El referéndum británico le ha explotado a Cameron en su cara y lo ha arruinado como líder político. Hasta aquí, todos contentos.
Pero el daño que nos ha hecho con su irresponsable convocatoria y con su lamentable derrota, todavía está por evaluar. A su país, desde luego, le ha metido en un lío espectacular. Un país dividido socialmente por la mitad como si un cuchillo carnicero hubiera cortado en dos el cuerpo social. Viejos contra jóvenes, nacionalistas nostálgicos del viejo imperio contra europeístas, reaccionarios y conservadores contra progresistas.... ¿Quién y cómo recompondrá un país tan fracturado?
Pero es más, el viejo Reino Unido se destruye en sus territorios. Escocia pedirá un nuevo referéndum (para ganarlo esta vez con el poderoso argumento de que quieren ser europeos) para pedir después su ingreso como nuevo Estado en la Unión. Los nacionalistas irlandeses harán lo mismo en Irlanda del Norte y quizás el Reino Unido pierda una provincia que defendió a sangre y fuego durante decenios.
Cameron no debe esperar a otoño. Debe irse ya y convocar nuevas elecciones. Su gestión de los dos referéndums convocados, Escocia (2015) y UE (2016) son la más grave herida que ningún líder británico haya producido a su país desde la segunda guerra mundial. Su funeral ahora, no en octubre.
¿Y Europa? Europa debe hacer tres cosas urgentemente:
1. Decirle al Reino Unido que su decisión de irse la notifique inmediatamente, y comenzaremos la negociación de la salida al día siguiente. No esperaremos al otoño, ni a la dimisión de Cameron ni al Congreso Conservador. No estamos para esperas.
2. La negociación será larga y compleja. Durará dos años, pero solo puede terminar con la exclusión total del club. Lo que no puede ser es que los británicos nos propongan al final de tan complejo proceso otra forma de quedarse. Eso es y será inaceptable.
3. Poner en marcha paralelamente un plan de reforzamiento institucional y económico-social de la Unión mediante una serie de iniciativas en la gobernanza del euro, en el pilar social de la Unión y en los avances institucionales democráticos.
Si reaccionamos con unidad y determinación, el proyecto europeo saldrá reforzado. Hacen falta muchas cosas, pero sinceramente, hay poderosas razones y enormes mayorías en Europa para caminar en esa dirección.
En su ridícula y ofensiva reivindicación de su victoria, el Sr. Farage decía que hoy es el día de la independencia del Reino Unido aludiendo así a la Union Europea como una especie de Metrópoli que explotaba a la colonia británica. Acompañaba su bufonada de una proclama tan populista como falsa: "Desde hoy seremos un país libre, una nación soberana". Desgraciadamente, otros líderes de la ultraderecha antieuropea en Francia y Holanda se han apresurado a reivindicar "una nueva Europa de naciones libres".
¿Puede ser nueva una Europa atravesada por los nacionalismos? ¿No será precisamente esa la vieja Europa de nuestras guerras crueles de los siglos pasados? No puedo creer que en pleno siglo XXI esta añoranza anacrónica y nostálgica pueda engatusar a las mayorías. No quiero pensar siquiera en el triste destino de una Europa de pequeñas naciones en plena globalización. Me rebelo contra esa ideología falsaria que nos enfrenta al diferente, que nos propone respuestas simples a problemas complejos, que culpa siempre de sus males a sus vecinos en un victimismo insufrible, capaz de tirar por la borda sesenta años de construcción de paz, progreso y libertad y devolvernos a nuestras peores pesadillas.
Publicado en el El Huffington Post, 25/06/2016