que el nuevo reparto no produjera perjuicios a nadie, es decir, que ningún país perdiera escaños. Queríamos también introducir en la ley electoral las llamadas “listas trasnacionales”, una vieja reivindicación federalista que busca una circunscripción europea y supranacional, que permita una conexión directa de los ciudadanos europeos con una candidatura europea y no nacional. Queríamos, en definitiva, un nuevo reparto sin vencedores ni vencidos, es decir, aceptado por todos aunque implicara cambios importantes en los respectivos pesos nacionales.
Hemos cuadrado el círculo en un equilibrio más justo y más europeo. Para compensar a los países perjudicados en el anterior reparto hemos utilizado 27 escaños que han permitido a España subir sus representantes de 54 a 59 escaños. Francia ha tenido el mismo crecimiento lo que convierte a nuestro país en el más beneficiado de estos incrementos por su menor peso relativo.
España recupera así una representación más acorde y más ajustada a su población. Ahora hará falta que ejerzamos nuestra mejorada representación con más densidad política e institucional. Llevamos años siendo menos de los que nos corresponde y jugando en una liga secundaria en los núcleos de decisión europea.
 
Una lista transnacional
 
El segundo gran objetivo era y es la lista transnacional, es decir, la circunscripción europea. ¿Por qué? Muchos consideramos que será un gran salto de concienciación europea que los 500 millones de ciudadanos europeos tengamos que elegir una lista supranacional, integrada por europeístas de reconocido compromiso con el proyecto europeo, procedentes de cualquiera de los países miembros y encabezada por el candidato a Presidente de la Comisión de cada familia política europeo. Eso implica superar la dimensión nacional, demasiado local, incluso provinciana a veces, de nuestras listas europeas, y eso exige que los partidos se presenten como partidos europeos con su líder europeo al frente. Eso sí es más democracia europea, más legitimación y más ciudadanía europea.
Si finalmente esta lista es aprobada, estará formada por 27 diputados. Los ciudadanos votaran en doble urna y el reparto de los escaños de esta lista se hará por proporcionalidad pura. Sumando estas dos reformas, utilizaremos 54 escaños de los 73 que deja el Reino Unido. Quedan 19 para futuras ampliaciones hasta llegar a los 751 diputados del actual Parlamento Europeo.
 
¿Qué pasaría si el 29 de marzo de 2019 el Reino Unido no formaliza su retirada de la Unión Europea? Lógicamente, estas previsiones quedarían suspendidas y sin posibilidad de materialización, porque los británicos seguirían en la UE y elegirían a sus 73 diputados, volviendo, todos, a las cifras anteriores del reparto, es decir, a las de 2014. Pero, sinceramente, aunque el informe del Parlamento Europeo contemple esa hipótesis, es altamente improbable que eso ocurra. Precisamente porque sabemos que el Reino Unido se irá, -muy a nuestro pesar- hemos tomado estas decisiones.
Sinceramente creo que se ha hecho un buen trabajo, bueno para España pero también bueno para Europa.
 
EuroEFE, 29/01/2018

El ‘Brexit’ vasco.

No es suficiente saber que más de tres mil empresas se han ido de Cataluña? Pensemos en nuestra economía y en la reducción de la recaudación fiscal que esto supondría.

Empeñarse en un referéndum sobre la independencia de Euskadi, el verdadero y único objetivo del llamado ‘Derecho a decidir’, es algo muy parecido a asumir las enormes y costosas consecuencias que están soportando los británicos con su ‘Brexit’. Su ‘Derecho a decidir’ –si se iban o no de la UE; es decir, si se independizaban de Europa– se lo propuso David Cameron hace dos años, lo acordaron en junio de 2016 y ahí siguen, perdidos en la niebla de un futuro incierto y cada vez más preocupante.

Incierto porque incluso cabe un segundo referéndum que vuelva atrás la anterior decisión, si las condiciones de salida no gustan a la mayoría. Y claro, puestos a decidir, ¿quién puede negar el derecho a otro referéndum una vez que las consecuencias reales en las que se concreta la decisión mayoritaria de irse sean conocidas? De hecho, este sería un ‘Derecho a decidir’ muchísimo más genuino y democrático porque se decidiría sobre condiciones concretas, no sobre un abstracto deseo, y porque supondría una verdadera participación ciudadana a la hora de confirmar o no los resultados de una negociación tan compleja como decisiva para la vida de los ciudadanos. Además, reconociendo ese derecho una vez, ¿cómo y por qué negarlo en otras?

De manera que no es de extrañar la acumulación de voces que se están produciendo en Reino Unido reclamando una segunda consulta para revertir lo que se supone el desastre derivado de la negociación de salida. ¡No es para menos! La primera alarma surgió con la paz en Irlanda del Norte, porque los delicados equilibrios que sustentan esa paz pueden saltar al establecerse una frontera exterior de la Unión ante las dos Irlandas, lo que ataca la naturaleza y la esencia de los acuerdos de Viernes Santo que reconocían la doble condición irlandesa y británica del norte de la isla, garantizándose por ello una frontera blanda en la que la circulación humana y material es libre. La salida de Reino Unido de la Unión distorsiona la relación humana y social, además de la económica, entre las dos Irlandas y aleja a la ciudadanía católica-irlandesa de su referente socio político en Dublín. Todos buscamos resolver esa ruptura, pero nadie sabe todavía cómo hacerlo.

La fractura territorial en Reino Unido se ha agravado con el ‘Brexit’, hasta el punto de que Escocia acabará pidiendo otro referéndum de salida de Gran Bretaña si las condiciones del acuerdo futuro entre la UE y Reino Unido perjudican sus intereses. Salvando las distancias y las evidentes diferencias, sería parecido a que Álava decidiera salirse de Euskadi y permanecer en el Estado al conocer las condiciones de una negociación entre el País Vasco y España después de que una mayoría vasca hubiera decidido la independencia en una consulta de las que defienden los partidarios del derecho a decidir.

La segunda y gran alarma permanece encendida con los derechos ciudadanos que tendrán los británicos en Europa y los europeos en Reino Unido. Más de cuatro millones de personas, sin contar sus familias ni sus entornos sociales, están pendientes de unos acuerdos que aseguren su actual estatus. Pero no es fácil garantizarlos a lo largo de sus vidas. Me pregunto sobre la angustia vital que produciría una negociación semejante para tantos miles de vascos y españoles que vivimos a caballo de una geografía tan próxima y tan íntima.

Por último, la tercera gran espada de Damocles que pende sobre el referéndum del ‘Brexit’ es el marco económico del futuro. Es evidente que se está produciendo, y se producirán más todavía, monumentales consecuencias. Una enorme incertidumbre sobre el futuro marco comercial entre la UE y Reino Unido afecta a todos los sectores: alimentos y agricultura, industria, servicios... Estos sectores están pendientes de saber si habrá aranceles o no en el nuevo acuerdo. Reino Unido era el país –junto a Alemania– que más talento atraía y esto ha terminado. La City y su poderío financiero tiemblan ante la competencia futura de Frankfurt. Los centros de decisión de muchas compañías se reubican en Europa, fuera de Londres. Pensemos ahora en una situación semejante en un País Vasco que ‘decide’ su independencia. ¿Hace falta dar nombres sobre las compañías que trasladarían su sede a Madrid? ¿No es suficiente saber que más de tres mil empresas lo han hecho en Cataluña estos meses? Pensemos en nuestra economía, en la reducción de la recaudación fiscal que esto supondría y en la pérdida de capacidad de decisión de las grandes empresas vascas que dependen de Stuttgart, Clermont-Ferrand, EE UU, Alemania, Madrid, etc...
 
El ‘Brexit’ ha fracturado la sociedad británica. Por edades, por regiones, en las universidades, en los clubes, en las familias... ¿No nos ha ocurrido eso mismos a nosotros durante años? ¿Volvemos a esa senda fratricida o seguimos construyendo nuestra pluralidad identitaria desde el reconocimiento y el respeto mutuo como ahora?
 
El Correo, 28/01/2018

23 de enero de 2018

Entrevista Europa Abierta: 23/01/2018


La negociación ha sido dura, pero este nuevo reparto supone que España y Francia consiguen una representación más acorde con la población. Se reservan algunos escaños para una lista transnacional, que en opinión de Jáuregui será como un cordón umbilical de los ciudadanos con Europa. (23/01/18)



Intervenciones AFCO 22 y 23 Enero 2018.

Intervención Comisión AFCO 22/01/2018 Modificación del artículo 174, apartado 8, del Reglamento del Parlamento sobre el orden de votación de las enmiendas.





Intervención Comisión AFCO 23/01/2018 Propuesta de Reglamento del Parlamento Europeo sobre las disposiciones detalladas que regulan el ejercicio del derecho de investigación del Parlamento Europeo en sustitución de la Decisión del Parlamento Europeo, del Consejo y de la Comisión de
19 de abril de 1995







6 de enero de 2018

Entrevista para El Correo. 6/01/2018






Ramón Jáuregui ha visto como europarlamentario del PSOE la deriva del proceso catalán. Está convencido de que el camino unilateral emprendido por los separatistas ha chocado contra la realidad y que no tiene recorrido. No es muy optimista a corto plazo, pero cree que puede tener una derivada positiva para Euskadi. La aprobación de un Estatuto «pactado» y dentro de unos límites que sirva de ejemplo en el conjunto del Estado. 

– A los políticos españoles que trabajan en Europa, ¿les cuesta explicar lo que sucede en Cataluña? 
– Europa fue muy crítica con las imágenes del 1 de octubre. Pero entiende que se trata de un problema interno. Lo que no se cuestiona es la salud del Estado de Derecho en España. 

– ¿En qué medida la victoria de los independentistas el 21-D ha complicado el relato sobre Cataluña? 
– Confirmó lo que muchos ya habíamos dicho. Que Cataluña tiene un problema de pluralidad interna muy intenso. Europa no quiere desmembrar a sus miembros. Todo el mundo entiende que Europa es imposible con 40 o 50 estados. 

– ¿Teme que, al menos en parte, Puigdemont haya conseguido su objetivo de ‘internacionalizar’ el conflicto catalán? 
– Lo ha podido conseguir en un momento dado, pero es un proceso finiquitado, no tiene futuro. Salvo en los partidos más ultras, no hay ninguna comprensión hacia lo que ha hecho Puigdemont.

– ¿Cuál es la salida, al menos a medio plazo?
– Lo que tengo claro es que el referéndum no es la solución para resolver los problemas en las sociedades plurales. Por eso hay que ser pacientes.

 – ¿Pero hay margen para una solución diferente cuando una de las partes insiste en celebrar ese referéndum?
 – Todo depende de que se hayan extraído las consecuencias adecuadas. 

– ¿Y cuáles son? 
– Hay tres ineludibles. Primera, que la independencia unilateral es inviable y ruinosa, esto no es discutible. Segunda, el independentismo catalán debe asumir la pluralidad de su pueblo. Viven juntas dos cataluñas. Y tercera, que el partido ganador de las elecciones no puede seguir siendo solo un partido antinacionalista. Ciudadanos tiene que explicar cuál es su proyecto de convivencia. 

– ¿Ve a Puigdemont de nuevo al frente de la Generalitat? 
– No es posible. No es compatible ser presidente de la Generalitat y hacer frente a sus responsabilidades penales. Tanto Junts per Catalunya como ERC deben cambiar de interlocutores para negociar el futuro, porque su responsabilidad es con el país, no con sus viejos líderes. 

– ¿En qué medida puede afectar lo que sucede en Cataluña al debate sobre la reforma del Estatuto en Euskadi? 
– Curiosamente, si las cosas en Cataluña siguen mal, y existe un pesimismo generalizado, hay una extraordinaria oportunidad para que el País Vasco siga siendo un ejemplo de acuerdo y de defensa de la legalidad y del autogobierno pactado.

– ¿En qué sentido? 
– Una buena reforma del Estatuto en esta legislatura podría significar una especie de vía vasca para Cataluña. Tendría un amplia acogida y sería un ejemplo para Cataluña y el conjunto del Estado. Por eso creo que debería acelerarse; es muy probable que no haya un mejor momento político para poder hacer realidad esa reforma. 

– A pesar de las apelaciones al consenso, sigue sin haber un acercamiento con el PNV. 
– Lo que tiene que hacer el Partido Socialista es dejarle muy claro al PNV que debe renunciar a posturas que son imposibles. La primera, la de hacer un referéndum previo a la tramitación en las Cortes. (Lo que el PNV define como consulta habilitante). Eso no cabe. A eso tiene que renunciar. Y hay que dejarles muy claro que tampoco forma parte del pacto el derecho a la independencia. Los socialistas tenemos muy claro que si lo que pretenden es incluir el llamado derecho a decidir tendrán que pactar con EH Bildu y Podemos. 

– Desde el EBB se dice que una salida puede hallarse en los derechos históricos. 
– Si se trata de ayudar al consenso, es mejor que no pongamos líneas rojas. Los derechos históricos ya están consagrados en la Constitución y por ahí se puede avanzar. Subrayo que lo único que no cabe es un referéndum previo y tampoco el derecho a decidir.

 – ¿Pero eso no son líneas rojas?
– El PSE tiene que ser muy rotundo y decirle al PNV que no pretenda incorporar un proyecto confederal o una puerta abierta a la independencia. Eso hay que dejarlo claro desde el principio. Los objetivos de la reforma estatutaria deben ser mejorar el autogobierno, reforzar lo que yo llamaría una carta de derechos y deberes de los vascos y superar la fractura histórica del terrorismo de los últimos 40 años. 

– Y eso último, ¿cómo se consigue?
– Integrando a Bildu con un preámbulo ambicioso que narre nuestra historia y nuestra voluntad común de afrontar el futuro en un marco político-jurídico consensuado. 

– ¿Pero hasta dónde se puede ser ambicioso en el preámbulo?
– El preámbulo es un preámbulo, y punto. Se trataría de hacer una descripción consensuada de nuestra historia reciente para tener una oportunidad de escribir juntos el futuro sobre una memoria reconciliada.

 – ¿Cambiaría la política penitenciaria?
– Sobre la base de la disolución y del reconocimiento a las víctimas, yo sería partidario de flexibilizarla. El alejamiento de los presos tenía como fundamento que la cárcel no ayudara a la continuidad de la violencia, pero si ya no hay violencia, no hay razones para el alejamiento.

Publicado en El Correo, 6/01/2018
Foto Blanca Castillo.


1 de enero de 2018

Viento en las velas.

Una vez más, la metáfora marinera cargaba de sentido un mensaje político. Esta vez fue Juncker, el presidente europeo, quien empeñado en transmitir un optimismo, desconocido en los últimos años de 'policrisis' europea, encabezó así su discurso en el debate sobre el estado de la Unión: "Wind is in ours sails".
¿Qué ha sucedido en Europa estos últimos meses de 2017 para que este nuevo impulso europeísta  anime los deprimidos despachos de Bruselas? ¿Por qué un cambio tan brusco en quien, solo un año antes advertía a los Estados Miembros de una "crisis existencial" de Europa? En mi opinión, hay cuatro razones que lo explican.

En primer lugar, todos los países de la Unión están en crecimiento económico y creación de empleo. Es cierto que estas recuperaciones son tenues e inciertas todavía y que se producen sobre la base de una grave devaluación social previa. Pero el hecho de que sean generales y de que se hayan superado los momentos más dramáticos que pusieron al euro y a Europa misma al borde del abismo, han generado un optimismo económico desconocido desde hace más de diez años.

En el plano de la gobernanza económica de la Unión, la crisis no ha sido gratuita. Las lecciones aprendidas son muchas y es común la idea de que un mercado único con una moneda común nos exige reformas muy serias en toda la estructura macroeconómica y monetaria y construir un
a arquitectura institucional de gobernanza del euro de la que hemos carecido en estos años de crisis financiera. Lo uno y lo otro, la recuperación económica y la agenda de tareas pendientes en la política económica y monetaria, han generado un espíritu de acción y un ánimo reformista que impulsa las velas de la navegación europea.

En la misma línea, el Brexit ha pasado de ser un gravísimo contratiempo en el futuro de la Unión a una negociación generadora de unidad y afán de común superación. En efecto, las primeras reacciones al sorprendente resultado del referéndum británico fueron de temor a la emulación y de natural alarma por el sentido histórico tan negativo que produjo. Por primera vez, un club al que todos querían entrar, veía que uno de los grandes, abría la puerta para irse. Pero enseguida se vio que los problemas realmente graves eran para el Reino Unido, que tuvo que convocar unas elecciones anticipadas para gestionar aquella decisión y comprobar en ellas que habían roto el país y que el nuevo Gobierno era todavía más débil e incapaz de gestionarla. Por el contrario, la Unión ha hecho una brillante gestión del problema. Unidos, fuertes y seguros, los negociadores europeos han establecido fases y líneas rojas que han dejado muy claro: primero, que irse es muy difícil y muy caro y segundo, que fuera de la Unión, aumentan los problemas y se está peor. El cierre de la primera fase negociadora a primeros de diciembre ha sido un éxito y Europa lo celebra mirando con optimismo la negociación de un período transitorio que el Reino Unido ha solicitado ante la evidencia de que el marco definitivo del futuro, lo exige. Ni los más optimistas europeístas creyeron hace una año, que el Brexit fuera a ser una palanca de impulso en la integración, como lo está siendo hoy en día.

Pero el viento en las velas de Europa, políticamente hablando, llegó con Macron. El presidente francés simbolizó su victoria sobre el populismo antieuropeo de Le Pen, con una apuesta por Europa cargada de señales y contenidos. La puesta en escena de su triunfo rodeado de banderas europeas con el himno europeo de música de fondo no quedó ahí. En un discurso memorable, no por casualidad, dirigido a los universitarios franceses en la Sorbona, diseñó una Europa Federal que nunca, nadie, había configurado tan integrada, tan unida, tan Estados Unidos de Europa. Ahí sigue, esperando al nuevo gobierno alemán para reformar la ley electoral europea y aprobar la Unión Europea como circunscripción electoral junto a los Estados. ¡Nada menos! Lo cierto es que, la derrota electoral de la ultraderecha en Holanda y Francia, han permitido respirar a Europa y si la apuesta de Macron se ve respaldada por un gobierno de coalición alemán, con las mismas aspiraciones europeístas, Europa experimentará un empujón considerable en su integración en los próximos años.

Y esta es precisamente la última y poderosa razón del optimismo europeo con el que se inicia el último año útil de la legislatura europea (2014-2019). Día a día se vive en Bruselas la necesidad de hacer más fuerte y más eficaz la integración. Ya sea en la política migratoria, ya sea en la defensa y en la seguridad, ya en la política internacional. Sin olvidar que en el mercado único una y otra vez, constatamos esas necesidades sinérgicas. Ocurre en la política energética, desde las conexiones de las redes, a la apuesta por las renovables, ocurre en la política comercial de la Unión, en la agenda digital, en I+D+I… Todo llama a la integración cuando el mundo económico se desplaza a Asia y la disrupción tecnológica la gobiernan desde California.

Esa conciencia de supervivencia europea en un mundo en cambio, impulsa también las velas de nuestra nave… con planes ambiciosos en todos los ámbitos. Ojalá seamos capaces de transformar ese nuevo optimismo europeo en buena y eficaz integración.
Publicado en El Confidencial, 1/1/2018